XXIV

 

Sin duda es que con el descanso y con el estómago lleno se comporta uno de forma más elocuente, porque el caso es que al otro día, sumidos los cuatro hombres en el aroma del café y el tabaco, tradicionales estimulantes de la buena conversación, se concitó entonces una acalorada tertulia que se prolongó hasta bien entrado el día. Era aquel un curioso conciliábulo integrado por el multimillonario dandy encaprichado de su ambicioso sueño por encontrar una inmensa fortuna perdida, el profesor que ha llegado al final de su carrera sin contaminarse del aburrido dogmatismo académico, y que confía más en las versiones paralelas de la intrahistoria que en los libros de texto, y quiere ver corroborada su teoría para obtener un sonado triunfo académico que acalle las rechuflas y objeciones de sus compañeros; el hacker adolescente tan abrumado por su falta de cultura y de patrimonio como ufano de su conocimiento específico en informática, verdadera ciencia esotérica de nuestra era. Y junto a ellos, Adrián, un hombre decepcionado, desencantado y escéptico, lo que es incluso peor que agnóstico; atormentado por la certeza de que su vida estaba siendo una huida o una búsqueda de Dios, pero en todo caso ciega, ya que Él ni se le ocultaba ni se le manifestaba, y he ahí la amarga diatriba a la que se enfrentaba desde que abandonó el Seminario.

Y sin embargo, aquella improvisada tertulia mañanera, a su inicial pesar, iba a girar precisamente en torno a Dios. Había abierto el fuego Claude Lousteau al preguntarle su opinión “como teólogo” sobre la asociación posible entre el término Secretum Templi y el concepto de Dios, pues al profesor le sonaba que alguien ya había establecido esa conexión, y había visto que los que trabajaban en aquel laboratorio secreto del Vaticano donde había estado manejaban esa hipótesis.

--Sí, así es –comenzó a explicar Adrián con cierta desgana y displicencia--, el término Secretum Templi también se asocia con el misterioso Baphomet de los templarios, y éste, a través de enrevesadas teorías, con el denominado Punto Omega, término que aparece en las obras del jesuita Teilhard de Chardin…

--¡Los Jesuitas, ¿lo ven?, lo sabía, siempre los Jesuitas.., c’est la Conspiration! --interrumpió Lousteau constatando el hecho y levantando al mismo tiempo la copa de coñac que se había servido tras el desayuno, como si celebrara la evidencia confirmada entre esa, en apariencia, casual conexión.

--Pero –siguió Adrián— hay que decir que la denominación se debe originariamente al abate Roca, un hombre enigmático, del que se sabe que era católico, ocultista, socialista, y por tanto, seguramente masón…

--¡Ah, bien sur, la Masonería! ¡La Conspiration, la Conspiration…--volvió a apostillar el profesor, que cuanto más bebía más hablaba en su lengua materna.

--Normal, era hijo de su tiempo, el final del siglo XIX y en Francia, un hormiguero gigante de logias…

--¡Y que lo diga! --confirmó un tanto alegre de más Claude Lousteau, poco acostumbrado al alcohol.

--El abate había sido educado por los Carmelitas, ordenado sacerdote en 1858 y nombrado canónigo de Perpiñán en 1869. Residió en España, donde estuvo en contacto con los socialistas utópicos, esos que comenzaron inspirándose en los Comuneros de Castilla, y luego viajó por Estados Unidos, Italia y Suiza, lugares en donde estudió las ciencias ocultas, su gran pasión secreta.

--Un hombre sabio –indicó Berchasse.

--Como se negó a admitir la infalibilidad del Papa, la Iglesia le suspende a divinis, y es entonces cuando se dedica de lleno a sus estudios de ocultismo, incluso de satanismo, pues como saben, ambos extremos se tocan en el mito de Prometeo, y no es infrecuente que lo satánico y lo religioso vayan muchas veces unidos. Después, entra en contacto con los Rosa-Cruces…

--¡Ah, et voilá!, los Rosa-Cruces, todo concuerda, ¿lo ven? ¿C’est la Conspiration! --gritó Lousteau excitado por el alcohol matutino.

--Sí, el abate se mueve por entonces en torno a la Orden Rosa Cruz, de Josephin Peladan, frecuenta a los cabalistas y a los Martinistas…

--No conozco esa Orden –interrumpió Berchasse.

