II

Volvamos ahora al asunto principal, porque el que lea esto dirá que el Consejo de la Marina ha confundido el invento de Peral con la persona de Peral, y en efecto parece mentira que en el documento que venimos examinando, se hable más de mi persona que de mi invento, y yo creo, que por muy malo que sea yo, como persona, puede ser muy bueno mi invento y no debe pagar el uno las culpas del otro.

Acabado de demostrar cual fue el verdadero origen de todos, absolutamente todos los aplausos que yo he recibido en España, que como hemos visto, son los discursos del Senado, cabe preguntar si esos aplausos originales estaban o no justificados, prescindiendo de que fueran expresados con más o menos vehemencia, que esto es cuestión de temperamento, y no era yo el que regulaba esas vehemencias.

Claro está que si les preguntase a los que los pronunciaron dirían: «Yo me expresé así, porque el ministro de Marina dio lugar a ello y las noticias particulares de Cádiz que publicaron todos los periódicos estaban también conformes en que había motivo bastante para entusiasmarse»; y si se le pregunta al que era ministro entonces, si hubo razón para producir tal excitación en el Senado y en la nación entera, se disculpará con el telegrama del Capitán general de Cádiz, que era a la vez presidente de la Junta técnica que asistió a las pruebas oficiales; luego venimos por lo tanto a parar en que lo que importa esclarecer es si el citado telegrama que leyó el ministro en el Senado tenía o no real y efectivamente un fundamento serio; yo voy a demostrar en seguida en contra de la opinión del Consejo Superior de la Marina, que ha desautorizado injustamente en su dictamen (documento número 36) al Capitán general de Cádiz, y a la Junta técnica, que el tal telegrama enviado por este último señor general, y de acuerdo unánime con toda la Junta técnica, tenía real y efectivamente fundamento serio. Pero antes de abandonar este punto para entrar a analizar lo del telegrama, que es la parte más interesante de la cuestión y merece por tanto tratarse aisladamente, es oportuno preguntar aquí: ¿qué ha pasado después de los entusiasmos del Senado y de la nación y de la Junta técnica para que el Consejo Superior de la Marina y el actual ministro hayan traído la cuestión al estado actual? Pues no ha pasado más sino que la Junta técnica en su dictamen no sólo se ratifica y afirma en lo que decía el telegrama citado, sino que, aumenta todavía, al ampliar el telegrama, la importancia real y efectiva que tuvo esta prueba, en términos que ahora detallaré con la, Gaceta a la vista, mientras que el Consejo Superior de la Marina, desde las primeras sesiones que celebró sale declarando según las notas oficiales que le facilitaron a toda la prensa para que las propagase; un día, que en el submarino no hay invento ni nada que se le parezca; otro día, que las pruebas no tenían importancia de ningún género ni habían demostrado nada; otro, que el problema no estaba resuelto y que aunque se resolviera, estos barcos no servían para nada y así sucesivamente, para venir a decidir, con estupefacción general, y cuando todo el mundo esperaba que resolvieran no hacer más submarinos, que se hiciera otro submarino, aunque con ciertas condiciones. El misterio que hay encerrado en esta conclusión del Consejo de la Marina, cuando todo el mundo esperaba lo contrario en vista de su actitud anterior, no sé cuál pueda ser, pero lo cierto es que todas aquellas declaraciones que a pequeñas dosis se iban suministrando al público, iban produciendo el efecto natural en la opinión y solo así se explica que la opinión pública no se haya asustado después de nada, ostensiblemente al menos, cuando en rigor de los mismos documentos publicados en la Gaceta, se desprenden las muchas arbitrariedades que en este asunto se han cometido como iremos viendo. Ahora bien, todo lo que he dicho después de mi pregunta, no son más que los hechos ocurridos sin que haya aparecido todavía la razón que buscaba en dicha pregunta del cambio repentino de las cosas. Si se hubiera de creer en las causas que hoy señala una gran parte de la opinión manifestadas en muchas conversaciones y en la mayoría de la prensa, estas causas serían según unos, el asunto de las manifestaciones y aplausos llamados por unos prematuros y por otros inconscientes; según otros una de las principales causas sería el hecho de haber yo derrotado al Sr. Beránger (hijo), y conste que contra mi voluntad como sabe el Sr. Beránger (padre), en la elección de diputado a Cortes por el Puerto de Santa María; pero yo no quiero creer que estas razones sean fundadas, porque sería impropio de la seriedad y patriotismo de un señor ministro, dejarse dominar por estas pequeñeces puramente personales, y torcer por ellas el curso que naturalmente debió seguir este asunto, con lo cual sufre las consecuencias el país que pierde y perderá tanto más cuanto más tiempo se deje pasar en la inacción.

