DÍA 8

I

La grabación de Hiraya había concluido. Naruse y Niurka se intercambiaron una mirada de interrogación. Las palabras de su presidenta eran claras y no dejaban otra alternativa: debían explicar a los militares todo lo concerniente al proyecto Fosas Medusa. La situación política en Tokio era asfixiante e Hiraya no había tenido otro remedio que conceder la autorización.

Necker entró en la sala acompañado de un alto funcionario del gobierno, Luis Triviño, designado por el presidente Alessandro para mantener al ejecutivo al tanto de las operaciones. El delegado Triviño no había sido acogido con buenos ojos por los mandos, que consideraban su presencia en el Némesis una intromisión del poder político en la inminente ofensiva contra la Coalición, pero Alessandro había sido muy explícito en este extremo. No deseaba que aquella operación se le fuese de las manos y acabase en una carnicería.

Taira no asistía a la reunión. Los técnicos de la flota habían reiniciado los ordenadores de la Honshu para instalar un paquete de programas que les permitirían un control absoluto sobre la nave, pero el resultado de la manipulación fue desastroso y tanto la calefacción como el circuito de aire no funcionaban. En el mejor de los casos, Taira y su equipo iban a tener trabajo para dos días, embutidos en trajes con mochilas de oxígeno.

Triviño les estrechó la mano y tomó asiento. Tenía unos cuarenta años, aspecto agradable y educado; vestía un mono gris de tela, mucho más práctico que la indumentaria habitual de los políticos, y salvo una tarjeta plastificada prendida en la pechera, carecía de distintivos que revelasen su cargo. Triviño ya tenía bastantes problemas con los oficiales del Némesis como para desear exhibir su condición por los pasillos.

—Bien —dijo Necker, apagando la grabación—. Ahora que ya no tienen ninguna excusa, cuéntennoslo todo desde el principio.

—¿Desde el principio? —Naruse arqueó una ceja irónica.

—Eso es.

—Está bien. Hace quince mil millones de años, una fluctuación cuántica originó el universo.

—Oiga, deje de hacerse el gracioso y…

—Cállese, Necker. No trato de hacerme el gracioso, y usted no tiene la menor idea de qué hemos descubierto; sólo lo que hemos querido contarle. Y supongo que igualmente no sabe absolutamente nada de física subatómica, así que le ruego que permita que se lo explique o se marche. Con que esté presente el delegado Triviño es suficiente.

Necker lo atravesó con la mirada.

—Está bien —apretó los dientes—. Continúe.

—Las energías que pueden surgir a escala subatómica son el origen de todo lo que vemos —prosiguió Naruse—. Hace dos eones, una especie alienígena desarrolló la tecnología necesaria para provocar fluctuaciones en el espaciotiempo. Quizás lo descubrieran de modo accidental, no lo sabemos todavía, pero sí hemos deducido que disponían de una vasta red de comunicaciones con nodos emplazados en varios mundos.

—De modo que la historia que me contaron era cierta. Encontraron uno de esos dichosos nodos Cerenkov en Fosas Medusa hace un mes.

—Sí. Pero no le contamos que junto al cono desenterramos los cadáveres de dos astronautas, enviados por los Estados Unidos de América al planeta rojo en 1998. Para refrescarle la memoria, el primer hombre que pisó suelo marciano lo hizo décadas después de esa fecha.

—En una misión financiada por un consorcio multinacional —dijo Triviño—. No fue la conquista de un solo país.

—Los registros del ordenador de soporte vital de los astronautas contradicen esa versión de la historia —aclaró Naruse—. El presidente americano Douglas Cantwell fue el artífice de la misión de 1998.

—No recuerdo que los Estados Unidos hayan tenido un presidente con ese nombre —dijo Triviño.

—Y no lo tuvieron. En este curso temporal, por lo menos —Naruse los observó, divertido—. ¿Entienden ahora?

—No —reconoció Necker—. Su historia carece de sentido, y además ¿qué tiene que ver eso con el origen del universo?

—Considere el cosmos como una voluta de espuma en un océano. Esa espuma contiene irregularidades, deformaciones, cambios locales del espaciotiempo, aparecen burbujas dentro de otras burbujas mayores que se hinchan repentinamente, pequeños big bangs de espaciotiempo desencadenados por acontecimientos desconocidos que se integran en nuestro continuo. Cantwell no existió porque su línea temporal fue borrada no sabemos cómo ni por qué. Pero sobrevivieron los dos astronautas que estaban junto al cono.

—Empiezo a comprender —dijo Triviño—. El nodo que descubrieron en Marte provocó una burbuja de espaciotiempo a su alrededor.

—Sí. Tendemos a considerar el tiempo como una línea recta con un pasado, un presente y un futuro, pero el tiempo tiene una naturaleza más bien elástica; las masas gravitatorias y la aceleración lo deforman. Al parecer, los nodos Cerenkov también consiguen deformarlo; están basados en una tecnología desconocida que puede alterar el continuo a voluntad. Como efecto colateral, producen una pequeña burbuja en el espacio circundante que mantiene sus propiedades originarias.

—Hay algo más que no les hemos contado —intervino Niurka—. También hallamos dos nodos Cerenkov en la Tierra. Durante las obras de ampliación de un metro se descubrió a cien metros de profundidad una vitrificación del terreno. En esta ocasión no se trataba de conos, sino de dos pequeñas cajas de titanio. Junto a éstas se desenterró el cadáver de Ihara Yoshiwara, un científico que vivió a finales del siglo XX. Huelga decir que según los registros que se conservan, no hay el menor rastro de Yoshiwara ni del proyecto en el que supuestamente trabajaba.