--No es una orden, es una sociedad secreta, fue fundada por Martinés de Pascually –aclaró Adrián, y siguió--: Se hace en suma una autoridad en la materia en los cenáculos ocultistas de París. Es entonces cuando va dejando caer por ahí que conoce ciertos documentos antiquísimos de origen gnóstico que demuestran que el hombre puede ponerse en contacto directo con Dios si conoce las claves ocultas para ello. La Orden Kabalística de la Rosa Cruz, de Stanislas de Guaita, le abre sus puertas y admite iniciarle en sus ritos, pero él asegura no reconocer otra iniciación que la de “Cristo hizo a los doce y a los setenta y dos”, aunque nadie sabe quienes son los setenta y dos esos.

--¡Ah, si, si, señor mío –interrumpió el profesor--, pues claro; se trata de los setenta y dos iniciados del Invisible College, la sociedad oculta precursora de la Royal Society británica; ¡pues claro, el Colegio Invisible, creado en 1645 por Elías Ashmole! Era el punto de confluencia entre Hermetismo y Masonería, y Ashmole el precursor de la transición de la antigua Masonería a la Gran Logia de Inglaterra fundada por Anderson y Desaguliers…

--Ah, bien –admitió Adrián, sin conceder demasiada importancia a esas conexiones tan rebuscadas--. Pues el caso es que el abate Roca escribe varios libros entre lo religioso y lo político, donde declara que la Masonería está llamada a unificar “ciencia e iniciación”…

--¡¿Lo ven?! ¡La Conspiration! --alguien debería haberle sugerido al profesor que no bebiera más; se estaba poniendo realmente eufórico con el hallazgo de secretas conexiones.

--…y en esos libros deja caer frases tan crípticas como esta: “Si Cristo-Hombre es, como el Verbo encarnado, Hijo de Dios, es también, en consecuencia, el Universo entero y, especialmente toda la Humanidad o, mejor dicho, la innumerable serie de las Humanidades viajeras”.

--¡Pues claro! --estalló Claude Lousteau-- ¡Las Humanidades viajeras; los argonautas de Dios, se refiere a los buscadores del Secretum; él sabía, él sabía..!

--Profesor –reconvino Berchasse--, ¿qué tal si dejamos acabar a nuestro amigo Adrián?

--Y entonces –continuó Adrián--, en la cumbre de su carrera y su fama mística, participa en el congreso masónico celebrado en 1889 por el Gran Oriente de Francia, donde por primera vez se habla del “Cristo Cósmico” y el “Punto Omega”. Luego la Iglesia le excomulga por juntarse con masones, aunque quizá fuese en realidad por revelar secretos sobre la naturaleza de Dios, tal como hizo Prometeo. Y hoy día, muchos años más tarde, en nuestra época, el abate Roca está considerado el precursor de la Teología de la Liberación, que como saben tiene un buen puntal en Suramérica con la Compañía de Jesús.

--¡Todo concuerda, todo concuerda! ¡Los Jesuitas, los templarios, la Conspiration…! --repetía exultante el profesor.

--Pues como acabo de indicarles, el concepto de Punto Omega fue retomado más tarde por Teilhard de Chardin en sus escritos, que por cierto nunca gozaron de la aprobación canónica de la Iglesia. Muchos creen que las ideas de Teilhard provenían del abate Roca, aunque tampoco hay que olvidar que cuando Teilhard fue ordenado sacerdote la Compañía le envió como primer destino a El Cairo…

--¡Ah, bien sur!, siguiendo la pista del Obeliscum del monasterio de Santa Catalina.

--…luego también viajaría por Extremo Oriente y China. ¿Buscando qué? No se sabe, pero el caso es que en sus textos habla del final del proceso evolutivo de la Humanidad, al que llama Punto Omega, como ven, un término igual al del abate Roca. Teilhard hace frecuente alusión a la frase del Apocalipsis donde Dios se califica a sí mismo como “el Alfa y el Omega, el principio y el fin”.

--Muy interesante –atajó Berchasse--, ¿pero no estaba un poco volado ese Chardin suyo?

--Puede ser, de hecho su libro donde indica todo esto mereció duras críticas, incluídas las de la propia Iglesia, como ya he dicho. Peter Medawar indicó que “el libro de Teilhard de Chardín no puede leerse sin una sensación de sofoco, asfixia y búsqueda fútil de algún sentido… En su mayor parte son tonterías, elaboradas mediante todo un variado conjunto de vanidosas piruetas metafísicas, y sólo se puede evitar acusar a su autor de falta de honradez en base a que antes de haber engañado a los demás, se ha tomado muy en serio la labor de engañarse a sí mismo”.

--Lo que yo digo, no sé si basarse en las teorías de ese tipo es buena idea –insistió Berchasse.

