El síndrome de Peter Parker

Spiderman es un superhéroe. Todo el mundo lo quiere y lo adora. Es portada de revista cada semana, es fuerte, rápido y siempre gana a los malos. Todo el mundo quiere ser Spiderman.

Peter Parker es un desgraciado. Está arruinado, tiene un trabajo mal pagado, un jefe que no le valora, su amor platónico no le hace ni caso, es huérfano, su tío (que era como un padre para él) murió por su culpa dejando a su tía sola y vive en un apartamento asqueroso del que apenas puede pagar el alquiler.

Spiderman es Peter Parker.

Tenemos un problema, ¿verdad?

Los emprendedores son superhéroes. Luchan con uñas y dientes contra todas las adversidades para lograr los objetivos que se han fijado, y trabajan todas las horas del mundo (y más) para levantar su empresa.

Pero los emprendedores también son personas. Tienen nombre y apellidos. Padres. Familia. Esposa o marido. Hijos. Y cada hora… CADA HORA que están dedicando a su empresa es una hora menos que dedican a su familia.

Estoy escribiendo este capítulo un sábado. Son las 10:45 de la mañana y mis dos hijos están con sus abuelos (mis padres). Han ido a desayunar a una montaña que tenemos cerquita, a unos veinte minutos en coche. Les encanta la montaña. Pero yo no estoy ahí. Estoy aquí, escribiendo este libro, con remordimientos de conciencia.

¡Pero…!

… En cuanto acabe el capítulo (que es el miniobjetivo que me he marcado hoy) los llamaré para ver dónde están y me uniré a ellos. ¿Podría quedarme toda la mañana escribiendo? Sí. ¿Todo el día, incluso? Por supuesto. Pero debemos establecer límites. Debemos mantener un cierto equilibrio.

Debemos vigilar MUCHO este delicado equilibrio, especialmente si emprendemos en solitario. Especialmente si somos autónomos. Especialmente si trabajamos desde casa. Especialmente si cada hora de trabajo implica ganar algo más de dinero. Porque si es así, de repente sólo vemos horas que llenar con trabajo. Y eso nos puede llevar a arruinar las relaciones familiares y ser muy miserables. Quizá ricos, pero miserablemente ricos. Quizás con éxito empresarial, pero con ruina familiar.

En ocasiones, por temas de trabajo, tengo que viajar. A veces estoy cuatro o cinco días fuera de casa, asistiendo a una convención o a unas jornadas donde me han invitado a dar una charla.

Recuerdo que la primera vez pensé: «Mira qué bien, voy a poder aprovechar mi estancia para trabajar a tope. Me pondré con el portátil en la habitación del hotel y sin obligaciones familiares podré adelantar mucho. Sin tener que cocinar, sin tener los niños alrededor, sin tener que hacer vida social… Será un intensivo de trabajo».

Y efectivamente lo fue. Avancé una barbaridad. Unas jornadas intensas e interminables. Sólo paraba para ir a comer, ver alguna charla o impartir la mía. Aparte de eso, todo era trabajar. Al no tener interrupciones, era más que eficiente. El tercer día había hecho todo lo que me había planteado y más. Tenía todos los correos al día y estaba adelantando trabajo.

Y ese mismo tercer día recuerdo cómo un sentimiento de pena me recorrió de arriba a abajo. Me sentía miserable. Tanto que, después de dar mi última charla, cambié mi vuelo y me fui a casa dos días antes para ver a mi familia.

Así pues, si en algún momento (aunque sea sólo por un instante) crees que tu familia es un lastre (con todo el respeto), que no te permite avanzar profesionalmente o que te está frenando… ¡Date cuenta de que es al revés! Tu trabajo es lo que te está frenando de ser mejor novio, marido o padre. No nos equivoquemos.

Lo diré una vez más: el equilibrio es el mejor camino, pero también el más difícil. Debes marcar límites, horarios, objetivos. No puedes lanzarte sin pensar en todo eso, porque acabarás con una crisis familiar. Eso tiene un nombre: workaholism, o sea, la adicción al trabajo. Debemos SER CONSCIENTES de ello y evitarlo en la medida de lo posible. Y para esas cosas es clave tener un buen método de gestión del tiempo, algo que veremos en el siguiente capítulo.

