Durante el primer año de ceguera, el peor momento era al despertar por la mañana. La falta de luz en la frontera entre el sueño y la vigilia me daba ganas de gritar. Poco a poco me fui acostumbrando. Ahora, cuando me despierto, lo primero que hago es tocar algo. Mi cuerpo, la sábana, las hojas talladas en el cabecero de la cama.

Cuando me desperté a la mañana siguiente, toqué la silla donde estaba mi ropa, y volví a oír la voz de Ninon, tan nítida como si hubiera apoyado una escalera contra mi ventana y estuviera sentada en el alféizar. Ya no era una niña, todavía no era una mujer.

Hoy ha sido la primera vez que he volado. Me encantó ir por encima de las nubes. Donde no hay suelo dónde poner los pies, sentía a Dios por todas partes. Papá me llevó al aeropuerto de Lyon en la moto. Primer salto, sobre los Alpes hasta Viena. Segundo salto, hasta Bratislava. Y aquí estoy en la ciudad cuyo nombre sólo era para mí un matasellos o una parte de su dirección. El Danubio es precioso, y las casas de la orilla también. Mamá estaba en el aeropuerto. Está más guapa de lo que pensaba. Y me había olvidado de lo bonita que es su voz. Estoy segura de que los hombres se enamoran de su voz. Llevaba la alianza. Su piso, que es un quinto, tiene los techos muy altos, unas ventanas muy grandes y unos muebles con las patas muy finas. Es un piso hecho para tener largas conversaciones. Todos los cajones están llenos de papeles. ¡He fisgado! Para ir a mi cuarto, tengo que salir al rellano de la escalera y abrir otra puerta con llave. Creo que esta habitación pertenecía a otro piso. Mamá me ha hablado de «un vergonzoso asunto de confidentes», pero no sé qué quería decir. Me gusta mi cuarto. Hay un árbol muy grande justo al otro lado de la ventana. ¿Qué árbol es? Deberías saberlo, me dice con su bonita voz, es una acacia. Pero lo mejor es que hay una cadena de música, y puedo oír mis cassettes.

Hace tres días que no escribo una palabra. Me lo debo de estar pasando bien.

Fui a buscar setas al bosque. Encontré éperviers. Mamá no los conocía —creía que eran pájaros sin más—, así que le dije que los haría yo. Si no sabes prepararlos, saben muy amargos. Los comimos en tortilla.

No para de hacerme preguntas. ¿Qué voy a hacer cuando pase el Bac? ¿Tengo muchos amigos? ¿Qué quiero estudiar? ¿Qué quieren estudiar ellos? ¿Qué lenguas extranjeras he estudiado? ¿Me gustaría aprender ruso? Termino diciéndole que me gustaría ser trapecista. Sin pensarlo me contesta: Hay una buena escuela de circo en Praga; me informaré. Le doy un beso porque no se ha dado cuenta de que estaba de broma.

Como es domingo, comimos en un restaurante sobre el Danubio. Antes fuimos a bañarnos. Ayer me compró un traje de baño. Negro. Bastante sexy. Me contó que una noche, hace unos años, atravesó el Danubio a nado —está prohibido—, para demostrar que todavía era joven. ¿Sola? No, contestó, pero no dijo más. Su bañador es negro y amarillo, como una abeja.

El Papa está de visita en Polonia, y durante la comida mamá habla todo el rato de lo que está pasando allí. Lech Walesa está en la clandestinidad y han declarado ilegal su sindicato. Solidarnosé, como lo llama papá. Dice mamá que el viejo general, ese que su nombre empieza por J, tiene cada vez menos posibilidades, tendrá que negociar con Walesa, lo quiera o no. La vieja guardia está acabada, me susurra. Nos tomamos otro helado. Los Brezhnevs y los Husáks no pueden durar mucho más, tendrán que irse, los van a barrer. ¿Sabes cómo llaman a nuestro presidente? —se inclina pegando la boca a mi oído—. El presidente desmemoriado, lo llaman.

¡Mamá tiene otra hija! Me he enterado. Tengo una hermana. Mamá nos quiere a las dos. Mi hermana se llama Justicia Social. Justi, para los amigos. Mamá está escribiendo un libro. Se titula «Diccionario de uso de términos políticos desde 1947 a la actualidad». Las primeras entradas son Abstención, Activista, Agente provocador... Cuando las pronuncia ella, suenan a palabras de amor. Creo que tiene un amante. Un hombre llamado Antón la telefonea todos los días, y ella le habla —no entiendo nada salvo cuando dice mi nombre—, le habla con una voz pequeñita, cálida y rasposa, como la lengua de los gatos. Le pregunto y me dice que Antón nos va a llevar de excursión al campo. Veremos. Su libro trata de mi hermana. Es más fea que yo. Pero vale más. Han llegado a la I. Idealismo, Ideología. Pronto estarán en la K. Cuando estábamos tomando café en el restaurante, entró una orquesta. Afinaron los instrumentos y se pusieron a tocar. ¡Tchaikovsky! murmura mamá entre dientes. ¡Cómo si los checos no tuviéramos nuestros propios músicos! Le pregunto si conoce a los Doors. Me dice que sí. ¿Ya Jim Morrison? No, cuéntame quién es ése, cuéntamelo. Le recito en mi mal inglés:

Strange days have found us,

Strange days have tracked us down.

They're going to destroy

Our casual joys.

We shall go on playing

Or find a new town...

Vuélvemela a decir, despacio, me pide mamá. Se la vuelvo a decir. Y ella está ahí sentada, mirándome fijamente. Después de un silencio, me dice algo que quiero pasar en seguida al diario. Ninguno de vosotros tendréis nunca, dice, el futuro por el que lo sacrificamos todo. Me sentí muy cerca de ella en ese momento. Luego, en el tranvía, lloramos un poquito, la una en el hombro de la otra, y ella me tocó la oreja, acariciándola, como intentan hacer los chicos de la escuela.