III

Antes de seguir adelante en al examen del asunto, y puesto que acabo de tratar de mis relaciones personales con S. M. la Reina y con el Gobierno, quiero dar el más rotundo mentís a los que con intención aviesa, me suponen influido por determinados elementos políticos, con lo cual se ve bien claramente que lo que buscan los que me achacan eso, es hacer política con la cuestión del submarino. Lo menos que tengo derecho a exigir a los pocos que me combaten es que me concedan criterio propio, pues ya han visto que por tenerlo me ha dicho el ministro de Marina porción de improperios, y desde el principio de mis trabajos hasta la fecha todo el mundo incluso el Consejo de la Marina, reconoce que me he propuesto imprimir a mi empresa el carácter de empresa puramente nacional, que no puede ni debe desarrollarse a la sombra de ningún partido político, sino de la nación toda, sin exceptuar a los que militan bajo el partido que hoy está en el poder; y si por salvar indefendible causa del actual ministro de Marina se da la triste y rara casualidad de que sólo algún periódico conservador sea el que me siga combatiendo y tratando de mortificarme, ese periódico y los que así obren harán reo a su partido de la acusación que quieran lanzar contra mí.

Paso ahora a ocuparme de lo de mis pomposas ofertas de 1885, de que habla el documento número 41 de la Gaceta, refiriéndose a una carta particular que en dicho año escribí al general Pezuela y que se ha publicado también (documento número 1), como si fuese, que no lo es, un documento oficial, y de la cual ha querido sacar gran partido el Consejo Superior de la Marina, como si fueran esos los ofrecimientos que yo hice al Gobierno, cuando los que hice oficialmente y que fueron los que determinaron el decreto de Abril de 1887 para la construcción del Peral, donde constan es en una Memoria que presenté yo el año antes juntamente con los planos del barco; Memoria a la que se hace alusión en el dictamen, pero que no se ha insertado en la Gaceta, aun obrando en poder de las autoridades de Marina, evitándose así que quedase plenamente demostrado ante el público lo que afirmé en mi Memoria de Febrero de este año, lo que afirmo ahora y lo que afirmaré mientras viva; esto es, que con el submarino Peral he realizado más de lo que había ofrecido al Gobierno, como lo demostraré más adelante.

El hecho solo que acabo de señalar, grave en sí mismo, de sustituir un documento por otro en la Gaceta, no merecería, sin embargo, otro calificativo que el de una travesura infantil, sino fuera porque las deducciones que en el dictamen se quieren hacer de mi carta aumentan su gravedad, y porque los comentarios que sobre ella hace el Consejo la centuplican, como verá el público si se fija detenidamente en ellos.

Pero antes de entrar en materia tan importante, quiero hacer algunas consideraciones necesarias para que vaya quedando demostrado todo cuanto afirmo; pues es de advertir que sólo delato al público en este documento aquellas cosas que puedo demostrar plenamente, callándome otras también gravísimas y de las cuales se ha hecho eco la prensa en distintas ocasiones; porque teniendo pruebas sobradas para formar mí convicción propia, no están aun en mi poder las suficientes pruebas materiales.

Ante todo, niego que aquella carta sea, como dice el dictamen, una carta-oficio, por muchas razones, entre las que señalaré que en el segundo párrafo de la misma se lee: «Me tomo la libertad, que espero me dispensará S. E., de comunicarle esta noticia particular y directamente», a de que a un teniente de navío como yo era en 1885, subordinado a una serie de autoridades intermedias entre el ministro y yo, le está prohibido por la Ordenanza dirigirse en persona al ministro, y mucho menos en carta-oficio, cosa que sólo le es permitido a ciertas autoridades; y la otra razón, también concluyente, es que si se compara mi carta particular publicada en la Gaceta con la que le sigue, que esa sí que es real y verdaderamente una cada-oficio de don Cecilio Pujazón al ministro, se ve desde luego, por su redacción y su estilo, que más que una de tantas cartas como le he dirigido al general Pezuela, que era aquel ministro con cuya amistad me honro, la mía es una carta particular tan respetuosa como se merecía el general a quien iba dirigida, como todas las cartas particulares que he escrito a dicho general y a otros, pero que termina con la fórmula civil de cortesía de S. S. Q. B. S. M. etc., mientras que la del Sr. Pujazón termina prescindiendo de estas cortesías civiles y conservando el estilo puramente oficial.

