DÍA 4

I

A bordo de la nave científica Honshu, en órbita marciana, se respiraba un ambiente de euforia. Meses de trabajo y millones de creds invertidos en el proyecto Fosas Medusa estaban a punto de dar su fruto. Niurka Takeshita, comandante de la misión, y un pequeño grupo de físicos e ingenieros, se habían congregado en el puente de mando para contemplar las imágenes transmitidas en tiempo real desde la excavación. El topo había llegado por fin a su objetivo.

—¿Cuándo podremos sacar el mascón de ahí? —le preguntó Taira, ingeniero jefe de la nave.

—La pregunta es si será prudente moverlo de su emplazamiento actual —dijo la comandante—. He estudiado el informe de Naruse acerca del flujo de neutrinos del cono, y tanto la temperatura como la emisión han aumentado en las últimas horas. Creo que el cono y el mascón descubierto por el topo han entrado en fase.

La cámara de televisión del robot excavador dejó abruptamente de emitir. Niurka presentía que algo iba a torcerse de un momento a otro y llamó a Naruse.

—No sé qué ha ocurrido —dijo éste, exhibiendo un semblante envejecido—. Tuvimos una avería en el topo, pero la arreglamos y —la pantalla crepitó con ruido de estática— … refrige… posiblemente el…

—Recibo muy mal tu señal, Naruse.

—…sión de… ddffss…errss…

La comunicación se cortó.

—Esto no puede ser una casualidad. Alguien nos está interfiriendo.

—Comandante, detecto una perturbación gravitatoria en cuadrante 4.25.678 —informó uno de los controladores.

—Procésala y en pantalla. Pasamos a situación de alerta máxima.

A cincuenta kilómetros de la Honshu, una burbuja de energía sacudió el espacio circundante. La nave científica osciló a babor, azotada por una ola invisible. De la perturbación energética brotó un artefacto de forma bulbosa.

—Fuego en cuanto el objetivo esté a tiro —ordenó Niurka.

—Está penetrando en la atmósfera marciana, comandante. Se ha zambullido como un meteoro.

—Ese piloto está loco, ni siquiera ha calculado el vector de entrada. Quemará sus escudos de ablación. ¿Trayectoria?

—Directamente hacia Fosas Medusa.

—Fantástico.

Las primeras imágenes en alta resolución del intruso, procesadas por el ordenador, aparecieron en los monitores. Niurka no daba crédito a lo que veía.

—¿Alguien tiene idea de qué demonios es eso?

—No lo sé —respondió Taira—. Pero no me gustaría estar allí abajo cuando impacte contra la base.

* * *

—El circuito de refrigeración podría haberse averiado, aunque… ¿Me oyes? —Naruse verificó nerviosamente los datos de la consola—. No te recibo bien, amplifica tu señal, quizás se trate de nuestro equipo.

No hubo respuesta, y la débil señal que todavía captaba de la Honshu se diluyó en una fritura de electrones. Un tenebroso pensamiento comenzó a aletear a su alrededor y echó un vistazo al monitor de seguimiento del topo. Aunque la cámara de televisión seguía sin transmitir nada, las imágenes del vehículo oruga donde estaban Kenji y los demás le llegaban sin interferencias.

—¡Largaos inmediatamente de ahí! —bramó Naruse por el micrófono.

—¿Qué estás diciendo? —protestó Kenji—. Sólo es otra avería, nada que no podamos solucionar.

—No hay tiempo para discutir. Pisa el acelerador y alejaos todo lo que podáis del pozo de perforación.

Kenji bufó y masculló en japonés, pero acató la orden. No le molestaba tanto alejarse como que Naruse le hablase en ese tono y no le explicase qué ocurría.

Tampoco sería necesario, porque Kenji vio instantes después con sus propios ojos el motivo de la emergencia.

Un objeto bulboso de unos veinte metros de envergadura descendía sobre su posición, quedándose suspendido en la vertical del pozo. Un temblor seguido de una llama de energía, y la nave volvió a remontar el vuelo en dirección a la base, ignorando al oruga.

Kenji siguió el curso del artefacto con unos prismáticos. Poco después, una columna de humo se levantó a lo lejos.

Para cuando llegaron a la base, la nave atacante ya se había ido. Los módulos del complejo no habían sufrido daños aparentes, pero había un cráter en la zona que conducía a la cámara subterránea del cono. Fuera quien fuese el agresor, su ataque quirúrgico y rápido contra dos blancos bien delimitados revelaba que sabía perfectamente lo que ellos habían descubierto. Ni siquiera se había entretenido en destruir las instalaciones.

