IV

Como ampliación a las pruebas que acabo de ofrecer al público de mis aserciones, y ya que de compromisos adquiridos se trata, voy a ocuparme de rebatir los cargos que me hace el Consejo por la única prueba que queda por analizar, o sea la del simulacro de día, de que tanto se ha hablado, sin que ninguno de mis censores, y en esto ni aun la Junta técnica, se haya puesto nunca en terreno razonable, como voy a demostrar.

Empiezo por afirmar que el simulacro (que dicho sea de paso no salió tan mal como parece y como veremos), antes que una prueba es un ejercicio más o menos bonito, más o menos interesante y más o menos absurdo, según las condiciones en que se me ordenó, pero no una prueba por la que se deba juzgar del valor real de mi submarino como arma de guerra; porque, dadas esas condiciones que me impusieron para el simulacro de día, es como si un oficial de Artillería inventase un cañón de campaña, muy bueno como cañón en todos los conceptos, pero que al hacerle la cureña le sacan una rueda un poco endeble, cosa perfectamente remediable al hacer otra cureña, y el hombre propone a la Junta censora que se dispare el cañón sobre un blanco para conocer su alcance, velocidad inicial del proyectil, fuerza de penetración, etc., etc.; pero la Junta censora le dice:

—No señor; nosotros vamos a seguir otro procedimiento en las pruebas; su cañón de usted es un cañón de campaña, y lo primero que vamos a hacer es uncir los mulos y darles una buena carrera al galope.

—Pero, señores —diría el artillero—, si empiezan ustedes por ahí, me van a partir esta rueda, y cuando esté la cureña tumbada, no va a ser posible hacer disparo alguno, y no vamos a sacar nada en limpio de la prueba.

La Junta censora se desentiende por completo de las observaciones del pobre artillero, unce los mulos a la cureña, mientras el artillero protesta sin que le hagan caso, sueltan los mulos al galope, tropieza la cureña en un pedrusco, se parte la rueda, no se dispara, como es consiguiente, ni un solo tiro; y la Junta se retira a deliberar, levanta acta en la cual hace constar estrictamente lo que ha visto de partirse la rueda, aunque dice también el acta que, por ciertos indicios y otras pruebas anteriores, presume que se trata de un buen cañón, que servirá como cañón de campaña cuando se le haga otra cureña.

Y entregan su dictamen en el Ministerio de la Guerra, se reúne el Consejo Superior de Artillería (conste que hablo en hipótesis, pues yo no sé ni aun si existe tal Consejo en Artillería, que presumo que no lo tienen, y hacen bien), y después de maduro y razonable examen y extensas deliberaciones acerca de lo que arrojan de sí los hechos, le dicen al artillero que haga otra cureña y otro cañón bajo su dirección, salvo que él no dirigirá nada, sino una Junta que le dirigirá el cañón y la cureña; y cuando el artillero en tono muy mesurado y sumiso les dice que él se compromete a hacer lo que se desea, pero que no responde de lo que hagan otros, se le contesta lo más agriamente posible:

—Después de haberse roto la rueda de la cureña, no debía usted ser tan arrogante ni presuntuoso, entregue usted sus bártulos en el Parque, que ya nosotros estamos hartos de saber cómo se hacen los cañones esos, de lo cual ya entendía un poco nuestro padre Adán, y nos sobran ahora oficiales peritísimos, a los que encargaremos que los fabriquen.

Pues esto y aun algo más es lo que ha ocurrido con la prueba del simulacro; y si no, vamos a verlo.

