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Cristina se siente agotada, lleva horas tratando inútilmente de encontrar a Sira y ha hecho todo cuanto podía hacer en Hendaya. Lo último ha sido ir a la Gendarmería a poner una denuncia, pero tiene la sensación de que la policía francesa no se ha preocupado mucho por la hija de Touré. Dicen que ha pasado poco tiempo desde la desaparición, que conviene esperar antes de poner en marcha el protocolo de búsqueda, que la chica puede haberse quedado en alguna estación intermedia antes de llegar a Hendaya o que, lo más seguro, al no encontrar a nadie esperándola en el andén, se las habrá arreglado para llegar a Bilbao por su cuenta, en cuyo caso ya no sería asunto de su competencia. De cualquier modo, le han asegurado muy educadamente que harán todo cuanto esté a su alcance, palabras que a la pelirroja no le han resultado nada convincentes. Y no quiere calentarse la cabeza, pero se pregunta cuál habría sido la reacción de los gendarmes si la persona desaparecida fuera de un color más claro, más francesa…

Tal y como le prometió a Touré, ha utilizado todas sus armas para intentar conseguir los datos de los viajeros que compartían vagón con Sira; pero no le ha servido de nada, el personal de la estación de Hendaya ha resultado ser extremadamente frío y profesional. Ahora se encuentra en el tren que va hacia París. Quizás, entre las personas que llegaron ayer a Hendaya junto a Sira, haya alguien haciendo el trayecto de vuelta hacia el norte. Cristina quiere probar suerte mostrando la fotografía de la joven entre los pasajeros, y ha pedido un billete hasta Bayona, pensando que tendría tiempo suficiente para recorrer todos los vagones; sin embargo, la tarea está resultando más ardua de lo que se había imaginado en un principio, y todavía no ha llegado al final del convoy cuando se supone que debe apearse. Entonces decide continuar hasta la siguiente estación: Burdeos. Con una sonrisa forzada, consigue que el revisor no se enfade demasiado por su cambio de planes, y con esa misma sonrisa reanuda su persistente búsqueda, mostrando el retrato de Sira entre los viajeros. En algún momento se ha encontrado con alguien que, efectivamente, llegó a Hendaya en el mismo tren que la joven Touré, pero nadie recuerda a la chica de la foto. Al final, llega al vagón-cafetería. En este coche apenas hay pasajeros, y todos le dan la misma respuesta: ninguno de ellos hizo ayer el trayecto inverso. Sin embargo, el camarero que hay al otro lado de la barra asiente, él cubrió ayer mismo la distancia entre París y Hendaya en ese mismo tren. La esperanza de Cristina se reaviva, y muestra al chico la fotografía que guarda en el móvil.

—Sí —responde él—, la recuerdo.

La pelirroja siente que se le acelera el corazón, pide más detalles al camarero.

—Pasó por aquí varias veces —le dice—. Me pareció que estaba muy nerviosa.

—Mira otra vez la foto, por favor. ¿Estás seguro de que es ella?

—Seguro. Chicas tan guapas no se ven todos los días.

Ella fija la vista en la imagen de la pantalla durante un segundo, y piensa que tiene razón: Sira es guapísima. Pero eso ahora es lo de menos.

—Has dicho que parecía muy nerviosa. —Esa idea no le cuadra—. ¿En qué se lo notaste?

—No sé cómo explicarlo, se portaba de una forma extraña, todo el rato a vueltas de aquí para allá, como si no fuera capaz de quedarse sentada en su sitio… Podría pensarse que estaba impaciente por llegar a su destino.

—¿Te pareció asustada?

—No sé… —Ahora el camarero no se expresa con tanta seguridad—. Podría ser.

—¿Llegaste a hablar con ella?

—Sí, claro. No consumió nada, pero me pidió varias veces que le calentara la leche del biberón —responde él, ajeno al efecto que sus palabras causan en la pelirroja.

—¿Has dicho… “biberón”? —logra articular ella, sin salir de su asombro.

—Sí, para el bebé. Eso también me llamó la atención, una chica tan joven sola con un bebé… ¿Es suyo?

