VIII
Voy a terminar ya de una vez y con la brevedad posible; pocas cosas me quedan que refutar del Consejo, y todas ellas son de la misma índole; todas respiran la ciega pasión que ha presidido en la redacción del tal documento; bastará, por tanto, que toque ligeramente los principales argumentos que tengo que oponer a los pocos puntos aun no tratados; y por otra parte, el estado de mi salud en los momentos en que escribo estas ultimas reflexiones, después de obtenida mi licencia absoluta, no me permite dedicar muchas horas a este trabajo, y no quiero tampoco retrasar por más tiempo, la publicación de este documento.
Al querer quitar novedad a las aplicaciones que he hecho de la energía eléctrica, comete el Consejo de la Marina una torpeza científica que no debo perdonarle, dado que quieren convertir en cargo contra mí su falta de ilustración en un asunto eléctrico, bien elemental por cierto. Dicen estos señores que no aparece claro en la Memoria a que se debe que, siendo de 60 caballos la fuerza de que se puede disponer con la energía de las baterías de los acumuladores en tensión, no sea posible utilizar dicha fuerza por mucho tiempo en las máquinas motoras, porque éstas no soportan la intensidad, correspondiente a esa energía (tensión decía yo en mi Memoria).
Pues bien, señores del Consejo, si no aparece eso claro en mi Memoria, la explicación es bien sencilla; todo no consiste más sino en que yo escribí esa Memoria en el supuesto de que habían de juzgarla personas que supieran distinguir lo que es soportar una cierta tensión eléctrica de lo que es soportar una cierta intensidad de corriente, pero, puesto que me he tropezado con unos jueces tan poco versados en conocimientos eléctricos, voy a ser galante con ellos, sacándoles, de la duda con un ejemplo vulgar.
Puesto que los señores del Consejo tienen timbres eléctricos en sus oficinas, pueden probar sus líneas con una batería de alta tensión, y verán que, cuando pongan un solo polo de la batería en contacto con el alambre de la línea delgada del timbre, puede soportar dicha línea tensiones de centenares y hasta miles de volts., y sin embargo, se fundiría si se la sometiera a las intensidades de corrientes de 15 o 20 amperes. En cambio, una barra de metal en tierra como la columna Vendôme, por ejemplo, no soportaría ni medio volt. de tensión, y soportaría muy bien, sin fundirse ni calentarse apenas, algunos miles de amperes. La resistencia a las tensiones es una cuestión de aislamiento, la resistencia a las intensidades es función de la sección del conductor.
Quede con esto también contestado un vocal que fue de la Junta técnica de Cádiz, y que comete el mismo error en su voto particular, diciendo que yo incurro en contradicción, cuando lo que sucede es que él incurre en ignorancia de un asunto tan elemental, cosa bien extraña en ese señor, que se ha pasado muchos años siendo profesor de electricidad en la Escuela de torpedos y otras escuelas de la Marina.
Conste, señores del Consejo, que no digo una sola palabra sobre la importante cuestión del aparato de profundidades, porque la soberbia lección que con tal motivo os ha dado el Sr. Echegaray, y para la cual no han tenido ni tendrán VV. EE. ni una sola palabra de réplica seria, es una obra tan acabada, que tocarla es afearla. También guardaré yo sobre el segundo aparato de profundidades del Peral la misma prudente y patriótica reserva que ha guardado en sus escritos mi respetable amigo el Sr. Echegaray, a quien he confiado el secreto de este invento mío (dicho sea con perdón de los señores del Consejo); invento cuyo secreto no llegó afortunadamente a noticia de esos señores, pues de lo contrario no se hubiera librado de la publicidad de la Gaceta.
Descartado ente punto, sólo me resta referirme a lo que dicen esos señores sobre dos de los aparatos de mi buque: el giróscopo eléctrico y el aparato óptico.
