Capítulo 2
A la mañana siguiente, Virginia se despertó con la sensación de que algo había cambiado su vida; de que había desaparecido algo rígido y frío. Era un sentimiento desconcertante. Abrió los ojos y se preguntó cómo podría cambiar en algo su vida ordenada el hecho de que un hombre durmiera en el sofá de su sala.
La única respuesta era que se estaba imaginando cosas. Un episodio tan simple como aquél no podía tener efectos permanentes de ningún tipo. Había alojado en su casa a un colega de trabajo de su padre, que además era amigo de la familia. Eso era todo.
Algo molesta consigo misma, se levantó de la cama y se puso la bata. Salió al pasillo, pero no se dio cuenta de que el baño estaba ya ocupado hasta que llegó a la puerta y oyó el estruendo de la ducha. No estaba acostumbrada a compartir el cuarto de baño. Siguió caminando hacia la sala.
Las sábanas y la almohada que le había dejado a Ryerson estaban cuidadosamente dobladas sobre un aparador, y la última evidencia de la presencia de un hombre en la casa era una camisa colgada del respaldo de una silla, y un par de enormes zapatos alineados ordenadamente a los pies de la misma.
El ruido del agua de la ducha se interrumpió, y Virginia se quedó parada, escuchando. Se imaginaba a Ryerson agarrando una de las toallas grandes y secándose con ella, A. C. cuando llegó al punto de imaginar la forma triangular del vello oscuro de su pecho, decidió que más le valía ir a preparar café. Su imaginación se estaba caldeando demasiado aquella mañana, cosa inhabitual en ella.
Minutos más tarde, se abrió la puerta del baño. Virginia sacó dos tazas del armario. No oyó los pasos de Ryerson hacia la cocina, lo que resultaba sorprendente, dado su volumen; pero sí sintió su presencia a su espalda.
—Buenos días —saludó el invitado, con voz profunda y algo ronca.
Virginia se volvió con las tazas.
—Buenos días.
Ryerson estaba aquella mañana tan interesante como la noche anterior. El hecho de que estuviera desnudo de cintura para arriba contribuía a su atractivo general.
Hacía años que ningún hombre se paseaba semidesnudo por su cocina. El último había sido su marido, y Virginia no guardaba buenos recuerdos de su presencia, ni física ni espiritual.
Pero Ryerson era especial. Su cabello castaño rojizo brillaba tras la ducha, y sus ojos iluminaban su expresión vivamente a la luz del sol. Sólo vestía unos pantalones, y Virginia notó que el dibujo del vello de su torso era tal y como ella lo había imaginado. Triangular, en forma de flecha, hasta la cintura.
—He usado tu maquinilla de afeitar. Espero que no te importe —dijo Ryerson.
—Claro que no —respondió Virginia al momento—. Toma. Sírvete el café mientras yo utilizo el baño.
—Gracias.
La atención de Ryerson, sin embargo, no estaba en el café, sino en el cabello de Virginia.
—¿Pasa algo? —preguntó ella.
—No —replicó Ryerson con una sonrisa—. Me acabo de dar cuenta de que anoche llevabas una toalla, de forma que no llegué a verte el pelo.
Virginia se llevó instintivamente la mano a su pelo moreno y revuelto.
—Está todo alborotado —dijo—. Voy a ver si me arreglo.
Dejó las tazas sobre la mesa y trató de salir de la cocina. Pero Ryerson no hizo ademán alguno de apartarse de la puerta. Por el contrario, cuando ella se detuvo, colocó una mano sobre su hombro. Virginia lo miró, algo turbada.
Ryerson la contempló despacio, y su mano paseó desde su hombro hasta su cabello. Virginia le devolvió la mirada, remotamente consciente de la aceleración de su pulso.
—Gracias por lo de anoche, Ginny —dijo Ryerson suavemente—. Hacía tiempo que no pasaba una velada tan agradable. El whisky, la música, el fuego y tú… justo lo que necesitaba.
Virginia sonrió trémula, y se preguntó cuándo habría pasado de Virginia Elizabeth a Ginny. La sorprendió que su apodo más familiar sonase bien en los labios de Ryerson. Algo muy peculiar había sucedido entre ellos la noche anterior.