Todo el mundo sabe, pues se ha hablado de ello hasta la saciedad, que el submarino Peral adolecía de un defecto de construcción del casco, cosa facilísima de remediar en otro submarino, y sobre cuya responsabilidad, que también quieren achacarme a mí, me ocuparé en cuanto acabe de tratar el asunto del simulacro. Este defecto era la falta de estancamiento en los compartimientos que debieron ser estancos según el proyecto, y no eran más que anegables, esto es, que se salía el agua de ellos cuando más falta hacía que no se saliera, o sea en los momentos críticos de regular la inmersión, lo cual hacía dificultosa dicha regulación. He aquí la rueda endeble de la cureña del cuento; puesto que durante el simulacro precisaba efectuar esa regulación con rapidez y frecuencia, condiciones a las que se oponía la falta de estancamiento, como había yo advertido en la Memoria que presenté a la Junta técnica antes de las pruebas, y como reconoce esta Junta en su dictamen cuando dice: «supuestos enmendados éstos (los defectos de los compartimientos), entienden los vocales que suscriben que hay lugar a esperar que los buques de su clase pueden ser útiles como elementos auxiliares de defensa de puertos, tanto de noche como de día».

Como así mismo convienen en esto cuando dicen que en el defecto de los compartimientos «hace laboriosa siempre, y expuesta en mar agitada la regulación, lo que ha impedido que durante experiencias últimamente practicadas haya demostrado el torpedero las propiedades tácticas de que es susceptible»; y no dejan la menor duda de lo esencial que era esta condición para hacer un buen simulacro cuando, razonando muy sabiamente en su dictamen (no a lo Consejo de la Marina), hacen esta importante y razonable declaración: «los que firman creen que un buque de esta especie con mayor andar del que posee el sometido a experimentación y dotado de la facilidad de sumergirse, fácil y rápidamente, para sustraerse, en breves momentos, de la vista de un enemigo, aun en el caso de haber sido apercibido, reuniría probabilidades de hacer fructuosos sus ataques; pues si bien la artillería de tiro rápido con que hoy se dotan los buques permitiría lanzar sobre el punto en que pueda haber sido visto, y sus cercanías, un gran número de proyectiles, la circunstancia de desaparecer en pocos instantes, y la masa de agua que puede protegerlos del efecto de aquellos, harán de escasa eficacia los tiros que se le dirijan».

No crean los lectores que he abandonado el parangón que venía haciendo con el caso del artillero, que ahora mismo van a venir los detalles que faltan para la equiparación completa.

Por Real orden de 19 de Diciembre de 1888, que es donde estaban condensados mis verdaderos compromisos con el Gobierno, estaba prevenido que las pruebas oficiales ante la Junta técnica habían de consistir en la repetición de las pruebas preliminares que yo había hecho, en las cuales no había nada de simulacro de combate, y en echar a pique un casco viejo que me había de servir de blanco fijo; pero viene la Junta técnica, hace caso omiso de aquella Real orden, que era a lo que yo me había obligado, suprime la prueba de echar a pique el casco y la sustituye por las difíciles operaciones de ejecutar dos simulacros de combate, sin ejercicio previo, con un magnifico barco de vapor y no en las condiciones apropiadas a mi barco, que eran las de defender el puerto, sino en las condiciones aún más difíciles de un combate singular en la mar a seis millas de la costa; y en lugar de negarme yo en absoluto a aceptar ese combate, como hubiera tenido derecho para hacerlo, me limito a hacer observaciones, para procurar que las condiciones fueran más equitativas de las que me ponían, y no me hicieron caso; y voy al simulacro, donde hice lo que pude (y ya demostrare que fue bastante), y todavía me echan en cara que he hecho poco; pues yo creo que lo ocurrido con esto es lo mismo que si yo hago una escritura (la R. O. citada) con un padre de familia (ministro Rodríguez Arias) comprometiéndome a abonarle 1.000 pesetas (voladura del casco); y cuando se muere el padre, viene el heredero (ministro Beránger) y me exige con la escritura de 1.000 pesetas que le pague 20.000 (simulacro); yo creo que si le doy 10.000 todavía hago más de lo que debo.

