XXXVII

 

Adrián llegó a su destino a la hora de comer. Aparcó delante de la casa de su amigo José Vicente, cogió las cuartillas y la cámara de fotos y subió hasta el piso, situado en una de esas zonas de ensanche de nuevas viviendas para las parejas de recién casados de la pequeña y provinciana localidad. Nada más descender del automóvil había notado el ojo escrutador y cotilla de algunos vecinos fisgones que se asomaban discretamente a las ventanas y los portales para tratar de reconocer quién era aquel forastero con tan llamativo automóvil que invadía la tranquilidad del barrio.

Le abrió la puerta la mujer de su amigo. La reconoció vagamente; era Esperanza, Espe, la primera y única novia que había tenido Jose, y con la que se había casado. Llevaba puesta una bata de algodón o algo así de color impreciso tirando a marrón, bastante vieja por el uso, unas zapatillas de tela, sin talón, de andar por casa, y al niño pequeño en brazos. No pudo darle la mano, ni tampoco procedían los besos de rigor del saludo, porque ella llevaba en la otra mano un potito y una cucharilla con la que intentaba darle de comer al niño, que berreaba a diestro y siniestro con la boca manchada de marrón, es de suponer que de restos del potito que no parecía muy dispuesto a comerse.

En seguida salió José Vicente, con gesto sonriente y afable, como él era.

--¡Pero hombre, mira quién ha aparecido después de tanto tiempo! Ya veo que no te quisieron como cura, ¿eh? --bromeó invitándole a pasar.

--No has cambiado nada –le dijo Adrián por cumplir, ya que tal argumento refleja precisamente lo contrario: lo mucho que ha cambiado el otro, y lo que nos sorprende y no nos atrevemos a decirle.

Porque José Vicente sí había cambiado. Por aquello de que sólo percibimos el paso del tiempo en los otros, nunca en nosotros mismos, a Adrián le parecía que era él mismo quien estaba igual que siempre, mientras que su amigo parecía una persona mayor. Seguía llevando sus gafas, con las que Jose parecía haber nacido; estaba mucho más gordo, de tal forma que aquel cuerpo enfundado en otra bata también de color impreciso, pero en este caso tirando a azul, no parecía suyo, sino prestado. Iba mal afeitado y había perdido mucho pelo, pero lo cierto es que salvo todo eso, estaba igual.

Se saludaron efusivamente y pasaron sin más formulismos a la salita de estar, donde ya esperaba la mesa puesta con uno de esos aperitivos que sirven en sí mismos de comida, de tan abundantes y variados que son. En la cocina reposaba ya la paella que Espe había hecho para agasajar la visita del amigo de su marido. Porque hay que decir que a ella Adrián nunca le había caído muy bien, y menos aún cuando decidió meterse a cura. Esa profesión no la entienden las mujeres, porque lo que ha de llevarse la Iglesia, me lo llevó yo, piensan con sentido pragmático.

La casa estaba decorada como el típico piso de pareja joven con pocos pudientes, aunque eso sí, el televisor era grande, de pantalla plana y dotado de vídeo, porque la tele sigue siendo un elemento imprescindible, incluso de distinción, en según qué tipo de familia. Pero el piso olía a hogar y era acogedor. Todo, suelos, muebles, paredes… estaba cubierto de juguetes, dibujos a la cera en cartulinas de colores, peluches, restos de potitos y cáscaras de plátano, evidenciando que allí el centro de máxima atención eran los niños. En efecto, la hija mayor era muy formalita, y comió con sus papás y la visita en la mesa, mientras que el pequeño dormitaba en su cuna triunfante por haber rechazado finalmente el último tercio del tarrito de papilla.

Durante la comida los dos amigos se pusieron al día sucintamente de sus peripecias y andanzas de todos aquellos años, aunque claro está, Adrián evitó toda referencia al Mandylón, así como a su aventura con el italiano Bertone Beechasse y la secta jesuita del Vaticano. De todas formas, Jose no se lo hubiese creído nunca.

