CAPÍTULO 9
La suerte llegó, y de manera curiosa, como lo suelen hacer los golpes de suerte. Paul me había dado un par de entradas gratis. La obra estaba entrando en su tercera semana, con bastante éxito, a pesar del mal tiempo, la obra sin importancia y el hecho de que nadie hubiera oído hablar de Paul. Invité a una chica que trabajaba en las revistas, que yo conocía, llamada Freda Newsome. Freda me había estado acosando hacía algún tiempo para ir al teatro. Se volvió loca por Paul tal como lo había supuesto.
Podía tener el aspecto de esos hombres de ensueño de las series, que figuran en las tapas de los semanarios femeninos. Volvió y le conversó a su editora sobre él, y también sobre la publicación de una linda doble página. Freda había estado haciendo una serie sobre caras nuevas, y temporariamente le faltaban caras.
Paul era justo lo que querían las chicas. Como decía Freda: era lindo poder asegurar a las lectoras que hombres así existen realmente.
Durrington parecía haber quedado muy atrás, en distancia y tiempo. También Jim Withers y la teoría del hermano Peter, pero mientras ella habló me volví a acordar, y con el recuerdo tuve un toque de miedo. La primera vez que había visto a Paul en Londres, le había mirado las manos y los ojos con una sensación de horror. La segunda vez, en el teatro y más tarde, casi me había olvidado de Jim Withers. Durrington y el norte y todo habían desaparecido juntos, parecía otro mundo distinto. Pero ahora, repentinamente, las palabras de Freda, de que “era lindo poder asegurar a las lectoras que hombres así existen realmente”, tenían una segunda y siniestra significación, y pensaba qué “lindo” pensaría ella que era, si hubiera oído hablar a Jim Withers.
Tuve noticias del golpe de suerte de. Paul cuando Shirley me invitó para agradecerme. Él buen viejo amigo Charlie, es maravilloso cómo le gusta hacer un favor cuando puede. La única nota áspera llegó cuando Paul dijo:
—¡No es posible que me fotografíen en este lugar! —Estaba enojado y se sentía humillado de verse obligado a qué lo pescaran en ese basural. No hubiera tenido necesidad de preocuparse. Freda vino a espiar el terreno y hacerle una entrevista. Más tarde llegaron los fotógrafos en una pequeña camioneta. Llenaron la sala de lámparas de mesa y flores, e hicieron aparecer, de repente, narcisos en el jardín. El lugar todavía parecía chico, pero de buen tono. Shirley aparecía en las fotografías en la forma en que yo sabía que podía aparecer, hermosa y etérea, y hasta prolija por una vez.
Fue una publicación doble, en colores. Un montón de vaciedades, por supuesto. Pero si el lector quiere series de ensueño, eso es lo que logra. En cuanto a los primeros sufrimientos de Paul, harían llorar a la más dura audiencia de la matinée, aun en Glasgow.
Pasa algo extraño con ese tipo de enfermiza exageración, a menudo resulta verdad. Paul fue entrevistado en el teatro, y eso estimuló la venta de entradas. La obra se afirmó. Paul ocupó la atención de todas las mujeres de Fleet Street. Fue publicitado como el líder de una nueva corriente de inteligencia en el teatro, el actor que había llegado a los ricos, en la forma más dura, y hasta como modelo de ropa para un nuevo tipo de camisas. La vieja tontería se dividió en diferentes formas.
Lo único que todavía no había aumentado suficientemente eran las entradas de Paul. Esto me lo señaló cuando fui a verlo, después de una matinée, en parte para rendirle homenaje, ese pequeño soplo de incienso profesional que a él le gustaba tanto oler, y en parte para preparar el terreno para, un pequeño complot que tenía en mente. Estaba sentado frente al espejo, todavía maquillado.
—¿Qué te parece? ¿Cómo anduvo?
—Está mucho más ajustado —dije—. Fantásticamente mejor.
Para mí fue el mismo aburrimiento de siempre, y sólo me quedé la mitad del último acto.
—Anda mejor, lo puedo percibir. Por supuesto, no es una mala obrita.
Ya se había puesto condescendiente con respecto a la obra. Dije solemnemente:
—No sería lo que es sin ti. —No hay como la crítica sincera de un buen amigo— ¿No has tenido nuevas propuestas todavía?
Se había sacado la sucia camisa que había usado en la obra, y se estaba lavando en la palangana. Levantó la mirada hacia mí, la cara chorreando agua. Los ojos tenían todavía la misma expresión atribulada, y el agua que le chorreaba la acentuaba más todavía. Pareció como si llorara sus propias miserias.
—Ni una mísera insinuación. Hubieras pensado que Everet haría algo, después de toda esa publicidad. No puedo pagar mis cuentas con fotografías de las revistas femeninas, y ni siquiera recibí honorarios por ellas. Necesito de alguien que realmente me quiera lanzar.