Dice el Capitán general de Cádiz en su informe, que «el efecto que en mí hubo de causar el conocimiento de ese estudiado nuevo programa de pruebas, tan necesario al objeto, demostrado está en mi comunicación de 5 de Abril, que dice así»: Y al mandar insertar el ministro el citado informe en la Gaceta, suprime las últimas tres palabras que dice así, y suprime también la copia de ese oficio mío de 5 de Abril, que insertaba el Capitán general en su informe, con lo cual el público se queda ignorando las condiciones del simulacro; omisiones que no tendrían por objeto economizar papel en la Gaceta, cuando se entretiene ésta en copiar mi inútil carta de 1885 y una porción de párrafos de mis escritos o comunicaciones, con tal de que pueda sacarse de ellas algún cargo contra mí, sino porque de la lectura de esa comunicación se deduce cuánta falta de equidad hubo en las condiciones del combate, que no parecía sino que estaban puestas para imposibilitar el éxito.

Ahora bien: al copiar esa comunicación para que la conozca el público, siento tener que copiarla precedida de otra mía, que es el complemento de aquélla, por encontrarme provocado a hacerlo en las siguientes palabras del informe del Capitán general, refiriéndose a estos oficios: «haciendo caso omiso de los términos poco mesurados en que se expresa…, califica a la Junta de exigente por pedirle nuevas pruebas, diciendo de las primeras que es teórica y prácticamente imposible llevarlas a cabo, no obstante haberlas acordado la Junta, tomándose por base la misma energía acumulada que el autor consigna en su Memoria».

Yo no sé por qué hubo siempre en mis generales este prurito de querer desfigurar mi carácter personal, y hasta mis ideas, siendo así que como podrá verse ahora mismo, no hay tal falta de mesura, ni yo he llamado exigente a la Junta; pues cuando en estos oficios me veo obligado a argüir a la Junta en contra de sus opiniones, hago la salvedad de mi subordinación, respeto, etc., aunque tenga que emplear el lenguaje propio de una discusión técnica, que era lo que mediaba entre la Junta y yo; de modo, que si aun así no me había de ser permitido exponer mis razones, entonces puede ser que tenga razón; o es que yo no sirvo para militar, o que los militares deben guardarse la ciencia in pectore, cuando hablen con generales.

Tampoco yo he llamado exigente a la Junta, pues no es lo mismo hablar de las exigencias de las pruebas, que llamar exigente a la Junta; y en cuanto a la censura que me hace este general, por haber demostrado que era absurdo lo que me pedían en la primera prueba oficial, no encuentro mejor contestación que darle que, si él, a su vez, no hubiera suprimido en su informe (puesto que se refería a ella) mi comunicación de 31 de Marzo, no hubiera podido pronunciar aquella censura, pues en esa comunicación se demuestra como dos y dos son cuatro, que yo tenía razón; y antes de transcribir esas comunicaciones, quiero hacer constar que no me hago cargo de otras muchas inexactitudes e injusticias que encuentro en el informe del Capitán general, porque quiero ocuparme principalmente del dictamen del Consejo de la Marina, y habría para volverse loco si yo fuera a desmenuzar los seis o siete informes extensísimos que se han dictado sobre mis trabajos, y además me parece abusivo pedir tanta atención al público, pues ya sale este documento más largo y pesado de lo que yo quisiera.

Para abarcar a todos en la contestación cumplida que dan a este punto mis dos comunicaciones eliminadas de la Gaceta, citaré las palabras del Consejo de la Marina, que dice así: «Comunicado al Sr. Peral lo resuelto, contestó de oficio el 5 de Abril no conformándose con el programa; pero la Junta resolvió en 14 del mismo mes que el programa aprobado no podía modificarse».

Ninguna de estas dos afirmaciones del Consejo son ciertas; pues, respecto a la primera, léase mi comunicación, en que digo textualmente «que no pretendo que se cercenen en nada las pruebas que ahora se me piden, y que estoy dispuesto a hacer todas las pruebas que se piden ahora, bien distintas de las que yo ofrecí y he hecho», y respecto a lo de que la Junta resolviera no poder modificar el programa aprobado, mal puede ser esto cierto cuando lo modificó, gracias a mis justas observaciones; y no podía ser de otro modo, dado que quedó demostrado con oficio de 31 de Marzo que lo que pedían era imposible, como puede ver el público en el primero de los dos oficios que siguen:

Excmo. e Ilmo. Sr.:

La aclaración que pedía en mi oficio del 28 del actual, que motivó la comunicación de V. E. I. del 29, tenía su fundamento en que esta primera prueba, tal como se me pide, es teórica y prácticamente imposible de ejecutar, por eso temía yo que pudiese haber habido algún error de redacción.