Sobre este último aparato no dicen los señores del Consejo más que estas breves, pero sustanciosas palabras: «Nada nuevo encierra el aparato óptico del torpedero». Yo también les voy a contestar con brevedad y con sustancia. Desafío a esos sabiondos señores, para los que no hay nada nuevo ni en la tierra ni el cielo, a que me citen un solo barco, buscándolo por todo el universo y desde que el mundo es mundo, en que se haya aplicado, antes de hacerlo yo, ese aparato óptico para los tres objetos que cumple en el Peral, ni aun para uno solo de dichos tres objetos; pero si acuden a la réplica a que les provoco, vénganse con buenas pruebas, que yo les espero armado con las mías; y la idea del aparato óptico no tendrá importancia, dado el desprecio con que se ocupan de él; pero lo que yo sé es que sin él o sin algo análogo que lo sustituya y sobre lo que tengo mis nuevas ideas que me guardaré de comunicar a los consabidos sabiondos, los torpederos submarinos no tendrían ni la mitad del valor que realmente tienen.
En cuanto a lo que dicen del giróscopo, no pueden figurarse el público y los señores del Consejo la violencia que me cuesta no entrar de lleno en esta cuestión, sobre la que se han dicho en los documentos de la Gaceta tantísima dañina tontería, y en cuyo asunto hay cosas no ya verdaderamente muy graves, sino inauditas. Dado el propósito que he formado de abreviar y terminar pronto este escrito; me limitaré a esbozar este asunto, deseando vivamente que las pocas cosas que voy a decir, sirvan para entablar en su día una polémica que no solo no rehuyo, sino que, deseo como he dicho.
Empezando por las opiniones del Consejo en este punto concreto, dicen con mucho aplomo estos señores: «Parece indudable la conveniencia de que durante la navegación submarina el barco se gobierne por medio de un giróscopo eléctrico, en vez de aguja». Lo que parece indudable es que estos señores tienen el don de entenderlo todo al revés de lo que el sentido común dicta. ¿Qué tendrá que ver la navegación submarina con que se prefiera o no la aguja al giróscopo? ¿Es que tienen esos señores el enormemente absurdo criterio de que unos cuantos metros de agua sobre la aguja perturben a ésta en lo más mínimo? Porque se comprendería la distinción entre buques eléctricos o de vapor o vela, para aceptar esa preferencia, si estuviera justificada; pero basarla en que un buque esté a flote o sumergido, francamente, no me lo explico; y debe ser tan hondo, tan profundo el pensamiento que les ha inducido a tener ese arranque, que no lo entiendo ni lo alcanzo. Por otra parte, y dado que la cuestión de los giróscopos eléctricos de rotación constante, es un problema que está en estudio y aun no resuelto, el preferir éstos a la aguja magnética, aparato perfectamente conocido y de resultados siempre seguros, es como si se prefiriese hoy viajar en globo antes que en un seguro y cómodo tren.
Después de esto declaran, no sé con qué intención, que la aguja magnética que llevaba compensada el Gymnote no les dio resultado a los franceses; pues muchas gracias por la noticia, señores míos, y lo celebro en el alma aunque no sea más que porque yo, un español, ha conseguido más en este asunto que un francés; y no creo que hagan esta cita de la falta de habilidad de los franceses en lo de la aguja para justificar el celebérrimo argumento de la casualidad para utilizarlo como aguja de gobierno en mis pruebas del 7 de Junio, porque esto tendría una gracia extraordinaria, sino fuera el colmo de la insensatez.
Siguen luego los señores del Consejo sobre el tema del giróscopo, con su sistema de siempre, esto es, barajar muchas fechas y apellidos extranjeros, para hacer creer al público que cualquiera ha adelantado en este asunto más que yo. Ya he dicho que no voy a entablar aquí la polémica, pero allá van las bases para la reivindicación de mis derechos de prioridad; y mientras no se demuestre (cosa que hoy ignoro) que alguien ha publicado antes que yo la idea de hacer un giróscopo-eléctrico de rotación permanente, me ratifico en las afirmaciones siguientes, sobre las cuales puedo presentar documentos comprobatorios:
1.º Que en el año 1886, mientras me dedicaba a las experiencias preliminares que se me habían ordenado sobre las aplicaciones eléctricas a la navegación submarina, concebí la idea que va antes subrayada y traté de ponerla en práctica construyendo, como lo hice, en el arsenal de la Carraca un giróscopo eléctrico de movimiento permanente, cosa que pueden atestiguar los mismos maestros y operarios que intervinieron en su construcción.