--Así que no te has casado.

--No –contestaba Adrián adoptando un tono entre culpable y resignado, ya que su amigo le había formulado aquella pregunta desde la prepotencia de quien se siente en un estado social superior y privilegiado. Seguramente es que, el matrimonio, como el sacerdocio, imprime carácter.

--Chico, pues no sabes lo que te pierdes.

Ella, Espe, no había abierto la boca durante toda la comida, preguntándose y preguntando al intruso de esa forma silente, a qué se debía tal visita. Seguramente estaba barruntando que aquella intempestiva aparición después de tantos años no traería nada bueno a su casa, pues remover en el marido viejos recuerdos de la juventud suele traer malas consecuencias en su carácter por fin domado y anestesiado por la modorra de la vida doméstica, y eso a las mujeres casadas no les gusta nada.

Tras el café de rigor (se habían molestado incluso en comprar una bandejita de pasteles), Jose propuso ver el asunto que había llevado a su amigo por allí. Se notaba que era un enamorado de su trabajo, y además, tenía ganas de demostrar a Adrián sus conocimientos avanzados y enseñarle su portentoso equipo multimedia, comprado poco a poco, ahorrando con no pocos sacrificios privándose de otros caprichos. Adrián pensaba que iban a pasar a la habitación donde Jose realizaba su trabajo, y donde tendría montado en plan despacho su equipo informático. Pero no. El ordenador, el modem, la impresora, el escaner y demás aparatología informática y pilas de CD’s y diskettes se encontraba pieza aquí pieza allá repartido por todo el salón de la casa, cohabitando con juguetes, zapatitos, tronas, ropa sin recoger, frascos de medicamentos, revistas, mandos a distancia y un sinfín de objetos que conforman la vida cotidiana de una familia como Dios manda.

--Vamos a ver qué tienes ahí. Siéntate –indicó José poniendo en marcha todos los aparatos electrónicos.

Adrián se sentó en un taburete sin respaldo, del que un instante antes Espe había arrebatado en un gesto disimulado y raudo una de sus bragas. Jose ponía a punto las máquinas, mientras sostenía en su regazo a su hija Laura, que no quería perderse aquella sesión extraordinaria de trabajo.

--Así que dices que aquí dentro hay un carrete con fotografías hechas a unos hologramas --estaba preguntándo Jose dándole vueltas a la cámara compacta.

--Eso creo.

--Bien, bien, has hecho bien en no revelarlas, porque si se trata de verdad de hologramas, en papel no se habría visto nada.

--¿Entonces qué podemos hacer?

--Déjame que piense… --decía Jose adoptando el aire reflexivo de un súper experto, aunque a la legua se notaba que él ya sabía lo que había que hacer, si bien, con aquella dilación transmitía que el asunto era complejo, y sólo un especialista como él podía resolverlo con un poco de esfuerzo, eso sí.

--Lo que hay que hacer es sacar el carrete, revelar los negativos y luego escanearlos, eso en principio.

--¿Y tú podrías…?

--Pues claro, hombre, ¿qué te crees? ¿No recuerdas que gané un premio de fotografía de las fiestas patronales? Soy un genio de la fotografía, hombre –resaltó ufano Jose--. Todavía tengo el laboratorio que me enviaron con aquel curso de fotografía por correspondencia que hice, ¿recuerdas?

No, Adrián no lo recordaba, así que mintió y dijo que sí, y luego, dócilmente, acompañó a su amigo al cuarto trastero, de donde tras andar revolviendo mil y un cachivaches, extrajo una gran caja de cartón atada con tiras de cinta adhesiva que contenía todo el citado laboratorio. En el cuarto de baño, muy a pesar de la opinión de Espe, que temía que se lo pusieran todo perdido aquellos dos niños grandes metidos en harina, Jose montó el improvisado laboratorio fotográfico y reveló el carrete, auxiliado con una pequeña linterna de juguete a la que previamente había cubierto el foco con un papelito rojo de tornasol que le había prestado Laura, muy divertida por meterse con su papá y aquel señor en el lavabo a oscuras y ella alumbrando muy seriecita con su linterna ahora roja.