No es extraño que haya pasado esto inadvertido a la Junta; pues si bien en mi Memoria se especifican concretamente los amperes que consumen los motores a los regímenes de cuartos de baterías y de medias baterías en tensión, que son respectivamente 20 y 30 amperes, no está concretamente especificado el consumo al régimen de tres cuartos de baterías en tensión, que es de 40 amperes, por más que ya digo, al tratar de los motores, que en dicha disposición de baterías y con todas en tensión, suben regularmente los amperes de 30 a 50.

Partiendo de este dato a que me acabo de referir y de los demás contenidos en la Memoria, no necesitaría seguramente la Junta que yo me ocupara en demostrar aquí la imposibilidad que antes he anunciado, pero movido solamente del deseo de abreviar por mi parte las inteligencias necesarias entre la Junta y el que suscribe, me voy a permitir expresar brevemente dicha demostración, esperando que la Junta me haga el honor de comprobarla.

La distancia que separa el punto actual de estación del barco al paralelo del cabo Roche es de 26,5 millas a la ida y 21,5 a la vuelta fondeando en Cádiz, de donde resulta que el recorrido del primer día es de 48 millas, el del segundo de 43, y el del tercero de 48. Navegando el primer día al régimen de cuartos de baterías, el viaje durará cuando menos once horas largas, y consumiendo cada acumulador 5 amperes hora, el consumo total por acumulador será cuando menos de 55 amperes hora. En el segundo día el viaje durará al mínimum siete horas largas, y consumiendo cada acumulador 15 amperes hora, el consumo total mínimum por acumulador será de 105 amperes hora. El tercer viaje durará al mínimum seis horas, y consumiendo cada acumulador de los que van en tensión 40 amperes hora, el consumo total mínimum de cada uno de estos acumuladores será de 240 amperes hora.

Si yo no recuerdo mal, el dato que he suministrado en mi Memoria como capacidad media total de cada acumulador es de 330; y como los consumos de los tres viajes dan una suma de 400, resulta que me faltarían 70 de estas unidades para ejecutar lo que se me pide, y esto aun agotando totalmente las baterías, cosa inconvenientísima, pues nos conduciría, y yo espero que la Junta lo tome en cuenta, a la destrucción casi segura de las baterías e imposibilidad, por lo tanto, de poder hacer más pruebas.

Tengo que agregar a lo expuesto, y espero también que la Junta lo tome en cuenta para sus posteriores resoluciones, que el sencillo cálculo que acabo de hacer está basado en la hipótesis de que voy a navegar por un mar ideal, sin viento, ni mar, ni corrientes o mareas que retrasen mi marcha, y partiendo de velocidades que no están exactamente comprobadas, como advierto en mi Memoria; y puesto que estas circunstancias ideales no son las que voy a encontrar en mis viajes, aunque se escojan días de buen tiempo, que todo es relativo tratándose de un barco tan pequeño, no creo exagerado suponer que el tercer viaje durará una hora más de lo calculado, el segundo dos horas más y el primero tres horas más, y en tal caso, que es lo que realmente sucedería en la práctica, resultaría un consumo de 495 amperes hora, o sea vez y media la capacidad total de los acumuladores.

Tengo, finalmente, el honor de anunciar a V. E. I. que también juzgo necesario hacer otras observaciones a otros puntos del programa; pero mientras las redacto con el detenimiento que el caso requiere, anticipo a V. E. I. esta comunicación, por si V. E. I. juzga necesario dar de ello cuanto antes noticia a la Junta.

Carraca 31 de Marzo de 1890.