¿Cabe entonces suponer que pudiera haberse arrepentido el Capitán general de Cádiz, de haber puesto aquel telegrama al ministro? Yo tengo pruebas de que no es así, y por cierto que la prueba es tan honrosa para mí, que voy a permitirme mostrarla al público, copiando aquí una carta, con la que dicho señor general me hizo el obsequio de enviarme la Cruz del Mérito Naval, cuya preciosa insignia, me regaló generosamente. He aquí la carta:

«El Capitán general de Marina del Departamento de Cádiz.— 15 de Junio de 1890.— Particular.— Señor D. Isaac Peral.— Mi estimado amigo: Tengo el gusto de remitirle la placa de segunda clase del Mérito Naval, con distintivo rojo, concedida por S. M. (Q. D. G.) que considero como el más apropiado y preciado premio al mérito contraído en la experiencia llevada a cabo por V. con el torpedero eléctrico de su nombre e invención. Puede V. ostentarla con noble orgullo, satisfecho de su merecimiento, puesto que está en ella consignada la fecha del acontecimiento realizado por V. con un valor e inteligencia que me ha cabido en suerte ser el primero en reconocer y por el que le repite su felicitación su affmo. amigo q. b. s. m., Florencio Montojo».

En cuanto a que pudiera haber arrepentimientos en la Junta técnica, ya he dicho también que precisamente ocurrió todo lo contrario, como veremos ahora mismo, y a mayor abundamiento haré constar aquí que el más desafecto, hasta la exageración, a mis trabajos, entre los vocales de la Junta técnica, no contento con haberme felicitado calurosamente y en persona en plena Junta en la cámara del Colón, el día de la prueba oficial, que originó el telegrama, me envió la carta que copio a continuación y que yo no le había pedido:

«Cádiz 8 de Junio, 1890.— Sr. D. Isaac Peral.— Mi estimado y distinguido amigo: Además de la parte que me cabe en la felicitación que la ha dirigido a V. la Junta con motivo de la experiencia de ayer, no puedo menos de expresarle a V. personalmente el más sincero pláceme y enviarle mi cordial enhorabuena.

»Tengo en ello una verdadera satisfacción, tanto más cuanto que he sido testigo ocular del feliz éxito que ha obtenido V. y no debo ignorar las dificultades vencidas que implica.

Su affmo. amigo y compañero, q. s. m. b., Francisco Chacón y Pery».

Luego si por ningún lado aparece una de esas razones que dicta el buen sentido para explicar aquel cambio de actitud en las esferas oficiales, no queda más camino para buscar explicación a ese cambio, que averiguar si hay alguna razón científica que la justifique y para esto pasemos a analizar todos los antecedentes relativos a la prueba del 7 de Junio que fue la que originó el telegrama y todas sus consecuencias. Al entrar en este análisis voy a tener que ocuparme del papel que ha hecho en este asunto la Junta técnica que se formó en Cádiz para presenciar las experiencias y dar dictamen sobre ellas, y al referirme a esa Junta que nada tiene que ver con el Consejo Superior de la Marina, es de grandísimo interés que el público haga una clara distinción entre ambas entidades.