Tras el revelado, Jose siguió el proceso.

--Ahora vamos a escanear uno por uno los negativos. Por cierto, no sé qué habrás fotografiado, pero aquí se ve más bien poca cosa –indicó Jose mirando el film a trasluz--. Luego, introduciremos las imágenes en un programa de 3D.

--¿Tres dé? --preguntó Adrián.

--Sí, hombre, un programa cojonudo que tengo para generar imágenes en tres dimensiones. Me lo compré porque muchas empresas constructoras para las que trabajo haciéndoles folletos publicitarios quieren ahora infografías simuladas de cómo va a quedar el bloque de pisos que están construyendo. Creo que si las imágenes de los negativos son realmente hologramas, en foto plana no se va a ver nada, pero con un programa en tres dimensiones espero que se despliegue toda la información que contienen, pues aunque no estén completos o las fotos sean parciales o mal iluminadas, con que haya una mínima zona bien clara, podemos obtener una imagen de conjunto total.

--No sé cómo vas a hacerlo, pero tú inténtalo –animó Adrián.

Mientras escaneaba y almacenaba las imágenes de los negativos, Jose le estaba explicando a su amigo:

--Un holograma se obtiene proyectando un rayo laser a través de una placa forográfica con una escena. El resultado es una imagen que parece estar en tres dimensiones, y según en el ángulo que te pongas para mirarlo, ves una zona u otra de esa imagen, como su fuera real.

--Hasta ahí me entero de todo.

--Pues bien, pero lo que pocos saben es que si fotografías por ejemplo una gota de orina, la conviertes en holograma y luego miras la imagen con un microscopio, se pueden ver, paralizados, los microbios que contenía la gota original.

--¿Eso es verdad?

--Pues claro, y como tú comprenderás, eso no sucede con la fotografía normal de una gota de meados.

--Es asombroso, no lo sabía…

--Pero además, si cojes una imagen de un holograma y la rompes en mil pedazos, verás que cada uno de ellos no corresponde al trozo determinado, como un puzzle desarmado, sino que cada uno de los trozos del holograma reproduce en pequeño exactamente la misma imagen que la original.

--No me digas… --Adrián había puesto en marcha su cabeza, y aunque a su amigo no le había dicho absolutamente nada en referencia al Secretum Templi, ahora él comenzaba a entender que los cuadros de la ermita del Mandylión realmente podían contener en su ingenio pictórico-holográfico el buscado secreto de los templarios, oculto por el antepasado de Prudencio Cotarelo.

El niño pequeño había comenzado una llantina de orquesta en todos los tonos y registros que atronaba la casa. Por lo visto, una vez que se había dormido un rato, volvía a tener hambre, pero Espe, respetando con buen criterio de madre las horas de las comidas, se negaba a saciarle su apetito, y el niño, que había salido rebelde, al contrario que su hermana, imponía su exigencia por medio de histéricos y desgarrados gritos. Sin embargo, nada de todo ello sacaba a Jose de su concentración en el trabajo.

--Y precisamente, un holograma fotografiado con una cámara normal pierde sus cualidades si la foto se saca en papel, así que lo que vamos a hacer es convertir el negativo de nuevo en holograma.

--¿Pero tú tienes laser?

--Pero hombre, Adrián, no hace falta. Para eso tengo el programa en tres dimensiones. Es que no atiendes, ¿eh? ¿No te estoy diciendo que un holograma es una foto en tres dimensiones? Pues eso, pasamos una imagen que era un holograma por un programa informático que trabaja en tres dimensiones, y ya está, holograma al canto. Si es que soy un artista…

Jose había terminado de escanear los negativos. Los había introducido en el ordenador y luego los había pasado al programa en 3D. Sólo faltaba introducir los comandos adecuados, y de un momento a otro la pantalla ofrecería la imagen de… El niño se había calmado, gracias a que su hermanita había decidido encargarse de él, y maternalmente, como hacía con sus muchas muñecas, lo había tomado en sus brazos como podía y le había sentado en el sofá para leerle uno de sus cuentos.