«Excmo. e Ilmo. Sr.:

»Como continuación a mi comunicación de 31 del mes último, tengo el honor de manifestar a V. E. I., volviendo sobre los acumuladores por lo que respecta a la prueba del radio de acción, que al reformar este punto del programa, si la Junta así lo acuerda, es necesario tomar en consideración, no sólo las observaciones que en dicha comunicación hice, sino también la de que, tratándose de las necesidades de una experiencia y no de las de un combate real, en vez de contarse para dicha prueba con la capacidad total que en la Memoria asigno a estos acumuladores, y que es la que realmente tienen, según mis experiencias, hay que rebajar de ella para el efecto de las pruebas un 25 por 100 de dicha capacidad, pues aparte de que, como la Junta sabe, está advertido en todo libro serio de acumuladores que debe siempre evitarse el consumir dicho resto de carga, so pena de perjudicar notablemente las placas, hay que tener también presente que no se trata aquí de una batería nueva, en la que este abuso sería de menos consecuencias, sino de una batería que, como advierto en la Memoria, además de llevar ya cerca de dos años de uso constante, ha servido para enseñanza a la dotación del buque, a costa, naturalmente, de su conservación. Y si bien he afirmado y afirmo que reponiendo metódicamente las placas positivas que se inutilizan se puede lograr tener siempre las baterías en buen estado, ni la organización actual del servicio a bordo, ni las exigencias propias del periodo de pruebas que vengo atravesando, me permiten acudir a esta atención como es debido.

»Por otra parte, la tercera corrida que se pidió en la prueba a que me estoy refiriendo exige un régimen sobre el cual digo en mi Memoria (sin que esto implique defecto de sistema) que no se debe prolongar mucho tiempo en este barco, si no se quiere que peligre el aislamiento de los motores, lo que equivale, como sabe la Junta, al peligro de dejar inútiles estos motores en dicha corrida.

»Resulta de todo lo expuesto, y sin perder de vista que la prueba tal como se me pide es superior a lo que permite la energía de que dispongo, que la citada prueba debe ser limitada a mi juico a términos más razonables, y tanto por lo dicho como porque en virtud de la Real orden de 19 de Diciembre de 1888, a que se apela en el programa de pruebas, y que supongo por tanto está vigente, dicha prueba de radio de acción había de reservarse para después que terminasen todas las oficiales, creo que la repetida primera prueba del presente programa debe figurar en él después que todas las demás, y tomando en consideración las observaciones hechas aquí y en mi Memoria; pues de lo contrario se verán realizados todos los peligros que he advertido, y entonces, con los motores inutilizados y las baterías también, nos quedará sólo un casco lleno de aparatos inservibles, al que no se le podrán pedir ni pruebas submarinas ni de ninguna clase. Si la Junta accede a lo que propongo, haremos primero las pruebas submarinas, por ser a la vez las que más interesan a la solución del problema, y una vez hechas todas, se harán también las del radio de acción hasta donde sea prudente; y entonces puede juzgar la Junta si lo que resulte está conforme con mis afirmaciones, o bien, si así se me ordena, se harán hasta agotar totalmente las baterías; pero no sin que yo advierta, como desde ahora lo hago, por creerlo de mi deber, que en tal prueba se va a destrozar inútilmente un material de valor considerable, que estando prudentemente manejado podrá prestar aún por muchos años muy importante servicio. Termino aquí esta parte de mi informe con una última reflexión que, puesto que se discute un punto técnico militar, creo puedo permitirme hacerla, como cita de comparación con nuestros modernos buques de vapor, refiriéndome siempre a la primera prueba. Ante lodo, no hay buque alguno al que se le compruebe su radio de acción haciéndole recorrer toda la distancia que es capaz de salvar, sino que esto se deduce de su capacidad de carboneras, que aquí equivale a la de acumuladores, que se puede medir de mil modos, y de su velocidad experimentada sobre una milla medida; pero si a cualquier buque moderno de vapor, teniendo sus calderas dos años de vida, se le pidiese que consumiera la mayor parte de su carbón al régimen de su mayor velocidad, dado el caso de que pudiera sostenerla quedaría, a consecuencia de esa prueba, con sus calderas inservibles, si no tenían durante la prueba serias averías.