Yo lamento por muchas razones, que se hayan confundido por algunos el respetable dictamen de la Junta técnica con el dictamen del Consejo de la Marina, y no es extraño que se haya producido esta confusión en una parte del público, puesto que el Consejo de la Marina utiliza una parte del dictamen de la Junta técnica cuando con él resulta algún perjuicio aparente a mis trabajos, pero desfigurando el sentido y alcance que tienen las afirmaciones de la Junta técnica, no sé si con el propósito deliberado de hacerme daño o por no haber entendido lo que por otra parte está bien claro, pero que naturalmente yo me cuidaré de esclarecer mejor en el momento oportuno; lo que yo quiero poner en claro ahora es la diferencia extraordinaria que hay entre la competencia de la Junta técnica y la del Consejo de la Marina, y por tanto, la diferencia de solidez y de importancia que tienen las afirmaciones del dictamen de una entidad y la otra. Para formar la Junta técnica, se apeló a las personas de más saber que había en la Marina, y formaron parte de esa Junta hombres de indiscutible reputación científica en España y en el extranjero, por lo tanto, respecto a su dictamen, podré yo reservarme el derecho de discutir algunas de sus conclusiones con que no esté conforme en el terreno científico, pero siempre, aun en aquellas en que me contradicen u oponen una afirmación a otra mía (que es en muy pocas cosas) será para mí un dictamen respetable porque los que lo firman son en su mayoría personas competentísimas, y en el documento que firman (que es el número 30 de la Gaceta) no impera el encono sino la razón científica en unas ocasionen, y la descarnada exposición de los hechos en otras.

En cambio no puedo hablar con el mismo respeto y consideración del dictamen del Consejo de la Marina, pues los hombres que componen este Consejo desconocen, en casi su totalidad, hasta los rudimentos de las cuestiones científicas que aquí entran en juego, y siento tener que decir esto de una manera tan descarnada, pues yo protesto de que no trato de lastimar su susceptibilidad a pesar de los agravios que ellos me han hecho; yo reconozco que la mayor parte de los vocales, generales en su mayoría, son personas muy respetables por su edad, por sus muchos años de servicio y por sus elevadas categorías, pero todas estas respetabilidades no se cotizan en el terreno de la ciencia, y de aquí que yo tengo hoy el pesar de verme obligado a demostrar los graves errores en que han incurrido, consecuencia lógica de meterse a juzgar lo que no saben ni entienden; y para que se vea que esta afirmación mía no es gratuita, yo les invito a que digan, preguntando antes a sus honradas conciencias, si se atreverían a discutir los puntos científicos que abarca su dictamen, no diré conmigo, que ya sé que significo para ellos muy poca cosa, dado lo que me dicen en la Gaceta, de que no les merezco ninguna confianza para continuar mi obra, sino con los firmantes del dictamen de la Junta técnica, entre cuyas firmas saben ellos que figuran los nombres de los hombres más sabios de la Marina; seguramente me dirán que no, y puesto que han firmado lo que no entienden, su dictamen carece de la autoridad que ellos se arrogan nada menos que para desmentir y desautorizar el dictamen de la Junta técnica.

Hecha esta aclaración, entremos sin embargo en la discusión que el Consejo de la Marina entabla con la Junta técnica, pues pudieran alegar los señores del Consejo, que en lo que ellos dicen de la prueba del día 7, no se trata de asuntos científicos arduos, sino de los que son puramente profesionales, y por esto mismo va a ser su derrota, y yo lo lamento, mucho más desastrosa para ellos. Yo ruego a los lectores que no abandonen la lectura en este punto porque se vayan a tratar asuntos profesionales de marina, la cuestión es tan sencilla que la entenderá basta el hombre más indocto en estos asuntos, la cuestión es en suma más que profesional, de sentido común. He aquí lo que dice la Junta técnica, que fue la que presenció esta prueba, sobre el resultado de ella:

«El Peral se sumergió diferentes veces el 7 de Junio a distintas profundidades, que llegaron a 10 metros y navegó bajo el agua cortas distancias, maniobras todas ejecutadas con bastante facilidad dada la condición de falta de estancamiento de los mamparos; navegó también sumergido a 7 metros de profundidad durante nueve minutos, apareciendo luego para volver a sumergirse a 10 metros y navegar a esa profundidad y al rumbo oeste verdadero que se le había prefijado durante una hora, al terminar la cual reapareció en la superficie a tres y media millas, exactamente al oeste del punto de inmersión.

»Los resultados prácticos de las pruebas de este día son el haberse demostrado con ellos que el submarino Peral, aun con los defectos de construcción de que adolece, pudo sumergirse con facilidad relativa y navegar en cortos intervalos a distintas profundidades, que durante las inmersiones se hizo completamente invisible al poco tiempo de estar sumergido, siendo poco fácil apreciar el momento de la reaparición cuando no se tiene anticipadamente idea del punto por donde debe emerger[1], y que pudo navegar durante una hora a la profundidad de 10 metros, según manifestó su comandante, a un rumbo determinado y con velocidad poco diferente de la que tiene en la superficie, puesto que la de tres y media millas que obtuvo durante la prueba, en que por una mala inteligencia navegó al régimen de cuarto de baterías, en vez del de a media, es ligeramente menor que la de tres millas y siete décimas que a dicho régimen alcanza navegando superficialmente.

