DÍA 14

En la cúpula del hotel, Rania contemplaba el espectáculo cambiante de las auroras que llenaban el cielo de Barnard. El sol entraba en una nueva fase de erupciones solares y la actividad magnética en el sistema era intensa, ofreciendo una mágica sucesión de drapeados multicolores. La bóveda celeste lucía sus mejores galas para la fiesta, un guiño del universo dirigido personalmente a ellos.

El ambiente que se vivía en el mundo de Barnard era de optimismo. Se había firmado un armisticio entre la Coalición y el gobierno terrestre que, de momento, garantizaría que los mundos de la CML no serían atacados. Barnard se había salvado y su medio millón de habitantes no repararía en gastos para celebrarlo. Ahora se abría un nuevo proceso no exento de dificultades, en el que Alessandro debería poner orden en su propia casa, apartar de los puestos de poder a la gente de Brancazio e impulsar la reforma prometida. El almirante Boneh había acatado el acuerdo y la cúpula militar en la Tierra se vio obligada a respaldarlo ante la alternativa de provocar una escisión en el ejército.

El trabajo que Erengish tenía ante sí era igualmente complicado. Debía deshacerse del sector extremista que conspiró con sus homólogos de la Unión, y explicar a los aliados de la Coalición que deberían realizarse concesiones y renunciar a algunos objetivos si se pretendía alcanzar la paz. El camino estaba empedrado de dificultades, pero no había otro mejor que transitar.

Y los Lum habían prometido no interferir más. No les interesaban los asuntos humanos y pedían —exigían— un trato recíproco, ahora que podían valerse por sí mismos. La galaxia era lo bastante grande para que no hubiera roces entre ambas especies y los Lum conocían de antemano dónde estaban los prados más verdes, o por lo menos dónde estaban hace dos eones.

Rania seguía dudando de las verdaderas motivaciones de los alienígenas. ¿Realmente pretendían que los humanos se autodestruyesen? No les habría costado mucho esfuerzo fabricar unas cuantas sondas como la de Marte, cebarlas de bombas de punto cero y dirigirlas contra la Tierra. Pero no lo hicieron. ¿Por qué?

Tal vez no eran la clase de monstruos que ella creía y sabían que la vida era un bien escaso. Quién podría saberlo. Eran alienígenas, sus motivos no tenían que corresponder con los de los humanos. Quizá todo se reducía a un juego, una prueba de inteligencia: ¿merecía el hombre un lugar entre las estrellas? Bien, dispongamos el tablero para que demuestre sus habilidades en una situación límite. Los Lum no habían corrido auténtico peligro, el supersólido incrustado en el corazón de Nuxlum era virtualmente indestructible; incluso en el improbable caso de que la flota combinada de la Unión y la CML hubiera devastado la superficie planetaria, el corazón cristalino de Nuxlum habría seguido allí por toda la eternidad, esperando otra ocasión.

Contempló de nuevo las cortinas de colores que ondeaban plácidamente en la noche. ¿Qué se ocultaba tras ese telón? Recordó las palabras de Jajhreen: «el animal que nos rodea les tiene deparadas otras sorpresas, y si algún día las descubren se arrepentirán de haberlas buscado. Si quiere lanzarse al océano, descubrirá que lo que su experiencia, su sentido común le han dictado hasta ahora, apenas le sirven de algo. Puede guardarlo en un baúl y facturarlo de regreso, no necesitará ese equipaje».

¿Habían logrado los Lum echar un vistazo entre bastidores? Y si era así, ¿qué habían descubierto, y por qué no querían compartir ese conocimiento con ellos?

Soren llamó a la puerta, recordándole que llegarían con retraso a la recepción. Ella pulsó el botón de polarización y acabó de vestirse. La ventana se tornó opaca, ocultando el espectáculo de auroras polares.

Si el universo fuera un lugar que pudiesen comprender, no merecería la pena que saliesen a explorarlo, pensó.