»Para continuar mis observaciones sobre los demás puntos del programa debo declarar ante todo que no pretendo que se cercenen en nada las pruebas que ahora se me piden, a pesar de que en el punto 6.º de la citada Real orden se previene que estas pruebas oficiales consistirán esencialmente en la repetición de las preliminares contenidas en los puntos anteriores; pero así como estoy dispuesto a hacer todas las que se piden ahora, bien distintas de las que yo ofrecí y he hecho, espero me sea permitido dejar sentadas, para las consecuencias ulteriores que de estas pruebas se deriven, las salvedades siguientes:

»1.ª Que en la Real orden de pruebas siempre ha estado sobreentendido, y así se ha practicado en las preliminares, que los torpedos se disparasen sobre blanco fijo, y esta es la primera vez que con mi barco y en mi vida voy a disparar torpedos sobre un buque en marcha, con lo que resultarán involucrados los problemas de la eficacia del submarino y la del torpedo, y hasta la de mi habilidad como torpedista sin serlo.

»Como una cita útil y pertinente a este punto, debo decir aquí, que puedo presentar copia auténtica del programa de pruebas oficiales a que sujetó el Gobierno norte-americano un invento muy reciente, como son los cañones dinamiteros Zalinsky, destinados al crucero Vesubio, y aquel Gobierno limitó las pruebas de recibo a disparos sobre blancos fijos, puesto que lo que se trataba de juzgar era el cañón, independientemente de la pérdida de eficacia que luego resulta en toda arma en las condiciones reales de un combate.

»2.ª Si se persiste en hacer, por vía de ejercicio interesante (y lo es mucho independientemente de las pruebas oficiales del submarino), el simulacro contenido en la tercera prueba, conste que voy gustosísimo a ejecutar este importantísimo simulacro; pero conste también, atendiendo ahora al problema que estudiamos todos, que aun bajo este último punto de vista voy al simulacro sin previo ejercicio de tal sistema de combate, y arrostrando gustoso hasta los peligros necesarios de abordajes con el enemigo y con los demás buques que crucen mis aguas, sin que estas salvedades (vuelvo a insistir) signifiquen otra cosa que mi demanda de que se tenga en cuenta que lo que se va a tomar como prueba fundamental para los acuerdos posteriores de la Junta es un primer ensayo nunca practicado antes.

»3.ª Pido también que se tenga en cuenta que la importancia de las pruebas todas que se exigen al submarino Peral es la que correspondería a un buque submarino tan perfecto como hoy podría hacer si contase con todos los perfeccionamientos y con ninguno de los defectos que he enumerado en mi Memoria; pues no cabe dudar que, si tongo la fortuna de salir airoso de estas pruebas, no podrá negarse por nadie la eficacia de estos buques, sin que quepa pedirles más que lo que al Peral se le pide; pero sin que los defectos reconocidos y remediables del Peral hayan servido para moderar las exigencias de estas pruebas oficiales.

»Réstame ahora (aunque siempre con el profundo respeto y elevada consideración que me merece la Junta) señalar alguna falta de equidad que encuentro, a mi juicio, en las condiciones establecidas para el simulacro en cuestión. Yo espero que convendrá conmigo la Junta en que no basta estar apercibido a la defensa de un ataque para librarse de él, ni jamás dejará un torpedero submarino de lanzar su torpedo por el temor de que se haya visto su torre óptica, cosa que aquí será muy fácil, llevando mi enemigo unas doscientas personas disponibles para explorar una pequeña zona de 500 metros alrededor del barco; y puesto que la torre óptica es indispensable asomarla para apuntar, y la defensa del submarino está, no sólo en la probabilidad de no ser visto, sino en la seguridad de no ser herido, dado el poco blanco que presenta mientras apunta, creo que lo equitativo sería no declarar nulo un lance de torpedo sino cuando se comprobara que el submarino podía haber sido herido en su torre óptica por el enemigo, comprobación que es muy fácil efectuar colocando una cámara fotográfica en la culata de un cañón de tiro rápido, con lo que se pueden simular con rigurosa exactitud los lances del combate. Yo me comprometo a hacer la instalación en el buque que se me designe, ensayándose un día cualquiera con la misma torre del submarino, para que se vea el resultado y que las condiciones son idénticas a las de tiros efectivos; pero si cada vez que yo esté preparado para lanzar un torpedo, de lo cual no me dará, seguramente, el enemigo muchas ocasiones, por tratarse de un combate en la mar y no de un ataque a la población, cuya defensa es mi verdadera misión, siendo este caso más favorable para mí; si cada vez, repito, que esté preparado se me inutiliza la maniobra, sólo porque se descubra la torre, podrá resultar, y resultará muy probablemente, que no se me deje disparar ni un solo torpedo, cuando en realidad me habrían sobrado ocasiones para echar el buque a pique impunemente, pues debe contar la Junta, además, con que admito como lance inútil aquel en que se me retrate la torre, cuando un tiro recibido en esta parte del barco no me inutiliza en modo alguno para seguir el combate.