Yo había concebido un plan que involucraba a un empresario llamado Tony Banks, y eso era lo que tenía que manejar con cuidado. No debía presentarlo demasiado servido, o el pescado podía zafarse del anzuelo.
—Conozco a un hombre, ex actor, que acaba de ponerse como empresario. Está buscando gente nueva.
Dejé la idea colgando en el aire. No le dije que ya lo había visto a Tony, y que había mencionado su nombre.
—¿No lo conozco?
—No creo, yo lo conocí en una gira, unos cinco años atrás.
—¿Vale la pena?
Me encogí de hombros, y mencioné un par de nombres que estaban bastante bien, y que el hombre tenía registrados. Aun con la rápida mirada que le dirigí a Paul a los ojos, pude ver que estaba interesado.
—¿Cómo se llama?
—Tony Banks.
—Anthony Banks, sí creo haber oído hablar de él.
—No está mal. Encantador, conoce mucha gente, y le tienen simpatía. Tony no toma demasiadas personas.
Eso le interesó a Paul, también. Era halagador. Una sutileza.
—Él te lanzará. Si vas a ver a uno de los grandes, llegarás a ser un pequeño engranaje, a menos que estés en el nivel de estrella internacional.
—Demasiado cierto.
Paul se volvió a sentar frente al espejo.
—Dile que me llame por teléfono.
—Él no va a querer invadir la jurisdicción de Everet. Sabes cómo son de especiales los empresarios. Te diré lo que haré, voy a darme una vuelta por su oficina. Le mencionaré como por casualidad, que no estás demasiado conforme.
Pude darme cuenta de que estaba dudando si tomar la decisión y dejar a Everet.
—No te molestes —dijo dubitativamente.
—No es ninguna molestia, la oficina queda en Orange Street.
La obra de Paul se daba en el Comedy Theatre, casi al lado. —Me daré una vuelta camino a casa.
—¿Estás tú registrado en sus libros?
—No me tomaría. —Ese golpe también tuvo efecto—. Además, estoy pensando en dejar el trabajo.
—¿Qué vas a hacer?
—Espero poder encontrar un agujero en algún lugar, del lado del empresariado, tal vez.
No se afligió por mí, y cambié rápidamente de tema hacia lo que realmente le interesaba, él mismo.
—Tony es como tú —dije—, está haciendo grandes progresos. —Me sonrió.
—Qué bondadoso de tu parte ayudarme, Charlie —dijo por compromiso.
Era así, pero en cierta forma le quería hacer un favor a Tony.
—Te resultará como persona —murmuré.
Lo pensé realmente, pensé que simpatizarían mutuamente, y todo el asunto me vendría bien a mí. Tony era un muchacho de éxito.
Lo había visto con y sin trabajo durante varios años. La mayor parte del tiempo sin trabajo. Por primera vez lo conocí en una gira, cuando me habían hecho entrar para reemplazarlo en su papel. No era de sorprender que se fuera. La obra no andaba bien, y Tony no era de los que ayudan a mantener el barco a flote, excepto el propio. Sabía por instinto que cuando una obra o una persona empiezan a enmohecerse, es mejor no estar en contacto directo por si acaso se le desprende algún hongo. Yo no era tan especial.
Los largos cuchillos están en todas partes, y donde el dinero ya engrosando, los cuchillos son más largos. Pero es difícil respaldar el éxito de uno en el teatro, donde la gente es gran cosa o un pato muerto, a la luz de un contrato. Lo que se agrega a las dificultades es que los fracasos pueden ser viejos queridos compañeros de los éxitos. Esto hace que el contacto social esté amenazado por las dificultades, si es que no se hace imposible. No era que la filosofía de largo alcance le preocupara a Tony. Él andaba en la cresta de las olas Tony, era un esquiador de agua y sólo se puede hacer esquí acuático con buen tiempo.
De todos modos me gustaba Tony y me divertía.
Tenía esa rápida y alegre chispa que podía hacer que continuara una reunión, y le gustaba la gente, la disfrutaba, y la tomaba según su propia valoración, excepto cuando andaban mal de mercado, y aún entonces, les podía llegar a dar una palmada en la espalda. Nunca hacía nada por ellos, pero por lo menos el gesto demostraba que tenía alguna clase de corazón, en algún lugar.
Era bastante mayor que Paul, y había tenido oportunidad de tomar parte en los últimos albores de la comedia francesa de salón.
Tenía modales de clase social alta, aunque no había tenido la menor conexión con los de esa clase. Sus amigos, caritativos como siempre en el mundo del teatro, decían que esa modalidad le venía de un pequeño papel que había tenido en una obra de William Douglas Home, hijo de un noble o algo parecido.
