V

Habiendo demostrado hasta la saciedad, como lo hice antes de esta digresión, que lejos de haber dejado incumplimentadas mis pomposas ofertas, he hecho con el Peral más de lo que había ofrecido, procede lógicamente que me ocupe ahora de los defectos de construcción del barco, causa que motivó principalmente el que el ejercicio de simulacro de día no resultara tan lucido como deseaban los señores de la Junta, a pesar de las difíciles condiciones de él.

Considerada esta cuestión en términos generales, no creo tener que esforzarme mucho ante el público para que resalte la ligereza de un ministro y un Consejo de la Marina que deciden retirar su confianza a un inventor porque el primer ensayo de su invento no resulte la perfección suma; ante todo, no creo que estos señores pudieran esperar nunca que esta obra mía resultase perfecta, y sin el menor lunar a la primera intentona, sabiendo que ninguna obra humana llega nunca a la perfección; y luego yo quiero que esos señores me indiquen un solo invento que desde el primer ensayo haya salido, no diré perfectamente práctico, pero ni siquiera tan práctico como mi primer ensayo del submarino, pues cuando menos yo he hecho con más o menos perfección todas las pruebas que me pidieron, y no fueron pocas ni flojas; y eso de que un vocal haya dicho que el submarino solo podría salir de Cádiz veinte o veinticinco días del año, no deja de ser una dañina andaluzada de quien lo dijo, fiado en el conocido refrán sobre el mentir de las estrellas ha podido decirlo a mansalva, porque sabía que no iba a estar el submarino un año entero haciendo salidas siempre que pudiera, para demostrarle lo contrario, pero en Cádiz hay millares de personas que han visto maniobrar tranquilamente al submarino en la mar con levante muy fuerte y bastante mar, cuando los vapores que le acompañaban hacían averías; y hasta puedo apelar a la buena fe de todos los vocales de la Junta técnica, para que me digan si es o no cierto que un día de pruebas oficiales daba el Colón balances bastante regulares, cuando el Peral no los daba en absoluto; pero esto es muy probable que no se hiciera constar en las actas.

Dejando a un lado este punto, que está plena y sobradamente neutralizado por los sensatos razonamientos que la Junta técnica hace sobre los balances del Peral, relacionándolos con los períodos de oscilación de las olas, conforme a las ideas expuestas ni mi Memoria, volvamos al dictamen del Consejo de la Marina, en el que por lo menos, las nueve décimas partes de él están dedicadas a insistir y machacar sobre los defectos de construcción del submarino, por lo que no debe extrañar nadie que yo insista en preguntar a esos señores de qué se espantan. ¿Creen acaso que el teléfono que usan en sus oficinas es la idea virgen de su inventor, materializada de primera intención? ¡Cómo se conoce que ninguno de esos señores tiene la menor idea del trabajo que cuesta, no digo ya realizar inventos, sino hasta hacer funcionar muchas veces los más sencillos aparatos de física! Y ya que no saben apreciar esto, menester será que se les diga que, cuando el inventor de un teléfono, ya que lo puse por ejemplo, concibe su idea, lo primero que hace es encerrarse en su gabinete donde nadie se entere de lo que pasa y hace; y construye su primer teléfono, que siempre, infaliblemente, le resulta impresentable al público; se apercibe por ese ensayo de sus más graves defectos, y los corrige en otro, que tampoco llena bien su cometido; y así, poco a poco, va afinando hasta que llega a obtener un teléfono pasable (nunca perfecto) después de haber hecho unos cuantos inútiles y de haber gastado en ensayos algunos millares de pesetas, para llegar a un aparato que luego puede vender en quince o veinte, ganándose la mitad.

No hablo ahora de pesetas para explicar los gastos del submarino, que en eso también hay cosas muy curiosas, que merecen capítulo aparte; he puesto sólo este ejemplo para decirles a esos señores que mi primer aparato de ensayo, o sea el submarino, no es un objeto tan menudo que lo pudiera yo encerrar ni ensayar en mi gabinete, para sustraerme a sus acerbas e inconscientes críticas, sino que mi gabinete de experiencias ha estado en las costas de Cádiz, donde todo el mundo ha podido ver y ha visto hasta los menores detalles de mis más rudimentarios ensayos (y vean de paso aquí esos señores otra razón justificadísima de mis inevitables exhibiciones, porque yo no iba a echar al público a torpedazo limpio); y puesto que ya tengo encima el dictado de inmodesto que me regalan esos señores, les recordaré las siguientes palabras, que ha escrito el Sr. Echegaray en uno de sus notables artículos sobre el Peral: «Yo diré que me parecen admirables los resultados que ha obtenido Peral; más aun: que nadie ha empezado una invención con tanta fortuna ni con tanto acierto».