»La importancia de esta prueba, que los que firman creen que ha sido la primera que se ha hecho con resultado satisfactorio en mar libre, y durante un intervalo de tiempo relativamente largo, a un rumbo señalado de antemano, no puede desconocerse, y la avería en los momentos precisos de emprenderla, hizo patente que la combinación de medios ascensionales de que dispone el buque, permite hacerlo llegar rápidamente a la superficie del mar. Está, pues, evitado en este submarino, el grave peligro que presenta esta clase de buques, bajo el punto de vista de su inmersión, que será siempre el que provenga de las entradas de agua, ya que casi instantáneamente puede ascender a la superficie, donde se encontrará en el mismo caso que cualquier otro construido para navegar superficialmente. Sólo precisa que todos y cada uno de los que manejen a aquellos, unan al conocimiento y perfecto dominio práctico de los aparatos que en ellos se emplean, la convicción de que en todos momentos han de realizar éstos los fines a que están destinados.

»Así estimó los resultados de esta prueba el Excelentísimo Sr. presidente de la Junta; y toda ella, de acuerdo con su S. E. consideró: que la experiencia en las condiciones de tiempo en que se verificó, fue perfecta y completa, y la resolución de una parte, tal vez la más importante del problema, a cuya solución aspira el Sr. Peral, que no es otro que el de la aplicación de los buques submarinos al arte militar, y que tanto el Sr. Peral como los demás tripulantes de su buque, en la parte que a cada cual corresponde, habían realizado un hecho marítimo merecedor de aplausos».

Esta última circunstancia que subrayo, también la ha omitido el Consejo de la Marina al copiar este párrafo; debe ser otra prueba de imparcialidad.

Esto afirma la Junta técnica en su dictamen sin vacilaciones de ningún género y con la natural seguridad que da para formar juicio de una cosa, el haberla visto; y cuando después de esto aparece alguien que quiera desmentir estas afirmaciones y que por añadidura no ha sido testigo presencial de los hechos, parece natural que el mentís se funde en razones muy sólidas; pues vamos a ver en qué se fundan los señores del Consejo para desmentir a la Junta técnica, ellos que no han visto las pruebas ni aun siquiera el barco por fuera. Dicen así en su dictamen, después de copiar los párrafos que anteceden:

«Consecuencia de este juicio formado por la Junta al final de la prueba de inmersión de la hora, fue el importante telegrama que el Capitán general se apresuró a dirigir al Sr. ministro de Marino, trasmitiéndole las impresiones de la Junta, expresadas en el anterior párrafo, y la propuesta que hizo al mismo tiempo, por telégrafo para que se concediesen cruces rojas del Mérito naval, al comandante y tripúlenles del barco, solicitando que por telégrafo también se le diese cuenta inmediata de la aprobación y los elogios extraordinarios que el Sr. Peral oyó del presidente en su nombre y en el de la Junta, por una experiencia que se consideraba no sólo perfecta y completa, sino resolución también de la parte más importante a que el Sr. Peral aspiraba.

»El Consejo no repite en este informe, por ser muy conocido, el texto íntegro del telegrama que dirigió al Sr. ministro de Marina el señor Capitán general del Departamento, como reflejo exacto que en realidad era, según consta en las actas de las sesiones y repite en su informe la Junta, de la opinión de todos los vocales de esta, y sólo recordará el natural entusiasmo que el telegrama redactado con tal optimismo produjo al Gobierno, a los cuerpos colegisladores, corporaciones sabias y políticas, autoridades eclesiásticas, civiles y militares, y en general a todas las clases sociales que unánimes creyeron que el barco había dado pruebas prácticas de indiscutible superioridad sobre los mejores construidos hasta el día, y demostrando gran eficacia como arma de combate.

»Sólo así puede explicarse satisfactoriamente la explosión más grande de entusiasmo vista en España desde hace años y que todos a porfía se apresuraran a enviar sus felicitaciones al constructor del barco, considerando el hecho por él realizado, nuevo en los Anales Marítimos y que había de causar la admiración del mundo».