Así pues, y para evitar sufrir el síndrome de Peter Parker, os aconsejo establecer ciertos parámetros:

HORARIO

Establecer un horario es básico. Esta es una de mis debilidades. Me cuesta mucho desconectar. Pero es necesario. Así pues, debemos marcarnos un horario que luego tenemos que seguir.

¡Pero ojo! Importante: el horario en sí, da igual. Lo importante es seguirlo.

¿A qué me refiero? A que da igual si decides trabajar de 08:00 a 20:00, de 19:00 a 05:00 o de 00:00 a 24:00 h. Es lo de menos. Lo importante es que te sientes un momento a pensar en el horario y en lo que quieres.

¿Qué quieres trabajar ocho horas diarias? ¡Perfecto! ¿Quieres hacer cuatro? ¡Pues que sean cuatro! ¿Jornadas de dieciocho horas? ¡Si puedes, adelante! Da igual, tanto si son cuatro o veinticuatro horas. Lo importante es que te des cuenta de lo que vas a hacer. Que seas consciente de lo que te estás planteando.

¿Ves coherente y normal dedicar dieciocho horas a emprender? ¿O doce? ¿O cuatro horas? ¿Crees que eso es compatible con tu vida familiar? ¿Es una salvajada?

No estoy juzgando a nadie, ¿eh? Cada uno es un caso distinto. No es lo mismo alguien de veinte años que vive en casa de sus padres, que puede dedicar veinte horas al día a emprender su negocio y guardarse cuatro para comer y dormir, que un padre o madre de familia monoparental con tres hijos, que no podrá dedicar más de dos horas cada día. Cada uno es un mundo.

Aquí el error, lo que debemos evitar, es no pensar en esto antes de empezar. ¿Por qué? Porque sin establecer primero esas «normas», vas a tener un descontrol total y no vas a saber el tiempo que dedicas a tu ocio y a tu negocio. Y normalmente nos acabamos «pasando» sin saberlo. ¿Por qué no lo sabemos? Pues porque no nos habíamos planteado cuántas horas dedicarnos a ello. Y claro, sin una referencia, ¿cómo vamos a saber que nos hemos pasado?

Así pues, esta es la clave: decidir cuántas horas y qué horas serán. Lo veremos en el siguiente capítulo. Y luego, más importante aún: ¡cumplirlo! No vale establecer un horario que luego no se cumple, es de sentido común. No intentemos engañarnos a nosotros mismos, diciéndonos que trabajaremos ocho horas, y luego estar catorce horas cada día delante del ordenador. ¡No nos hagamos trampas al solitario!

Finalmente, un último apunte en cuanto al tiempo: no hace falta que sea siempre el mismo. En distintas etapas del proyecto puede variar. Me explico: quizá el proyecto que tenéis en mente requiere dos o tres meses de «dedicación intensiva». Puede ser que tengáis que programar una app, desarrollar un software, montar una tienda o construir una base inicial.

En estos casos, es normal establecer una jornada laboral muy larga, porque se entiende que es una excepción y es temporal. Pero no se plantea a largo plazo. Una vez más, es como el libro que estáis leyendo. He tenido que hacer muchas «horas extras», pero sólo durante unos meses. Y antes hablé con mi mujer para establecer qué sacrificios supondría y tomamos la decisión de forma consensuada.

Así pues, tengamos también en cuenta ese factor. Si es temporal, podemos hacer un «sprint», un intensivo y dedicar mucho más tiempo del que podríamos normalmente. Pero si es sostenido en el tiempo debe ser una «carrera de fondo» con un ritmo que podamos llevar según nuestra situación personal.

LUGAR

Si bien hemos hablado del tiempo, también tenemos que hablar del espacio. Es altamente recomendable que tengamos un «lugar de trabajo». Sea un despacho, una oficina, un coworking o incluso una cafetería. Da igual. Pero intentemos separar el espacio en el que vivimos de aquel en el que trabajamos.