Naruse le estaba esperando en el hangar. Inevitablemente, Necker también. El general estaba ansioso por tener unas palabras con ellos, y esta vez no dejaría que le engañasen.

* * *

En la Honshu, Niurka y el jefe de ingenieros estudiaban con desconcierto los datos procesados por el ordenador. La nave intrusa no pertenecía a ninguno de los modelos conocidos, ya fueran de la Unión o de la CML. En su diseño no aparecían cohetes de impulsión ni mecanismo alguno que les diese una pista de cómo se movía. Su forma de penetrar frontalmente en la atmósfera marciana era todavía más enigmática. Una nave convencional se habría desintegrado en el intento.

El aspecto externo del aparato era igualmente desconcertante: formas bulbosas, redondeadas, un pedazo enorme de carne salpicado de tumores. Si su capacidad de sorpresa ya había sido puesta a prueba con los hallazgos de Fosas Medusa, aquella nave surgida de la nada volvía a poner en cuestión todos los fundamentos de su mundo que, hasta su entrada en el proyecto de Marte, suponía tan sólidos y razonables.

—De algo podemos estar seguros —dijo Taira—. La nave es una sonda robot. Ningún organismo resistiría las bruscas aceleraciones de ese aparato.

—Ningún organismo que conozcamos —respondió ella—. Esa nave no es de las nuestras, ni de la CML.

—Podríamos pedir ayuda a la Unión. Ellos disponen de más datos.

—No voy a dejar que los militares entren en esto y echen a perder nuestro trabajo. Bastantes problemas tienen ya ahí abajo con el general.

Los instrumentos detectaron la veloz ascensión de la sonda a través de la atmósfera marciana. Niurka actuó igualmente con rapidez. Era una presa demasiado apetitosa para dejarla escapar.

La Honshu lanzó un misil en rumbo de interceptación, que se fragmentó en ocho ojivas desplegadas en abanico. Ninguna de ellas tenía potencia suficiente para destruir el objetivo a menos que fuera más endeble de lo que creían, pero le causaría daños apreciables.

Una de las ojivas impactó lateralmente contra la sonda. Niurka aprovechó ese momento para radiar un haz de pulso magnético que inutilizaría los sistemas de navegación enemigos, o cuando menos impediría realizar el salto cuántico. Todo eran, por supuesto, conjeturas. Ni siquiera sabían si a bordo de la sonda había algún componente electrónico que pudiese ser afectado.

La forma bulbosa adquirió un color amarillo intenso, quizás su forma de disipar el calor, y trató de formar una burbuja para huir; pero aunque la oscilación del espacio fue perceptible en la Honshu, a veinte kilómetros de distancia, no dispuso de la suficiente energía para formar el túnel.

Niurka envió un mensaje en espanglés y en veinte lenguas más. No hubo respuesta.

—Tal vez hayamos dañado su sistema de comunicación —dijo Taira—. Deberíamos abordar la sonda antes de que tenga tiempo de autorrepararse.

La Honshu se aproximó lentamente al artefacto, que había variado del amarillo a un tono verdoso. Los instrumentos no detectaban actividad a bordo.

—Preparad un hurón con un soplete láser de alta potencia —ordenó Niurka—. Quiero echar un vistazo ahí dentro.

Las comunicaciones con Fosas Medusa se restauraron. Hubo un grito de júbilo en la nave, pero las malas noticias vinieron después, y aunque la alegría de que todos seguían vivos pudo más que el desánimo, pocos disimularon su frustración cuando se supo que la cámara subterránea había sido destruida. Igual destino había seguido el topo perforador y la concentración de masa descubierta bajo las Fosas.

Al ser informado de la captura de la sonda, Naruse urgió a la comandante para ser traslado a la órbita. Necker había conseguido el envío de un destacamento que tomaría el control del complejo.

—Mi trabajo aquí ha terminado —dijo—. Si en algo os puedo ser útil es en la Honshu. Solicito una lanzadera que nos recoja esta misma tarde, antes de que vengan los militares.

—Necker no dejará que te marches —le contestó Niurka.

—En este momento no puede encañonarme con un arma. Mañana, tal vez, pero no le daré esa ocasión.

