Dar el
paso. Quemar las naves
Como ya os advertí al principio, a lo largo
del libro iré mezclando temas más estratégicos y técnicos con otros
más psicológicos y sociales. Y es que ser emprendedor no es sólo
aplicar la teoría de gestión de empresas, ni mucho menos. Los
emprendedores también tenemos que ser «medio psicólogos» para no
acabar locos.
Hablemos ahora de un momento clave: dar el paso.
Algo tan fácil y tan simple como decidir que se va a emprender, no es tan fácil ni tan simple. Al contrario. Ese primer paso es el más difícil del camino, sin ningún tipo de duda.
Y es que a veces no es un paso, sino más bien un salto. Un salto al vacío, con sus riesgos asociados. Es como independizarse. ¿Sabéis cuál es el principal temor al independizarse? ¿El motivo por el cual los jóvenes no se van de casa antes? El miedo a tener que volver. Ese «fracaso» del que siempre hablamos. Mientras que marcharse de casa de los padres se ve como algo atrevido, valiente y que indica madurez, el hecho de regresar está visto como un fracaso. Cuando en realidad, como ya he dicho, el peor fracaso es no intentarlo.
¿Cómo dar ese paso? Quemando las naves.
QUEMAR LAS NAVES
Esta frase tiene origen en el siglo III a.C. cuando Alejandro Magno (entonces rey de Macedonia) dio vida a esta expresión a partir de una maniobra militar.
Al llegar a la costa fenicia con sus barcos, Alejandro Magno se dio cuenta de que sus enemigos le triplicaban en número y de que sus soldados estaban desmotivados y derrotados, incluso antes de pisar el campo de batalla.
Así pues, Alejandro desembarcó y lo primero que hizo fue mandar quemar todos los barcos, o sea, las naves. Mientras su flota ardía, reunió a sus hombres y les dijo:
¡Observad cómo se queman los barcos! Esa es la única razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos, no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con su familia nuevamente, ni podrá abandonar esta tierra que hoy despreciamos.
Debemos salir victoriosos de esta batalla, ya que solo hay un camino de vuelta y es por el mar.
Caballeros, cuando regresemos a casa lo haremos de la única forma posible. ¡En los barcos de nuestros enemigos!
Fijémonos en lo que hizo Alejandro. Quemó las naves. Eso quiere decir que ya no había marcha atrás. Si querían ver a sus familias de nuevo, tenían que ganar a sus enemigos sí o sí para hacerse con sus barcos. Los motivó «a la fuerza».
Esos barcos eran ni más ni
menos que la «zona de confort» de su ejército. Siempre podían optar
por la retirada y eso les podía hacer perder el
combate.
La zona de confort es aquella en la que estamos
cómodos y relativamente seguros: la casa de los padres, nuestras
naves o ese empleo que no nos hace felices, pero que lleva un
sueldo a casa a final de mes.
Otra interesante historia más que conocida es
«El cuento de la vaca», que os transcribo aquí:
Un maestro zen y su discípulo estaban peregrinando por campos y bosques, cuando encontraron una cabaña muy pobre. En ella vivía una familia conformada por un hombre, su mujer y cuatro hijos.
Les pidieron alojamiento y alimento, y los campesinos les acogieron sin pensarlo. A pesar de su pobreza, compartirían lo poco que tenían.
Durante la cena, el maestro preguntó de qué vivían. El hombre le explicó que tenían una vaca, de la cual sacaban la leche diaria y un poco más que cambiaba a otros campesinos por algunos alimentos. Con lo que sobraba hacían queso. Eso les permitía ir sobreviviendo a duras penas.
La siguiente mañana los viajeros se levantaron antes que nadie y prosiguieron su camino. Entonces el discípulo le dijo al maestro:
– Maestro, qué buena gente. Compartieron con nosotros lo poco que tenían. Y qué pobres son. ¡Cómo me gustaría ayudarlos! ¿No podemos hacer nada por ellos?
El maestro, sin pensarlo, le dijo:
– ¿Quieres ayudarlos? Ve y empuja la vaca por el barranco.
– Pero maestro, ¡es su única fuente de alimento! –replicó el discípulo.
– ¡No discutas y haz lo que te digo!
Y el discípulo así lo hizo, tirando la vaca por el barranco y matándola, muy a su pesar, pero confiando en la sabiduría de su maestro.
Un año más tarde, el discípulo volvió a pasar solo por la región y, lleno de remordimiento y curiosidad, pasó por la casa.
Al acercarse, la vio mucho más arreglada e incluso vio mucho terreno sembrado que no lo estaba en la visita anterior. Pensó que quizá la familia habría muerto de pobre y otra con más posibilidades se había instalado en su lugar.
Pero no era así. Al verlo llegar, el campesino se acercó y le dijo:
– Bienvenido, ¡cuánto me alegro de verle! ¡Ustedes nos trajeron suerte! El día que se fueron, se nos cayó la vaca por el barranco.
– Vaya, lo siento mucho –dijo el alumno.