Hasta aquí no han aparecido aún, como ve el público, los fundamentos en que se apoyan los señores del Consejo, para desmentir a la Junta técnica, sino que se limitan en el primer párrafo a echar en cara al Capitán general su apresuramiento en telegrafiar al ministro; en el segundo, a censurar a la Junta su optimismo, porque estos señores parece que tienen mala voluntad a los hombres de ciencia de la Marina, y se han propuesto desacreditarlos a todos; y en éste y en el terceto a lamentarse del entusiasmo de los españoles, que como se ve les ha dolido tanto que no pueden tolerarlos con paciencia; y ahora es cuando vienen los argumentos de esos señores en un párrafo notabilísimo y del cual pueden estar orgullosos sus autores y los que lo firman. Dice así:

Pero el Consejo ha de tener presente que se había observado el día 21 de Mayo[2] que el Peral no gobernaba bien, y que mientras tuvo cerrada la porta navegando por la superficie, dio frecuentes guiñadas a banda y banda, que se llegaron a apreciar en cuatro cuartas, y que en una de ellas cayó tanto sobre el Colón, que a pesar de tener éste parada la máquina le obligo a ciar, pasando no obstante el submarino a cinco o seis metros de su amura de babor. Que en la salida del 22 de Mayo, esas grandes guiñadas volvieron a repetirse[3], como consta en las actas de las sesiones, por más que el señor Peral dijera que las guiñadas del primer día se debieron a roturas de la aguja y las del segundo a pequeños entorpecimientos de las máquinas que le obligaron a parar una: y no da importancia al hecho de que el Peral emergiese exactamente al oeste del punto de inmersión, que era el rumbo que se le había prefijado siquiera durante la hora, sino que lo atribuye más bien a UNA COMBINACIÓN CASUAL DE FAVORABLES CIRCUNSTANCIAS que a exactitud en el gobierno.

Esta es la opinión de los señores del Consejo, opinión que, según dicen en su dictamen, han formado después de MADURO y razonado examen y extensas deliberaciones acerca de lo que arrojan de sí los hechos relativos al submarino Peral.

Y ya no dice más sobre esta prueba el Consejo Superior de la Marina, lo que advierto inmediatamente por si el público juzga, como es seguro, que todavía no ha parecido el argumento que queríamos. Pero rebusquemos aun más el argumento, analizando este notable párrafo. Ante todo, niego que sea verdad la deducción que sacan esos señores de que el Peral gobierne mal porque en los dos primeros días de pruebas diese algunas guiñadas, y para demostrar que esta deducción no es cierta, sino que se han violentado las cosas para convertir en argumento lo que no es, no quiero recurrir al testimonio de millares de personas que han visto que el Peral gobernaba bien, sino que lo he de probar con los mismos documentos de la Gaceta; los señores del Consejo no pueden apreciar desde Madrid, como es evidente, si el submarino gobierna bien o no, luego para apreciar esta cualidad del barco tienen que acudir a los informes oficiales de los que presenciaron las experiencias, y claro está que una circunstancia tan importante como es la del mal gobierno, no había de ser pasada en silencio, si existiera, por los vocales de la Junta técnica que han tenido un cuidado especial en señalar todos los defectos del barco; pues bien, yo invito al que quiera leer en la Gaceta el dictamen de la referida Junta y hasta los votos particulares que más estiman sus ataques contra el barco, y verán que ni una sola vez se menciona que el barco tuviera mal gobierno, luego queda demostrado que la deducción del Consejo de la Marina no tiene fundamento alguno y es puramente gratuita.