La comandante dudaba. Necker no sabía nada realmente importante y podía ser convencido de que el responsable del ataque era un comando de la Coalición. Cuando las aguas se calmasen se marcharían, pero para eso necesitaba a Naruse allí abajo. El doctor Kenji no servía para lidiar con los militares, carecía de mano izquierda.

—Por mucho que te repugne, no podemos desobedecer las órdenes de un general de la Unión en uso de sus atribuciones —dijo Niurka, tratando de sonar razonable.

—Puedo, y lo haré. Necker no puede retenerme contra mi voluntad. Eso se llama secuestro.

—Te equivocas. Se llama arresto y puede prolongarse todo el tiempo que a Necker le dé la gana.

—Quizás no me haya explicado bien. Para que Necker me obligue a quedarme tendría que saber que quiero irme. Y yo no se lo voy a decir. Me reuniré con la lanzadera a veinte kilómetros al norte de la base. Así no sospechará nada y para cuando se dé cuenta de que me he ido, será tarde. No desobedeceré explícitamente ninguna orden y así no te meteré en ningún lío. ¿De acuerdo?

Niurka consultó a Taira. Sabía por qué Naruse estaba ansioso de subir a bordo. No era por la presión de Necker, ni por las tropas en camino. Contempló en el visor panorámico la sonda de aspecto canceroso situada a estribor de la Honshu. Un par de garfios remolcadores se habían hundido unos centímetros en su blindaje aparentemente débil, pero suficiente para penetrar en la atmósfera sin desintegrarse. ¿De qué estaba hecho? ¿Quién la había construido? Y lo más importante, ¿qué motivos tenían sus dueños para enviarla a Fosas Medusa y destruir un proyecto que ni la propia Unión conocía?

—Te mandaré la lanzadera —suspiró ella—. Y, por el bien de todos, espero no arrepentirme.

II

El arrepentimiento no era una cualidad que los Lum apreciasen, y cerciorarse de que la Coalición respetaba sus acuerdos era el principal motivo de la presencia del embajador Jajhreen a bordo del Independencia. Había otros más, desde luego, pero de momento el más inmediato era la defensa de Nuxlum. La flota de la Coalición había tomado posiciones para bloquear cualquier intento de atacar las instalaciones de superficie, y en particular para defender el astillero orbital en construcción, considerado punto estratégico de vital importancia por el comandante Erengish.

Los Lum, por su parte, habían organizado su propio sistema defensivo, basado en amplificar la curvatura local del espacio generada por la masa del planeta. El embajador no había accedido a dar detalles sobre ese sistema, pero era demasiado evidente para la Coalición que los Lum habían enterrado en la corteza de Nuxlum condensaciones artificiales de masa, conocidas como mascones, que ocasionalmente variaban el rumbo de las naves que descendían de órbita. Los mapas de gravimetría del planeta señalaban los puntos donde los mascones estaban enterrados, y las oscilaciones de campo acusaban su origen artificial. Siguiendo la política de facilitar únicamente lo imprescindible, los Lum no habían revelado de qué eran capaces realmente esos mascones, y si serían eficaces para desviar la trayectoria de un enjambre de misiles que se dirigieran desde varios puntos contra la superficie. La tecnología implicada en aquel misterioso sistema defensivo desbordaba a los físicos de la Coalición, reacios a admitir que aquel supuesto campo de distorsión gravítica funcionase, pero ansiosos por asistir a una demostración práctica.

No era ése el deseo de Erengish, que habría deseado evitar una confrontación directa tan temprana. El uso de misiles Ariete había cogido desprevenidos a los mundos de la Coalición, que comenzaban a temer que aquella no fuese sino la primera demostración de una serie de sorpresas desagradables. Había varios motivos para pensar así, la red informática Gnosis de la que se valía la Unión había dado en los últimos días signos de una febril actividad, reforzando el blindaje de sus códigos. Los agentes de la Coalición atravesaban serias dificultades en su trabajo, sometidos a la presión de la policía, del ejército y de las IA del gobierno, a la caza de cualquier conversación que les delatara.

Erengish sabía que la Unión planeaba una acción espectacular en los próximos días, y la salva de Arietes era el aperitivo de lo que estaba por venir. Las naves de la CML eran más rápidas, pero también eran pocas y mal armadas en comparación con las que poseía el gobierno terrestre. Si éste conseguía superar la desventaja táctica de los generadores de efecto túnel, el movimiento de separación de las colonias se vería en apuros.

