REC
El ordenador está sobre la cama. Vemos ante nosotros la extensión de sábana planchada, una arruga la cruza en diagonal. Más allá, donde acaba el colchón, se levanta un armario de puertas correderas, laminado en madera oscura. A la derecha, el extremo de la almohada, el borde del cabecero acolchado, y la mesilla de noche, con un teléfono gris, un taco de notas delgado, el bolígrafo de cortesía, y una tulipa de vidrio blanco en la pared, única luz del cuadro.
Entra en escena, pero la orientación de la cámara solo nos deja ver sus piernas y medio tronco. Pantalones de pinzas, grises, la camisa blanca con los faldones por fuera, con una mano tira de la corbata mientras el otro brazo está plegado hacia arriba, imaginamos que sujetando un teléfono en la oreja. Entra y sale varias veces, con pasos lentos, sin que nos llegue su voz, algún problema con el micrófono.
Por fin se sienta en el borde de la cama, dándonos la espalda. Permanece unos segundos inmóvil, apoyado en los muslos y encorvado hacia delante, la nuca con el corte de pelo bien acabado, castaño. Se gira y toma un cojín, que ahueca de dos manotazos y coloca sobre la almohada, respaldo en el que a continuación se acomoda. Sube las piernas a la cama, queda recostado. Acerca la mano para girar el ordenador hacia él, así que el punto de vista se desplaza hacia la derecha: perdemos su cuerpo de cintura para abajo, y a cambio nos mira de frente, su rostro ojeroso, la sombra azulada en las mejillas, el flequillo tieso. Sobre su cabeza, la esquina de una lámina enmarcada. Teclea y maneja el ratón táctil, hasta que encuentra lo que busca.
Entonces descansa las manos sobre el vientre, y su expresión va mutando sin perder de vista la pantalla: pestañea despacio, adelgaza la boca, la lengua asoma cada pocos segundos para barrer el labio superior, el inferior se va descolgando de manera imperceptible hasta dejar la boca entreabierta, asoman las paletas superiores y un hilo brillante de saliva mantiene unidas las mandíbulas.
Sus brazos se estiran y las manos desaparecen del plano, más allá de la cintura. Maniobra, recoloca el cuerpo, sin perder de vista la pantalla. Las manos regresan un instante para desabotonar la camisa. La abre hacia los lados, queda al aire su torso, cubierto de vello hasta los hombros, la piel lechosa, los pezones anchos.
La mano derecha sale otra vez del campo de visión y ya no regresa: su actividad provoca el movimiento del brazo, rítmico, lento al principio, cada vez más deprisa, y según gana velocidad su cara se va descomponiendo, la boca se descuelga del todo, asoma la punta de la lengua, los ojos se entrecierran, las aletas de la nariz se ensanchan, ladea la cabeza, el agitarse del brazo es ahora frenético, dobla el tronco incorporándose un poco desde el respaldo, clava la barbilla, cierra los ojos unos segundos, se muerde el labio inferior, después abre más la boca, hasta que deja caer hacia atrás la cabeza, estira el cuello, hincha el pecho, mantiene la sacudida del brazo y varios disparos cremosos impactan en su vientre, para desde ahí deslizarse por el costado hacia la sábana.
Detiene el brazo, resuella, todo el cuerpo se desploma en la cama, la cabeza cae en la almohada como si fuese a salir rodando. Mantiene los ojos cerrados, pacifica la respiración, resopla con los labios cerrados. Los regueros llegan al colchón cuando abre los ojos y mira el techo.