XX

 

Las fervorosas y febriles rogativas de Adrián a Dios para que no permitiera que su fe le abandonara en los últimos meses que había pasado en el Seminario estaban a punto de dar su fruto, sin que él todavía pudiera saberlo. La fe, esa fe que se le escapaba inexorable como la arena de una ampolleta o el agua de una clepsidra al mismo ritmo que ahora dilapidaba su infructuosa vida, era la que le había hecho sentir el rutilante estado de gracia que había experimentado tan sólo en dos ocasiones en su vida: los primeros días ardorosos de creencia ciega (antes de que ocurriera aquella abominación), mientras estudiaba en el Seminario; y por segunda vez en su vida, la noche que había pasado con Natalia.

Se encontraba Adrián estos días en ociosa espera en el bellísimo entorno ribereño del lago de Garda, tratando de dilucidar en su mente atormentada por las dudas qué era más divino, si aquel fervor religioso que le inundara antaño o la tibieza suave de los piececitos de Natalia. Y en tal estado idiotizado y casi cataléptico habría permanecido semanas o meses, de no ser porque un buen día regresó al palacio Bertone Berchasse, aunque sin Natalia, como Adrián tenía la secreta esperanza. En su lugar, el modisto traía consigo a un viejo profesor francés. Y venía dispuesto a explicar su plan conocido como Proyecto Teseo, en el que según dijo, Treky, aquel nuevo huesped y Adrián, estaban implicados, cada uno desde su especialidad particular.

--¿Y cuál es mi especialidad? --preguntó Adrián sin ninguna convicción.

--Dios, querido amigo. Usted ha estudiado Su teoría, la Teología; eso nos servirá ahora para reconocerle cuando, como espero, le tengamos delante –indicó Berchasse.

Desde luego, pensó Adrián, aquel exordio al Plan prometía. Y mucho más lo creyó así cuando el modisto, al día siguiente, hechas las presentaciones y explicadas las circunstancias, expuso a los tres invitados su alucinante proyecto:

--Les diré en primer lugar que a nadie sirvo ni represento, ni de nadie dependo. Gracias a mi fortuna, por qué no decirlo, soy absolutamente independiente. He llegado tan lejos en mi éxito personal y profesional que desde hace unos pocos años el planeta se me ha quedado pequeño. Poseo varias casas y castillos repartidos por todo el mundo, un avión privado, un yate de 40 metros de eslora, me codeo con todos los personajes más importantes de la Tierra… Perdonen la vanidad con la que les hablo, pero es difícil alcanzar en esta vida mayor reconocimiento y posición. Sé que pasaré a la historia como uno de los grandes de la moda de todos los tiempos, soy ya una especie de semidiós vivo en este mundo donde impera la fama, el triunfo y el dinero. Lo tengo todo, y sin embargo, desde hace unos años, al carecer de nuevas metas y retos, nunca hasta ahora me había sentido tan vacío. Quizá por eso he abandonado la gestión y administración de mis empresas en manos seguras y de confianza, y yo, en secreto, me he embarcado en el estudio de otros campos que no son los míos. Triunfé tan pronto en la moda que la vorágine del show bussines me arrastró, y ahora me doy cuenta de que estoy en la cumbre, es cierto, pero allá abajo dejé mis deseos de adolescente, mis sueños, mis verdaderas aficiones… Al mundo le sorprendería saber que Bertone Berchasse, el príncipe del glamour y el lujo, es un ser también espiritual y humano. Por eso, ahora que puedo, he vuelto de lleno a mis antiguas aficiones, he investigado materias tan asombrosas como la alquimia, la gnosis, incluso el esoterismo y las ciencias ocultas… Pero señores, delante de ustedes, verdaderos expertos en su campo, lo confieso, tienen a un hombre más apasionado que culto; y por ello pronto he llegado a un limite en mis investigaciones privadas. Sin embargo, eso no quita que debido a mi condición de hombre de éxito y homosexual (parece que a los homosexuales todo el mundo nos toma como inocentes o un poco imbéciles), he tenido la oportunidad de conocer gentes de muy diversa procedencia; y entre ellos, y es a quien me refiero para ir centrando el tema de la conversación, a muchas de las casas reales de Europa. Por resumirles este extremo, en el que debo guardar la debida discreción, he podido conocer muy de cerca a la actual familia real de Italia, la Casa de Saboya en el exilio. El heredero del trono de Italia es un hombre encantador, de agradable conversación, que añora y ama profundamente a su país. Pues bien, en el transcurso de nuestras conversaciones en Portugal, donde reside, surgió hace unos años el tema de una reliquia que había pertenecido desde siglos a la Casa de Saboya. Y digo había, porque el heredero lamentaba mucho haberla perdido de vista desde que su antepasado, el duque de Aosta, Amadeo de Saboya, renunció a la corona y se recogió en un monasterio, desentendiéndose de todo. Desde entonces, el rastro de esa reliquia, que ya habrán adivinado ustedes que es el Mandylión, se pierde en Turín, ciudad de la Sábana Santa, de casi incontables iglesias y sacerdotes, pero donde por contra, más viva es la presencia de Satán y sus acólitos.