—Comandante, le noto preocupado —dijo el embajador, acercándose al sillón de mando.

Erengish entornó los ojos. El Lum le sonreía, afable, pero era difícil saber si sería su verdadera expresión o una pose. En una ocasión retó al Lum a una partida de cartas, sólo por la curiosidad de ver cómo sostendría los naipes con los pulgares oponibles; pero Jajhreen rechazó la oferta. Consideraba los juegos de azar un atavismo de la cultura humana, aficionada a creer que el universo seguía reglas intencionales que podían ser sistematizadas. «¿Qué extraño egocentrismo impulsa a un hombre a jugar a la lotería, si sabe que sólo tiene una posibilidad entre veinte millones de ganar? Yo se lo diré. En el fondo, cada uno de ustedes se supone predestinado para una gran misión. No saben exactamente qué es, pero se sienten únicos y suponen que el universo es consciente de sus existencias, y que pueden domesticarlo con sus ridículos rituales. Pero el universo es una bestia a menudo mortal que no consiente ser domada. Toda su vida la pasan esperando algo, proyectando sus deseos hacia el futuro. Y el futuro no existe».

—Comandante, ¿le ocurre algo?

Erengish levantó la vista de la consola. El Lum le observaba con tibio interés.

—¿Qué quiso decir con que el futuro no existe?

El Lum se frotó el mentón, un gesto aprendido en sus observaciones a los humanos que no figuraba en su repertorio inicial.

—Oh, no debería tomar mis palabras en sentido literal. Quería que entendiese que nuestras líneas temporales no están prefijadas por nadie ni por nada. Cada uno es dueño de su destino y responsable de sus actos. Físicamente hablando, el tiempo es un concepto subjetivo que depende del observador y de su sistema de referencias, pero…

—He estudiado relatividad, embajador. Puede ahorrarse su didacticismo.

—La verdad, su especie tiene tendencia a emplear gran parte de su tiempo en algo que no existe: proyecta planes para el futuro, pensando en lo que va a hacer mañana, pasado mañana o dentro de diez años, y apenas se para a pensar que el presente es lo único que tiene.

—¿Piensa que los humanos no tenemos porvenir, embajador? ¿Por eso dijo que el futuro no existe?

—Coloca en mis labios palabras que no he pronunciado. Comandante, sé lo susceptibles que son, pero nuestras intenciones no pueden ser más claras, vamos a transformar Nuxlum en un entorno acorde con nuestras necesidades y no queremos que interfieran en el proceso.

—Hay algo en todo esto que no consigo entender. Su red de distorsión planetaria parece muy sofisticada, en comparación con nuestras primitivas naves de combate. ¿Para qué nos necesitan?

—Bueno, comandante, confieso que hasta ahora no ha sido puesta a prueba. Quizás ustedes confíen en el azar, pero nosotros no queremos arriesgarnos. Aunque todos los misiles fuesen desviados de su trayectoria, quizás uno de ellos lograse impactar por pura casualidad contra uno de nuestros asentamientos. No deseamos aventuras que podamos evitar.

—Siempre juegan sobre seguro, ¿eh?

—Nosotros no jugamos. Ustedes sí, y Brusi es un apostante nato. El comercio es una apuesta, una asunción constante de riesgos para conseguir un beneficio.

—Los Lum también asumieron riesgos cuando pactaron con la Coalición.

—Necesitábamos su ayuda. La necesidad no es comercio o juego, es un imperativo.

Brusi entró al puente de mando. Se acababa de despertar de una siesta y contuvo un bostezo mientras les saludaba.

—Tenía un dolor de cabeza terrible y me tomé un par de calmantes —se disculpó Brusi—. ¿Tiene algún efecto secundario en el organismo atravesar un túnel cuántico.

—Su jaqueca es debido a los cambios de aceleración de la nave —dijo Erengish—. Sobrevivirá.

El ejecutivo de Transbank contempló el panel táctico de la nave, sin entender nada de lo que veía.

—¿Cuándo llegarán los Ariete a Nuxlum?

—Lo ignoramos. La Unión ha debido calcular la salida de la corriente Lisarz muy cerca de la órbita, para no darnos ventaja. Si los detectásemos a larga distancia, nuestras naves podrían utilizar el motor GET para destruir los misiles antes de que hubieran entrado en el sistema.