Pero yo puedo ponerles a esos señores generales, que casi todos han sido ministros de Marina, un ejemplo, que les concierne, de que no todas las experiencias salen bien, ni aun después de repetirlas mucho, como ellos han repetido la costosísima experiencia que les voy a citar: ellos están desde hace muchos años empeñados en la experiencia de gastar muchísimos millones para crear una escuadra, y en efecto la escuadra no parece, y ahora que ya han casi desaparecido los millones de la escuadra es cuando les entra el escrúpulo de las economías, y que cargue Peral con el mochuelo: ¡qué sarcasmo! Dispénseme el actual ministro de Marina si he dicho tan clarito que la escuadra no parece, pues no supondrá a los españoles tan cándidos que comulguen con ruedas de molino, sino que saben a que atenerse sobre esa escuadra de que nos habló la Gaceta, compuesta de Reyes, Emperadores y Cardenales, con sus respectivos fondeaderos y todo; y por lo que toca a los fondeaderos, sí que están en sus sitios, desde que Dios creó el mundo, esperando que les fondeen escuadras españolas; pero en cuanto a los barcos esos, tienen aún las planchas por forjar, y quizás hasta en las entrañas de la tierra.

Al examinar ahora en detalle, como voy a hacer, los cargos que me hacen y las responsabilidades de que me hablan por los citados defectos de construcción, resultan cosas originalísimas, como siempre que se desmenuzan los conceptos de este sabio dictamen; esto es, que todos los cargos que me hacen se vuelven contra ellos como vamos a ver.

Dicen los señores del Consejo, para justificar el abandono de mis razonables proposiciones, refiriéndose a los planes y al nuevo proyecto que naturalmente y como prenda de acierto deben ser estudiados por centros técnicos, a los que no ya las ordenanzas navales, sino la más ligera noción del buen sentido y los más rudimentarios principios de Administración señalan como inspectores de estos trabajos preliminares; y hablan en otros parajes del dictamen, de la responsabilidad que a mí me alcanza en los defectos de construcción, y que no ofrezco garantías por mi falta de práctica en la ciencia de construcción naval, y que esa garantía existe si intervienen los centros técnicos, porque se trata de una construcción que no requiere trámite especial.

Empezando mi análisis por lo que dejo antes subrayado, se deduce, dado que en el decreto de 1887 para construir el Peral se me dejó la libertad de acción que ahora me niegan, que el ministro que extendió aquel decreto no tenía (según el parecer del Consejo), ni la más ligera noción del buen sentido, ni el más rudimentario principio de administración. Pero ¿sabe el público quién era aquel ministro? Pues era uno de los generales que firman ese dictamen: ¿será verdad que en alguna cosa tenga razón el Consejo de la Marina? Y si esa inspección es según ellos, la prenda de acierto, puesto que yo no tengo práctica en la ciencia de construcción naval, ¿cómo me explican estos señores que la tal prenda de acierto haya fallado en este caso, puesto que ya ha quedado demostrado que tuvieron mi proyecto más de un año en estudio, tanto el Centro técnico como las innumerables Juntas que lo examinaron? Y que esto que digo es indudable, lo prueba el extensísimo informe que dio el general Nava sobre aquel proyecto que estampado está en la Gaceta y extractado en el dictamen del Consejo de la Marina; pero no es extraño que haya fallado en este caso la prenda de acierto, cuando también ha fallado en multitud de ocasiones, como recordará el público que ha ocurrido con las tres lanchas conocidas por las tres joyas, con una batería flotante llamada Duque de Tetuán, que se construyo a todo gasto, pero que no llegó a navegar ni un día solo, porque después de botada al agua fue cuando se cayó en la cuenta de que si se le montaba la artillería se convertía, no ya en sumergible, sino en sumergida; y como ha ocurrido, en fin, en una interminable lista de casos parecidos, pues ya irá viendo el público, si por desgracia llega el caso de necesitarlas, todas las joyas que tienen en la marina, incluso en el mejor de nuestros buques, en el acorazado Pelayo, sobre cuyas pruebas de artillería tanto se ha hablado y tanto se ha callado.