2.º Que no habiendo obtenido en ese primer ensayo todo el resultado apetecido, por requerirse en un aparato tan delicado herramientas más perfectas de las que el arsenal dispone, abandoné temporalmente el asunto, sin desistir nunca de ejecutar tan útil proyecto para cuando dispusiera de medios, y en Marzo de 1889 mandé ejecutar en Londres un aparato más perfecto, que puedo mostrar a quien quiera, según planos míos, exclusivamente míos, los cuales confié a un oficial del submarino para que los llevase a Londres. Este aparato funcionó ya con resultados lisonjeros.
3.º Que en Marzo de 1890, esto es, un año justo después de la fecha que acabo de citar, apareció en La Lumière électrique la descripción de un aparato de este género, que, ya sea por una simple coincidencia de inventores, o ya por una indiscreción de alguien, da la rara y extraordinaria casualidad que el aparato de La Lumière électrique es una copia casi exacta de las disposiciones que yo había adoptado un año antes, y sin embargo, no ha faltado alguno de mis imparciales jueces que me eche en cara que yo traté de apropiarme una idea que no me pertenece. Dejo al público los comentarios de esta justicia que se me hace.
4.º Que el Consejo de la Marina, como todos los que para desvirtuar el mérito o la originalidad de esta parte de mis trabajos (sin exceptuar en parte a la misma Junta técnica), todos los que con tal objeto citan las experiencias de Dubois de 1884, o no me tratan con justicia o no han estudiado la cuestión. El aparato de Dubois era, con pequeñas diferencias de detalle, y según consta en publicaciones francesas, una repetición del antiguo aparato de Foucaul, puesto que su rotación se obtenía sólo temporalmente y a mano como en aquel, mientras que mi aparato era y es de movimiento permanente, y este movimiento permanente se obtiene por medios eléctricos. Véase, pues, si es o no perfectamente original.
Y por ultimo, y aquí viene la principal base de originalidad de mis ideas en este punto concreto: el aparato de Dubois y el de La Lumière électrique, y todos los que han aparecido en el año ultimo (al menos que yo sepa), todos fundan su utilidad en la invariabilidad de un plano indeterminado de rotación, mientras que los resultados de mi aparato consisten en que este marque precisamente el plano del meridiano verdadero mediante disposiciones que no es del caso detallar aquí.
Con este punto doy por completamente terminado el largo análisis que he hecho del dictamen del Consejo de la Marina.
Sólo me resta agregar algunas breves consideraciones a las que ya expuse anteriormente, para rechazar los falsos fundamentos en que se apoyó el Consejo para dar por terminadas sus negociaciones conmigo en el ultimo de los documentos de la Gaceta, o sea el núm. 42.
No podiendo sustraerse el Consejo de la Marina al convencimiento que tienen, aunque sin duda por modestia no lo declaran, de que la Junta técnica de Cádiz tiene sobre ellos en este asunto una superioridad incontrastable, toman de dicha Junta algunas consideraciones, convenientemente mutiladas para su objeto, y se basan en dichos retazos de argumentos para dar autoridad a su fallo.
Todo el mundo creerá que el Consejo ha escogido para su uso aquellas partes del dictamen de la Junta que pudieran ser más desfavorables para mis deseos, pues no señor; llega la insensatez de estos señores al extremo de valerse de aquellas opiniones de la Junta que recomiendan precisamente lo contrario de lo que el Consejo ha resuelto.
El primer retazo que utilizan, versa sobre la ya zanjada controversia de si el submarino es o no invento; exponen el célebre argumento de que el Peral no es producto de nuevos principios, y suprimen la siguiente terminante declaración que hace la Junta de que el submarino es un invento.
«… hasta 1885, en que ideó su submarino el señor Peral, debe hacerse constar que no habían aparecido ni el Nordenfeld, ni el Gymnote, ni el Peacemaker, ni ninguno de los que posteriormente se han dado a luz; y que la idea que le pertenece exclusivamente y que después ha aparecido en algún otro proyecto fue la de construir un verdadero tubo lanza-torpedos automóviles, que pudiese navegar sumergido en el mar, propulsándolo por medio de la energía eléctrica».