Jose pulsó el enter y la pantalla ofreció el resultado del procesado del programa. Poco a poco una imagen en color, todavía imprecisa y de contornos difusos, fue adaptándose a las coordenadas en tres dimensiones. La imagen era bella, pero no se apreciaba ninguna forma en particular, al contrario, parecía una pintura abstracta, entre puntillista y cubista, que crecía y crecía y se transformaba conforme el programa 3D la giraba para mostrar todos sus contornos.

--¿Qué es eso? --preguntó Adrián.

--Madre mía, madre mía…

--¿Qué?

--Madre mía… Pero si es… ¡es un fractal!

--¿Un qué? --A Adrián le pareció que su amigo usaba demasiadas de aquellas palabras raras de la informática, como si fuese un idioma nuevo que sólo entienden los iniciados de ese mundo cuyo nuevo oráculo de Delfos es el ordenador.

--Un fractal… Madre mía… pero cojones… ¿de dónde has sacado tú esto?

--Es que no sé que es un fractal de esos…

--¡Un momento, ya lo tengo! ¡Pues claro, hombre! --parecía exultante, arrebatado por una idea que le acabada de iluminar. Se levantó de la silla. Corrió hacia una estantería donde se mezclaban libros, figuritas de porcelana y de cristal, CD’s, cintas de vídeo y paquetes de diskettes. Extrajo una caja de cartón de tamaño mediano y regresó a su puesto mientras la abría y sacaba lo que a Adrián le pareció un DVD.

--¡Pues sí, es un fractal, has captado no sé cómo la imagen de un fractal, ¿entiendes?

--No –admitió lacónico Adrián.

Jose introdujo el DVD en un lector laser independiente pero conectado en red a todo el equipo.

--Con esto podemos verlo. Hacía tiempo que no lo usaba, pero ahora nos va a venir bien…

--¿El qué?

--Una joya de la informática, tío. Es el Mand FXP de Cygnus.

--Ah, claro, hombre, haberlo dicho antes… –ironizó Adrián.

--Es un software para ver el Conjunto Mandelbrot.

--¿El qué?

--Pero coño, ¿tú no estudiaste Física con los curas? El Conjunto Mandelbrot. En los años setenta el matemático francés Benoit Mandelbrot, que trabajaba con la IBM, desarrolló una ecuación a la que bautizó con su apellido. La ecuación, que se desarrolla a partir de una fórmula matemática, pertenece al área de los conjuntos, que se estudia en octavo de EGB, si es que lo recuerdas. La fórmula sirve para calcular y manejar de forma exponencial y creciente números tan grandes que hasta el desarrollo de la informática no ha podido descubrirse el resultado de lo que esos números causan.

--¿Pero qué causan?

--La series numéricas son tan grandes que sólo pueden generarse mediante un ordenador, y el resultado es un mapa gigantesco, verdaderamente enorme, pues fíjate que el más grande desarrollado (y no hacía más que empezar) tenía el tamaño de la órbita de Marte, y muestra un sinnúmero de recovecos, imágenes y secuencias lineales.

--Creo que no entiendo nada… ¿Pero eso para qué sirve?

--Pues actualmente para muchas cosas, una de ellas para contener una imagen holográfica de proporciones bestiales, como lo que creo que reproducen estos negativos, que por cierto, Dios sabe de dónde los has sacado…

--Pero eso de los fractales que has dicho antes…

--Un momento… Bien, ya está claro, es eso… Vale, ahora vamos a capturalo…

Jose volvió a levantarse con la apariencia de un niño que juega a un juego muy divertido y salió del salón. Se le oía hablar sólo mientras rebuscaba en el cuarto trastero, y Espe se echaba las manos a la cabeza pensando en la que le esperaba para poner en orden todo aquel desorden que estaba provocando. Cuando regresó Jose traía en las manos una nueva caja de cartón.