—No es nada. De veras. Siento que tuvieras que conducir en una noche tan terrible como la de ayer.
—Yo ya no lo siento.
Hubo un momento de silencio tenso, tras el cual, Ryerson inclinó la cabeza y acaparó entre los suyos los labios de Virginia.
Virginia contuvo el aliento, no muy segura de lo que sucedería. Se consideraba una persona poco sensual, su marido se lo había dejado bastante claro años atrás. Pero Ryerson había dicho la noche anterior que no era un romántico, y probablemente no esperaba, demasiado de ella. Al fin y al cabo, sólo era un simple beso.
Tales pensamientos se amontonaron en su cerebro de manera atropellada cuando la boca de Ryerson llegó hasta la suya. Virginia suspiró levemente y se relajó. Aquel beso parecía la cosa más natural del mundo.
Los labios de Ryerson eran decididos, cálidos y algo apremiantes. Virginia respondió al beso con naturalidad. A. C. Ryerson era una maravilla besando, y se daba cuenta de que llevaba muchos años deseando la compañía de un hombre así. Toda la vida, en realidad.
Pasó los dedos por la piel desnuda del hombro de Ryerson, y acarició su piel cálida y tersa. Ryerson gimió suavemente, y alzó la cabeza lo mínimo para decir:
—¿Sabes qué estuve pensando anoche? Que me había equivocado de hermana durante un mes.
Virginia estudió la mirada plateada de Ryerson. Temblando como si acabara de descubrir algo nuevo y maravilloso, y el mundo le pareciera aquella mañana más nuevo y más fresco.
—Apenas nos conocemos —dijo sin aliento.
Al momento se arrepintió de un comentario tan intrascendente. Además, algo en su interior le decía que conocía a Ryerson mucho más de lo que creía. Y era normal, porque se parecía mucho a ella.
—Pues me gustaría conocerte mejor —dijo Ryerson, mirándola fijamente—. Creo que tenemos mucho en común, y que podríamos llegar a ser grandes amigos.
Acarició el cabello revuelto de Virginia, y se inclinó para besarla de nuevo. De pronto, la puerta principal se abrió, y una ráfaga de aire fresco inundó el cuarto.
—¡Ginny! ¡Dios mío, pero si eres tú, Ryerson! ¿Qué demonios está pasando aquí?
Virginia se sobresaltó al oír la voz de su hermana, y se volvió hacia la puerta.
—Hola, Debby —dijo con una calma que la sorprendió a ella misma.
—Vaya, vaya, vaya —dijo Deborah en un tono en el que se mezclaba la sorpresa y el sarcasmo—. No puedo creerlo. ¿Qué tenemos aquí? ¿Buscas la manera de reparar tu corazón roto, Ryerson? Me haces sentirme culpable…
Entró en el interior y los miró con sorna. Vestía un pantalón ceñido a su cuerpo delgado, y llevaba el cabello rubio cortado a la última moda.
Ryerson la miró con gesto aburrido.
—Espero que hayas llamado a tus padres. Estaban preocupados.
—Los llamaré más tarde —dijo Debby, que seguía observando a la pareja sin dar crédito a sus ojos—. Desde luego, si no lo veo no lo creo. ¿Has dormido aquí, Ryerson? ¿Con mi hermana? Nadie lo va a creer. Ginny no ha salido con nadie desde su matrimonio, que yo sepa. Y ni siquiera te conoce.
Observó el desarreglo de Virginia, y el sencillo atavío de Ryerson, y los miró suspicaz.
—Oye, no habrá tratado de forzarte, o algo así, ¿verdad? —dijo—. Porque llamo a la policía al momento y…
Virginia enrojeció. Toda su familia se había sentido en el deber de protegerla desde que murió su marido.
—Ya basta, Debby.
Debby la miró con furia.
—No, no basta. No si Ryerson está jugando contigo. Si lo estás haciendo —añadió para Ryerson—, te diré, A. C. Ryerson, que te vas a meter en un lío. Mi familia se pondrá hecha una furia. Mi padre te llevará a juicio.