Pero para que resalte aun más la arbitrariedad que encierra la conclusión del párrafo, supongamos que es verdad lo del mal gobierno del barco, como consecuencia de aquellas guiñadas dadas el mes antes de la prueba, y resultaría de aquí, según esa lógica especialísima que usan los señores del Consejo, que cuando un barco sale de Cádiz, por ejemplo, y hace rumbo a Cuba, llega a Cuba por casualidad, lo mismo que podría llegar a China, que no es otro el razonamiento que han hecho esos señores, pues ha de saber el público que eso de las guiñadas (o sean desvíos momentáneos del rumbo que el timonel corrige con el timón guiándose por la aguja), es cualidad inherente a todo barco, y no se necesita ni siquiera ser marino para comprender que esto es verdad; pues si hubiere algún barco en el mundo que no diese guiñadas, para nada harían falta los timoneles en viaje, sino que una vez hecho el rumbo, el timonel se podría echar a dormir seguro de que el barco llegaría solo a su destino, lo mismo que llega un tren a una estación sin timoneles, porque la vía férrea lo guía a ella y le impide dar guiñadas. Conste, pues, que el argumento del Consejo de la Marina no tiene pies ni cabeza, y que con él no se convence ni siquiera a un patrón de falucho, que les daría una soberbia lección, sino estuvieran ya ellos convencidos de la falsedad de su argumentación, asegurándoles que cuando un barco hace rumbo a un punto, llega forzosamente a ese punto, no por casualidad, sino porque el timonel lo lleva (a pesar de las guiñadas) guiado por la aguja, del mismo modo que cuando se combinan el cloro y el sodio no resultan rábanos, sino que siempre da la casualidad de que resulta cloruro de sodio.

¿Se quiere una prueba más de que todo ese párrafo del Consejo no es más que un montón de palabras traídas por los cabellos para destruir el efecto que esa prueba hizo en el público? Pues que me conteste el Consejo a esta pregunta ¿cómo es que habiendo hecho el submarino antes de la prueba del día 7 de Junio dos viajes de ida y vuelta en las primeras salidas a rumbos fijos y determinados por la Junta técnica, no se le ha ocurrido al Consejo decir en su dictamen que aquellos resultados se obtuvieron también por casualidad? No, estaba reservada esta casualidad para la prueba del día 7, que era la que importaba aniquilar. Desengáñense esos señores, lo único que consiguen con su dictamen es dar lugar para que se piense de este modo. La base del crédito que ha logrado el submarino; es los resultados obtenidos en la prueba del día 7, que según opinión de la Junta técnica, fue completa y perfecta sin que se pueda desconocer su importancia, pero ¿es necesario deshacer todo esto, aunque sea desautorizando a la Junta técnica, porque esta está sujeta por el freno de la milicia y se callará? Pues mezclamos unas cuantas palabras técnicas que el público no entiende, se le prohíbe a Peral que nos conteste, y como el público en su mayoría es incompetente en asuntos de Marina, hacemos creer al mundo entero que desde S. M. la Reina, hasta el último español, incluso el Senado y Congreso, las autoridades militares, civiles y eclesiásticas, y en general todas las clases sociales, han cometido unánimemente una solemne tontería con entusiasmarse por esta prueba.

Y no se me diga que exagero con este modo de razonar, pues si se tienen a la vista los párrafos que he copiado del dictamen del Consejo de la Marina, se ve allí concretamente expresada esta grave censura, que con gran arrogancia, lanza el Consejo sobre todo el país, salvo el que por pudor, no la extiende concretamente a S. M. la Reina y las Cortes; pero claro está que quedan comprendidas dentro de la censura general. ¡Y pensar que todas estas cosas tan graves estén cimentadas en el célebre argumento de las guiñadas y de las casualidades! ¡Y que estos señores sean los mismos que me dicen a mí arrogante y presuntuoso! Porque yo quiero dar por sentado que yo hubiese tenido con ellos alguna arrogancia (cosa que niego y que negará todo el que lea mis comunicaciones, y más si se tiene en cuenta que al escribirlas me hacía todas las reflexiones que anteceden, pues conocía la consabida lógica que estos señores aplicaban a mis trabajos), pues si yo hubiese tenido alguna arrogancia, repito, más bueno o más malo yo había hecho mi submarino, pero ellos que no lo conocen ni de vista ¿no son arrogantes y presuntuosos al lanzar una censura tan infundada sobre la nación entera sin exceptuar nada de lo que es digno del mayor respeto y pretendiendo desprestigiar a todo cuanto hay en la nación salvo sus personas?