—Eso significa que sus hombres tendrán poco tiempo para interceptarlos.

—Sí, y entra dentro de lo posible que uno de ellos destruya el Independencia. Ya le advertí que la misión encerraba riesgos.

Brusi se aferró al borde de una mesa. Sus tripas se retorcieron. Había sido mala idea tomar hígado frito en el desayuno, y el recuerdo del plato le produjo una arcada.

—Vuelva al camarote y quédese allí. Yo le avisaré cuando esto haya terminado.

Brusi asintió y abandonó el puente envuelto en un bochornoso silencio. Erengish suspiró con alivio, agradeciendo que aquel individuo no estuviese allí cuando la fiesta comenzase.

La espera se prolongó más de lo calculado. Erengish repasaba sistemáticamente los datos de la flota que orbitaba Nuxlum. El noventa y nueve por ciento de la vida de un militar consistía en esperar. Las maniobras y las clases de estrategia sólo eran una forma de buscar cierta productividad a ese tiempo ocioso. En los momentos previos a la tormenta, el reloj se detenía para él; incluso el aire olía de manera diferente, como si el oxígeno se transformase en ozono por la tensión del ambiente, o quizás porque las moléculas se movían de otro modo. Su mente divagaba buscando escape a la tensión. El tiempo es un concepto subjetivo, había dicho Jajhreen, acaso insinuando un significado oculto de la relatividad. Al fin y al cabo, ¿qué era la física del siglo XXIV comparada con la de una civilización que cabalgaba por las estrellas cuando los primeros gusanos reptaban en el fango terrestre?

Y sin embargo, los Lum se habían extinguido. Ni su ciencia ni su acervo cultural fueron suficientes para garantizar su supervivencia. Los Lum ni eran perfectos ni conocían todas las respuestas; si las tuviesen, ahora dominarían la galaxia. Jajhreen no era superior a él, sólo distinto. Su condescendencia estaba calculada para mantenerle en un plano de aventajado aprendiz.

Pero tenerle cerca le inquietaba. Pese a sus ademanes corteses, sabía que le miraba por encima del hombro. Cualquier comentario del Lum sobre los humanos siempre derivaba en una comparación más o menos denigrante.

—¿Qué error cometieron para desaparecer? —el tono de Erengish era de curiosidad, no de afrenta.

—Me hacen ustedes esa pregunta todos los días —sonrió el Lum—. Francamente no sé qué utilidad pueden ver en algo que sucedió hace dos mil millones de años.

—Y siempre que alguien se la formula, usted contesta con evasivas.

—En tal caso, ¿por qué insiste?

Erengish recibió una llamada por el intercom. El capitán del Libertad, la nave más alejada de la órbita, acababa de detectar doce objetos que se movían a gran velocidad.

—Con su permiso, abandono el puente —dijo el Lum—. No deseo distraerle de su trabajo.

Erengish agradeció el gesto. Su mente se sumergió en el panel táctico.

* * *

Rania volvió urgentemente del yacimiento. Tenía una llamada por lazo cuántico de Krim, clasificada con código rojo, y eso significaba que aunque estuviese al otro lado de Gea, debía dejar lo que estuviese haciendo y acudir al campamento para establecer la comunicación. No era el caso, el yacimiento se encontraba a pocos kilómetros de la base y con el todoterreno la distancia se cubría en escasos minutos, pero Rania estaba alarmada. Era la primera vez que Krim usaba el código rojo y el líder de Tierra Viva no se distinguía por hacer llamadas de emergencia a la ligera.

El protocolo de actuación en esa clase de situaciones era claro. Aun a su pesar, Rania pidió a los dos técnicos de transmisiones que abandonaran la tienda y no dejasen pasar a nadie hasta que hubiese terminado. Herb tenía la virtud de aparecer en el momento más inoportuno.

Activó la secuencia de comandos en la consola y se dispuso a esperar. Rania intuía de qué podía tratarse, pero también creía poseer el talento de imaginar problemas que acababan saltando a la realidad poco después de pensarlos, una especie de alerta temprana para catástrofes e infortunios, así que prefirió dejar la mente en blanco.