Queda, pues, demostrado que no hay que buscar mis ofrecimientos o compromisos con el Gobierno en aquella carta, mientras que por otra parte no es lógico suponer que el Gobierno cometiese la informalidad de resolver bajo la seducción de lo que yo decía en dicha carta, como afirman cándidamente en su dictamen esos señores cuando dicen: «Natural es que el Gobierno de S. M. primero, y luego la Marina en general, abrieran su pecho a las más halagüeñas esperanzas…»

Y más adelante: «No es de extrañar, por tanto, que entusiasmado el Gobierno de S. M. concediese desde luego todo apoyo a la idea…»

Como si el público no supiera que desde mi carta de 1885 hasta el decreto de 1887 para construir el barco, intervinieron en el asunto seis o siete Juntas y porción de experiencias parciales, y sobre todo dos años de estudios minuciosos antes de decidir la ejecución. Pues si cuando esos señores abren su pecho a la esperanza y prestan todo su apoyo a una idea, que se estudia a lo más en quince días, y cuando la estudian personas ilustradas tardan dos años en decidirse, ¡aviadas están las ideas a las que se cierren las arcas de sus pechos!

Pero supongamos por un momento que aquella carta sirviera, como ellos quieren hacerla servir, para fundar cargos contra mí. ¿Es admisible fundar cargos serios por una carta particular escrita al nacer la idea, y nada menos que cinco años antes del último, que es cuando dicha idea ha venido a desarrollarse? Y todo ¿para qué? Pues, según dicen esos señores, para que resulte natural que la opinión pública se haya extraviado movida a impulsos del más puro y ardiente patriotismo; y, como agregan en el mismo párrafo, para que se manifieste en forma oficial que la importancia del barco dirigido por Peral no es superior a la que pueden tener los torpederos submarinos que, construyen en el extranjero. Esto es, lo de siempre: la manía eterna de querer realzar lo que se haga en el extranjero aunque sea un juguete como el Goubet, o un ensayo en retraso como el Gymnote, que no es un torpedero, ambos posteriores a mi proyecto, y apagar los ecos patrióticos cuando se trata de aplaudir el trabajo español.

Y yo les pregunto ahora a esos señores: ¿es posible que no hayan comprendido que no les sale el argumento? ¿O es que hace al público la ofensa de creerle tan inconsciente que no se dé cuenta de nada? Porque lo que diría el público si les hubiera hecho caso: «Yo me entusiasme el 7 de Junio ante el resultado de las pruebas, y la carta de Peral nadie la conocía hasta que se publicó en la Gaceta el 28 de Octubre, cerca de cinco meses después, y cuando ya ustedes habían hecho todo lo posible para apagar aquellos entusiasmos; luego mal pueden ser estos debidos a la carta de Peral».

Pero lo que les va a causar no pequeña sorpresa a los señores del Consejo, es que les diga, como les voy a decir ahora, que muy lejos de hacer las reflexiones que anteceden para rehuir las responsabilidades que pueden tocarme por aquella carta, yo declaro solemnemente, que a pesar de estar escrita hace cinco años, cuando no tenía ni la menor experiencia de estos asuntos, me afirmo y ratifico en el contenido de dicha carta, pero no desfigurada ni trastornada, como ellos la arreglan en sus comentarios del dictamen, sino tal y como yo la escribí, que es como aparece en el número 301 de la Gaceta. Claro está que no voy a ser tan cándido, como los señores del Consejo quieren hacer al público, que acepte esos compromisos con un buque-ensayo defectuoso como es el Peral, y tan pequeño como es el Peral, y cuya pequeñez ha sido condición que se me impuso y que todavía querían imponerme para el nuevo submarino los señores del Consejo; esto es muy cómodo sin duda alguna; ellos no me permiten que yo desarrolle mis ideas a mi gusto, sino que quieren que haga un modelito absurdo, como ya probare; y sin embargo tienen la frescura de hacerme cargos porque no realizo con modelos defectuosos las hazañas que se les antoja. Conste, pues, que acepto esos compromisos, pero con buques hechos a mi gusto, no al capricho arbitrario del Consejo de la Marina.