—Bien, en ambos casos, Japón y Marte, las burbujas de espaciotiempo quedaron encerradas en cuevas, ¿no es así? —preguntó Triviño.

—Cristales de tiempo congelados en un lago —asintió Niurka—. No sabemos si esos nodos habrían dejado inalterados su espacio circundante de haber permanecido en lugares abiertos. En cualquier caso sobrevivieron al cambio con lo que tenían alrededor. Los cuadernos de notas de Yoshiwara mencionaban un intento de desembarco de la armada americana en territorio japonés. Algo sucedió a finales del siglo XX en la Tierra que cambió el curso de la historia, y no sabemos lo que fue.

—Nuestra hipótesis —intervino Naruse— es que una burbuja de espaciotiempo se condensó alrededor de los nódulos Cerenkov y los preservó del cambio producido en el resto del continuum. Probablemente estén diseñados para que resistan las fluctuaciones del espaciotiempo que producen; pero no son indestructibles, como demostró el ataque de la sonda a nuestra base hace unos días.

—¿Qué opina el resto de la comunidad científica? —quiso saber Triviño—. Podrían existir otras formas de explicar lo que han encontrado.

—Si las encuentran, comuníquenoslo; desde los sucesos de Japón no hemos hecho otra cosa que tratar de buscarlas. Sólo unos cuantos científicos de Japón están al corriente de esto. Las notas de Yoshiwara señalaban que Fosas Medusa fue el lugar donde descendió la primera expedición a Marte. Nuestro gobierno y un consorcio privado estuvo de acuerdo en financiar la construcción de una base en las Fosas, con la condición de que el proyecto se mantuviese en secreto.

—Entiendo —reflexionó Triviño.

—Yo no —interrumpió Necker—. Han ocultado información de interés vital para la Unión. Tenían obligación de entregárnosla.

—Creo que el presidente Alessandro entenderá los motivos cuando reciba mi informe —le respondió Triviño—. Por favor, prosigan.

—Querían saber si hay alguna explicación física para lo que hemos encontrado —dijo Naruse—. La verdad, no creemos que el estado actual de nuestros conocimientos nos permita encontrar una totalmente satisfactoria, como no sea recurriendo a la teoría de las supercuerdas. Cayó en descrédito a mediados del siglo XXI al estimarse imposible de confirmar. Muchos físicos la consideraban una elegante descripción matemática sin base empírica.

—He oído hablar algo de ella.

—Pero el general Necker posiblemente no —continuó Naruse—. Así que de todos modos se la resumiré. Nuestro universo no está compuesto por quarks o fotones, sino por cuerdas de tamaño infinitesimal que vibran en un espacio de diez dimensiones. Su frecuencia armónica produce el resto de partículas que vemos en la realidad; como las cuerdas de un arpa, la tensión y la longitud determinan las notas musicales. Las supercuerdas contienen la sinfonía del cosmos, pero no sabemos interpretarla; ni siquiera somos capaces de leer la partitura. Para los oídos humanos es ruido.

—Eso es lo que quería insinuar cuando hablaba del origen del universo —apuntó Necker, queriendo demostrar que no había perdido el hilo de la conversación.

—Tal vez así se originó todo —asintió Naruse—. No hay explicaciones lógicas a lo que hemos descubierto, quizás el universo es así, ilógico y misterioso, no tiene por qué ser necesariamente comprensible por la mente humana. ¿Puede haber algo más ilógico y contrario a la experiencia que el hecho de existir? ¿Cómo puede el universo haber surgido de la nada? ¿Se lo ha preguntado alguna vez, Necker?

—Sí. Aunque sé que alberga sus dudas, tengo cerebro.

—Mientras no podamos dar respuesta a este desafío se nos estará escapando gran parte de la física. La lógica del cosmos no es nuestra lógica, pero eso no equivale a renunciar a descubrir sus engranajes. Las supercuerdas sólo son una aproximación al problema, no la solución. Quizás los nodos Cerenkov actúen de esa manera, provoquen determinada frecuencia armónica a escala infinitesimal y desatan una burbuja que altera el espacio y el tiempo a su alrededor. Si eso sucedió en 1998, el curso temporal en el que la humanidad alcanzaba Marte en esa fecha ha quedado borrado. Sólo sabemos que existió por lo que encontramos en las Fosas y en los subterráneos del metro. La cuestión es: ¿podríamos desencadenar accidentalmente una vibración de los nodos? Si mi gobierno decidió mantener esto en secreto, y quiero que el delegado Triviño lo entienda, fue porque la presidenta Hiraya comprendió el riesgo que corríamos. Estamos hablando de alterar cursos temporales, de borrar de la historia a miles de millones de personas si erróneamente activamos esos nodos. No sabemos qué podría suceder.

—Estoy de acuerdo —dijo Necker—. Y lo más prudente es que la Unión los custodie. Su gobierno podría sucumbir fácilmente a un atentado terrorista.

—Ya nos hemos ocupado de eso —mintió Naruse—. Tan pronto la sonda atacó nuestra base, alertamos a nuestro gobierno para que los destruyese.

Necker le dirigió una mirada suspicaz, pero recibió una llamada en su transmisor de pulsera y no tuvo ocasión de replicar.

—El doctor Olaya me reclama en la enfermería —se levantó—. Disculpen.

—Disculpado queda —dijo Naruse, sin ocultar su satisfacción por perderlo de vista.

Necker abandonó la sala. Triviño también agradeció secretamente que se fuera, y su semblante se relajó al quedar a solas con los dos científicos.

—¿Es cierto que los han destruido? —inquirió.