El ordenador le avisó que el enlace se había realizado con éxito. El flujo de partículas cuánticas ligadas a través de un caprichoso proceso, que tenía más de magia que de lógica, permitía la comunicación en tiempo real desde cualquier punto del espacio. Su cerebro analítico podía asimilar las ecuaciones, pero su razón rechazaba las conclusiones matemáticas y había aprendido que, para acercarse sin prejuicios al mundo subatómico, lo más prudente era dejar la lógica aparcada en segunda fila. Para enredarlo todo venían los Lum con su generador de efecto túnel, el puntapié definitivo al castillo de naipes de la física moderna. ¿Existía realmente una línea divisoria entre el mundo subatómico y el macrocosmos? No era fácil responder a eso. Afirmar la existencia de ese muro contradecía las evidencias; negarla, se admitía implícitamente que el cosmos tenía un sustrato irracional, o al menos, una lógica que rebasaba los límites del cerebro humano.

El rostro de Krim se materializó en la pantalla, dos grandes bolsas negras bajo los párpados y una mirada de fatiga. La magia subatómica volvía a demostrarle lo frágil que era esa frontera.

—No tienes buena cara —observó ella—. ¿Qué ocurre? ¿Se cae el universo a pedazos? ¿Se va a transformar el sol de Gea en nova?

—El ejército de la Unión ha fracasado en su primer ataque contra Nuxlum. Erengish me ha informado de que la flota de la CML acaba de destruir una docena de misiles pilotados por IA. Una nave de la Coalición resultó gravemente dañada, pero la operación ha sido un éxito. Seis heridos y ninguna baja.

—Eso es estupendo, Krim, y felicita a Erengish de mi parte, pero ¿un código rojo para recibir buenas noticias? He avisado a los que trabajaban en la excavación para que regresasen al campamento y la gente está asustada.

—Has hecho bien avisándolos. Esta victoria es una humillación para el gobierno de la Tierra, y la Unión va a forzar una escalada bélica sin precedentes. La represión sobre las colonias será brutal y la flota de la Coalición no puede estar simultáneamente en todos los sistemas amenazados, aun contando con el motor GET.

—Quieres decir que otros ataques como el de Nuxlum están ya en curso.

—Comprendo lo valioso que es el yacimiento alienígena que estáis estudiando, pero tu prioridad ahora es mantener a tu equipo con vida. Recoge el campamento y traslada a la gente al emplazamiento subterráneo de reserva. Por si no fuera suficiente, tendré listas algunas de nuestras naves para la evacuación si se diese el caso.

—Yo misma te sugerí el cambio de emplazamiento hace dos días.

—No creía que los acontecimientos fueran a precipitarse.

—Erengish en cambio sí lo sabía. Desplegó la flota sin notificárnoslo. Ha puesto en peligro nuestra seguridad y deberíamos hacer algo en ese sentido.

—No saques las cosas de quicio, Rania. Erengish no puede someter a consulta sus decisiones a cada momento.

—Sólo pido un mínimo de información. Es lo menos que nos debe por el apoyo que le estamos dando.

—La alianza con la Coalición ya fue discutida y aprobada en asamblea. No tiene objeto resucitar de nuevo esa discusión.

—Transbank tiene un peso evidente en los mundos de la CML. Sé lo que planean hacer con Gea en cuanto esto acabe.

—Hablaremos de eso en otra ocasión; ahora me reclaman otros asuntos, Rania. Suerte.

Ella sonrió sin ganas, antes de que la comunicación se cortase. Suerte. ¿Qué era eso? Debería preguntar a sus compañeros si alguien la había visto últimamente.

III

Paws, desde luego, no. La última vez que le rozó fue hace diez años, un quinto premio de apenas mil creds que rápidamente gastó en juergas, fortuna que jamás volvería a repetirse. Desde entonces había ido dando bandazos de un lugar a otro, lo único que se le daba hacer bien sin esfuerzo.

Hasta recalar en aquel siniestro quirófano.

Había sido inmovilizado con correas y sólo podía girar la cabeza un poco. A su izquierda, un monitor controlaba sus constantes vitales emitiendo un pitido intermitente e irritante. A la derecha, una bandeja con material esterilizado y un mecano electrónico del que salían tres brazos articulados. Un enfermero lo había atado hace un rato, le pegó unas ventosas en el pecho y luego se había largado dejándole que se cociese en su propia angustia. Por su cabeza cruzaron imágenes abominables: su bazo, corazón e hígado vendidos en el mercado negro en paquetes al vacío. Nelser había estado implicado en tráfico de órganos, así que no era un temor descabellado. Olaya le parecía un buen tipo, por lo menos cuando estaba sobrio, pero los médicos del gobierno estaban pésimamente pagados, igual que el resto de funcionarios de la Unión, y era fácil que algunos se sacasen un sobresueldo a costa de vísceras ajenas. Si ese día Olaya iba lo bastante cargado, sus escrúpulos, tan loables como intangibles, pesarían menos en la balanza que un fajo de billetes con el que tapar muchos agujeros.