--Mira, estás de suerte, lo he encontrado --dijo sacando varios CD’s de la manoseada caja—. La verdad es que sólo lo he usado para jugar. Ya sabes, ¿recuerdas cuando nos gustaba la música del Pink Floyd, la ELO, Alan Parson…?

--A mí todavía me gusta…

--Eeeh… Bueno, pues cuando a mí me dio además por la informática, yo usaba esto para colocarme…

--¿Colocarte?

--Verás, si conectas este programa al equipo de música, reproduce en la pantalla fractales sugeridos por las ondas sonoras del disco que estés escuchando, y mientras oyes, está viendo las cosas raras y floripondios psicodélicos que se monta, vamos un flipe… Creo que voy a tener que volver a hacerlo…

Espe le lanzó desde el sofá, donde estaba viendo un programa de cotilleos, una mirada asesina, y Jose cambió de actitud. Se nota que le tenía bien domado.

         --Es el programa Fracint, un software cojonudo y muy rápido, con gran variedad de fractales y muchas opciones, como la posibilidad de conectarlo al equipo de música. Además se le pueden introducir nuevas fórmulas. No es fácil de usar al principio, pero yo me hice con él. Esta es la versión para DOS, que trabaja con 256 colores, pero hay otra para Windows y UNIX.

         --Ya, ¿y qué hace eso?, aparte de servirte como trypi psicodélico…

         --¡Ja, ja, ja, pero qué borde eres…! Pues sirve para ver fractales, claro está.

        Jose estaba cargando el programa en el ordenador, y luego había conectado la minicadena musical que tenía junto al televisor, para con un cable, unir el quipo informático al de sonido.

         --Ya veo que voy a tener que explicarte qué son los fractales.

--Mejor, sí.

--La palabra viene del latín "fractus" o "frangere": romper en fragmentos irregulares. Imagina que visualizas en cualquier programa de diseño de ordenador una pequeña imagen, un icono o un dibujo. Ahora la amplías mucho. ¿Qué sucede? Pues que la foto o el dibujo pierden definición y claridad, dado que con el aumento de tamaño has aumentado también las líneas que lo conforman, y como esas líneas no son lisas, sino rugosas, lo que aparece en la pantalla son los pixels, esa especie de serreta que forman los bordes de los contornos. Y si aumentas más, ves que esos pixels están formados por otros, y así hasta el infinito.

        --¿Quieres decir que no se acaba nunca, es una imagen infinita en la que se ahonda y se ahonda y nunca termina?

        --No sé si termina nunca o no, pero es enorme. Un fractal, en similitud a un pixel, es un objeto geométrico que como un holograma, puede dividirse en partes, de manera que esas partes son una copia reducida del total. Y con cada una de ellas se puede proceder recursivamente dividiéndola una y otra vez, y siempre obtenemos formas similares a las anteriores. Mira estas imágenes en 3D de los negativos. Partiendo del fractal de Mandelbrot hacemos zoom sobre ellas y llegamos a una versión girada y escalada del inicial –Jose tecleó en el ordenador--. Y si todo es como pienso, en cada una de las ampliaciones deberíamos observar el mismo detalle. Vamos a conetar el equipo de sonido, así veremos además qué música tienen estos fractales…

         Como no sucedía nada, Adrián preguntó:

         --¿Y eso es todo? Yo no veo nada…

          --Espera, hombre, el programa está calculando; es mucho mogollón lo que tiene que hacer…

           --Ya, pero oye, ¿en realidad qué consiguen esos fractales?

           --La base de todo son coordenadas que especifican la posición de un punto.

           ¡La posición de un punto! La alarma se encendió en la mente de Adrián; aquello sí comenzaba a tener sentido para él. ¡Un punto, claro, el lugar oculto del Secretum Templi!