—Desde luego —Naruse no era tan estúpido para confiar en el delegado, y además, suponía que Necker estaba grabando la conversación.

—Pueden hablar con entera libertad —Triviño sacó un dado metálico del bolsillo y lo colocó encima de la mesa—. Este cubo de privacidad desactiva los aparatos de grabación y crea interferencias electromagnéticas para que nadie pueda espiarnos. Como delegado del presidente, conservo algunos privilegios a bordo —hizo una pausa por si Naruse deseaba añadir algo, y al ver que no era así continuó—. Alessandro comprenderá por qué motivo Hiraya no le mantuvo informado, a pesar de la trascendencia de sus descubrimientos.

—Precisamente por su trascendencia —puntualizó Naruse—, no a pesar de ella.

—El poder del presidente federal está muy debilitado con la crisis de la Coalición. Necesita hacer equilibrios con su propio partido y los militares para mantener la situación bajo control. El Estado Mayor se ha sentido molesto con lo sucedido en Marte y nos ha transmitido su preocupación: todo lo relacionado con tecnología alienígena es competencia exclusiva de la división de investigaciones planetarias de la flota. Al escamotear esos datos al gobierno, nos han puesto en una situación delicada.

—Si los nodos Cerenkov poseen usos militares, tarde o temprano la Unión los habría descubierto —dijo Naruse—. La tentación es demasiado fuerte, especialmente con la tensión territorial existente con las colonias.

—Desde luego, pero en la Tierra nuestros enemigos aprovechan cualquier guijarro que encuentran en el camino para lanzarlo contra Alessandro. Aunque esto es confidencial, les avanzo que la oposición presentará una moción de censura en el Congreso próximamente. El presidente tiene una mayoría ajustada, pero sus aliados parlamentarios podrían votar en su contra. La Coalición está jugando con ventaja, disponen de generadores de efecto túnel que permiten a sus naves cubrir distancias interestelares en un tiempo que a nosotros nos llevaría años. Sabemos que esos generadores no son de manufactura humana. Si dispusiésemos de una tecnología similar podríamos solucionar esta crisis muy pronto. La Coalición se encuentra en franca inferioridad numérica y sólo cuentan con esta ventaja. Si la pierden, la Unión recobrará el control sobre las colonias.

—Si no son de manufactura humana ¿quién los ha fabricado? —intervino Niurka.

—La poca información disponible está clasificada, lo siento.

—La nuestra también, y nos están obligando a entregarla. ¿Cómo quiere que cooperemos con ustedes si nos ocultan lo que saben acerca de los Lum?

—No está en mi mano hablar de ese asunto, Niurka; lo siento.

—Sí lo está. Corren rumores por todo Marte de que la CML ha establecido una alianza con alienígenas que misteriosamente aparecieron en Nuxlum. Hace siete años ese mundo era peor que Venus: cien grados de temperatura en la superficie, una oscuridad absoluta y lluvia de ácido sulfúrico en la estratosfera. La vida no podía surgir espontáneamente en esas condiciones.

—¿Cómo sabe todo eso?

—Iniciativa, delegado Triviño. Los sucesos de Fosas Medusa y la aparición en escena de los Lum no son algo casual. Varios congresistas de mi país participaron en una comisión que investigó irregularidades en concesiones de obras coloniales. Nuxlum salió a relucir, pero el gobierno evitó dar explicaciones alegando que comprometía la seguridad federal. Alessandro basó su programa electoral en la transparencia informativa, mi gobierno apoyó financieramente su campaña creyendo que las cosas cambiarían —la indignación de Niurka iba en aumento—, pero cuando Alessandro llegó al poder tapó el asunto. Y todavía se sorprenden de que no les hayamos contado nada. ¿Creen que podemos seguir confiando en ustedes? No nos tratan como amigos; sólo se acuerdan de nosotros para pedirnos dinero y luego se olvidan de sus promesas.

—Nos gustaría hacer mucho más de lo que nos dejan. El ciudadano de a pie cree que el presidente de la Unión goza de un poder omnímodo y no es así. El expediente de Nuxlum fue un de los primeros que Alessandro investigó a su llegada a Bruselas. Él, como ustedes, se había dado cuenta de que había algo más grande que un caso de corrupción tras las muertes de los colonos, pero poco pudo hacer para revelarlo.

—Poco es algo. Alessandro no ha hecho nada.

—Ha hecho lo que ha podido, o lo que le han dejado hacer. Niurka, no puede imaginar la gravedad de los problemas que debe afrontar el presidente. La Tierra es una olla a presión a punto de estallar. La crisis con la Coalición ha agravado la situación, pero no la ha creado. Nuestras finanzas atraviesan un momento pésimo, varios consorcios bancarios se han negado a refinanciarnos la deuda y muchos empleados públicos llevan meses sin cobrar. No hemos elegido este momento para huir hacia delante e iniciar una guerra, han sido las colonias que se han aprovechado para declarárnosla confiando en que no tendríamos capacidad para responder. Alessandro habría evitado movilizar a la flota si tuviese elección. Ha sido una decisión muy difícil, la más dolorosa para él desde que llegó al poder. Detener la guerra es nuestra máxima prioridad, de modo que si tienen algo que nos pueda ayudar, les escucharé con atención.

—Niurka y yo les hemos dicho lo que sabíamos —dijo secamente Naruse—. Ahora, nos gustaría saber cuánto tiempo más se prolongará este secuestro.

—La Honshu y su contenido ha sido confiscado y puesto bajo tutela militar. He hablado con el almirante y me ha confirmado que no se la devolverá a su gobierno. Creo que la usará como apoyo logístico a los buques de combate.

—No le he preguntado eso.