– ¡Al contrario! –replicó el campesino– Al principio nos desesperamos pensando que íbamos a morir de hambre y lo primero que hice fue vender la carne. Con lo poco que nos dieron, compré unas semillas y me puse a sembrar para tener algo que comer los siguientes meses, pero la cosecha fue buena y pudimos vender algo en el mercado así que compré un par de ovejas. A raíz de eso, mi esposa comenzó a tejer algunas prendas de lana que vende en el mercado y le va muy bien, y mi hijo mayor aprendió a trabajar la madera del bosque y hace muebles para toda la comarca. También hemos podido comprar la casa, que no era nuestra, y estamos pensando en comprar más terrenos para sembrar.
¿Cuál es la moraleja de esta historia? Primero, que no te fíes ni un pelo de los maestros zen, que son muy peligrosos. Pero aparte de eso, nos encontramos exactamente en la misma situación que con Alejandro Magno. Todos tenemos una vaca o unas naves a las que acudir. Todos tenemos un trabajo que no nos gusta pero que nos da de comer, todos tenemos una zona de confort en la que podemos «sobrevivir».
Pero esa zona de confort, esas naves, esa vaca, nos están limitando. Están haciendo que no podamos ir a mejor. Están haciendo que no podamos emprender. Todos tenemos una vaca.
En muchísimas ocasiones hablo con personas que no se atreven a emprender por el riesgo de dejar su trabajo actual. Dejan pasar sus sueños y la oportunidad de hacer lo que les gusta para seguir atados a esa vaca, a ese trabajo que les hace sentir «seguros». Y no se dan cuenta de todo el potencial desaprovechado que tienen. Lo digo de nuevo: Somos más capaces de lo que creemos.
Así pues, ¿cómo quemamos las naves?
DEJAR EL TRABAJO
Lo primero es lo primero. Si tenemos un trabajo, hay que dejarlo.
«Pero Joan, qué dices, estás loco, ¿cómo vamos a dejar el trabajo? Eso es un riesgo enorme, tenemos responsabilidades, hijos, hipoteca…».
Sí, ya lo sé. Pero también vais a morir en menos de cien años. ¿De verdad queréis estar atados a esa vaca durante toda vuestra vida? ¿O de verdad queréis emprender? Pues quien algo quiere, algo le cuesta.
Además, el hambre es lista. Si no tenemos hambre, seguiremos haciendo lo mismo. En el momento en que le vemos las orejas al lobo, agudizamos nuestro ingenio y esfuerzos. ¿Cuántas veces hemos oído historias de emprendedores que empezaron su propio negocio porque no encontraban trabajo? ¿Cuántas veces hemos leído sobre empresarios que no tenían dónde caerse muertos y ahora están en lo más alto? ¿Hermanos mayores que han tenido que hacer de padre de familia porque éste no estaba? ¿Qué tienen en común todos esos casos? Que todos ellos tuvieron que espabilarse.
En Estados Unidos existe lo que se llama el «Baby Effect». Se dieron cuenta de que entrevistando a emprendedores de éxito, cuando les preguntaban «¿cuándo decidiste dar el paso?», muchos respondían «cuando supe que iba a tener un hijo.»
El «efecto bebé» se produce cuando te das cuenta de que ya no eres sólo tú, sino que además hay una personita a la que quieres cuidar, educar y dar lo mejor. Eso es lo que hace que cambies tu mentalidad de «quizá podría hacer esto» a «voy a hacerlo».
¡Yo mismo me incluyo en ese grupo de emprendedores! Cuando tuve mi primer hijo y empecé a hacer números, comprendí que tenía que dejar mi trabajo para empezar a ganar dinero.
¡Pero ojo! No estoy diciendo que vayáis a presentar la dimisión ya mismo. Primero tenéis que hacer cuentas. Ya hemos hablado de ello. ¿Tenéis el capital mínimo para llevar adelante el proyecto? ¿Lo podéis pedir? Más adelante hablaremos de posibles vías de financiación y de lo que se debe ahorrar primero. En todo caso, antes de presentar la dimisión a lo loco, hagamos los deberes.
Es cierto es que si hay una buena relación con el gerente de la empresa, se puede pactar un despido para tener derecho al paro. Pero como ya hemos dicho, si es una baja voluntaria renuncias a la prestación por desempleo. Así pues, en ocasiones, puede ser interesante llegar a un pacto con la Dirección.
En caso contrario, debes conseguir esa financiación o bien establecer un plan de ahorro a corto plazo. Elimina todo lo superfluo. Date de baja del canal digital, vende todos los trastos que tienes por casa a través de Internet, trabaja horas extras, busca otro trabajo. Entra en modo «mantenimiento mínimo» hasta que tengas un ahorro equivalente a seis meses de ingresos. Y cuando llegues ahí… Quema las naves.
LA FAMILIA
Otro punto que no podemos pasar por alto es la familia. Tanto si dependes de alguien, como si alguien depende de ti, es algo que debes hablar con ellos y comunicarlo debidamente.