Si así tenía que acabar, mejor que se hubiese quedado en Nuxlum. Allí habría podido destruir la base, y de ese modo la Coalición no habría contactado con los Lum; y sin los motores GET proporcionados por los alienígenas, las naves de la CML habrían sido presa fácil para los cruceros de la Unión y la guerra civil no habría estallado. Paws tuvo en sus manos evitar la masacre y prefirió salvarse a sí mismo.

Qué reconfortante, pensó. ¿Por qué no entraba ya el cirujano y acababa de una vez? Tal vez su hígado o sus pulmones sirviesen para salvar vidas, aunque tenía dudas fundadas al respecto.

Pero él no podía adivinar lo que iba a suceder después. ¿O sí? La máquina Serpell que se escondía en el núcleo de Nuxlum les había matado a todos, excepto a él. Debería haber previsto lo que ocurriría si los fetos que Nelser incubaba en el sótano se convertían alguna vez en seres adultos. Tenía que haber volado la base, aunque eso hubiese significado morir. Demonios, ni siquiera eso; podría haber colocado temporizadores y huir en la Hevelius. Qué estúpido había sido. ¿Por qué no lo hizo?

Olaya entró en el quirófano, vestido con un traje verde brillante que le recordó a un matarife. Nadie más le acompañaba. El brazo articulado haría las veces de auxiliar y anestesista, para abaratar los costos de la operación.

—¿Cuánto te han pagado, eh? —gritó Paws—. Jodido embustero, pensaba que eras una buena persona.

—No hay buenas ni malas personas —dijo Olaya—. El gris es el color de moda. La vida depende de matices y tonos.

—No, mi vida depende de tu bisturí, no del puto color gris. ¿Qué hay de tu juramento hipocrático? Maldito seas, espero que te pudras en el infierno.

—¿Qué te hace pensar que existe? ¿Acaso eres creyente? Verás, yo creo en el segundo principio de la termodinámica. Tarde o temprano, todo se convierte en basura.

—Oh, cállate ya.

—En serio, ¿de verdad piensas que después de muerto alguien hará justicia por ti? ¿Por qué? La justicia está ausente del mundo real, y para que exista un infierno al que vayan los malos antes debe haber justicia. No, Paws, estás equivocado y tú no le importas un bledo a nadie.

Olaya le estaba quitando las correas.

—Bueno, excepto a mí —dijo el médico—. Pero eso una excepción, así que no te confíes.

—No lo entiendo; primero me atan y luego vienes tú y me sueltas. ¿Qué juego es este? ¿Queréis matarme a sustos?

—Te lo explicaré. La central de la UPOL en la Tierra ha mostrado un interés especial por ti. Tu declaración no les basta, y me han ordenado que te implante en el lóbulo frontal un chip Eyex, necesario para usar el neuroescáner. Enviarán uno de estos equipos pronto.

—¿Y por qué vas a desobedecerles? Estaba atado en la camilla de pies y manos, no podía resistirme.

—Yo soy médico, no un títere del ejército. Los neuroescáneres son ilegales y ni Brancazio ni los generales de la Unión podrán obligarme a usarlos.

—Pero en cuanto detecten que no llevo ese chip en el cerebro, se darán cuenta.

—Me han encomendado el uso del escáner contigo. Por lo visto no han podido enredar a otro médico en Marte para este trabajo. Hoy has vuelto a nacer, chaval —Olaya sacó dos vasos y una botella de coñac oculta en el fondo de un armario, tras una pila de gasas—. Celebrémoslo.

Paws bebió con ganas. Estaba equivocado, la suerte existía y él estaba en racha. Debía considerar que tenía el don de salir sano y salvo con todas las probabilidades en contra. Se salvó de una muerte segura en la mina, fue el único superviviente de Nuxlum y ahora encontraba a un tipo que le ayudaba sin pedir nada a cambio. ¿Se había vuelto el mundo cuerdo? Aquello no podía ser real, quizás se había quedado colgado en uno de sus viajes de multirrealidad y en esos momentos estaba tendido en el suelo, con la hiena de Jimmu dando vueltas a su alrededor, registrando sus bolsillos. O tal vez estuviese todavía en estasis a bordo de la Hevelius, en el viaje de vuelta la Tierra. ¿Cómo podía estar seguro de que Olaya no era un producto de su fantasía?