Yo, por ejemplo, suelo trabajar en mi despacho. Cuando monté mi negocio nos mudamos a un piso con una habitación extra que habilité como despacho. ESE, Y NO OTRO, es mi lugar de trabajo. No lo es el comedor, ni el sofá, ni el dormitorio, ni ningún otro.

Así pues, cuando voy a trabajar, voy al «lugar» donde trabajo. Y aunque esté apenas a cinco metros del comedor, ya es muy distinto. Porque en el comedor hay vida familiar, hay ocio y hay niños. Cuando estoy ahí es porque tengo puesto el «modo familia». Pero cuando estoy en el despacho, pongo el «modo trabajo».

Eso quiere decir que, si me he ido al despacho, no me interrumpen para abrir un tarro de mermelada, para preguntarme qué haremos el fin de semana o para hacer aviones de papel con los peques.

¡Pero atención! Eso también quiere decir que cuando estoy en el comedor no estoy mirando el correo en el iPhone, contestando a clientes o escribiendo posts. En ese momento, mi atención es para mi familia. Ese Quality Time que dicen los americanos.

Fijémonos en que la clave es no mezclar espacios ni momentos. Si a eso le sumamos el hecho de cumplir el horario que nos hemos marcado, estaremos mucho más cerca del equilibro perfecto (que es imposible).

Algo que nos ayudará es tener ese espacio de trabajo relativamente lejos de casa. A ver, tampoco es necesario tenerlo a una hora en coche, ¿eh? Con que esté a cinco minutos andando es más que suficiente. Eso ya «romperá» cualquier vínculo.

Si además podemos dejar allí las herramientas de trabajo (ordenador, tablet, documentos, etc.), mucho mejor. Eso nos «obligará» a no trabajar en casa o, al menos, nos dificultará el proceso.

Finalmente, sólo quiero señalar el hecho de que no hace falta tener un despacho, oficina o coworking para trabajar. Hay alternativas gratuitas, como bibliotecas públicas o centros cívicos en las que se puede trabajar perfectamente con un portátil (en algunos casos incluso tienen ordenadores a disposición de los usuarios).

Y si no os importa el ruido, incluso una cafetería puede ser un buen lugar de trabajo. Conozco a un programador autónomo que donde mejor trabaja es en una cafetería que tiene cerca de casa. Va todas las mañanas a la misma mesa, se pide el mismo desayuno, se instala con su portátil, se coloca los auriculares escuchando su música favorita y desaparece completamente de este mundo mientras crea, programa y desarrolla. Ese es su lugar de trabajo, ese es su momento de trabajo.

JOSE

Cuando estaba escribiendo este libro, pregunté a la audiencia de mi podcast si les parecía bien hacer esta aproximación al punto de vista «humano» de los emprendedores. Tuve muchas respuestas, la gran mayoría diciendo que sí, que lo hiciera. Pero una de ellas fue especialmente conmovedora.

Os pego aquí su correo, tal como me llegó a mí. Sólo he cambiado su nombre, pues cuando me dio permiso para reproducirlo aquí, así me lo pidió:

Ella estaba embarazada de unos cinco meses cuando decidimos que trabajar en la cocina de un hospital a 40 grados en Sevilla, en verano, no era lo mejor para el embarazo, para nuestra futura hija. Ya veníamos de un aborto. La empresa, que vio la oportunidad de un despido y meter carne fresca con peor contrato llegó a un acuerdo económico con nosotros. Nos conformamos con lo que nos dieron y decidimos que al año siguiente mi mujer haría realidad su sueño, tendría una tienda de ropa.

Medio año después de dar a luz, la tienda abría sus puertas. Mi trabajo era y es horrible, y también vi la oportunidad de subirme al carro más adelante, aunque la ropa no es mi «pasión» (esta palabra tan de moda). Tan sólo 6 meses disfruté de una vida en familia. Mi hija, mi mujer y yo. A partir de entonces todo fue la tienda, la tienda y la tienda. Al principio el dinero «compensaba» el tiempo que no disfrutábamos juntos. Con el tiempo la cosa se complicó. Más adelante ya no había ni dinero ni tiempo que disfrutar.