           --Por ejemplo, en un espacio gigantesco, ¿cómo determinarías la posición de un punto dado? Imagina que debes encontrar un punto determinado en todo el planeta y no conoces dónde está. Bueno, ahora sería fácil hacerlo con los programas de localización GPS por medio de los satélites artificiales geoestacionarios…

          A Adrián le hervía la cabeza. Aquello es lo que andaba buscando.

          --¿Pero y si no dispusieras de GPS? Tradicionalmente desde hace mucho tiempo se usan las coordenadas de latitud y longitud, es decir Este-Oeste, Norte-Sur; al menos así es como se opera de forma teórica en un plano con las coordenadas “X” para el eje horizontal e “Y” para el eje vertical.

        ¡Cierto: la ruta oculta del Secretum Templi, con las que Colón descubrió América!, pensaba azorado Adrián sin poder apenas contener su nerviosismo. Jose seguía con sus explicaciones, mientras el ordenador aún estaba trabajando.

        --¿Pero cómo localizar ese punto en el espacio si no dispones de esas coordenadas. Pues bien, la fórmula matemática, muy sencilla, porque sólo se compone de sumas y multiplicaciones, ideada por Mandelbrot, puede resolverlo, siempre que tengas tiempo para hacer los cálculos necesarios o un ordenador que te ayude, porque de lo contrario no tendrías suficiente con una sóla vida. La ecuación de Mandelbrot determina la forma en que el punto, en relación a la posición fija del observador, se mueve por varios lugares del espacio, que unidos luego por una línea continua, conforman una imagen y una trayectoria determinada.

 

         Entonces ha sucedido.

         La pantalla ha mostrado eso. A través de los altavoces del equipo de música ha comenzado a salir ese sonido, un chasquido continuo, una vibración inquietante como surgida de un abismo… José Vicente mira asombrado lo que está apareciendo en la imagen que ofrece su ordenador, nunca ha visto una cosa así. Espe palidece sentada en el sofá; su hijo se ha arrebujado entre sus regazo asustado por el ruido que sigue saliendo del los altavoces, repetitivo, tenso… abominable.

        --¡Papi, ¿qué es eso?, tengo miedo! --gime la niña asustada, apretándose contra su padre.

        Sólo Adrián comprende lo que está sucediendo. Sólo él sabe que aquello que se está formando en la pantalla es el Secetum Templi.

 

        Adrián ha bajado a trompicones y con la mente turbia y ofuscada las escaleras y ha subido a su coche, aparcado en ese barrio de ensanche donde todos los pisos son iguales, quizá porque las vidas de todas las personas que allí habitan son iguales. Ha arrancado y se ha marchado de allí, y sólo respira hondo cuando enfila de nuevo la autovía de vuelta a casa. Espe, reaccionando por fin como una loba que proteje a sus hijos, ha pegado un tirón salvaje a los cables del ordenador y luego, a gritos, ha echado de allí al amigo de su marido; ella lo había intuido desde el principio: hay amistades peligrosas, y son ésas que se abandonan en la juventud y más tarde se retoman tempestuosamente, como florecen un mal día las malas hierbas en un campo abandonado.

        Jose, en el umbral de su casa, se había excusado como había podido por el comportamiento de su mujer. También él estaba asustado. Le hubiera gustado hablar de aquello que había visto formarse en su ordenador, que Adrián le contara cómo había conseguido una cosa así, en qué negocio andaba metido, qué era aquel siniestro ruido que había comenzado a generar el equipo de sonido… Pero su mujer, acorazada a su espalda con su bata sobada de color incierto, la niña de la mano y el niño en brazos, sólo esperaba que le despidiera cuanto antes. Como había podido, en los últimos segundos, antes de la reacción de Espe, Jose le había hecho a su amigo una copia de aquello en CD, y ahora Adrián conduce con el disco compacto en el bolsillo de su chaqueta, casi temiendo que esa cosa pueda cobrar vida y le arrastre a Dios sabe qué vasto limbo infinito….

 

 

 

 

Secretum templi
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