—En cuanto a su situación personal, mediaré para que ustedes y su tripulación sean puestos en libertad inmediatamente y devueltos a Japón si lo desean.

—Por supuesto que lo deseamos. ¿Cuándo partimos?

—Eso depende del almirante, pero trataré de que sea cuanto antes. Taira y un par de técnicos deberán quedarse aquí hasta que subsanemos los percances con el ordenador de la Honshu. Después los repatriaremos también a la Tierra. El personal civil que aún quedaba en Fosas Medusa ha sido evacuado a Cúpula Sagan y espera embarcar en la próxima nave de pasajeros que despegue —Triviño se guardó el cubo de privacidad—. Ha sido un placer hablar con ustedes. El presidente se sentirá satisfecho cuando reciba mi informe.

—Confío que sus gestiones con el almirante den pronto sus frutos —Niurka le estrechó la mano—. No queremos ir a bordo de ninguna nave militar que participe en la represión contra las colonias. El parlamento nipón expresó claramente su posición y nosotros la compartimos.

Triviño asintió brevemente y abandonó la sala.

—Ahora que ya saben lo que querían de nosotros, ¿crees que moverá un dedo por sacarnos de aquí? —inquirió Naruse.

Niurka cerró los ojos. Daba igual lo que ella creyese. Si aquel burócrata no cumplía con su palabra iban a saberlo muy pronto.

II

El embajador entró en el puente de mando del Independencia. El comandante Erengish, que le había llamado, estaba examinando un panel holográfico a escala que abarcaba los sistemas solares donde la Unión poseía colonias. El cuadrante correspondiente a Nuxlum estaba magnificado en una representación lateral, que ofrecía una vista de la flota de la Coalición con cada nave representada por un cuadrado azul. Erengish se valía de un puntero láser para mover las fichas del tablero tridimensional de Nuxlum y resituarla en el panel general.

Antes de que el líder de la Coalición pronunciase una sola palabra, el embajador Jajhreen había adivinado lo que se proponía. Aun así dejó que fuera aquél quien se lo expusiese.

Los servicios de información de la CML habían enviado durante los últimos días inquietantes mensajes de reagrupamiento en torno a Marte de la armada unionista. Erengish supuso en un principio que organizaban una operación de desembarco de tropas en el planeta rojo, un escarmiento que sirviese de advertencia a otras colonias tentadas de integrarse en la Coalición. Se equivocó. Marte estaba bajo control del gobierno federal y no precisaba refuerzos adicionales. No había disturbios en la mayoría de las cúpulas del planeta, o al menos de la gravedad que justificase un despliegue de fuerzas tan grande.

Pero había más. Una IA de la Coalición infiltrada en la red de comunicaciones del gobierno habían interceptado transmisiones militares que mencionaban los sistemas Achernar, Próxima, Vega y Sirio. Después de analizarlos una y otra vez, la IA concluía que estos nombres sólo podían significar un ataque inminente a los asentamientos que la Coalición poseía en aquellos sistemas. Las cuatro ex colonias sumaban en total menos de quinientos mil habitantes, pero poseían un enorme valor estratégico. Si la Unión se apoderaba de las bases, la CML iba a verse en graves apuros.

Erengish explicó la situación al embajador alienígena. Por algún procedimiento desconocido, la Unión había sorteado finalmente los inconvenientes de la aceleración Lisarz y sus naves poseían la capacidad de cubrir años luz en muy poco tiempo. En consecuencia, la flota de la Coalición debería desplegarse y proteger los mundos en peligro. Mantenerla inmovilizada en torno a Nuxlum sería un dispendio de recursos que no podían permitirse mientras la amenaza persistiera.

—Me pregunto hasta qué punto debemos confiar en los informes de su inteligencia artificial —observó Jajhreen—. Es curioso que no haya descubierto los nombres de los sistemas en peligro hasta hoy mismo.

—Lleva trabajando semanas en ello, embajador. Los códigos de seguridad de la Unión se cambian cada hora y es necesaria una enorme capacidad de proceso para reventar el blindaje de una sola de esas comunicaciones. Además, la red Gnosis posee docenas de IA dedicadas a neutralizar intrusiones como la nuestra.

—Nuxlum no puede quedar sin protección. El acuerdo al que llegamos establecía claramente que la Coalición garantizaría nuestra seguridad.

—Si perdemos las cuatro colonias amenazadas quizás nunca nos recuperemos del golpe. Nuestra capacidad de defensa se vería comprometida y eso perjudicaría también a los Lum, embajador.

Jajhreen se volvió hacia el mapa tridimensional, analizando la disposición de tropas prevista por el comandante. Su rostro imperturbable no manifestaba la menor expresión; ni agrado, ni preocupación, nada en absoluto. Igual podía estar sumido en una pequeña siesta privada, pensó Erengish.

—Es una distribución arriesgada —dijo el Lum después de un rato, emitiendo algo parecido a un silbido—. ¿Qué ocurrirá si deciden atacar nuestro mundo en primer lugar?

—Nada, embajador. Su escudo gravitatorio se mostró muy efectivo en el ataque con misiles Ariete.

—No es exactamente un escudo, comandante. Y me temo que el escenario actual no es equiparable al de una docena de misiles dirigidos por torpes programas informáticos. Si una sola nave consigue penetrar en la atmósfera, podría causar estragos.

—Hemos protegido el perímetro de sus bases con baterías antiaéreas, así que nada deben temer. El contingente que dejaremos en la órbita es suficiente para repeler cualquier ataque.

—¿Se quedará el Independencia aquí, o se irá a defender otro planeta?