—Debby, por Dios —la interrumpió Virginia bruscamente—. Calla un poquito la boca, para que pongamos las cosas en claro. No necesito que me protejas de Ryerson.
—Yo no estaría tan segura —replicó Debby—. Tal vez seas unos años mayor que yo, pero nunca has tenido experiencia con los hombres, a excepción de tu matrimonio, del que me temo que no has sacado nada en claro. La verdad es que no me lo imaginaba seduciéndote por venganza, pero nunca se sabe.
—Te aseguro —dijo Virginia dignamente—, que aquí no ha habido nada de seducción ni de venganza. Así que haz el favor de callarte.
—Tu hermana tiene razón —intervino Ryerson con calma—. Cierra la boca, Deb, antes de que metas la pata más hasta el fondo todavía. Te aseguro que Ginny y yo nos entendemos perfectamente.
Debby los miró con escepticismo, pero la serenidad de ambos rostros acabó con todos sus argumentos.
—Ya. ¿Y desde cuándo deja que la llamen Ginny? —preguntó.
—No se lo he pedido. Pero no le importa. ¿Verdad, Ginny? —dijo Ryerson sonriente.
—Er… no, A. C.
—Vaya. Debí imaginario —dijo Ryerson con pesar.
—Nadie lo llama A. C. —explicó Debby—. En fin. Aquí huele a café. Me vendría bien una taza.
Todo el sentimiento excitado de la novedad se había evaporado ya de Virginia, que empezó a pensar si no debería sentirse culpable. Pero la expresión de su hermana no reflejaba celos o malestar. Básicamente, parecía haber reaccionado con humor, aparte de la preocupación por el bienestar de su hermana.
Tal preocupación hubiera emocionado a Virginia si no estuviera harta de que su familia tratara de protegerla en los asuntos de hombres desde la muerte de su marido. No hacía mucho que había declarado explícitamente que se podía cuidar solita. Aunque lo cierto era que ningún hombre se había acercado lo suficiente como para dañarla, porque no lo había permitido.
—Bueno, supongo que vosotros dos tendréis mucho de que hablar —murmuró Virginia—. Un romance recién roto merece ciertas discusiones. Así que yo voy a arreglarme.
—Bueno, Ryerson, demostraré mi pesar si tú muestras el tuyo —oyó que decía Debby cuando ella salió de la cocina—. Pero antes tomaré algo de café.
Virginia se arregló rápidamente, y escuchó las voces que procedían de la cocina. Ryerson y Debby parecían estar manteniendo una conversación amistosa. Fuera lo que fuera lo que había sucedido entre ellos, lo que estaba claro era que no se podía calificar de «gran pasión». Los dos parecían contentos de que hubiera acabado, tal y como decía Ryerson.
La cocina olía deliciosamente a huevos y beicon cuando Virginia volvió, diez minutos después. Ryerson estaba cocinando. Parecía sentirse como en su casa en la cocina de Virginia, como si llevara años viviendo allí. A Virginia no la molestó tal naturalidad. Se volvió hacia Debby, que estaba tomando café en la mesa. Su hermana parecía mucho más tranquila, y sus ojos brillaban con cierta malicia.
—Ryerson me ha dicho que te ha contado lo del «gran fin de semana» —dijo amigablemente.
—Sí, y sé que te escabulliste con tu habitual indiferencia hacia todo, Debby. Debiste imaginar que papá y mamá se pondrían histéricos.
—No pensé que fueran a leer la nota —replicó Debby con una mueca—. Era para Ryerson.
—Pues haberte asegurado de que tu padre no estuviera en la oficina cuando la nota llegara —dijo Ryerson con dureza.
—¿Y por qué la abriste delante de él? —replicó Debby.
—Yo no fui. La abrió mi secretaria. No sabía que era un asunto privado, y se quedó de piedra. La carta se le cayó, y tu padre la recogió. Me la pasó, pero sólo cuando hubo leído tu nombre, al final. Tenía derecho a preguntar qué estaba pasando, y yo se lo conté.