La primera situación es que dependas de alguien. Eso les suele ocurrir a jóvenes que acaban la carrera y, en lugar de empezar a hacer prácticas como becarios o entrevistas de trabajo, les muerde el gusanillo del emprendedor y quieren montar su propio negocio.
Que los padres te hayan pagado los estudios no quiere decir que tengan que seguir manteniéndote toda la vida mientras tú vas «probando» negocios. Eso sería injusto. Y además no deja de ser otra vaca. Sabiendo que tienes una zona de confort en la que nunca te faltará techo ni comida y que no vas a pasar hambre, no vas a dedicarte a ello de la misma forma que si tuvieras que pagarte el alquiler y la compra.
Así pues, tienes que pactar con ellos. Cuéntales tus ambiciones, tu proyecto, tu idea de negocio, tus sueños. Pero ojo, también tu modelo de negocio, tu modelo de ingresos, tu pequeño estudio de mercado. Que se vea que has hecho los deberes y que es una decisión responsable. Ser emprendedor no es ser un soñador. El soñador está en las nubes. El emprendedor fabrica un avión para llegar a ellas.
Otro punto clave es establecer fechas. Debes autoexigirte plazos y entregas. Debes HACER las cosas. Sin fechas ni límites, todo queda ambiguo, diluido, se empieza a aplazar y procrastinar y, al final, NO SE HACE NADA. Lo sé, lo he visto en múltiples ocasiones. Tres meses. Seis meses. Un año. Da igual, pero márcate un calendario. Y si en ese tiempo no lo has logrado, vete de casa. Porque lo último que les hace falta a tus padres es un parásito soñador que se ha acomodado. Y eso es lo que serás si no has lanzado tu negocio en un año. Seguro que si no tuvieras esas necesidades cubiertas, otro gallo cantaría y el proyecto estaría mucho más maduro.
¡Imponte disciplina! Durante ese tiempo, limítate. Nada de gastos superfluos, nada de tiempo ocioso. ¡Estás trabajando! En tu proyecto, sí. Pero es trabajo. Y tómatelo en serio. No digo que no puedas desconectar un domingo para ir a tomar unas cervezas con los amigos. Pero no vale adoptar una actitud de «bueno, hoy dedicaré un rato al proyecto aquel y luego voy a ver la primera temporada entera de esa serie tan buena que me he bajado de Internet». Eso no lo harías si el recibo del alquiler llegara a tu cuenta en lugar de a la de tus padres.
Otra situación completamente distinta es que tu familia dependa de ti. Si estás casado o viviendo en pareja, es otra historia. Pero especialmente si tienes hijos, ahora ya eres el padre (o madre) de familia. Eres el que «debería» traer el dinero a casa. ¿Cómo se justifica dejar un trabajo para perseguir un sueño?
Se justifica con una estrategia. Con un plan de acción. Con una hoja de cálculo con números realistas. Se justifica con el deseo de una mejor calidad de vida para todos. Con unos ingresos que permitan hacer frente a todos los gastos presentes y futuros. Pensemos que si un bebé es «caro», cuando crezca aún lo será más. Y ya no digamos lo que cuesta un adolescente.
Un hijo cuesta entre 98.000€ y 310.000€ desde que nace hasta que cumple 18 años. Y no lo digo yo. Lo dice la Confederación Española de Amas de Casa, Consumidores y Usuarios (CEACCU). Ese es el coste de mantener un hijo hasta que cumple la mayoría de edad. Lo mismo que comprar un piso.
Según los tramos de edad, el promedio de los costes es aproximadamente:
- 1 año: 7.000€ anuales.
- 2-3 años: Entre 7.500 y 11.470 €
anuales.
- 3-12 años: 4.280€
anuales.
- 12-15: Entre 5.300€ y 17.600€
anuales.
- 15-18: Entre 6.500€ y 21.680€ euros
anuales.
No es de extrañar entonces el «Efecto Bebé» que mencionábamos antes. Si tienes un trabajo en el que cobras el Salario Mínimo Interprofesional (9.172,80€ anuales actualmente) y vas a tener que gastar un promedio de 7.000€ en el bebé, más vale que montes tu propio negocio antes que el niño sea adolescente y te cueste 17.600€, o lo llevas claro.
De hecho, aunque cobraras 22.575,6€ brutos, que es el salario medio en España según el Instituto Nacional de Estadística, vas a tener muy difícil pagar esos 17.000€ que te puede costar un hijo, a no ser que comas aire y bebas lluvia.
Así que incluso a nivel ético podemos justificar dejar un trabajo «seguro» (ya hablaremos de esa aparente «seguridad» que siempre pongo entre comillas) que sabemos que en pocos años no nos dará lo suficiente. Y más aún si queremos tener más de un hijo. Si un adolescente es caro, no quieras saber cómo de caros son dos o tres.
En resumen, no os sintáis mal si queréis emprender. Eso sí, sentaos a hablar con vuestra pareja tal como antes decía que lo hicierais con los padres. Y de igual forma, hablad con ella de las ambiciones, del proyecto, de la idea de negocio y de los números que habéis hecho.