Viene luego el segundo retazo de dictamen de la Junta técnica, y lo que pasa con él es mucho más grave, pues lo que han hecho los señores del Consejo es simplemente desfigurar por completo el sentido de aquel dictamen, pues en un documento en que se discute si procede o no construir un solo submarino, no sé que papel pueden hacer argumentos de la Junta técnica que se refieren a la construcción de una escuadra de submarinos; y así resulta que el Consejo se apoya en estos argumentos de la Junta técnica para decidir que no se haga el nuevo submarino que yo propongo, mientras que la Junta técnica aconseja terminantemente que se haga. ¿Suprimen, al citar los argumentos citados de la Junta, esta importante declaración contenida en el mismo párrafo? «… subsanadas que sean las deficiencias indicadas y hechas las modificaciones que se proponen en la Memoria (se refieren a la Memoria presentada por mi), hay lugar a esperar resultados satisfactorios»; y suprimen además los Sres. del Consejo esta terminante declaración de la Junta técnica; «creen por tanto, los vocales que suscriben, que sería conveniente proceder a la construcción, en el plazo más breve posible, de otro torpedero que reúna las propiedades indicadas en este escrito».
Y vamos a decir algo de las propiedades del nuevo torpedero, lo que parece que tiene algo que ver con el tercer retazo del documento núm. 42, en el que se habla de la conveniencia de aplazar por ahora las construcciones análogas en mayor escala.
Pretendía el ministro de Marina que con los materiales viejos y defectuosos del Peral hiciera yo un buque más pequeño que era éste (téngase en cuenta que las principales deficiencias del Peral eran en gran parte consecuencia de su pequeñez), y que, sin embargo, tuviera mucha más eficiencia militar y marinera que aquel. Aunque sea mala comparación, esta exigencia del ministro era tan lógica y razonable como la del hombre que se llegase a una guantería con unos guantes sucios y rotos de un niño chico y pretendiera que de ellos le sacaran al hombre un buen par de guantes holgaditos, y limpios y flamantes. Pero aparte de esta pequeñez, si el Consejo de la Marina cita eso de construcciones en mayor escala como indicación de la Junta técnica para que el barco fuese más pequeño, yo les afirmo y les garantizo que me consta que los firmantes de aquel dictamen opinan en su mayoría todo lo contrario que el Consejo de la Marina, y si el ministro les diera autorización (que no se la dará) para hablar franca y libremente lo que quieran, ya verían el ministro y el Consejo todas las lindezas que aquellos respetables jefes y oficiales, y en general la inmensa mayoría de los jefes y oficiales de la Armada, tienen apechugadas contra ellos con motivo de este asunto.
Termino con el documento núm. 42, mencionando solamente (pues no merece el asunto otra cosa) el cargo que se me hace en el de haber puesto en peligro inútilmente la vida de los tripulantes, sobre lo cual sólo he de decir que, aparte de que siempre y en todas las pruebas hechas ha existido el consentimiento expreso y voluntario de los tripulantes, quisiera saber qué idea tendrán los señores del Consejo de lo que a la patria se debe, cuando me censuran lo que tendré siempre como uno de los más sagrados deberes de todo militar.
Llego, al fin, al ultimo y gravísimo cargo que tengo que hacer al ministro de Marina con motivo de la determinación que adoptó de publicar mi Memoria en la Gaceta. Partiendo de que en el submarino no hay secreto ni invento, la cosa parece casi inocente, aunque siempre imprudente; pero desde el momento en que está demostrado que hay invento, y desde el momento en que yo, advirtiendo que debe ser reservada esa Memoria, expongo en ella los procedimientos que a mi juicio deben mantenerse secretos para realizar ese invento, que interesa a la defensa y al porvenir de España, la publicación de esa Memoria, que habrá servido para facilitar en el extranjero la resolución de un problema tan perseguido actualmente, reviste tales caracteres de gravedad, que no concibo cómo ha podido cometerse tamaña ligereza.
En Francia, en Alemania, en Rusia, en cualquier país en que las defensas militares están bien organizadas, es considerado como delito de alta traición el revelar las disposiciones militares de una fortaleza, y el nacional o extranjero que es sorprendido en estas maniobras, es considerado como espía, a quien los gobiernos interesados aplican las más severas penas de la ley marcial.