Examinemos más de cerca la responsabilidad que a mí me alcanza en los defectos de construcción del submarino. Estos defectos son dos (y note el público que bien pocos son, dada la complicación de cosas que hay en este buque): el primero de ellos, que es el que más influyó en el resultado del simulacro, es la falta de estancamiento de los compartimientos; y el segundo sus condiciones de estabilidad a flote, debidas a la forma circular de su sección transversal. Respecto al primero, dicen los señores del Consejo que a mí me toca responsabilidad, porque he inspeccionado constantemente las obras del torpedero; y para demostrarles con datos oficiales que esto no es cierto, me basta recordarles que al mismo tiempo que me ocupaba de la construcción del Peral en la Carraca, servía otro destino a algunos kilómetros de distancia, en San Fernando, donde desempeñaba la cátedra de Física, en la Academia de Ampliación de Marina, y no podía ser yo como Dios para estar simultáneamente en todas partes; y no me meteré en señalar aquí quién sea el verdadero responsable de esta falta, que no es mi objeto ahora denunciar otras faltas que las del Consejo de la Marina.

Me consta, como a todo el mundo, que los operarios que han trabajado en este barco son tan hábiles como los mejores del extranjero, y todavía se alcanzaría mayor perfección en sus obras si les enseñaran los que pueden y deben hacerlo; pero lo que sí puedo afirmar, sin temor de ser desmentido, es que esta falta de los compartimientos que tanto se ha cacareado en el Peral, es general a todos los barcos que hasta ahora se han construido en nuestros arsenales, sólo que, en el submarino, los compartimientos se usaban casi a diario, y por esto se evidenció la falta; mientras que en los demás buques que se hacen con compartimientos para que cuando reciban un balazo en uno no se aneguen los otros, existe el hecho gravísimo de que, en la mayor parte de los construidos en los arsenales, no se han probado ni una sola vez sus compartimientos estancos, y no sé si aguardará el ministro a que esa prueba la hagan en el primer combate que tengan que sostener, porque no es él ni los inmediatos responsables de estas faltas, que aseguro que existen, los que se irán a pique con los barcos cuando llegue el caso de un combate y reciban el primer balazo en la flotación; y en los dos o tres buques en que se ha hecho esta prueba, que si mal no recuerdo, son el Ulloa, el Don Juan de Austria y el Elcano, se comprobó que, en efecto, sus compartimientos adolecían del mismo defecto que los del submarino, y no se pudo remediar esa falta porque resultaba costosa, como ha pasado con el submarino, y andan navegando por esos mares con malos compartimientos; porque para andar por la superficie, y mientras no se entre en combate, pocas ocasiones se ofrecen de utilizarlos; y, por ultimo, no hace muchos meses, y el público quizá lo recuerde aún, pues ocurrió lo que voy a decir después de haber salido en la Gaceta todo esto del submarino, que acabada de hacer una carena al crucero Conde de Venadito, en el dique flotante de Cartagena, cuando lo quisieron poner a frote notaron que se iba a pique muy de prisa, según telegrafiaron desde Cartagena, y hubo necesidad de achicar de nuevo el dique para evitar una catástrofe; y esta gran entrada de agua no era ya falta de esos compartimientos, sino del casco, que es aún más grave, de todo lo cual resulta, y esta es la pura verdad, que lo que ha pasado es que existe en los arsenales falta de práctica o descuido en esto de estancar los compartimientos de los barcos, y evidentemente no soy yo el llamado a remediar ciertos vicios.