»Nada más objeto sobre esta prueba, por más que me parecería también más equitativo, dada la misión que yo he asignado a este buque, que el enemigo cruzará siempre dentro del radio del alcance efectivo de sus cañones contra la plaza; y todo lo que se me pida de más es reclamarme lo que yo no he ofrecido con el Peral.

»Antes que determine este punto, debo también manifestar que espero se tomen las medidas convenientes para que a mi salida de Cádiz no sea yo seguido, como siempre ha ocurrido, de botes o vapores curiosos de la experiencia, que podrían fácilmente seguir de cerca mis maniobras y serian naturalmente la mejor y más cómoda defensa de mi enemigo, avisando con su sola presencia del lugar de mis situaciones, y aparte de la circunstancia de lo que han de dificultar mis maniobras, lo cual equivaldría en rigor, por lo que a esto respecta, a presentarme las dificultades equivalentes del combate con una escuadra numerosa.

»En resumen: yo confió fundadamente en que reconociendo la Junta, como creo reconocerá, que al exponer estas observaciones me guía la misma lealtad y desapasionado interés con que yo reconozco que la Junta obra al estudiar este asunto en términos razonables y justos, atenderá todas mis observaciones en el sentido de dejar para última prueba la de radio de acción, reduciéndola a los límites en que es prudente ejecutarla, como asimismo que acepte las dos condiciones que yo señalo como equitativas para el simulacro, o cuando menos la primera.

»San Fernando, 5 de Abril de 1890».

Isaac Peral.

Si el público a leído con atención las dos comunicaciones que acabo de copiar, creo que habrá quedado convencido de que no hay en ellas falta de mesura, pues me harto de repetir en ellas las finezas oficiales que son de ritual, sino que lo que hay es una constante y marcada prevención contra mí por parte de los generales que han intervenido en este asunto, y una sensibilidad tan exquisita, que cuando me gano contra ellos una discusión científica lo achacan a falta de subordinación. Se ve también por los párrafos que he subrayado en esas comunicaciones, que yo no opuse, ni indiqué siquiera, falta de conformidad a ejecutar todas las pruebas, salvo en la primera, cuya imposibilidad quedó demostrada, sin que hasta ahora se me haya dicho nada en contrario. Se ve igualmente que se ha tomado el simulacro como prueba, cuando en rigor no era sino un ejercicio, primero y único en su especie desde que el mundo es mundo, y para el cual no había habido previo ensayo; y la razón de que estos ensayos son necesarios para el éxito, es que en España y en el extranjero se practican todos los años con los torpederos flotantes, a pesar de lo conocidísimo y corrientes que son todos sus organismos; esto sin contar con que yo iba al simulacro con un buque defectuoso. Se ve también, por último, que aun considerado el simulacro como ejercicio do combate, hubo toda la falta de equidad que va expresada en mi ultima comunicación, al no haber sido admitidas por la Junta mis proposiciones de que los tiros del Colón a mi buque fuesen señalados fotográficamente, en cuyo caso afirmo que no me hubieran podido dar ni uno solo; ni la de que se pusiera el Colón a tiro de cañón de la plaza de Cádiz, pues no se bate una plaza desde seis millas de distancia ni conservaba yo, por tanto, mi papel de defensor del radio de ataque a la plaza misma.