En España, en el caso actual, ha sido un miembro del Gobierno el que ha mandado estampar en la Gaceta el secreto de una importante defensa militar de la nación. Si en España, y no cabe dudarlo, debe aplicarse el mismo criterio y la misma importancia que en los demás países a estas cuestiones militares, se presenta este dilema: o la publicación de esa Memoria se ha hecho a conciencia de la gravedad que encerraba tal medida, o se ha hecho de una manera inconsciente; si ha ocurrido lo primero, el que tal hizo cometió un delito, y debe pagarlo con una pena proporcionada al daño que hizo a la nación conscientemente; si, como parece más probable, y dada la falsa base en que se apoyan de negar invento y secreto, ha ocurrido lo segundo, no por eso la nación ha sufrido menor daño; la falta podrá no ser delito, pero el que la cometió es cuando menos inepto para desempeñar el cargo que ejerce, y no está la nación tan sobrada de felicidades que podamos permitirnos el lujo de sostener gobernantes funestos como el actual ministro de Marina.
Y aunque resulte pesado, quiero salir aquí al paso una vez más al único argumento que se citará para considerar esta medida como inocente, el eterno argumento de que en el submarino no hay invento ni secreto; que hay invento, ¿quién lo duda hoy, después de los artículos de Echegaray? ¿No los ha sancionado con su silencio el señor ministro de Marina? Que había secretos antes de la publicación de esa Memoria, ¿no basta la lectura de esa Memoria reservada para demostrarlo? ¿No va implicado lo de secreto en lo de invento? ¿No es secreto, antes de publicarse, el modo de vencer una dificultad no vencida antes? Y esa Memoria, que contiene el modo de vencer tantísimas dificultades como se me ofrecieron para resolver mi problema, ¿no es un conjunto de numerosos secretos que importaba guardar y reservar para la nación, puesto que yo se los regalaba, no al mundo, sino a mi patria?
Y no se ha hecho así, y las consecuencias son más graves de lo que los españoles se figuran; porque hace cerca de tres meses que esa Memoria y otros documentos se publicaron imprudentemente en la Gaceta, y hace próximamente el mismo tiempo que se está trabajando con ahinco en Francia, por orden de aquel Gobierno, para construir el submarino eléctrico Sirene, de grandes dimensiones, utilizando todos los progresos conocidos hasta el día, y buenos tontos serían los franceses sino se utilizaran de nuestras enseñanzas publicadas en la Gaceta; y mientras tanto, nosotros estamos cruzados de brazos entretenidos en nuestras luchas políticas, y el tiempo avanza, y los trabajos del submarino francés adelantan en silencio, mientras yo sólo en toda España devoro, ya que no puedo vencer, la desesperación de mi impotencia; y dentro de cuatro o cinco meses vendrán las pruebas del submarino Sirene, y como es justo, toda la prensa del mundo entero se hará eco de ellas, porque las pruebas saldrán bien; ¿no han de salir, si ya no hay dificultades serias que vencer? Pero tened en cuenta que no hay un solo francés que sea capaz de achacar sus glorias, más o menos fundadas, a una nación extraña; la Francia apuntará el triunfo que se prepara en la lista de sus glorias, mientras España camina en este asunto como si fuera guiada por el mayor de sus enemigos, no sólo preparándose ella misma el despojo de esta gloria, sino, lo que es más deplorable, desperdiciando el tiempo que debía aprovechar en acrecer por este medio su poder en el mar; yo invito a todos los españoles a que reflexionen, aunque ya es demasiado tarde, en el tristísimo papel que vamos a hacer dentro de pocos meses a los ojos del mundo entero; y cuando llegue ese día próximo que ahora anuncio, yo no dudo que habrá muchos nobles, hijos de España que lamenten lo ocurrido; pero no habrá más que un solo español que sufra las torturas de haberse sacrificado en aras de su patria, viendo que su sacrificio redunda en beneficio de una nación extraña.
Reflexionad, os repito, españoles, y cumplid con vuestros patrióticos deberes; yo os excito a ello con el mayor respeto y acatamientos, pero con la autoridad que me da el haber cumplido sobradamente con los míos; ya no puedo yo hacer más de lo que he hecho; esto es, poner a contribución todas mis energías y todas mis facultades, sacrificar mi salud, mi tranquilidad y la de mi familia; y por último, sacrificar también lo que constituía mi fortuna, las ilusiones de mi vida y el seguro porvenir de mis hijos; esto es, sacrificar mi carrera para poderos decir lo que os he dicho.
NOTA.— La extensión de este manifiesto (para cuya reproducción están autorizados todos los periódicos diarios), ha presentado dificultades para su publicación, vencidas gracias a la galantería de El Matute que se me ha ofrecido sus columnas, y yo he aceptado con agradecimiento.