Vamos ahora al segundo defecto. Se veía bien claramente, por los cortes transversales trazados en el plano que presenté yo en el Centro técnico en 1886, que la sección del barco iba a ser circular y en la Memoria que acompañaba al plano del barco hablaba también de la razón que me indujo a escoger esa sección; y todo esto pasó, y no poco despacio por cierto, por el Centro técnico y por el Consejo de Gobierno de la Marina, siendo ministro el que lo es hoy, y por todos los Centros y Juntas que examinaron mi proyecto, y dio la repetidísima casualidad de que ninguno de esos Centros, que son prenda de acierto en las construcciones navales, cayó en la cuenta de que existía ese defecto de que ahora se escandalizan tanto; de modo que aquí no hay más que este dilema: o es que notaron el defecto y tuvieron la mala intención de no advertir nada, como era su deber, o por el contrario, la imprevisión, que ahora quieren achacar a mi falta de práctica en la construcción naval, de no haber predicho lo que iba a ocurrir; y que yo tuviera esta imprevisión, es disculpable, porque ni yo soy ingeniero de oficio, ni tengo la pretensión de serlo, no habiendo proyectado y construido más que un solo barco en toda mi vida; pero que tengan tales imprevisiones los que cobran sueldos del Estado tan solo para ser prenda de acierto en estos asuntos, eso sí que es imperdonable; y si yo fuera del Estado, ya lo creo que les exigiría la responsabilidad efectiva por estas cosas y por otras muchas más graves; y no que viene a resultar todo lo contrario, esto es, que siendo ellos los responsables casi exclusivos de las faltas y yo el que contraje méritos, que menester es que deje a un lado la modestia cuando llegan las cosas hasta tal punto, ellos continúan tan tranquilos en el disfrute de sus goces oficiales, y yo recibo, por toda recompensa, la pérdida de mi carrera.

Y si miramos la cuestión bajo otro punto de vista, ¿no han caído esos señores en la cuenta de que el Gymnote, el Nordenfeld, el Goubet y el Vadigton, todos esos submarinos extranjeros que a ellos les gustan tanto, y que tanto ensalzan en su dictamen, hasta el extremo de llegar a decir que las inmersiones del Gymnote, que, dicho sea de paso, ellos no han visto tampoco, son más airosas que las del Peral; no han caído, repito, en que todos esos submarinos tienen adoptada esta misma sección circular, y, por lo tanto han de tener forzosamente los mismos defectos de estabilidad? ¿O es que lo malo no les parece malo cuando lo hacen en el extranjero, y sí solo cuando se hace en España? ¡Ah!, ¡si supiera el país qué caro le cuesta esta idolatría extranjerista de ciertos elementos del Ministerio de Marina!

Pero volviendo a darle un último toque al asunto de los defectos de estabilidad del submarino a flote, por mi falta de práctica en la construcción naval, les diré a esos señores que yo no hice mi buque para que se juzgase si como buque flotante era mejor o peor, que estas cuestiones de estabilidad a flote son archiconocidas desde hace siglos, y no era ese el problema a resolver: la cuestión que se iba a ventilar con este buque era la de sus cualidades como submarino, y sobre esto ya han visto lo que les dijo la Junta técnica sobre la prueba del día 7 de Junio, que fue perfecta y completa. Reúnanse, pues, ahora en un casco las conocidísimas condiciones de buena estabilidad a flote con los importantes problemas satisfactoriamente resueltos en el Peral, y díganme esos señores y todo el mundo si no he tenido razón para afirmar que el problema está resuelto con lo hecho.

Reasumiendo todo lo dicho sobre mi falta de práctica en construcción naval, en lo que tendrían que convenir esos señores del Consejo si fueran razonables, es en que ni ellos ni yo, ni nadie en el mundo, tiene práctica de construir submarinos; lo cual, en medio de todo, señores, resulta una verdad de las de Perogrullo, por la mismísima razón que si yo les dijera que ni ellos ni yo tenemos práctica de construir sombreros; y todavía en esta comparación me parece que los trato mejor de lo que ellos me han tratado a mí, porque yo al menos ya he hecho un submarino; pero ellos, hasta ahora no han hecho más que sumergibles, están madurando mucho la promesa esa que han hecho a la nación de construir un submarino con los materiales del Peral, y no acaban de cumplir esta promesa, y yo apuesto ciento contra uno a que no se deciden a cumplirla.