—Dios mío —dijo Debby—. ¿Y por eso se creen obligados a perseguirme? ¡Menudo lío!
—Estaban preocupados por ti.
—¿Dónde te quedaste anoche? —preguntó Virginia.
—Con una amiga, en Bellevue. Pero no me podía quedar allí más de un día, y yo quería desaparecer al menos dos, para dar tiempo a que el enfado de papá y mamá se enfriara. Ya sabes que esperaban que me casara con Ryerson.
—Sí —contestó Virginia.
—Vine aquí porque pensé que tú no estarías. Espero que no te importe que me quede un par de días.
Fue Ryerson el que contestó, sin embargo. Estaba sirviendo los huevos revueltos en los platos.
—No sé si a Virginia le importará o no, pero a mí sí. Más vale que te vayas en cuanto acabes desayunar.
—¿Y porqué iba a hacerlo? —preguntó Ginny indignada.
—Porque no me apetece tenerte todo el rato en medio mientras me dedico a conocer mejor a tu hermana —replicó Ryerson con calma al tiempo que distribuía los platos—. Resulta muy difícil para un hombre reponerse de un desengaño amoroso si su antigua novia se convierte en una molestia. Tengo planes en los que no estás incluida.
Los dedos de Virginia temblaron débilmente al agarrar el plato. Alzó la vista hacia Ryerson, y encontró su mirada sonriente.
—Pero bueno —se quejó Debby—, ¿es que ni siquiera vas a dolerte de tu amor perdido durante unos días?
—A mi edad, ya no se duele uno por perder un romance como el que tú y yo hemos tenido —repuso Ryerson, mientras tomaba asiento y echaba ketchup a sus huevos—. En cuanto comprendí que mi oído no había sufrido daño permanente por los efectos del rock duro, empecé a recuperarme. Desayuna y márchate, Deb.
—Te conozco desde hace un mes, y ni siquiera sabía que podías cocinar —gruñó Debby al tiempo que concentraba su atención en el desayuno.
—Lo que no dice gran cosa de nuestra relación, ¿verdad?
—Verdad. Yo creo que me di cuenta de que nuestra relación era imposible la noche que te llevé a ver a los Sleaze Train y estuviste quejándote durante una hora desde que acabó el concierto.
—Era la peor música que había oído en mi vida —dijo Ryerson.
—Bueno, seguro que tú y Ginny coincidís en el grupo musical. Retrógrado. Pero no te hagas ilusiones respecto a casarte con la otra hermana —avisó Debby—. Hace años que Ginny decidió no volver a casarse. ¿Verdad, Ginny?
Virginia hizo una mueca hacia su hermana. No pensaba permitir que Debby se fuera de la lengua en aquel tema.
—Creo que Ryerson tiene razón, Deb. ¿Por qué no acabas de desayunar y te largas?
Debby fingió quedarse horrorizada.
—Pero bueno, ¿qué es esto? ¿Una conspiración para libraros de mí? Acabo de sufrir una experiencia traumática.
—Eres joven —dijo Ryerson—. Estoy seguro de que te recuperarás con facilidad.
—Ah, ¿sí? ¿Y tú? —preguntó Debby.
Ryerson miró a Virginia a los ojos.
—¿Yo? Pues a mí me hará falta una enorme dosis de condolencia, cariño y comprensión.
—Vaya… no sé por qué me da que sé adónde vas a ir a buscar todo eso —dijo Debby con ironía—. Ginny, no pensarás dejado llorar sobre tu hombro, ¿verdad?
Virginia ocultó una sonrisa.
—Un hombre que sabe cocinar puede conseguir prácticamente cualquier cosa —murmuró sin pensar, siendo ella misma la primera en asombrarse de sus palabras.
Ryerson rió.
—Lo recordaré. Toma más huevo, Ginny.
—Gracias. ¿Me pasas el tomate, por favor?
—Caramba, qué romántico —masculló Debby—. Vais a hacer una pareja estupenda. Tenéis mucho en común. Cuando dos personas se echan ketchup en los huevos revueltos, es que se compenetran perfectamente.