Tomó otro sorbo de coñac. Era auténtico, su paladar se lo decía, sus papilas gustativas no le engañaban. Sabía que era una prueba absurda, pero carecía de algo más sólido a lo que aferrarse.

—Ese discurso de la justicia lo he oído yo antes —recordó—. Nelser, nuestro matasanos en Nuxlum, se lo soltó una vez a Keil. El gaznápiro quedó muy impresionado con la perorata que le largó el viejo.

—Imagino que cuando abrimos a alguien en canal y descubrimos las tripas de que estamos hechos, perdemos unos cuantos mitos por el camino —dijo Olaya—. Nelser debió ser un buen hombre.

—En absoluto. Era el peor de todos.

—Quizás no lo trataste lo suficiente.

—Tú no estuviste allí, no sabes lo que sucedió. Nelser era un monstruo, pero no el único. La Unión nos mandó a Nuxlum porque éramos prescindibles, nadie nos echaría de menos si no volvíamos. Para ellos éramos escoria.

—Los únicos que se merecen ese calificativo son los que os mandaron allí, y no me extrañaría que el jefe de la UPOL estuviese implicado en lo que sucedió. En la Unión no se tira un escupitajo sin que Brancazio lo sepa. Ahora quieren que te exprima hasta la última neurona para reproducir por computadora lo que os sucedió en Nuxlum, como si no lo supiesen ya.

—Aunque eso signifique mi muerte.

—Podrías quedarte como un vegetal, que es peor. Verás, en algunos hospitales todavía se usan chips neuronales para rescatar información del cerebro de pacientes terminales antes de que fallezcan, pero sólo si el enfermo, o en su defecto los familiares, lo piden.

—Sé lo que son los cibernoides —dijo Paws, recordando al hijo muerto de Luria, revivido en una cubeta de tejido nervioso.

—Los militares inventaron la técnica, la ensayaban en personas sanas, pero las secuelas que dejaba en los sujetos con quienes se experimentó fueron irreversibles, por eso se declararon ilegales. La versión que se usa en los hospitales es menos dañina, y únicamente con enfermos desahuciados. Huelga decir que a Brancazio le importan poco las leyes que dicta el Congreso.

—Si detestas tanto el sistema, ¿por qué no trabajas para la Coalición? Necesitan especialistas como tú. Podría conseguirte un empleo mejor pagado que éste.

—Qué ingenuo eres, Paws. Son los mismos perros con distintos collares; aunque la CML ganase la guerra, ¿crees que cambiaría algo? Los poderes económicos que apoyan a la Coalición sustituirán al gobierno para que todo siga igual, con menor control estatal sobre sus operaciones. Los bancos son los dueños de las fábricas, los transportes, los servicios, actúan como si el dinero depositado en las cuentas no fuera de los impositores, sino de sus directivos, y ahora también se sienten dueños de nuestras vidas. Por eso han comenzado esta guerra. Sin dinero que financiase la aventura de la Coalición no se habría iniciado la revuelta. Ya no se contentan con robarnos el doce por ciento de cada transacción, y si mueren miles, millones o miles de millones de personas, les dará igual. Cada cred que inviertan en la guerra lo recibirán multiplicado por mil. El mayor usurero de la historia no habría soñado con un interés tan alto.

La consola emitió un zumbido. Olaya había insertado un programa que simulase la operación, para cubrirse las espaldas. A todos los efectos, el equipo del quirófano conservaría los registros de una intervención con detalles minuciosos de anestesia, encefalograma, presión sanguínea e incluso observaciones dictadas por el neurocirujano, y una falsa monitorización del paciente durante el postoperatorio. Además de al alcohol, Olaya era adicto del detalle.

—¿Y si la Unión te descubre? —inquirió Paws—. ¿Adónde irás?

—Cuando suceda, si sucede, ya me preocuparé por eso. De momento solucionaré lo de la operación, y cuando venga el equipo de neuroescáner arreglaré lo demás. Tengo unos cuantos amigos en Marte que podrán ayudarnos.