--No olvidemos que era jesuita, y esos cuando afirman algo es para negarlo o para decir todo lo contrario. Y en cualquier forma, todo lo que insinúa en sus escritos como en clave, también coincide con lo que se narra en las Sagradas Escrituras: allí Dios se dirige en primera persona a Moisés indicándole que cuando regrese hable en Su Nombre al pueblo, y Moisés le pregunta entonces que en nombre de quién ha de hacerlo. Y ahí es cuando Dios pronuncia la conocida frase Ehié Asher Ehié, cuya traducción conocemos por “Yo Soy el que Soy”. Sin embargo no es así, porque la frase está formulada en tiempo futuro, así que parece que lo que quiso decir Dios es “Yo Seré el que Seré”.

--¡Es verdad! --intervino el profesor Lousteau--, tiene razón, nunca me había detenido a pensarlo. Claramente, la palabra Ehié tiene una traducción similar a la de “caer”, viene de la misma raíz que el término árabe hawiya, que significa abismo. La traducción ha de repetir el sentido de la frase y su contexto, de manera que viene a significar lo que puede suceder, existir, llegar a ser, acontecer… ¡Es cierto, Dios habla en futuro!

--Eso es –confirmó Adrián--; está por llegar, o como dice Küng, ese conocido teólogo alemán, la frase dicha por Dios  “no contiene una explicación de la esencia de Dios, sino que entraña más bien una descripción de la voluntad de Dios”. O sea, que Dios no sería un Ser, sino una Acción…

--¿Y qué hay más activo en el Universo que ninguna otra cosa? --preguntó Lousteau, respondiéndose a renglón seguido--: ¡El tiempo. El tiempo lo circunscribe todo, la materia y el espacio!

--Tiempo, espacio y materia conjugados…, eso es teóricamente el Secretum Templi –remachó Adrián, ya más acalorado por la conversación; estaba transfigurado, haciendo gala de sus conocimientos teológicos, y parecía por primera vez “entender”.

--Claro –le secundaba el profesor--; hay que comprender el sentido temporal de Dios que existe en el mundo semita, o en el árabe, porque Alá dice de Sí Mismo: Ana dahr, o sea, “Yo soy el tiempo”.

--Y Dios no “es” un “Ser”, sino que Él mismo es el “Ser”, así que “Yo Soy el que Soy” quiere decir el que está siendo permanentemente, y por tanto el que será… --completó Adrián.

--Ciertamente, todo es un error de traducción de los evangelistas, porque el texto ha pasado del hebreo al arameo, luego al griego, más tarde al latín y de ahí a las lenguas modernas, y traducir la mentalidad hebrea a la mentalidad griega es una equivocación. El semita trabaja con la forma, el color, la textura…, por el contrario, el griego es abstracto, conceptual…

Aquel mano a mano entre los dos exaltados huéspedes no habría acabado nunca si no hubiese sido por la intervención de Treky.

--Pero vamos a ver, tengo la cabeza como una olla de grillos, ¿me queréis resumir así, en sencillo, pa mi mentalidad informatizá, de qué coño estáis hablando, y qué tiene que ver eso con el Secretum Templi? Vamos, porque según creo yo el Secretum que buscamos ya había quedao claro que es un lugar, así de fácil, sin tanta paja mental…

--Las preguntas complejas requieren explicaciones sencillas –gruñó el profesor.

--El Secretum Templi puede ser, para que lo entiendas, eso que los antiguos llamaban Dios –aventuró Adrián--, porque no es nada y es todo a la vez, es la vida eterna porque no se puede destruir. Quizá lo comprendas mejor si te resumo la curiosa teoría de Frank J. Tipler, experto norteamericano en Física Cuántica, que opina que Teilhard de Chardin tenía razón.

--No creo que entienda yo eso –indicó Treky temiéndose una nueva andanada de argumentos místicos.

--Al contrario, lo vas a entender mejor que nadie, más aún, te va a encantar, porque resumiendo mucho, Tipler dice que Dios es un súper programa informático, y que nos resucitará a todos al final de los tiempos, cuando el Universo llegue a su punto máximo de inflexión (el Big Crunch), por medio de realidad virtual…

--¡Anda la hostia!

--…Los humanos somos máquinas bioquímicas y el alma no es más que un programa o software de ordenador que se pone en marcha gracias al hardware del cerebro.

--¡Toma ya!

--Según Tipler, la teoría de la vida eterna es la siguiente: como la mayor parte del espacio y el tiempo se encuentran en el futuro y no en el pasado, y como el Universo conocido ha existido al menos durante 20.000 millones de años, le quedan para extinguirse, o sea, para llegar al punto de inflexión al menos otros 100.000 millones. Por eso Dios se califica de futuro, porque existe ahora, existió en el pasado pero también existirá en el futuro, es inmanente al Universo físico, al espacio, al tiempo y a la materia; y ese Algo sin numen cambia constantemente, pero al mismo tiempo es inmutable, es “fijo”, y por lo visto, según los cuánticos, será en el futuro donde adquirirá su máxima identidad. Es, para que lo entiendas mejor, como un potentísimo ordenador que autoamplía su capacidad por momentos.