Una hora más tarde, Debby se marchó, quejándose por tener que ir a su apartamento, donde pronto se vería acosada por unos padres ansiosos. Sin embargo, deseó de corazón buena suerte a su hermana, y su mirada se volvió hacia la pareja, con interés, al alejarse.
—Almas gemelas —dijo Ryerson complacido—. ¿Qué te parece eso, Virginia Elizabeth?
Virginia consideró la pregunta, intuyendo una lejana promesa de felicidad. Pero prefirió atenerse a la realidad.
—Es un poco pronto para saberlo, ¿no?
—No, para mí no. Pero estoy dispuesto a darte todo el tiempo que necesites —respondió Ryerson acariciando su mandíbula—. No tenemos prisa; somos dos adultos y podemos tomamos el tiempo que sea preciso.
Virginia acarició su mano despacio.
—Sí —respondió—. Tenemos tiempo.
Estaba segura de que Ryerson no la presionaría en ningún momento, y eso la tranquilizaba.
—He dicho que quería conocerte mejor, pero la verdad es que tengo la impresión de conocerte —dijo Ryerson—. Anoche dijiste que te gustaría tener una amistad con un hombre.
—Sí, me encantaría —respondió Virginia con sinceridad.
Le parecía sencillo establecer una amistad con A. C. Ryerson, que tal vez, y sólo tal vez, avanzara hacia algo más profundo. Virginia sabía que no era una mujer pasional, pero por primera vez desde la muerte de su marido, consideraba la posibilidad de una relación segura y confortable.
Detuvo sus pensamientos al darse cuenta de lo lejos que estaban yendo. Tenía mucho tiempo para ver lo que sucedía, y, por el momento, le bastaba con saber que pensaba igual que Ryerson. En realidad, era el sentimiento más agradable que había tenido nunca hacia un hombre, y pensaba explorado hasta el final.
—Iremos despacio y con cuidado —volvió a prometer Ryerson—. Sin prisa. Ya verás cómo al final nos hacemos muy amigos, Ginny.
«Amigos». Virginia sonrió ampliamente.
—Magnífico.
* * *
«Sin prisa». Aquellas dos palabras tuvieron eco en la mente de Virginia en muchas ocasiones a lo largo de las siguientes tres semanas. Reflexionaba sobre ellas en la ducha, antes de dormirse, en el trabajo…
«Sin prisa». Había encontrado a un hombre que se conformaba con que la relación se desarrollara paso a paso, que se consiguiera primero una amistad, antes de exigir compromiso. Se haría amiga de Ryerson, y luego decidirían si les interesaba ir más lejos. Tal seguridad era un gran alivio para Virginia.
Por primera vez desde su desastroso matrimonio, podía aceptar la idea de una relación intensa con un hombre. Si aquel hombre resultaba ser el adecuado, tal vez accediera a hacer más carnal su relación. Un hombre como Ryerson no esperaría maravillas de ella en la cama.
Casi cuatro semanas después de haber iniciado su relación con Ryerson, Virginia quedó con su hermana para comer. Debby apareció llena de paquetes, con una llamativa minifalda, A. C. contempló con disgusto el traje de chaqueta de su hermana, pero no hizo ningún comentario. Sabía que a Virginia le gustaba vestir de modo más conservador.
—Bueno, cuenta —urgió Debby en cuanto se sentó—. ¿Qué tal la gran aventura amorosa? Todos sabemos que llevas saliendo casi un mes con Ryerson. Papá y mamá no quieren hacerse ilusiones otra vez, pero yo estoy segura de que os irá bien. Estáis hechos el uno para el otro.
—Muchas gracias —dijo Virginia—, pero no os equivoquéis. Ryerson y yo sólo somos amigos.
Debby levantó la vista del menú y la clavó en Virginia.
—Vamos, Virginia, no te hagas de rogar. Ya sabes que soy muy curiosa. ¿Qué tal os va?
—Bueno, el sábado pasado, Ryerson y yo pasamos una noche formidable en el ballet —explicó Virginia con calma—. El martes estuvimos cenando en el muelle. Salmón, para más señas. Este fin de semana me parece que vamos a ir a un concierto de música clásica, aunque aún no lo hemos decidido. También hay una exposición de cactus a la que nos gustaría ir.