Cristina aún necesita unos segundos para reaccionar.

—No tengo ni idea. —Y ahora es la respuesta de ella la que deja pasmado al camarero—. ¿El bebé era muy pequeño? ¿Qué tiempo dirías que tenía?

—No sabría calcular, unas semanas… o unos meses… no estoy seguro. Pero era una niña, eso lo sé porque me lo dijo ella.

—¿Y no tenía un carrito?

—Pues no creo… Por lo que yo vi, llevaba la niña a la espalda, sujeta con una tela… Como suelen ir las africanas con los críos pequeños, ya sabes…

A la pelirroja le cuesta sacar alguna conclusión lógica. ¿Quién será esa pequeña? ¿Acaso Sira ha tenido un bebé? No, no puede ser, Touré tendría que saberlo, y él se lo habría dicho. Además, si fuera suyo, lo más normal sería que le diera el pecho en lugar de biberón… Sigue dándole vueltas y recuerda que, según le ha contado Touré, el trabajo de Sira consiste en cuidar niños. ¿Se tratará de alguna de las criaturas que tiene a su cargo? ¿Habrá tenido que salir huyendo Sira con la niña en brazos? ¿Por qué? ¿Qué la asustaba?

Cristina aprovecha la buena disposición del camarero para continuar con el interrogatorio.

—Has dicho que la chica de la foto pasó varias veces por este vagón, ¿verdad?

—Sí, cada hora por lo menos.

—¿Y eso fue así durante todo el trayecto, desde París hasta Hendaya?

El joven se lo piensa un momento antes de responder.

—No, la última vez que la vi fue antes de llegar a Bayona.

Ahora es ella quien reflexiona durante unos segundos.

—¿El tren para mucho rato allí?

—Unos diez minutos.

—¿Y luego sigue directo hasta Hendaya?

—Sí, ya no hay más paradas hasta el final.

La pelirroja hace otra pausa mientras su cabeza trabaja a toda máquina.

—¿Durante esos diez minutos tú no bajaste del tren? —continúa.

—No.

—¿Y no sabes si la chica salió?, ¿quizás la viste hablando con alguien en el andén? —Cristina baraja todas las posibilidades que se le ocurren.

—No me fijé. Lo único de lo que estoy seguro es que a partir de Bayona no volví a verla. ¿No se tenía que bajar ahí, o qué?

Ella no responde, está absorta en sus pensamientos y parece no haber oído al joven. Él, con mucho tacto, respeta su actitud y no insiste. Cristina se siente desbordada por la magnitud de la nueva información que acaba de recibir, necesita tiempo para pensar. Decide pedir una copa de vino blanco, y entre sorbo y sorbo, trata de ir asimilando todo lo que le ha revelado el camarero. ¿De qué estaría asustada Sira? ¿Habría subido al tren huyendo de alguien?, ¿y si ese alguien la obligó a bajar del tren en Bayona? ¿Y esa niña…?, ¿de quién será?

La pelirroja termina su consumición mientras va pensando en el siguiente paso que debe dar.

—¿Cuánto falta para Burdeos? —pregunta al chico de la barra.

—Alrededor de una hora.

No le queda más remedio que seguir en el tren. Resignada, pide al camarero que le rellene la copa. En unos minutos reanudará su paseo por los vagones, seguirá preguntando entre los pasajeros, puede que alguien más recuerde haber visto a Sira. Después, se bajará en Burdeos y buscará el modo más rápido de volver a Bayona, en otro tren, en autobús… no le importa, como si tiene que alquilar un coche… Sospecha que es allí donde tiene que continuar investigando, y no quiere demorarse en llegar. Quizás debiera llamar primero a Touré; busca su número en la agenda del móvil, pero no se atreve a pulsar el botón verde. Si le telefonea ahora, solo conseguirá ponerle más nervioso, y además en este momento ella tampoco se siente capaz de transmitirle mucha serenidad. Debería ponerle al corriente de todo, sí, pero… ¿merece la pena? Tal vez sea mejor esperar a saber algo más… ¿o quizás no?… Siente que va a estallarle la cabeza.