--¡Joder, eso sí que está bien, ese Dios es la hostia!

--Pero eso de que nos resucitará en un programa informático como si fuéramos un chip, qué quiere que le diga… --objetó el profesor no muy conforme.

--Pues es algo bastante parecido. Tipler le da una explicación estrictamente matemática al asunto. Mire, la cantidad de información que puede almacenarse en una esfera de radio R, según la teoría de Bekenstein, es menor o igual que 3x1043 bits multiplicados por la masa dentro de la esfera medida en kilogramos, y multiplicados por el radio de la esfera medido en metros. Si tenemos en cuenta que el ser humano tiene una masa menor que 100 kilos (bueno, algunos) –dijo irónicamente mirando a la barriga de Treky--, y mide menos de dos metros de alto (o sea, que cabe dentro de una esfera de dos metros de radio, igual que el famoso esquema del hombre dentro de un círculo y un pentáculo, obra del arquitecto Vitrubio), para codificar a una persona hacen falta como mucho 3x1045 bits, porque no existen más de 101045 posibles estados cuánticos en el ser humano.

--¡Pfiuuuuuu! --silbó Treky ante la enormidad de los números aventurados--, con razón dices que Dios es un ordenador potentísimo.

--Claro, porque con un ordenador lo suficientemente capaz, y el conocimiento del Genoma Humano de cada persona, que ya está prácticamente descifrado, se podría resucitar a los muertos realizando una simulación informática previa de todas las formas de vida posibles contenidas en el ADN. O sea, la suprema herejía, el hombre comiendo del Árbol de la Ciencia.

--Pero en todo caso eso sería realidad virtual, como usted acaba de decir, no serían las verdaderas personas resucitadas… --razonó Berchasse.

--No se podrían distinguir, serían lo mismo, igual que no se puede distinguir un programa de ordenador original de una copia. Así, el cuerpo virtual resucitado sería sobrehumano, o sea, perfecto, porque asumiría las mismas características que el programa que lo resucitó: Dios. Por ello, no en vano seríamos llamados hijos de Dios, como Cristo; y de hecho, Jesucristo pudo ser el primer experimento de Dios-Hardware-Software para simular a un ser humano después de su muerte, y por eso tras la resurrección los apóstoles le ven radiante y en “cuerpo espiritual”, como lo denomina San Pablo; o “Cristo Cósmico”, como le llamaba el abate Roca. Quizá esto mismo es lo que quería decir Anselmo de Canterbury cuando en su Argumento Ontológico afirmaba que “Dios es el ser más perfecto que se pueda pensar. Si Dios no existiera, el ser que pensamos como Dios no sería el más perfecto, porque podríamos pensar otro que, además de sus perfecciones, tuviera la existencia como cualidad necesaria de su esencia. Luego éste sería más perfecto, y por ello sería en verdad Dios, tal como se quería demostrar”.

--¡Menudo follón! --exclamó Treky.

--No es totalmente prístino, no –subrayó el profesor Lousteau por su lado.

--¿A que no? --admitió Adrián, sonriendo--. Pues esas son las cosas que estudiábamos en el Seminario... Pero déjenme que continúe. Tomás de Aquino no estaba de acuerdo con el razonamiento de Anselmo, de hecho lo rechazó por ser una transición del orden de las ideas al orden de las cosas reales, de la retórica, a la realidad; del nombre, a la cosa nombrada; pues tal como dijo Kant, “la existencia no es un predicado”.

--Pero es que entonces no conocían la informática –señaló Berchasse poniendo una nota de humor para rebajar el derrotero intelectual que estaba tomando la conversación.

--Pues claro. Dios es to eso y más: ¡multimedia! --zanjó eufórico Treky.

El día había transcurrido por entero así, entre esas y otras muchas elucubraciones teológicas y místicas. Aquella jornada tan especial, que había servido para unir a los cuatro hombres, y en la que Adrián había desempolvado por primera vez en mucho tiempo sus conocimientos adquiridos en el Seminario, había transcurrido tranquila, y había terminado temprano. Tras una frugal cena, todos se había retirado a descansar. Al otro día comenzaba de forma oficial la investigación para determinar el rumbo en dirección al Secretum Templi.

 

 

 

Secretum templi
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