Debby hizo un gesto desesperado.
—Una exposición de cactus. Dios mío. Pero no es a eso a lo que me refiero, y lo sabes muy bien. Lo que quiero saber es si te acuestas con él, hombre.
Virginia la miró sorprendida.
—No eres un prodigio de sutileza, ¿eh?
—Desde luego que no. A muchos hombres los atrae eso de mí. Pero contesta, hermanita.
Virginia sonrió con fingida altanería.
—La pregunta, desde luego, no merece contestación, pero te la daré, de todas formas, porque sé que si no te vas a enfadar. No me acuesto con él. Y además, no me preocupa en absoluto. Hemos decidido que tenemos todo el tiempo del mundo, y no vamos a precipitamos. Nos interesa más cultivar nuestra amistad que convertimos en amantes.
—Ya, ya —murmuró Debby mientras tamborileaba una uña sobre la mesa—. Oye, Virginia, Ryerson es un tipo estupendo, pero he visto cómo te mira. Te diré algo: a mí nunca me miraba así. Está pensando en algo más que una simple amistad. ¿Sabe lo de tu matrimonio?
—Sabe que estuve casada, sí. Y él también lo estuvo. Pero eso fue hace mucho, y apenas hablamos de ello.
—¿Pero sabe lo mal que te fueron las cosas en esos tres años? —insistió Debby.
La sonrisa de Virginia se evaporó.
—Ni siquiera tú sabes lo mal que fueron las cosas, Deb —dijo.
Su hermana se sonrojó.
—No, pero he observado tu modo de evitar cualquier relación seria desde la muerte de Jack. No hace falta ser un genio para adivinar que las cosas fueron muy mal. Es lógico que la familia se interese por el hecho de que empieces una relación seria de nuevo. Todos esperamos que vaya bien, pero la verdad es que estamos un poco nerviosos.
Virginia suspiró.
—Me lo imagino. Todo el mundo quiere protegerme. Resulta conmovedor, por un lado, pero totalmente innecesario. Ryerson y yo nos compenetramos muy bien, y vamos a ir con calma.
—¿Es ésa la mayor ventaja que le ves? ¿Qué no te agobie? —preguntó Debby sagazmente.
—Bueno, la verdad es que resulta un alivio encontrar un hombre que acepte el ir despacio —admitió Virginia.
Ryerson era tan tierno y tan considerado a la hora de dejarle marcar el ritmo de la relación, pensó Virginia, que resultaba una verdadera suerte tenerlo por amigo.
* * *
«Sin prisa».
Ryerson reflexionó sobre aquellas palabras, que no hacían más que repetirse, burlonas, en su cerebro. En aquel momento, le parecía que pronunciadas había sido fruto de un acceso momentáneo de locura.
Llevaba saliendo con ella un mes entero ya, y se empezaba a subir por las paredes. Era ridículo. De nada servía el recordar que había estado saliendo con Debby durante un mes entero y apenas había sentido la falta de una relación sexual. Aquella vez era completamente diferente. No sólo recordaba la falta de relación sexual, sino que estaba continuamente excitado, cosa que no le había sucedido desde la adolescencia. Y el deseo insatisfecho se hacía cada vez más doloroso.
Se levantó de su escritorio y caminó hacia la ventana, para observar con impaciencia el panorama de edificios de oficinas y plantas industriales, separadas por fragmentos de césped. Middlebrook Power Systems estaba instalada al sur de Seattle, junto a muchas otras industrias de la zona. Era el área de industrias más importante.
Mientras contemplaba desinteresado la escena, Ryerson reflexionó sobre su vida privada. El problema estaba en que Ginny prefería proceder con cautela y sin prisa. Y no podía reprochárselo. Al fin y al cabo, se parecía mucho a ella. Y lo cierto era que un mes no significaba nada en una relación. A los tres meses era lógico plantearse la dirección que tomaban las cosas, pero, definitivamente, no era normal sentir tal ansiedad al cabo de cuatro semanas.