—Seguiremos aquí. Por supuesto, si considera que su vida corre peligro puede bajar a Nuxlum cuando desee. Hay una lanzadera permanentemente a su disposición.

El Lum asintió con un gesto ambiguo, que Erengish no supo si interpretar como que se marchaba o se quedaba. Dado que se fue del puente si añadir nada, dedujo que sería lo segundo.

Y lo era. Jajhreen no tenía la menor intención de marcharse y liberar al comandante de su incómoda presencia.

El Lum se trasladó al camarote de Tanos Brusi. Era el momento de empezar a hablar seriamente con él.

Brusi le recibió con una efusividad excesiva. El ejecutivo de la corporación Transbank había estado bebiendo y su olor a alcohol asaltó las células olfativas del Lum en cuanto la puerta se abrió.

—Venía a agradecerle su ayuda por el favor que le pedí —dijo Jajhreen—. Me complace la eficiencia y discreción que ha demostrado.

—Es un honor colaborar con usted —dijo ampulosamente Brusi, frotándose la nariz. Incluso bajo sopor etílico, intuía que el alienígena no había venido a su camarote a halagarle los oídos, de modo que se anticipó—. Supongo que no se habrá olvidado de la otra parte del trato, embajador.

—Precisamente quería hablarle de eso. Estamos en disposición de entregarle doce GET para las naves mercantes de su corporación.

Aunque la mirada del Lum era tan expresiva como una piedra, Brusi sabía que escondía un pero detrás.

—Estupendo —dijo el ejecutivo—. Brindemos por ello. Le prepararé un lingotazo de agua hervida.

—No tengo sed, señor Brusi. Y en cuanto a usted, creo que ha bebido suficiente por hoy. Siéntese, por favor.

Brusi murmuró algo y cogió la botella. El camarote osciló al dejarse caer sobre su poltrona. Desde esa posición, el Lum tenía un aspecto amenazador.

—El comandante me ha adelantado que retirará parte de sus naves de la órbita de Nuxlum, para trasladarlas a otros sistemas de la Coalición —dijo Jajhreen—. No puedo permitir que mi mundo quede desprotegido.

—Le entiendo, embajador, pero ¿qué quiere que yo haga?

—Transbank posee una flota de naves mercantes nada desdeñable. Instalaremos los motores GET a cambio de que acceda a trasladar unas cuantas de esas naves a Nuxlum, por si fueran necesarias.

—No lo entiende. Se trata de cargueros y naves de línea que cubren rutas comerciales. No están preparadas para entrar en combate.

—Mis informes señalan lo contrario. Transbank obtuvo autorización del gobierno para llevar armamento en sus buques, por si sufrían emboscadas de la Coalición. Fue una jugada muy astuta. En realidad lo que pretendían era quedar a cubierto por si alguna patrulla de la Unión se le ocurría inspeccionarles la carga.

—Vaya —Brusi tomó un sorbo de licor, desoyendo el consejo del Lum—. Así que ha estado fisgando.

—Por supuesto. La corporación posee en Altair II un puerto comercial. Si usted autoriza el traslado, enviaremos hoy mismo los GET a ese sistema.

Brusi se quedó mirando al alienígena. Se cambió la copa de mano un par de veces e inspiró hondo. De improviso, se puso a reír.

—¿He dicho algo gracioso? —inquirió Jajhreen, arrugando el labio superior en una mueca que Brusi no había visto todavía.

—Creo que por fin lo ha entendido, embajador.

—¿Entender qué?

—Qué es Transbank en realidad. Cuál es nuestro auténtico poder.

—Una multinacional bancaria con divisiones en todos los sectores de la economía.

—El todo es mucho más que la suma de sus partes, aunque creo que esta frase le correspondía decirla a usted, Jajhreen.

—Si fuese más explícito se lo agradecería.

—Se lo diré —Brusi se sirvió otra copa—: fuimos nosotros quienes provocamos esta guerra.

—¿Ustedes? ¿La corporación?

—Estamos hartos de Alessandro y de esos fantoches que se creen los dueños del mundo. Si están ahí es porque nosotros se lo permitimos. Los que no sirven para nuestros intereses, los quitamos de enmedio. Así es la política, así ha sido siempre, quien se niega a representar su papel es retirado de escena. La guerra proporcionará ingresos millonarios a nuestras factorías de armamento, y nos asegurará concesiones de obras por valor de billones de creds para la reconstrucción.

—¿Y si Alessandro gana?

—No puede ganar. La Unión está arruinada. Sin dinero se hundirá en un caos económico que dinamitará su estructura. Va a surgir un nuevo orden de esto, embajador. Transbank sólo quiere controlar el proceso desde el principio. Es una aspiración razonable, ¿no cree?

—Supongo que el sacrificio de vidas humanas es un factor secundario.

—El valor de una vida es relativo, embajador; depende de dónde se nazca, de qué recursos se cuente para salir adelante. Nuestra sociedad no es diferente del reino animal, sólo sobreviven los más aptos. Seguro que ha analizado nuestra historia y sabe que estoy diciéndole la verdad.

—No la conozco en profundidad, pero estoy en ello.

—Encontrará muchas sorpresas, algunas bastante desagradables. Pero al fin y al cabo, ¿qué es la vida? Quizás usted conozca la respuesta.

—Una inversión local de la entropía. Hablo en términos físicos, desde luego.

—Una inversión local y temporal, que al final se degrada y desaparece. Al universo no le importa la vida; existe al margen de ella y nosotros le traemos sin cuidado. Y usted me pregunta si el sacrificio de vidas humanas es un factor secundario. ¿Tiene alguna importancia lo que hagamos?

—Habla como si se sintiese culpable y tratase de justificarse. Le aseguro que no tiene que fingir conmigo.