--¡Oh, mon Dieu! --exclamó el profesor Lousteau.

--¡Pa cagarse! --terció Treky por su parte.

Adrián no dijo nada, efectivamente conocía esos datos debido a su pasado de ex seminarista. Bertone Berchasse siguió explicando:

--Desde entonces he dedicado mi tiempo y mi dinero a investigar sobre esa reliquia y a localizarla. Completé la primera parte de mis pesquisas al determinar que existían varios Mandyliones, porque hay muchas falsificaciones o simplemente copias  –el profesor Lousteau asintió--, pero uno, el más fiable de todos los que se conservan, estaba en el sur de España.

--¿Y cómo sabía que era el más fiable? --preguntó Treky.

--Porque los detalles que prueban su autenticidad están contenidos en un manuscrito griego muy antiguo llamado el Obeliscum que se encontraba perdido en la voluminosa biblioteca del monasterio de Santa Catalina, en el monete Sinaí, hasta que nuestro buen amigo el profesor Claude Lousteau, fue y lo recuperó del olvido. Sin embargo, antes de que eso ocurriera, mi intuición me decía que el Mandylión de España era el auténtico, por eso no reparé en acercarme a él por el método que fuera. Aunque soy homosexual, lo que por cierto no es un impedimento físico, seduje a una de mis modelos españolas de alta costura llamada Gabriela y me casé con ella, y hasta tuvimos una hija; lo hice porque soy un gran conocedor de España –dijo mirando a Adrián, quien a su vez le miraba con cara de asombro--, y sé que allí son muy remilgados y no ven bien que dos personas que viven juntas no estén casadas, y si lo están, que no tengan hijos. Y yo no quería levantar ningún tipo de sospecha que tirara al traste mi plan. Una vez cumplidos los trámites familiares compré una casa de campo cerca del santuario donde supe que se guardaba la reliquia, y pasaba allí largas estancias estudiando el terreno, esperando el momento propicio de poder completar la segunda fase del plan para hacerme con ella. Las cosas se han precipitado un poco, y el expolio no se ha producido de acuerdo a mis planes iniciales; pero bien, quizá haya sido mejor así, porque ahora todos creerán que el Mandylión ha perecido en el incendio que ha arrasado hace poco la ermita. Así que si no hay reliquia nadie se molestará en seguir buscándola, mientras que como ustedes saben, el Mandylión de España está en mi poder. En cuanto al manuscrito que había en el monasterio de Santa Catalina, yo no lo he visto, pero el profesor Lousteau, aquí presente, sí, y como me ha revelado durante el viaje, él ha tenido la oportunidad de examinarlo y ver que efectivamente corrobora y autentifica la existencia del Mandylión, que parece contener la clave principal del enigma. Por eso, aunque los del Vaticano se hayan quedado con el Obeliscum, a nosotros no nos hace falta. Lo importante es que contamos con el profesor Lousteau y sus conocimientos, y ahora nos va a prestar su ayuda para descifrar nuestro santo lienzo con el rostro de Cristo… o de quien sea.

El profesor asintió en silencio mirando tímidamente a los demás.

--¿Y qué plan es ese en el que parece que coinciden usted y el Vaticano? --preguntó ya intrigado Adrián.

--La búsqueda del fabuloso tesoro que los templarios embarcaron desde Francia hacia un lugar desconocido. Un tesoro con miles de kilos de oro y reliquias, entre ellas, según parece, el Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley.

Hubo un significativo momento de silencio en el que los cuatro hombres intercambiaron sus miradas entre incrédulas y asombradas. Luego Berchasse continuó:

--Me estoy refiriendo al llamado Secretum Templi de la Orden del Temple. Ahora nosotros, gracias al Mandylión y a las nuevas tecnologías, vamos a descubrir ese enigma, el mismo que muy posiblemente buscaba Cristóbal Colón cuando programó su gran viaje a las Indias. ¡Señores –proclamó de pronto Bertone Berchasse alzando la voz y levantándose de su asiento--, yo afirmo que no ha acabado la era de los descubrimientos; aquí y ahora me designo como el nuevo almirante de la mar oceana en busca del Secretum Templi, y les invito a seguir conmigo la estela de los conquistadores y la ruta de la flota templaria allende los mares!

 

 

 

Secretum templi
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