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Cristina no es la única mujer que llora en este momento. Muy lejos de Bayona, en Gorom-Gorom, las lágrimas se deslizan silenciosamente por las mejillas de Mariam. Los cauris están esparcidos por el suelo, y entre contraluces, a la luz de la hoguera, emerge la mirada compasiva del sabio adivino, aunque nada puede aliviar un dolor tan profundo.
Preocupada por la ausencia de noticias desde Europa, la esposa de Touré ha acudido al anciano en busca de respuestas que calmen su desazón. El hombre la ha recibido en el exterior de su modesta casa y la ha invitado a sentarse junto al fuego. La primera pregunta que ha hecho ella ha sido acerca de Sira. Entonces, él ha tomado entre sus fibrosas manos los cauris y los ha agitado antes de lanzarlos sobre la tierra. Las conchas han caído desperdigadas, y el sabio se ha quedado observándolas en silencio. No hay lugar a dudas; en cuanto este levanta los ojos hacia Mariam, ella comprende que ya no tiene hija.