No creo que quede a nadie, después de lo dicho, ni la más mínima duda de que el tan discutido telegrama tenía un fundamento serio, puesto que he demostrado que la prueba salió bien porque debía salir, y no por casualidad como dicen los del Consejo; por tanto los entusiasmos que produjo fueron naturales y legítimos, y los únicos que resultan desautorizados son los señores del Consejo, y para que no falte nada a esta desautorización voy a demostrar en pocas palabras que los mismos señores del Consejo se han desautorizado a sí propios en su dictamen. Dicen estos señores (en la segunda columna, pág. 497 de la Gaceta) hablando de la Junta técnica, que como dicha Junta no ha examinado los organismos del buque, de aquí que tampoco se pueda decir que su informe tenga el carácter verdaderamente técnico necesario para resolver con fundamento: de donde creo que cualquiera deduce, en buena lógica, que si el informe de la Junta técnica no es bastante para resolver con fundamento, porque dicha Junta no examinó los organismos del buque, mucho menos fundamento tiene el informe del Consejo de la Marino, puesto que este Consejo no sólo no ha examinado los organismos sino que ni siquiera ha visto el barco por fuera.

Con esto debía dar por terminado este trabajo, dado que ya he demostrado lo que principalmente me importaba demostrar y que el Consejo de la Marina, en su afán de desautorizarlo todo, ha desautorizado hasta su mismo informe; pero por desgracia me quedan que denunciar hechos aun más graves que todo lo que antecede y que son independientes de que el informe del Consejo de la Marina tengo poca o ninguna autoridad.

Para acabar con todas las consecuencias de los párrafos que acabo de analizar del dictamen del Consejo, prescindiré de hacer todas las consideraciones a que se presta su arrogante censura a la nación entera, para ocuparme sólo de algunas que atañen al Gobierno actual y a mi humilde persona. He visto que un periódico, uno sólo que yo sepa, pero obedeciendo a indicaciones del Gobierno, ha censurado mi determinación de separarme del servicio, como opuesta a las conveniencias de la disciplina militar, y yo necesito demostrar al Gobierno y a todos los españoles, que esta determinación no ha sido un acto de despecho por las injusticias y vejaciones sufridas, sino que era el único recurso que me quedaba, por la misma razón de la disciplina militar, después de la publicación en la Gaceta de los párrafos que acabo de analizar del dictamen del Consejo. Yo apelo para juzgar esta cuestión a las opiniones de todos, pero muy especialmente a los que tienen por profesión el servicio del Estado, tanto en el orden militar como en el civil.

A los pocos días de haberse ejecutado la prueba del día 7 de Junio, recibí como es notorio, una condecoración que me concedió el Gobierno en premio de aquella prueba y un sable con que se dignó honrarme S. M. la Reina para memoria de aquel hecho y en cuya preciosa hoja se lee esta dedicatoria:

La Reina Regente a D. Isaac Peral.— 7 de Junio de 1890. Y no quiero hacer mención del expresivo telegrama con que también me honró S. M., y que también afecta a la parte militar de la cuestión, dado que lo recibí directamente del Rey, y por lo tanto como jefe del Ejército que es. Pero limitemos la cuestión a los dos objetos mencionados. Aparece el dictamen del Consejo en la Gaceta y con la publicación de los dos párrafos que ya conocemos, que no hay que olvidar que son de un documento sancionado por el Gobierno, queda desautorizada la concesión de la cruz y el regalo del sable. ¿Qué debo yo hacer con estos objetos? Siendo esta la primera vez seguramente que se presenta el caso de que por medio de la Gaceta se niegue a un militar el legítimo derecho a unas recompensas y honores que S. M. y el Gobierno le conceden, ¿qué debe hacer todo militar pundonoroso? ¿Ocultar vergonzosamente estos objetos? Eso nunca, que para esta pregunta no aguardo yo la contestación que sé que me darían todos los militares; y prescindiendo de las consideraciones del honor militar, para atender sólo a las de orden legal, la disciplina militar me obliga a ostentar esa condecoración que el Gobierno de S. M. me dio; pero ostentar esa condecoración equivale a hacer una protesta permanente de los errores profesionales cometidos por el ministro de Marina y los generales del Consejo, y esto también se opone a la disciplina militar, luego si dentro de la milicia no puedo usar estos objetos, ni dejar de usarlos, la solución está bien clara, era forzoso dejar de pertenecer a la milicia como única solución al conflicto que mis generales me habían creado, esos mismos generales que, como si esto no fuera bastante, me colmaron luego de toda clase de denuestos en la misma Gaceta, como ya hemos visto antes, por no haberme sometido a sus absurdas pretensiones.