Y vamos ahora a analizar toda la gravedad que encierran los comentarios que se hacen en el dictamen sobre un párrafo de mi carta. Dice así este párrafo: «Uno o dos de estos barcos bastarían para destruir impunemente en muy poco tiempo una escuadra poderosa; pudiendo decirse que, si se consigue el éxito que es de esperar de las experiencias, la nación que posea estos barcos será realmente inexpugnable a poca costa». Pues bien: a pesar de que mi carta obra como testimonio fehaciente en la Gaceta del 28 de Octubre, con ese párrafo tal como lo acabo de copiar, los señores del Consejo, en su dictamen, me atribuyen, en vez de esas palabras, las que contiene el siguiente trozo de uno de sus párrafos: «Nunca o en muy rara ocasión se ha visto confianza tan grande en el cumplimiento de las promesas de un inventor como las que ha obtenido el Sr. Peral desde que en su carta-oficio de 9 de Septiembre de 1885, ya citada al principio de este informe, ofreció al Sr. ministro de Marina un barco tal, que podría destruir impunemente y en muy poco tiempo una escuadra poderosa, pudiendo decir que si, de las experiencias conseguía el éxito que esperaba, la nación que poseyera uno o dos de estos barcos sería realmente inexpugnable a poca costa». Si contamos las alteraciones que aquí se han hecho del texto de mi carta, resultan, aparte de la afirmación, que ya he demostrado que no es cierta, de que sea carta-oficio: una, al afirmar que yo ofrecí al ministro un barco tal que podría destruir una escuadra, cuando yo decía (sin ofrecer en dicha carta ni un barco, ni dos, ni ninguno), que uno o dos de estos barcos bastarían para destruir una escuadra; otra, al atribuirme las palabras que la nación que poseyera uno o dos de estos barcos sería realmente inexpugnable, y terminaba yo mi carta con este párrafo: «Si se procede con urgencia a hacer los primeros experimentos, creo se podrán construir varios torpederos de este tipo en pocos meses en los Arsenales del Estado»; con lo que está bien claro que yo no pretendía hacer inexpugnable a una nación con un barco, sino con varios.

No es esta la sola vez que se presenta al público mi carta en el dictamen, sino que en el primer párrafo del mismo se cita aquel párrafo de ella, también alterado en palabras y conceptos, atribuyéndome allí que yo escribí al ministro «que si lograba lo que me prometía con la construcción del barco submarino que había proyectado, uno o dos de ellos bastarían para destruir, etc.». Pues bien: si se trastornan y alteran del modo que acabamos de ver las palabras y los conceptos de mi carta, y hasta el orden de esos conceptos, y luego se utilizan maliciosamente esas alteraciones en perjuicio de mi crédito, diciendo que mis promesas eran hiperbólicas, y se llega por esos señores hasta invocar la justa indignación que experimentaría la opinión pública por unos errores que yo no cometí, sino que ellos forjaron en mi daño, ¿me quiere decir el público cómo se llama todo esto? ¿Tienen derecho estos señores a blasonar de imparcialidad y justicia? ¡A cuántas consideraciones se presta esa invocación que hacen de la indignación pública!

Pero dejo los comentarios de este asunto para que el público los haga a su gusto, y sigo en mi análisis de los ofrecimientos hechos por mí, pues he afirmado antes, y voy ahora a demostrar, que con el submarino Peral he realizado más de lo que había ofrecido al Gobierno. Para ello veamos cuáles fueron esos compromisos, para lo cual voy a extractarlos del documento en que los contraje, que fue en mi Memoria de 1886, que es el documento cuya publicación se ha ocultado sustituyéndolo por la carta que acabo de analizar.

Dicen los señores del Consejo, para explicar su silencio sobre este documento, que «no se ha tenido a la vista el proyecto presentado por el Sr. Peral a principios del año 1886, que, por su carácter reservado, se devolvió con Real orden de 4 de Octubre de aquel año al Capitán general del Departamento de Cádiz para su entrega al interesado». Si se dice esto último como razón de no haberlo tenido a la vista, la razón no es cierta, pues al constituirse la Junta técnica dicho Capitán general me pidió la referida Memoria, y le entregué la misma Memoria original que yo presenté en 1886, y esta es la hora en que todavía no se me ha devuelto; luego si dicha Memoria obra actualmente en poder de las autoridades de Marina desde aquella fecha, es muy extraño que no la hayan tenido a la vista, pues no por ser de carácter reservado deja de ser un documento oficial importantísimo para juzgar de este asunto, y si no lo han publicado (con lo cual se hubieran visto obligados a hacerme justicia), será porque no han querido, pues respecto a lo de reservado, más, mucho más reservada era mi Memoria del año actual, y mucho más grave y trascendental su publicación en la Gaceta, y, sin embargo, el ministro no se ha parado en barras, publicando sin mi consentimiento un documento que, por muy oficial que sea, representa una propiedad mía que no se ha respetado, produciendo con su publicación graves perjuicios al país. Ya me ocupare más adelante de este último punto.

Sigo ahora con lo que iba a demostrar, haciendo notar, de pasada, que en el párrafo del dictamen que acabo de copiar hacen constar esos señores del Consejo que tuvieron en su poder mi Memoria de 1886 desde principios de dicho año hasta el 4 de Octubre. Conste, pues, que, según ellos mismos confiesan, han tenido mi proyecto en estudio, antes de decretar la construcción, cuando menos cerca de un año; luego es completamente infundado y muy extraño que pretendan ahora echarme encima responsabilidades que no existen, y que, en caso de existir, les tocan a ellos principalmente más que a mí, como demostrare.