El mercader tomó otro trago y sonrió estúpidamente.

—¿Ha pensado el efecto que ese brebaje que está ingiriendo tendrá en su hígado, señor Brusi?

—A largo plazo, embajador. A muy largo plazo. Y en esa escala, incluso usted morirá. Es orgánico, no va a durar siempre por mucho que sus genes hayan sido modificados.

—El cuerpo es finito, pero la conciencia es eterna. Mi especie ha sobrevivido durante dos eones, y cuando contemos con los recursos necesarios, todos los seres cuyas mentes codificamos podrán caminar por la superficie de Nuxlum.

—¿Qué harán con nosotros cuando ya no nos necesiten?

—La galaxia es grande, señor Brusi. Y la vida es un bien escaso. No debería haber interferencias entre nuestras dos especies, si se comportan racionalmente.

—Pero no es así. Los humanos nos movemos a veces por impulsos irracionales. ¿Considera que somos de fiar? Dígamelo sinceramente, Jajhreen. No tiene por qué mostrarse diplomático ahora que nadie nos oye.

—Éste no es momento para confidencias, y mi opinión personal no creo que sea relevante. Le he hecho una oferta y no dispongo de mucho tiempo. Mientras nosotros charlamos aquí, podría estar en curso un ataque contra Nuxlum.

—Bueno, doce GET son mejor que nada, y supongo que después habrá más.

—Sabemos ser generosos con quienes nos ayudan.

—Está bien, usted gana. Dispondré lo necesario para que envíe el cargamento a Altair II hoy mismo.

El Lum se despidió ceremoniosamente. A Brusi no le habría agradado echar un vistazo a su mente y ver qué clase de pensamientos rondaban por la cabeza del alienígena.

Más bien, de haber tenido esa oportunidad, Brusi se habría replanteado el trato que había cerrado.

* * *

Rania no acababa de acostumbrarse al nuevo emplazamiento subterráneo, pero mientras se mantuviesen en aquella gruta estarían a salvo de eventuales bombardeos que la Unión lanzase sobre Gea, y el laberinto interior de pasadizos, resto de antiguos conductos de lava, les garantizaba una evacuación rápida si las tropas de tierra se aventuraban a cruzar la entrada principal. Había hasta doce chimeneas alternativas, separadas varios kilómetros entre sí, por las que podrían escapar.

Los calefactores portátiles no le libraban del aire húmedo y frío que la rodeaba. Había instalado su despacho en un nicho con apenas dos metros de altura, resguardado del resto de la gruta. Podía tocar fácilmente el techo sólo con alzar el brazo. Rania se sentía emparedada allí dentro.

Se dispuso a atender a los dos informadores que habían solicitado hablar con ella. Sabía que Geral traía malas noticias. Formaba parte del comando de Herb, que llevaba tres días sin dar señales de vida.

Geral entró en el nicho, agachándose para no golpearse la cabeza. El hombre estaba nervioso y su mano sudorosa le delataba como si luciese una marca de pintura roja de culpabilidad en su frente.

—Hemos perdido a Herb —dijo atropelladamente—. Yo soy el responsable, debí de haberte alertado de lo que se proponía… era una locura, yo… traté de detenerle, pero ya sabes cómo es, nunca escucha a nadie, y ya que lo haría de todas maneras decidí acompañarle, pero… fue un error, Rania, lo sé, fue culpa mía, tú tenías que conocer eso y…

—¿Conocer el qué? Geral, procura hablar despacio.

—Herb lo mantuvo en secreto, temía que el comité negase la autorización y perdiésemos la oportunidad. Ni siquiera la Coalición se atreve a usarlas, así que…

—Geral, por favor, ¿quieres explicarte de una vez? ¿Qué es lo que no se atreve a usar?

—Las bombas de punto cero. Es la energía más destructiva que existe. No sé cómo funcionan, pero se basan en el plegamiento de una porción de vacío. La Coalición posee varias bombas en la luna de Pegaso IV, pero el comandante Erengish no las quiere utilizar. Un militar del destacamento es nuestro contacto. No sé quién es, aunque prometió a Herb suministrarnos más bombas, de ser necesarias.

—¿Y os entregaron una así por las buenas? ¿A vosotros?

—Erengish no es la única voz que hay en la Coalición. Algunos mandos están insatisfechos del modo con que está dirigiendo el proceso de independencia. Ellos no pueden actuar directamente, por eso recurrieron a nosotros.

—Estabas al tanto desde el principio y no me dijiste nada. Geral, espero que tengas una justificación para eso.

—Ya sabes cómo es Herb, o estás con él o contra él. No tenía otra opción.

—Sí la tenías. Déjate de estupideces y continúa. ¿Qué ibais a hacer con esa bomba?

—Lanzarla contra la Antártida. La energía generada derretiría el polo sur. Los efectos serían devastadores en las poblaciones costeras de la Tierra.

—Estáis locos. Habría esperado algo así de Herb, es un megalómano que ha perdido cualquier resquicio de sensatez, pero ¿de ti? ¿Te has parado a reflexionar en las consecuencias? No entiendo por qué entraste en la organización si ésta es tu forma de pensar.

—Queríamos empezar de nuevo, aquí, en Gea. La Tierra es un planeta agotado, Rania, no podemos hacer nada por salvarlo, pero Gea es única en el universo, deberíamos luchar con todas nuestras fuerzas para que no la conviertan en un pozo de mugre.

Rania lamentó no haber dado cuenta al comité de la conducta de Herb, cuando tuvo la oportunidad de hacerlo. Se equivocó creyendo que podría reconducir la situación sin ayuda. Herb actuaba por su cuenta y no obedecería órdenes, ni de Krim ni suyas. Tenía que haberle quitado de los comandos hace tiempo.