Ya ven, pues, cómo tienen hasta la desgracia de que se les tuerza el argumento de la prenda de acierto; porque si ellos tienen menos práctica que yo en construir submarinos, mala prenda de acierto podrá ser la inspección de ellos sobre lo que yo haga; y si yo con mi falta de práctica inventé y proyecté yo solo mi barco, y luego lo construí también solo, y después lo he mandado y experimentado y observé durante las pruebas hasta sus menores imperfecciones, ¿por qué me han de negar aptitud para lo que representa muchísimo menos que todo esto, como es corregir unas pocas deficiencias?; ¿por qué han de tener más aptitud para esto esos señores que yo, si nadie conoce mejor que yo en qué consisten esas deficiencias, y ninguno de ellos ni todos ellos juntos han dedicado ni la milésima parte de las horas de cavilaciones y estudios que yo he dedicado a esta cuestión?

Pero no es que yo sea tan inmodesto como me suponen esos señores, ni que yo pretenda pasar por ingeniero consumado; es que me considero con aptitud sobrada para hacer lo que falta en este asunto, que es infinitamente menos de lo que ya he hecho; y si hubiese algo que yo no supiera hacer, aunque no fuera más que por egoísmo, se lo preguntaría a mis libros o a quien lo supiera hacer, que no soy tan inmodesto como me quieren hacer; pero eso de que voluntariamente, ni aun obligado, me someta yo de nuevo al inacabable calvario de las Juntas para cosas en que no hacen falta, eso nunca, que mucho amor tengo yo a la empresa que abordé, pero mil veces la abandonaría y la vería con más o menos pena en manos de otro antes que someterme a esas Juntas, que hasta me pusieron en Madrid a las puertas de la muerte.

Sí, señores del Consejo de la Marina, estoy muy escarmentado de las eternas contradicciones de unas Juntas con otras, y hasta de las contradicciones de una misma Junta en distintas épocas, que a esto sólo se debió que mi proyecto tuviera cerca de tres largos años de gestación antes de poder conseguir que se firmara el Decreto de construcción del Peral, con lo cual dieron tiempo aquellas Juntas para que estas me digan ahora, después de cinco años en que todos los detalles de mi barco, han dado mil vueltas por toda la prensa de España y del extranjero, que no presento ninguna novedad; y tienen razón hasta cierto punto; lo que era novedad el año 1885, hasta el punto de que entonces y mucho tiempo después era todo esto considerado como una utopia, ¿cómo ha de ser novedad el año 1891?

Y si yo dejo que esas Juntas y las que vengan después me entretengan; o mejor dicho, me martiricen, que maldito el entretenimiento que es bregar con ellas; si tolero su martirio otros cinco o seis años antes de ver terminado mi nuevo submarino, ¿no sería evidentemente tonto el que yo me tomara ese colosal trabajo para que los hicieran antes en el extranjero? Que antes, mucho antes, lo harán allí con las mismas noticias que desde aquí les han enviado en la Gaceta los idólatras extranjeristas.

He hablado de las contradicciones en que incurren las Juntas que han intervenido en este asunto, y para que no se diga que hago afirmaciones gratuitas voy a citar una sola, que pone en evidencia la imposibilidad de seguir un criterio fijo en esta cuestión por ese procedimiento; el más importante reparo que se me opuso el año 1885 cuando presenté las bases de mi proyecto, fue el de que con el empleo de los acumuladores no se podría obtener un radió de acción suficiente para las necesidades de la guerra; y como era lógico, para contestar con hechos a esta objeción, proyecté mi buque de ensayo en condiciones tales que se sacrificase algo la velocidad al radio de acción; y ahora, cuando ya estas condiciones no pueden variarse sin rehacerlo todo, se me dice que es preferible aumentar la velocidad, con lo que hay que disminuir el radio de acción; llegándose por algún vocal, al extremo de oponer, con una sandez que no merece contestación, la censura de que el submarino tiene menos radio de acción que los modernos buques de vapor.

Y por ultimo, no necesito yo esforzarme en demostrar que no ha habido dos Juntas que hayan estado nunca de acuerdo en este asunto; porque ahí está el dictamen del Consejo de la Marina, destruyendo arbitrariamente todas las importantes afirmaciones que, fundadas en principios científicos, hace la Junta técnica de Cádiz.