Voy a hacer ahora, con la brevedad posible, un resumen de los compromisos que yo adquirí, comparándolos con lo que he realizado, para que se vea que está justificada mi afirmación de que he hecho más de lo que había ofrecido al Gobierno. Según consta en mi Memoria de 1886, que es donde existen mis compromisos, el barco que yo habría de hacer tendría 60 toneladas de desplazamiento, y sin embargo, el submarino que he entregado desplaza 87 toneladas, esto es, 27 toneladas más de lo ofrecido; en mi primitivo proyecto no entraba para la propulsión más que un motor de 40 caballos, y en el submarino han entrado para ese objeto dos motores de 30 caballos cada uno, o sea un total de 20 caballos efectivos más de lo ofrecido; la batería de acumuladores del proyecto habían de constar de 430 elementos, y la que llevaba el Peral constata de 600 elementos, o sea 170 elementos más de lo ofrecido, sin contar con 50 elementos más que hay de repuesto; el radio de acción máximo que yo ofrecí era de 93 millas, y según consta en el dictamen de la Junta técnica, el radio de acción de el Peral es de 200 millas, o sea 107 millas más de lo que había, ofrecido. He de advertir aquí que en esto del radio de acción y la velocidad, la Junta técnica, empleando un rigor exagerado a juicio de muchos oficiales de marina, me ha cercenado lo que el barco es capaz de rendir, como estoy dispuesto a demostrarlo científicamente a quien quiera, no entrando ahora en la demostración, porque el hacerlo sería largo y pesado, y la cosa no tiene gran importancia. En el proyecto primitivo no se habla para nada del importante problema de la aguja de orientación, ni me lo exigió el Centro técnico, ni ninguna de las muchas Juntas que estudiaron el proyecto, y yo he dado satisfactoriamente resuelto el importantísimo problema de la orientación bajo el agua con la aguja magnética (aparte de mi otro proyecto de giróscopo eléctrico, cuya originalidad ya demostraré que me pertenece); en mi primitivo proyecto yo no ofrecí más recursos para la visualidad que asomar fuera del agua una parte del casco para ver directamente por la torre del comandante, mientras que en el Peral he dispuesto además una torre óptica que permite ver por encima del agua teniendo todo el casco sumergido, y que además sirve para medir la distancia al enemigo y apuntar los torpedos, y de todo esto también tengo documentos que comprueben la originalidad; en el primer proyecto hablaba de un aparato de profundidades perfectamente original, como ha demostrado incontestablemente el Sr. Echegaray, y en el Peral hay un segundo aparato de profundidades mucho más sencillo que el anterior.

No quiero entrar en más detalles de otros importantes perfeccionamientos que hay en el Peral, pues por desgracia ya se ha dado por el ministro mucha más publicidad de la que conviene a la nación, a todos estos asuntos, como ha ocurrido con mi Memoria reservada de 1890, cuya publicidad no reclamaba la opinión pública.

Por lo que toca a si las pruebas hechas eran o no suficientes, dicen los señores del Consejo que el programa de pruebas se había limitado todo lo posible, atendiendo a los defectos del barco. Valor se necesita para llamar limitado a un programa de pruebas, que contenía lo siguiente: pruebas de velocidad en el mar, no como se hace con lodos los barcos de vapor, en que sólo se prueba la máxima velocidad, sino con todas las velocidades de que el barco es susceptible; pruebas de radio de acción, también más exageradas que en los barcos de vapor, en que dicho radio se calcula por su velocidad y la capacidad de carboneras; pruebas de inmersión a distintas profundidades; prueba de navegación de una hora a un rumbo fijo a diez metros de profundidad; prueba de un simulacro de día; prueba de un simulacro de noche; prueba de condiciones marineras con mal tiempo; a todo lo cual, y ya poseídos de un verdadero vértigo de pedir pruebas, agregaron otra de capacidad total de las baterías, más la repetición del simulacro de día, que pretendía el ministro; y éstas no eran aún las pruebas oficiales, según se me decía, sino que no eran más que las pruebas de demostración, después de las cuales vendrían las pruebas oficiales, si no se les ocurría alguna otra archioficial, que ya se me había indicado: y todo esto amén de las muchas pruebas preliminares que yo había hecho, de modo que, si esto era un programa limitado gracias a los defectos del barco, me asusta el pensar el diabólico plan de pruebas que hubieran ideado si llego a hacer un barbo sin defectos.