Pero la deseaba. Muchísimo. Sabía, sin embargo, que la única forma de llegar a algo era tomárselo con calma, día a día.
Resultaba una situación horrible estarse consumiendo sin cesar, mientras Ginny parecía perfectamente satisfecha con la situación de simple amistad. Ryerson no dudaba de que Ginny esperaba llegar a la misma conclusión que él, pero dudaba de su capacidad de espera.
Estaba seguro de que Ginny disfrutaba de su compañía, y trataba de que sus citas fueran frecuentes, pese a que el horario de ferrys era un aburrimiento.
También sabía que a Virginia le gustaba que la besara A. C. cada día aceptaba sus muestras de cariño con mayor naturalidad, y temblaba dulcemente cuando le tocaba los pechos. Pese a que Ryerson adoraba su entrega, a veces le chocaba descubrir cierta inexperiencia en sus labios. Como si no estuviera segura de sí misma.
Inevitablemente, Virginia siempre encontraba una manera sutil, pero firme, de frenar el, contacto antes de que llegaran a la cama. Y Ryerson, atrapado por su propia promesa, no se atrevía a presionada.
Ryerson apretó con fuerza la fría manivela de la ventana. No iba a poder resistido mucho más. No sabía cuánto tiempo pensaría Ginny continuar con aquella situación, pero sospechaba que podía ser bastante. No parecía tener gana alguna de ir a la cama con él.
Otro mes como aquél lo volvería loco.
Lo que necesitaba era romper el círculo platónico que rodeaba su relación. Las cosas resultaban demasiado calmadas y fáciles para Ginny. Tal vez un viaje fuera la respuesta. Escenarios nuevos y románticos, y el hecho de salir de la rutina, la animaría a ver la relación desde otro punto de vista.
Ryerson adoptó una expresión decidida, y agarró el teléfono para llamar a la agencia de viajes.
* * *
Virginia estaba disfrutando de la vista de la bahía de Elliot por la ventana de la casa de Ryerson, mientras comía un delicioso salmón fresco, cuando vio los billetes. Se asombró tanto, que estuvo a punto de dejar caer el tenedor. Miró a Ryerson a los ojos.
—¿Te vas de viaje de negocios a algún sitio?
Ryerson le devolvió la mirada.
—No. Nos vamos los dos. Y no por negocios, sino por placer. Me gustaría salir de aquí, y pasar unos días contigo. Me dijiste que tenías vacaciones ahora. ¿Qué te parece?
Virginia se quedó inmóvil, consciente de que algo iba a cambiar en su relación, y no muy segura de estar preparada para asumir el cambio.
—¿Adonde? —preguntó.
—A una isla caribeña, situada frente a México. Se llama Toralina, y he reservado plazas en un hotel magnífico, en la costa. Arena, comida exquisita, casino, paseos bajo las estrellas… ¿Qué dices? ¿Puedes escaparte unos días?
Virginia tragó saliva, algo indecisa. No estaba preparada para aquello. Tan sólo una semana antes, había estado hablando con Debby sobre las maravillas de fundar una sólida amistad antes de llegar más lejos.
Sabía que si aceptaba la oferta del viaje, aceptaría un cambio radical en su relación. No era nada tonta, y sabía que el viaje era una excusa para intimar su relación. Compartirían habitación, y Ryerson esperaría que durmiera con él.
Había sido lo suficientemente amable, sin embargo, para facilitarle una excusa para negarse. Le había preguntado si tenía tiempo, si podía escaparse. No tenía más que decir que no. Él entendería que no estaba preparada aún.
Pero ¿cuándo estaría preparada?, se preguntó Virginia. ¿Cuánto tardaría en decidirse a hacer el amor con Ryerson? ¿Unas cuantas semanas? ¿Un mes? Ni ella misma lo sabía.
Aquel billete de avión era la forma de Ryerson de hacerle la misma pregunta, y tal vez fuera el momento de averiguar la respuesta. Ryerson era su mejor amigo, y si no podía satisfacerlo en la cama, cuanto antes lo descubrieran, mejor.
—Me encantaría ir contigo a Toralina —dijo suavemente, sorprendida de su propio valor.