VII
Contestados ya punto por punto todos los extremos que comprende el dictamen del Consejo de la Marina, y cumplido mi deber de dar al país satisfacción completa en cuanto de mí depende, de la inversión que se ha dado a las cantidades destinadas a estas experiencias, sólo me resta analizar el documento núm. 42, que es el ultimo de los publicados en la Gaceta, y que es el más importante, puesto que es el que contiene las razones, si así pudieran llamarse; en que se funda el Consejo de la Marina para desechar mis razonables proposiciones y defraudar con un descaro y arbitrariedad inauditos las legítimas esperanzas de la patria.
Entro con temor en esta última parte de mi trabajo, porque me es imposible considerar con tranquilidad ciertas determinaciones que a mí me parecen inicuas y llenan mi alma de indignación y de tristeza, no ya hoy que estoy sufriendo y estoy viendo también que la nación sufre las consecuencias del atropello incalificable y sin ejemplo de que he sido víctima, sino que dentro de cien años, si viviera, no podría ocuparme de esas determinaciones sin que asomara a mis labios una protesta tan enérgica, como violento fue el proceder de los hombres que han manejado este asunto, abusando del poder que la nación les confió para más altos fines.
¿Es posible considerar con calma que teniendo yo legítimo y exclusivo derecho a un invento que es mío y que está protegido por las leyes de la nación, vengan precisamente los guardadores de esas leyes a arrebatarme de Real orden lo que es una propiedad mía? ¿Es que la propiedad intelectual, por no ser una cosa tangible, es menos respetable que las barras de oro que el capitalista pone en el Banco bajo la custodia del Estado? No, puesto que el Estado español ha hecho, como todas las naciones civilizadas, una ley de patente, para custodiar la propiedad intelectual de los inventores. ¿Qué ocurriría si el Estado pusiera mano sobre cualquier producto extranjero patentado en España? Pues ocurriría simplemente que se encontraría el Gobierno con una reclamación internacional que les obligaría a desistir de sus incalificables propósitos. ¡Y se pretende desconocer mis derechos de inventor a pretexto de que ya hay oficiales peritísimos que sepan hacer lo que yo hice y enseñé a hacer! Pues oficiales peritísimos hay también en la Armada que saben construir máquinas dinamos, por ejemplo; y ¿a que no se atreve el ministro de Marina a mandar construir en España una dinamo Gramme sin el consentimiento del dueño de la patente? De seguro que no se atreve, porque hacerlo equivaldría a cometer una usurpación y tendría que sufrir el ministro la pena prescripta en las leyes, y lo que no se atreven a hacer con un extranjero, porque hay que respetar a una nación que guarda su propiedad, ¿pudo hacerse impunemente conmigo ejerciendo un abuso de poder y porque no haya una nación que proteste contra la arbitrariedad de ese ministro? ¿Y consentirá la nación española que así viole un ministro las leyes y el derecho a la propiedad de un ciudadano? ¿Presenciará la nación con indiferencia que en esta época de libertades y derechos individuales se erija un ministro en dueño y señor de las haciendas de sus subordinados? ¿No podía yo haber cogido los planos de mi barco, que, dicho sea de paso, están en mi casa porque no hay poder alguno que me obligue a entregarlos, y con esos planos y las mismas Memorias que presenté al ministro haber obtenido la patente que me conceden las leyes? ¿No puedo yo aun hacerlo ahora mismo y contestar a ese arbitrario despojo poniendo el veto a ese ministro para disponer de mi invento?
Y si porque yo no he querido obrar así, si por haberme negado siempre a explotar legal y honradamente a mi país (que honrado y legal hubiera sido negociar con mi invento en vez de cederlo gratuita y voluntariamente a mi patria), se me despoja y se me injuria gravemente en los momentos mismos en que estoy tendiendo las manos para hacer mi generosa oferta, yo tengo que decir forzosamente, porque lo contrario sería mostrar debilidades que no siento, que ese proceder, además de ser violento, es impropio de un ministro si lo sigue a conciencia de lo que hace; y si para disculpar su ligereza apela al desconocimiento de esa ley o a cualquier otro pretexto, porque razones no caben en cuestión tan evidente, ese ministro debe inmediatamente ceder su puesto a otro hombre que dé mejores muestras de inteligencia y sensatez y que esté libre de las pasiones que dominan al actual.
No sé cuál será la actitud de la nación ante mis protestas y mis quejas; pero si considerara que no son bastante cosa mis agravios para manifestar por los medios legales de que dispone una expresiva protesta contra estos hechos, tenga presente al menos la nación que algo le toca de esas injurias lanzadas contra mí y de esa situación ridícula que me han querido crear los que por exceso de ignorancia y de osadía no tuvieron reparo en perturbar la conciencia pública en este asunto y jugar con los más puros sentimientos de esta noble nación; los del amor a sus glorias y su engrandecimiento.