Poco más de dos años después, tras un verano en que no pude ni llevar a mi hija de vacaciones porque la tienda arramplaba con cualquier euro que entraba en casa, le dije a mi mujer que cerrara ya, que liquidaríamos las deudas que teníamos con los bancos poco a poco. Saldríamos de esta. La tienda iba a cerrar sus puertas.

Creo que fue un viernes, habíamos cenado en un Burger King, a mi hija le encanta ir a la zona infantil que tiene y se lo pasa muy bien. Comiendo, ella no me miraba para nada. Los ojos perdidos en el horizonte. Al llegar a casa, ya en la cama, le pregunté qué le pasaba. «Que ya no te quiero». Simplemente dijo eso. Ya no éramos familia. Ya no tenía familia. A partir de ahí, sólo cuestiones sobre divorcio.

Lo que pasó en esos dos años y pico supongo que es lo que pasa en la mayoría de negocios. Le dedicas mucho, mucho tiempo, poco descanso, dejas de hacer cosas con tu pareja, la mente siempre en el negocio, pocos días de vacaciones, preocupaciones… yo que sé. Emprendes por querer una vida mejor y tal vez todo se vuelve un infierno.

Aquella noche ya no dormimos juntos, nunca más lo haremos. Me faltaban ocho días para cumplir los 37 años. La conocí con 17, pero es una extraña sensación cada vez que la miro porque ya no la veo. Es otra persona. El alma que yo siempre había querido ya no está en ese cuerpo.

A tu pregunta de si queremos un libro más técnico para emprender o más humano yo lo tengo claro. SÉ TÉCNICO. Quien quiere emprender quiere que le cuentes como hacerlo. No va a «ver» nada más. No sé si es como ponerte una venda en los ojos o como quitártela, pero ya no ves nada más. PERO dedícale un pequeño espacio, aunque tan solo sea un pequeño artículo para advertir que las cosas pueden salir mal, y que no den todo por sentado, que ningún corazón está obligado a arder si no lo alimentas con más madera.

Hazlo sobre todo por ti, Joan, por tener la conciencia tranquila, porque tal vez dentro de un par de años alguien te escriba diciendo que las cosas han ido mal, que no sabe por qué, que su vida es un infierno, que el viernes es el peor día de la semana, que ya ha intentado hacer varias veces algo que no se debe, que se siente solo, que no tiene con quien ir al cine, que emborracharse y dormir es lo único que hace más llevadero la mitad de los fines de semana, que por qué con 37 te sientes viejo y la vida ya parece demasiado larga, que cómo una cama puede ser tan fría. Y una lejana idea o sueño de volver a emprender y cambiar de vida, que te lleve a un lugar mejor, será una de las pocas cosas que te impidan tirar la toalla definitivamente.

A veces me quedo mirando un rato fijamente a mi hija, observándola. El cristal brillante de sus ojos, sus manitas tan pequeñas, su pelito rizado. Tiene tres años. En mi cabeza entonces se repite una idea una y otra vez, «Jose lo has estropeado todo, ¡imbécil!».

Al menos podrás decir que lo habías advertido, y tendrás la conciencia tranquila.

Llevo llorando un buen rato, pero me he sentido obligado a contar esto por si puedo ayudar a alguien, y no me avergüenzo de nada.

Desde aquí le mando un abrazo a Jose por compartir su testimonio. ¡Gracias Jose! Estoy seguro de que dará que pensar a más de uno. Estoy seguro de que habrás ayudado a más de una familia.

Así pues, recodad: antes de empezar nada, debemos establecer horarios y lugares consensuados con la familia (y con nuestra conciencia). En definitiva, separar el cuándo, el cuánto y el dónde.

Que no os pase como a Peter.

Que no os pase como a Jose.