Y si comparamos este caso con las susceptibilidades que pasan como razonables entre los empleados civiles, ¿no estamos acostumbrados a ver que es siempre motivo de serios conflictos el dar por ejemplo la cesantía o relevo a un empleado, si se suprime la fórmula conocida de quedar S. M. satisfecha de su celo, lealtad, etcétera? Pues ¿qué mucho es entonces que yo me considere ultrajado por las injurias que sin disimulo alguno se han lanzado contra mí?

Se pensará tal vez por alguien, que yo podía haber planteado la cuestión al Gobierno, solicitando de S. M. que se me dijera si tenía o no legítimo derecho para seguir disfrutando de los honores que el Rey y el Gobierno me habían concedido. A esto debo decir, ante todo, que no había para mí una gran garantía de que se me fuese a hacer justicia por un Gobierno cuyo ponente en esta cuestión era el ministro de Marina, que con tanta imparcialidad y sensatez me había tratado antes, y si por no conformarme a sus pretensiones, que ya demostraré que eran absurdas, me colmó de denuestos en la Gaceta, por plantearle esta cuestión no se hubiera contentado con menos que mandarme a un castillo a esperar la resolución, y ya estoy muy harto de ser maltratado en pago de mis trabajos; pero supongamos, repito, que planteo la cuestión y que el resto del Gobierno la estudia serenamente para decidir entre las dos únicas medidas que tenía que adoptar, que eran o confirmar o deshacer lo hecho por el Rey y el Gobierno; si atendiendo a lo que dictan la lógica, la razón y la ciencia lo confirmaba, esta confirmación era la completa y merecida desautorización del Consejo de la Marina y del ministro, cosa que ya ha visto todo el mundo, que el Gobierno no estaba dispuesto a hacer, no porque le faltase voluntad de hacerlo según mi juicio, pues yo no quiero hacer a los individuos del Gobierno el poco favor de suponerlos conforme, a conciencia, con los desatinos del Consejo de la Marina, sino porque entre un pequeño conflicto de conciencia que consistía en sacrificarme a mí, y el otro más grave que alcanzaba al Consejo de la Marina y al ministro ponente, y casi casi a todo el Consejo de Ministros que había autorizado el dictamen en cuestión, claro es que no podía hacer otra cosa que lo que ha hecho, esto es, sacrificarme a mí dejando que pierda mi carrera; y si para huir de estos conflictos desautorizaba lo hecho por el Rey y el Gobierno, cosa que por lo grave es de por sí absurda hasta en hipótesis, ¿qué me quedaba a mí que hacer? Aparte de lo curioso que sería ver en qué forma había yo de devolver a S. M. el objeto con que me significó su aplauso (fórmula que naturalmente tenía que darme resuelta el Gobierno) ¿podía yo resignarme decorosamente a verme convertido en juguete de nadie? ¿Ni podía resistir mi honroso uniforme esas mutaciones irrisorias?

Vean, pues, los pocos que han censurado mi determinación, cómo por todos los caminos aparece la necesidad de mi separación del servicio, impuesta por el ministro de Marina al Gobierno. Pues bien, esta última solución, por absurda que parezca (la devolución de los dos consabidos objetos), es la que moralmente me obliga a aceptar el Gobierno, toda vez que sigue manteniendo el dictamen del ministro de Marina, luego si yo hoy mismo me presento en Palacio y le digo a S. M. «Señora: sin que deje yo de sentir el mismo agradecimiento que me inspiró la señalada recompensa con que S. M. quiso honrarme, el deber oficial me obliga, contra mi criterio, pero obedeciendo al del Gobierno, a declinarla ante V. M.» ¿Habrá alguien que pueda levantar su voz con autoridad bastante para censurarme este acto?

Pero hay una razón para mí poderosísima que me ha hecho desistir de este propósito que formé un día cuando sólo miraba a la parte oficial del asunto, y esta razón es que me sobra el convencimiento de que aquellas recompensas las tengo ganadas y muy bien ganadas, y no quiero dar ni el menor conato de sanción al mayor de los desatinos que he oído en mi vida de oficial de Marina, que cuando un barco hace rumbo al oeste, y está después de una hora de marcha al oeste del punto de partida, este resultado es producto de la casualidad.