Geral explicó cómo había perdido a Herb y Nela. Se cortó el contacto con él cuando activaron el motor GET más allá de la órbita de Plutón. La nave de Geral reapareció en el punto correcto, cerca de la Tierra, no así la de ellos. Minutos después recibieron una transmisión automática de socorro por lazo cuántico, emitida por el ordenador de la nave perdida. Las últimas coordenadas la situaban en una posición cercana a Marte. La nave había sido atacada y perdía el control. No volvieron a saber nada más.

Rania, que había grabado el informe, comunicó a Geral que quedaba relevado de sus atribuciones. Provisionalmente se quedaría sin salir de la gruta, a la espera de lo que el comité decidiese hacer con él.

Luego pasó a su siguiente visita.

Se trataba de Soren, un apuesto xenobiólogo que acababa de regresar de un viaje de sondeo en el sector Cygnus, en busca de indicios de vida. La organización mantenía una actividad de investigación independiente de la Coalición, con cuatro naves GET dedicadas en exclusiva a esta labor. Debido a la crisis, tres de estas naves habían sido reclamadas por el comité para labores de apoyo de los comandos. Soren, a bordo del Enano de la suerte, era el único que todavía disfrutaba de libertad plena.

—Me alegro mucho de volver a verte —dijo Rania—. No sabes cómo te envidio, daría lo que fuera por cambiar mi puesto por el tuyo. La situación se está poniendo cada ver peor.

—He oído que hemos perdido a Herb y Nela. ¿Es cierto?

Rania asintió gravemente.

—Según mis noticias, la Unión prepara una ofensiva a gran escala —respondió—. Ha concentrado el grueso de su flota en la órbita de Marte y Herb calculó un salto con tan mala fortuna que apareció allí. Es posible que le hayan capturado o su nave fuese destruida. Hasta que no tenga más datos no sabré si podremos rescatarlo.

—Puedes contar conmigo para esa operación, Rania.

—No, te necesito en el trabajo que estás haciendo. Herb era —rectificó al darse cuenta que estaba hablando en pasado— es un incompetente. No voy a perderte a ti por salvarle.

—Estuviste liada con él. Yo creí que le apreciabas.

—Lo apreciaba hasta que descubrí que disfrutaba matando. Era útil para emprender acciones brutales, pero cometió el error de pensar por su cuenta.

—Nela iba con él. Sé lo que escuece. ¿Es ese el verdadero motivo de que rompieseis?

—Supongo que no habrás venido aquí a hablar de mi vida privada —cortó ella—. Empieza tu informe, por favor.

—Lo siento, sé que no debo meter mis narices donde no me llaman —sacó un holodisco del bolsillo—. Hace una semana llegué al sistema Deneb Gamma para cartografiar las lunas del sexto mundo, un gigante gaseoso. Las probabilidades de encontrar vida en una de las lunas es bastante elevada; presenta una acusada actividad hidrotermal y un color verdeazulado característico alrededor de los géiseres. Me disponía a enviar una sonda robot para que tomase muestras cuando el Enano detectó una perturbación.

Rania introdujo el disco en el lector del ordenador. La pantalla mostró la luna de la que hablaba Soren, con un primer plano de manchas verdes sobre un fondo bilioso. El aspecto recordaba vagamente a Ío, aunque el tamaño de los géiseres era insignificante comparado con los volcanes del satélite joviano.

—Es hermoso —dijo Rania—. Parecen surtidores de un estanque gigante. ¿A qué altura llegan?

—Los que vi, a unos cien metros. Me habría gustado aterrizar y estar más tiempo allí, pero tuve que interrumpir mi trabajo. La perturbación provenía de Deneb V.

—¿Otro gigante de gas?

—No. Un planeta rocoso con una tenue atmósfera de argón y nitrógeno.

—Explícame que clase de perturbación.

—Una ondulación del espacio en un punto situado a cien mil kilómetros de su superficie.

—¿Producida por un GET?

—Posiblemente, pero no se me había notificado que hubiese ninguna otra nave en el sistema. Tal vez se tratase de una nave de la Coalición en busca de algún yacimiento, pero de todos modos me acerqué a investigar. Cuando llegué, ya se marchaba. No me dio tiempo a comunicarme con ella e ignoro si captó mi presencia, pero pude conseguir una imagen.

Rania entreabrió los labios al contemplar aquel objeto bulboso en la pantalla. No se parecía a ningún artefacto espacial que hubiese visto antes; de hecho, se acercaba más a un trozo de carne canceroso que a una nave estelar.

—Supongo que bajaste al planeta —dijo ella, una vez que se sobrepuso del asombro.

—Desde luego, y detecté cinco puntos de calor ahí abajo. Se trataba de cráteres, Rania. Posé el Enano en el fondo de uno de ellos y tomé muestras del terreno. El cráter lo produjo una fuente energética intensa, no un explosivo.

—Esa cosa —Rania se acarició el mentón—. Pero ¿por qué?

—He cartografiado Deneb V y tengo un mapa en alta resolución de la superficie. En el holodisco encontrarás una copia, abarca veinte teras de información y el análisis podría llevarte horas. Pasé el mapa por una IA durante el viaje de regreso para un estudio preliminar.

—¿Y bien?

—Te haré un resumen sencillo: debes acompañarme a ese mundo.