Analicemos ahora, fríamente, las razones en que se ha querido fundar el Consejo de la Marina y el ministro para desconocer mis derechos a seguir con la dirección de mi empresa, y sobre todo la paternidad de mi invento, que esta es la base de todas las iniquidades que he señalado y las que me quedan que señalar.
Y aquí he de reconocer que no todas han sido desdichas para mí; pues así como mis adversarios me fueron preparando habilidosamente el cambio radical que experimentó la opinión pública, primero con aquellos telegramas falsos, que desde Cádiz se enviaron a la prensa de Madrid, y luego con aquellas contestaciones coreadas que inconscientemente daban los generales del Consejo a las preguntas del ministro, negando que hubiese invento, novedad, mérito, etc., en mis trabajos, yo también he tenido providencialmente quien me prepare una nueva y definitiva reacción a mi favor, sin recurrir a numerosas Juntas ni a la suficiencia oficial de los galones, sino a lo que vale y representa mucho más: a la ciencia efectiva y a la razón serena de un solo hombre, que sin más excitación que el nobilísimo arranque de protesta de una conciencia honrada, contra este cúmulo de injusticias, no vacila en levantar de nuevo en el firmísimo campo de la razón la bandera del submarino cuando más abatida estaba, oponiendo a la arbitrariedad y a la pasión de un puñado de hombres una nutrida legión de argumentos tan poderosos, que todos los generales habidos y por haber no bastarían a destruir uno solo de ellos. Yo doy desde el fondo de mi alma, mil gracias al Sr. Echegaray por la reacción que ha producido en la opinión publica, con su sólida e indestructible argumentación; pero aparte del inmenso agradecimiento que yo personalmente le debo, y que me complazco en manifestar aquí, debe la nación al eminente físico español un patriótico aplauso por la reconquista para España de una gloria que otros españoles rechazaban con ceguedad incomprensible, y por el valor de levantar una causa tan combatida y deprimida; éste solo rasgo del Sr. Echegaray bastaría para darle el título de hijo predilecto de la patria, si no fuera porque ya se ha conquistado antes mil veces este honor.
Gracias a su colección de artículos sobre el submarino Peral, en los que no se sabe que admirar más, si la sencillez del lenguaje o la sabiduría que resplandece en el fondo de todos ellos, ha quedado establecido para siempre, entre otras muchas afirmaciones importantes, que mi submarino, abstractamente considerado, es un invento, y que algunos de sus aparatos en concreto son también tales inventos, que han venido a contribuir a la realización del invento principal; y por si hay alguien a quien interese esta cuestión que no haya leído los artículos del señor Echegaray, voy a extractar aquí algunos de los conceptos contenidos en el que publicó El Heraldo de Madrid de 26 de Noviembre ultimo, titulado: «Descubrimientos e Invenciones». Dice así el citado artículo, que es lastima no copiar íntegro, por las enseñanzas que contiene:
«Yo creo que el submarino Peral merece el nombre de invención, que el Sr. Peral ha sido un inventor; que en cualquier país hubiera podido tomar privilegio por su buque, y que no sólo en el terreno de la ley escrita, sino en el terreno más amplio de la razón científica, puede demostrarse con buenos argumentos la verdad de estas afirmaciones…»
«Que no tiene carácter de invención afirman algunos, y se fundan para ello:
1.º »En que Peral no ha descubierto ninguna ley de la naturaleza; ningún principio nuevo.
2.º »En que emplea mecanismos y aparatos ya conocidos y vulgares, combinados de cierto modo.
3.º »En que utiliza los grandes adelantos de la industria.
»Si por estas tres causas o motivos no es inventor Peral, no existe ningún inventor en el universo mundo, porque a todos ellos se les puede aplicar estos tres reparos. Hay que suprimir la palabra invención del Diccionario. Hay que cerrar para primero de año todos los conservatorios, oficinas y centros administrativos en que se concede patentes y privilegios. Y, sin embargo, en algo consistirá que ningún país del mundo concede privilegio exclusivo al sabio por los principios que descubre, y en todos los países civilizados se conceden patentes a los inventores.
»Si hay quien niegue dichas conclusiones, yo negaré que exista invención alguna; por el pronto, la máquina de vapor no lo sería. ¿Cuáles son los elementos de una maquina de vapor? Los más vulgares, los más conocidos, mucho más vulgares y conocidos que los que utiliza el Sr. Peral.