La declinación de la comedia de la alta sociedad también lo hizo patinar a Tony, pero a diferencia de la mayoría de los actores, había ahorrado algo de dinero y conocía una buena cantidad de personas, tenía encanto, y era astuto para los contratos. Eso pareció favorecerle. De modo que colocó el poco dinero que tenía en el negocio de empresarios.
Yo me había encontrado con él inesperadamente, y me había contado que se había hecho empresario. Nos cruzamos los extasiados saludos de “hola cómo te va”. Un poco de corazón.
—No me está yendo demasiado mal —dijo.
Podía haber estado simulando, ya que no se lo veía muy reluciente.
—¿Tienes oficina por aquí?
—Está en Orange Street.
Yo no sabía que era Un punto crítico, no entonces, mientras caminaba con él hacia la oficina. No tenía ninguna idea en mente sino sólo una sensación de “nunca se sabe la suerte de uno”.
Pasamos por delante del Comedy Theatre. La foto de Paul había sido agrandada, desde la publicidad que había tenido, Una de esas fotos que lo hacían aparecer como una figura recortada en madera. Alguno se había enterado de las noticias y tenía un estandarte que le cruzaba las piernas que decía “uno de, nuestros más promisorios artistas”.
—No me vendría mal un par de éstos —dijo Tony.
—Yo lo conozco.
—¿Bien?
Asentí con un cabeceo. No resultaría si insistía demasiado. Lo conocía a mi Tony.
Ven a mi oficina a charlar un rato —dijo.
La oficina era lo que llaman una “invitación a entrar, de agua fría”. Empieza con alfombra, luego linóleum y, cuando se llega al piso de él, nada, excepto pedacitos de lata en el borde de los escalones. Qué tienen de bueno, no lo sé, excepto para que uno se rompa el pescuezo al bajar.
La oficina de la entrada era como todas, las conocía demasiado bien. Muchacha con máquina de escribir, un gesto despreciativo y modales de “hoy no hay reparto de papeles”. Y quién tenía que estar sentado en una silla dura, la única que había en un rincón, sino Vic Jones, de Durrington. Tenía puesto el impermeable. No acostumbraba a calentar las oficinas de recepción. Por lo menos no en forma tan notoria. Se lo veía igual que siempre. Igual de animado. Obstó mucho hacerlo caer a Vic. Le dije hola, porque le tenía simpatía, y porque es una vida de perros, estar sin trabajo. Pero antes de poder conversar con él, fui arrastrado por Tony al santuario interior.
Después de unos segundos, Tony levantó el tubo del teléfono.
—Dígale a Vic Jones que voy a estar ocupado el resto de la tarde, por favor.
—Sí, Mr. Banks. —Oí el graznido de la voz de la chica. Dejó el tubo en su lugar y se volvió a mí.
No conviene tener un montón de nombre sin importancia, si le tienes confianza al Tony Banks de este mundo. Tuvimos una conversación sobre Paul, y después de mucho hablar llegamos a ver la forma de sacárselo a Everet, sin que pareciera que lo hacíamos. Yo no mencioné ninguno de mis puntos de vista. Sé cuándo hay que quedarse quieto. De todos modos, es mejor aparentar que no se necesita dinero. Al final se sale ganando.
—¿Estás contento de haber dejado la profesión de actor? —le pregunté.
Tony me miró, y se sonrió. Tenía una sonrisa curiosamente infantil.
—Yo no era tan tremendamente bueno.
Esa era la cuestión con Tony, no se le podía tener antipatía, era tan honesto para consigo mismo.
—De todos modos —siguió— no sirvo para escupir y arañar.
—Paul tiene un carácter difícil.
No era exactamente una advertencia de gitana, pero no me iban a envolver. No en la medida de tener que llevar de vuelta ninguna lata. No se dio cuenta.
—Llámame si es que puedes hacer algo, muchacho querido.
Lo miré. No era mal parecido. Grandes simpáticos ojos marrones, pelo oscuro, un poco fino para los jóvenes. De todos modos había dejado la profesión de actor. Estaba bien como empresario.
No le dije que ya había hablado con Paul. Es mejor dejar que la gente crea que se les da una buena mano, porque no se reconoce algo si se consigue muy fácilmente. El reconocimiento hay que conseguirlo. Agárrelo usted mismo.
Una semana más tarde, nos encontramos todos en un bar, a una buena distancia del teatro, por casualidad, por supuesto. Sólo tres amigos que se encuentran y charlan sobre los viejos tiempos.