III

Necker observaba a los dos prisioneros a través del cristal polarizado. Hasta ahora habían resistido todas las presiones para revelar el destino de la bomba que transportaban en su nave, y aunque podrían prolongar el procedimiento durante días hasta que confesasen, no había tiempo. El almirante Boneh había dado orden de que la flota partiese dentro de treinta horas. El portal Ícaro, cuya localización en el espacio seguía siendo un secreto, se abriría en ese momento y las naves lo atravesarían, aflorando en otro punto del espacio que Boneh también se había negado a revelar. El grado de desconfianza del almirante llegaba a ser molesto, tal vez temía que siendo indiscreto seguiría el destino de Doal, su predecesor. Boneh despreciaba la red Gnosis, a la que atribuía parte de los fracasos de la Unión en las últimas semanas. Su vulnerabilidad era patente a juicio del almirante, y una red insegura ponía en riesgo la vida de sus hombres. Cuanto menos datos críticos estuvieran al alcance de Gnosis, mejor.

Malos tiempos para aquellos desgraciados, pensó el general. Los quirófanos del Némesis estaban ocupados en esos momentos y Boneh quería disponer de un escáner neural de los prisioneros diez horas antes, como mínimo, a la activación del portal. El buque más cercano con instalaciones médicas apropiadas era el Atlantis, así que ordenó al teniente de calabozos que trasladase a los detenidos a esa nave. Sería la última vez que vería sus caras, pensó. Nadie volvía a ser el mismo después de que el neuroescáner hubiese pasado por el cerebro, suponiendo que sobreviviese a la experiencia. Las drogas o las rutinas de ablación física —perífrasis utilizada en el ámbito castrense para referirse a la tortura— no causaban daños irreparables en el individuo; en cambio, la destrucción de la personalidad era el menor de los males que un neuroescáner podía causar. Él repudiaba su uso, pero la información que podían extraer de sus mentes…

Se interrumpió, sintiendo asco de sus pensamientos. Parecía un vampiro que tratase de succionarles sustancia gris.

Sin embargo, aquellos jóvenes no merecían compasión. ¿A cuánta gente se proponían matar? Había estudiado la bomba, y su configuración interna era desconcertante. No era un arma nuclear ni tampoco llevaba componentes explosivos en su interior. El ordenador de la nave de los prisioneros había realizado un borrado de emergencia para evitar que su información pudiera ser desencriptada por el ejército, y hasta que no estuvieran seguros de cómo funcionaba la bomba, no se atreverían a desmontarla ni a desactivarla electrónicamente. Fuera lo que fuese, no atravesaría el portal, de eso estaba seguro, Boneh no se arriesgaría a llevársela con él. Se quedaría en alguna nave menor de la flota, probablemente la incautada a los nipones, donde sería estudiada con más calma. Así, si terminaba estallando, no perderían gran cosa.

Eso le recordó que tenía una cita con los japoneses. El almirante había decidido dejarlos en libertad, y debían abandonar el Némesis antes de que el portal Ícaro se abriese.

Naruse le recibió con una mirada hostil. Niurka, en cambio, se había resignado y apenas alzó la vista del libro que estaba leyendo. Antes de que el nipón empezase a reconvenirle, Necker les anunció las novedades. Sólo permanecerían unos cuantos técnicos a bordo de la nave científica, que quedarían en libertad tan pronto se hubiesen solventado las dificultades con los sistemas de soporte vital. Necker no mencionó lo de la bomba y los planes que tenía para la Honshu. De todas formas, los nipones no volverían a ver esa nave.

—Ha tenido que intervenir Triviño para que nos soltase —Naruse se levantó con el aire de la dignidad ofendida—. Si el delegado del presidente no hubiese hablado con nosotros, usted nos habría dejado aquí olvidados hasta que nos pudriésemos.

—Existe otra razón de más peso que la opinión del delegado.

—¿Cuál?

—Están estorbando. Les despacharemos a la Tierra en cuanto la nave que les llevará de vuelta llene sus tanques. Recojan sus pertenencias y estén listos en la esclusa de embarque de la cubierta B dentro de una hora. A máxima aceleración estarán en casa en un par de días —le entregó a Niurka una lista del personal que debía quedarse en la Honshu—. Si alguien de su tripulación debe bajar a Marte, notifíquelo de inmediato al oficial de cubierta.

—¿Qué harán con la sonda alienígena, general? —inquirió Niurka—. ¿Van a destruirla?

—Le agradará saber que ya nos hemos comunicado con ella. Sus intenciones son amistosas, así que no tenemos motivos para atacarla.

—Siento una gran curiosidad por saber cómo lo han conseguido.

—Es comprensible, comandante, pero esa información es de interés militar.

—Accedimos a colaborar con ustedes.

—No voluntariamente. Y dicho sea de paso, cuando no tenían otro remedio.

—Déjalo, Niurka, es inútil razonar con Necker. Recogeremos nuestras cosas y nos marcharemos. No queremos ser un estorbo para sus tropas, seguro que pasarán a cuchillo a algunos cientos de civiles y no desean testigo.

—Es usted muy divertido, Naruse; de verdad, le echaré de menos.

—Yo a usted no.

Necker hizo una seña al cabo de control para que los japoneses fueran escoltados a la cubierta de embarque. No era cierto que fuera a echar en falta a los nipones; su permanencia a bordo de una nave de guerra sólo le traería quebraderos de cabeza. El almirante había invertido un tiempo precioso en conversaciones diplomáticas con la presidenta Hiraya. La expedición nipona poseía para el gobierno de Tokio un valor mucho mayor del que Hiraya admitía. Boneh había comprendido este hecho.

Y había actuado en consecuencia.

Necker entró en el ascensor y pulsó el nivel de la enfermería. El almirante había apostado fuerte. Ojalá no errase en sus planes.