»Una máquina de vapor contiene un hogar y combustible, todo lo cual se encuentra en todas las cocinas. Una capacidad en que hierve el agua, operación prosaica que diariamente practica la más humilde cocinera. Un cilindro con su embolo, aparato antiquísimo, conocido de egipcios, griegos y romanos, y que Moliére sacó a escena entre las carcajadas de los espectadores; más prosa no es posible en la vida. Y por último, una chimenea. Pues digan todos los tejados, techos y aun cobertizos, si están cansados de verlas humear desde los tiempos proto-históricos. De suerte que la maravillosa invención de nuestro siglo, juzgada con semejante criterio, desmenuzada en sus elementos vulgares, no puede ser nunca una invención.
»Y no se diga que el aparato de profundidades y el péndulo eléctrico son tan absolutamente sencillos que no logren constituir un invento. La objeción es absolutamente inaceptable.
»Sí; el sistema del submarino Peral es muy sencillo, muy directo, muy elemental; pero ¿se consigue el objeto?
»Pues ¿qué importa su extremada sencillez? Decir que es muy sencillo, más sencillo que todos los que hasta aquí se han inventado, es hacer el mayor elogio que hacerse pudiera de la nueva invención.
»¡Adónde iríamos a parar, si a un invento le negásemos el carácter de tal porque se nos antojara que era sencillo en extremo!
»Entonces la lámpara de incandescencia de Edisson, su admirable lámpara, por la que el alumbrado eléctrico es posible, no es una invención. Un globo de cristal en que sé ha hecho el vacío; un hilo de carbón por donde pasa la corriente. Mayor sencillez es imposible; luego no hay invento».
Estas y otras muchas y preciosas razones aduce el Sr. Echegaray en prueba de que mi submarino es un invento, estableciendo con ellas una sólida doctrina, que es de esperar hayan sabido entender los señores del Consejo, sobre las definiciones de invención y descubrimiento. No he de tener yo el atrevimiento de agregar nuevas razones a las que expuso el eminente físico, ni sabría yo hacerlo mejor, ni requiere ya el asunto nuevos argumentos. No es, pues, con tal objeto con el que me voy a permitir algunas ligerísimas indicaciones, contestando al Consejo de la Marina para que no tome éste a descortesía el que deje de contestar algo de las muchas cosas que me dicen en su dictamen.
Es en vano, señores del Consejo, que se esfuercen VV. EE. en querer desconocer mi invento; por encima de vuestro criterio están las leyes del Estado, y la ley de patentes de invención ha debido enseñaros en su articulado, que el solo hecho de aplicar los acumuladores eléctricos a la navegación submarina, es un invento, aunque antes se hubieran aplicado los acumuladores a otros usos; que el aparato de profundidades es invento, que el aparato óptico y telémetro también lo es, que las disposiciones adoptadas con la aguja lo son igualmente, que las disposiciones adoptadas en las baterías de acumuladores también lo son; y en una palabra, no creo que haya hoy ninguno de esos consejeros que se atreva a defender lo que hace pocos meses afirmaron; pero por si persisten en la peregrina teoría de que no es invento el submarino, porque es aplicación de los medios que la ciencia y la industria puso a mi disposición, ¿quieren decirme esos señores si esa ciencia y esa industria había creado todos esos elementos para mí sólo? ¿No disponían igualmente de esos elementos el Consejo de la Marina y los Centros técnicos facultativos consultivos? Y siendo estos Centros y estos Consejos los llamados a introducir adelantos en la Marina, ¿por qué siendo todo lo que yo he hecho, tan sencillo, tan trivial, tan conocido, simple empleo de los recursos que la ciencia y la industria ofrece hoy a todos por igual, por qué, repito, no hicieron esos señores lo que yo hice, cumpliendo así con lo que era su deber y no el mío, y se hubieran evitado las arrogancias de un infeliz teniente de navío?
Luego algo he hecho yo más que ellos al presentar el primer submarino eléctrico, y ese algo es inventarlo.
Todo el mundo sabe el interés general que inspira el problema de la navegación aérea; ¿por qué no está aún resuelto este problema? Pues simplemente porque el estado actual de las ciencias y la industria no permiten aún almacenar en pequeño espacio y con poco peso las grandes cantidades de energía que son necesarias para vencer las corrientes atmosféricas; y el día que esto se consiga y se aplique a un globo o aparato volador, ¿habrá quien pretenda negar al primero que la haga prácticamente el título de inventor? Seguramente que no; por la misma razón que sería estúpido negar que la primera máquina de coser era un invento, a pesar de que en ella, y en las actuales, nadie puede encontrar más que ruedas, ejes, palancas, muelles y agujas, cosas todas tan antiguas, como que datan nada menos que del principio de la civilización del hombre.