Paul y Tony establecieron buena relación. Los dos estaban en su estado de ánimo encantador. Ambos en lo mejor de cada uno, llenos de chispa y ocurrencias. Esforzándose al máximo. A pesar del hecho de que Paul era joven, buen mozo y rubio, y Tony cuarentón, grueso y de pelo negro, tenían algo en común. Creo “que la debilidad. La debilidad y el encanto. Ambos, chicos de éxito. Dos guisantes en busca de una vaina con hilos de oro.
De todos modos yo estaba contento de que simpatizaran. Eso significaba que yo me podía escabullir. Había concertado el encuentro entre dos funciones de un sábado.
Así que la llamé a Shirley. Pareció que le agradaba cuando le dije que me daría una vuelta para verla. Las tardes son solitarias para las mujeres de los actores. En cierta forma no es una desventaja.
Cuando me abrió la puerta del departamento sentí la emoción del primer día que la había visto. No tenía puestos los anteojos y me escrudiñaba con sus grises ojos miopes. Sentí la vieja, terrible ola de proteccionismo dentro de mí. Digo “terrible” porque tuve que contenerme para no tomarla en mis brazos, porque eso no me llevaría a nada. No todavía.
En ese estado dije: —Hola, Shirley.
—¡Charlie querido, qué bueno verte! ¡Pasa!
El departamento estaba un poco mejor. Había un sillón nuevo, algunas nuevas macetas con plantas, esparcidas por el lugar. Naturalmente, la mayoría necesitaba agua. La televisión estaba encendida, pero cuando entré al cuarto, Shirley la apagó inmediatamente. El lugar tenía aspecto acogedor y hogareño, las cortinas estaban corridas, el gas de la estufa estaba encendido, aunque ya era principios de mayo. Le entregué los tulipanes que le llevaba, Los colocó rápidamente en un florero. No muchas mujeres hacen eso. Les gusta tomarse tiempo para el arreglo de las flores.
—Vine porque quería contarte que Paul conoció a Tony Banks.
—¿Hoy?
Asentí con un cabeceo.
—Los presenté y me escapé. Quería contártelo. Creo que se entienden.
—¿No sería maravilloso que pudiera hacer, algo por Paul?
—Es un buen cambio.
—Paul se pone tan nervioso. Es difícil, cuando se tiene talento. Lo pone agresivo.
Conocía bien todo lo referente a la agresividad. No estaba seguro en cuanto al talento. No era que tuviera importancia. Muchos de los cisnes que nadan por el Avon son en realidad patos. Nadie lo ha descubierto, eso es todo. Comimos juntos. Mucha risa y amistad. Una atmósfera que no se puede simular. A eso de las once el niño lloró, y Shirley fue al dormitorio a alimentarlo.
Cuando Paul tocó el timbre fui yo a abrirle la puerta. Pareció sorprendido de verme, y yo emití unos sonidos del buen viejo amigo Charlie: Shirley querría saber, esperaba que hubiera salido todo bien con Tony, el talento necesita un empujón. Una cantidad de viejas chapucerías, pero se las tragó. Ése es el problema con la gente que está envuelta en su propia situación. No se dan cuenta, afortunadamente. Dijo que le había ido muy bien, pensaba que él y Tony trabajarían juntos. Luego preguntó irritado:
—¿Dónde está Shirley? —Podía muy bien haber dicho “¿Dónde está mi comida?”
—Alimentando al bebé.
Estábamos parados en el hall de entrada. De la pared colgaba un viejo espejo Victoriano, manchado, con adornos dorados. Instintivamente lo miró. La puerta del dormitorio estaba abierta, y Shirley estaba sentada frente al espejo del dormitorio. Los dos espejos se reflejaron uno al otro.
Paul miró a Shirley y al bebé, y pensé que me daba cuenta de lo que tenía en mente. Me había dicho anteriormente que odiaba todo el proceso del embarazo y la lactancia. Las comisuras de su boca denotaron disgusto. Por el rabo del ojo también miraba por el espejo. Vi una mujer inclinada con ternura sobre su bebé, la suave curva de su pecho, el bebé succionando. Para mi, era una clásica madona. Volví a mirar a Paul King y sentí un súbito arrebato de los viejos temores. El disgusto había desaparecido de su expresión. Estaba libre de verdadera emoción en ese momento, no denotaba ni ternura, ni placer, ni desagrado, sólo una especie de fría especulación. Era la misma expresión que tenía en el Durrington Theatre cuando había estado entreteniendo al nuevo alcalde, antes de casarse con Shirley. En esa ocasión, sólo Shirley había sido vulnerable. Ahora había un niño también.
Di mis excusas y me fui abruptamente. No podía hacer nada. Nada de nada. Aún más persistente era el recuerdo de Jim Withers, con sus fríos ojos, diciendo: “Yo no dije que usted pudiera protegerla. Pero la podría vengar. Dije que podría vengarla. Si lo ha hecho una vez lo puede hacer nuevamente, en otra forma por supuesto”.