Véase, pues, si estaba o no bien hecho el parangón de este caso con el del artillero, pues el final de la historia ya es bien sabido de todo el mundo, y aún me queda que decir algo sobre dicho final.

Antes de pasar a otro punto, quiero dedicar breves palabras a un detalle muy curioso: pedía yo en la última comunicación, que para evitar abordajes con los botes o vapores que asistían a las experiencias con pasajeros de todas clases y condiciones, se situaran estos el día del simulacro fuera del campo de mis maniobras: pues bien; tanto el Consejo de la Marina en su dictamen, como el Capitán general de Cádiz en el suyo, afirman, faltando a la exactitud, que yo había dicho que los que me estorbaban eran los corresponsales de los periódicos, con lo cual no se que objeto se han propuesto, ni se me alcanza a qué viene, en un informe sobre el submarino, en circunstancias que menciona el Capitán general, de que dichos corresponsales tenían previo conocimiento de los días y horas en que había pruebas. Si dicho Señor General cita ese nimio detalle porque le molestaba que tal cosa ocurriera, yo le diré que la mayor parte de las veces se sabrían los movimientos que iba a hacer el submarino (o el sumergible, según él quiere que se llame) por el mismo conducto por donde se telegrafiaron a todos los periódicos de Madrid y de Cádiz extensísimos extractos del dictamen de la Junta técnica, cuando ese dictamen no había salido aún de sus oficinas; y he dicho mal al afirmar que se telegrafiaron extractos de dicho documento, porque lo que se hizo fue mucho más grave: fue engañar al público, mezclando trozos que eran verdaderamente copia exacta del dictamen, con otra porción de falsedades que se atribuyeron a la Junta técnica, con lo que empezó a cundir el desprestigio de mis trabajos, y se preparó poco a poco la opinión pública a recibir suavemente la gran iniquidad que había de venir después. Y este señor general y el ministro se quedaron entonces tan tranquilos al ver que les publicaban este reservadísimo documento, ellos que tanto han trinado contra los periodistas y que tantas desazones me han dado a cargo de la publicidad de las pruebas, como si yo pudiera haberlas hecho dentro de un fanal opaco, para que nadie se ocupara de ellas, como absurdamente pretendían.

A propósito del título de sumergible, que yo no sé quién ha inventado para sustituir el nombre de submarino (que hasta el nombre les quieren quitar a estos desdichados barcos desde que yo me he metido en ello), debo decirle al inventor de la palabreja, suponiendo que sea el propio señor general, puesto que dedica sendos párrafos de su dictamen a tan interesante asunto, que ha estado desdichadísimo en la elección de un nombre característico para esta clase de embarcaciones, por la sencilla razón de que sumergibles son, para desdicha de la humanidad, todos los barcos existentes hoy en el mundo, y el que encontrase la panacea de un barco no sumergible hacía pronto un soberbio negocio, pues nadie viajaría más que en ese barco. El Consejo Superior de la Marina, en vista de la invención del vocablo, le llama unas veces sumergible y otras submarino, y tal vez por este laberinto que han armado esos señores entre submarinos y sumergibles, es por lo que aseguran que el submarino no es invento, y que los arsenales están llenos de submarinos; pues si bien es verdad que no lo están, según les viene probando el Sr. Echegaray, en lo que no cabe duda es en que los mares se hallan llenos de sumergibles y en los profundos abismos de esos mares hay más muestras de las que quisiéramos de esos sumergibles, desdichadamente sumergidos. Dejen pues, las cosas como son y no se contagien ellos también con el pícaro vicio de inventar, que tanto aborrecen, que yo les aseguro, y bien saben ellos por qué, que es un vicio que no da más que malos ratos; y no pretendan en su arrogancia enmendar la plana al mundo entero que en todos los idiomas les viene llamando submarinos.