CAPÍTULO VI

Como ya no había ni una mínima esperanza para que Carlos y yo arregláramos nuestros problemas, decidí dejar de lado la idea de evitar que se casar con Marta. Eso era su problema.

Tampoco insistí con Augusto para que me dijera lo de las supuestas fotos, ya no me importaba nada, pero por el contrario, él siguió buscándome, pero con más interés personal. Me enviaba flores, regalos y más de tres invitaciones por semana, las cuales rechazaba. Ya ni le respondía sus mensajes para decirle que no, hasta que fue más claro.

Augusto: Gio, ¿qué puedo hacer para que me creas el interés que tengo en ti? Sé que tienes razones de sobra para desconfiar de mi, pero en este tiempo que he podido conocerte mejor, me pareces una chica especial.

Yo: No insistas. Todo indica que eres cómplice de Marta para hacerme la vida imposible.

Augusto: ¿No crees que ya sea hora de que te olvides de Marta? Estás perdiendo buenos momentos de tu vida por evitar que te hagan daño y ni segura estás que realmente ella se esté concentrando en ti.

Yo: Viviendo de ti, puedo creer que me estás persuadiendo y claro que estoy segura de que no descansará hasta verme destruida. Me lo ha dicho.

Augusto: Ella puede decir lo que quiera, mientras tú le permitas que te haga daño, lo hará. Así que mejor olvídate de ese tío, de Marta y de tu pasado.

Yo: Eso trato, pero no quiere decir que mi futuro seas tú.

Augusto: Ya es hora de que te lo diga todo. Sí, Marta en un principio me pidió que te cortejara para buscar la manera de hacerle creer a Carlos que tu y yo estábamos juntos, pero quien cayó en la trampa fui yo. Me gustas, Georgina. Y de verdad. Desde entonces he ignorado todo lo que me ha pedido. Te juro que lo de las fotos no fue mi culpa. Ella lo hizo por su cuenta.

Con la declaración que me acaba de hacer Augusto no sabía si molestarme aún más, porque efectivamente trató de engañarme para ayudar a Marta, o tomar en cuenta que a pesar de todo estaba siendo sincero.

Este tío sí que sabía hacerme enojar, pero no respondí más. Era sábado por la noche y como ya no era una fiestera ni me provocaba hacer algo me acosté a dormir. También necesitaba descansar y por primera vez en mucho tiempo, logré caer en la profundidad de un sueño reconfortante.

Al siguiente día desperté con ánimos. Quería salir de casa y pasar un rato ameno en algún parque o lugar al aire libre. Cuando Nacho despertó lo invité a salir, pero este tenía una resaca de puta madre, entonces me tocó aventurarme sola.

Me fui hasta un parque que no estaba lejos de donde vivía. De hecho, llegué caminando. Quería sentir la brisa, el olor del aire fresco, de vegetación. Ver gente. En fin, necesitaba estar un rato en contacto con la naturaleza y lo mejor es que me sentía muy bien conmigo misma.

Luego de la caminata me senté en una banca a contemplar a un grupo de niños que jugaba en los columpios mientras sus padres conversaban con otros compañeros, así como una parejita miraba el estanque y lanzaban piedras al agua. Todo me parecía lindo, hasta sonreía.

Estaba muy distraída cuando de repente alguien llegó por mis espaldas y me sorprendió con un abrazo. Era Augusto.

-¿Qué haces aquí?-, pregunté enseguida y confundida.

-Te vi muy feliz y me provocó darte un abrazo-, respondió sonriendo.

-Deja de perseguirme, por favor-, le dije con tono de odiosidad.

-No te persigo, sólo venía a invitarte un helado. Nacho me dijo que estabas aquí-, argumentó.

-Ya fui clara contigo. No quiero que me invites a nada-, insistí.

-Lo sé, pero no me quedaré tranquilo. Anda, vamos a comer un helado. Noto que estás animada y eso hay que prolongarlo.

Bueno, logró convencerme. Realmente se veía entusiasmado e interesado y la verdad, me antojó de comer helado así que con dudas y todo, acepté.

Debo admitir que pasé un rato ameno con Augusto. No fue un encuentro con intrigas. Compartimos anécdotas, historias y uno que otro secreto de nuestras vidas. Sí, este tío no era tan malo después de todo. Quizás era porque estaba interesado en mi, pero dejaba de verlo como un patán.

De hecho, más amable de lo que pensaba. Estuvimos juntos como dos horas hasta que cayó el atardecer y le pedí que me llevara de nuevo a casa. Donde me esperaba Nacho un poco angustiado.

-Gio, qué bueno que no estabas aquí-, dijo apenas se dio cuenta de que había llegado.

-Carlos estuvo aquí. Te estaba buscando para hablar-, agregó.

-¡¿Qué?! ¡Pero qué dices, tío!-, cuéntame.

-No me dio detalles de lo que quería decirte, pero cuando le mencioné que no estaba se quedó un rato. Hablamos de todo, menos de ti-, aseveró Nacho.

-Pero entonces de qué hablaron. ¿Cómo está?-, pregunté.

-La verdad es que está muy confundido. Está claro que no quiere a Marta, pero está con ella. Dice que porque tiene un embarazo complicado y necesita ayuda-, respondió.

-¿Y entonces qué quiere de mí? ¡Ya basta! Me molesta su indecisión. Que si me quiere, que no puede estar conmigo, que se molesta, que se queda con Marta y ahora que quiere que hablemos. No me parece-, le comenté.

-Estoy de acuerdo contigo, pero bueno, él sabe lo que hace. Sólo le desee suerte con su hijo y que tratara de mejorar las cosas-, agregó.

-Bueno, no lo buscaré para nada. Si está muy interesado que me llame. Aunque realmente no quiero hablar nada. Siento que empeorará las cosas-, le dije.

-Opino lo mismo, pero no te preocupes, tía. Quizás se le pasa. Por cierto, ¿dónde estabas?... Si se puede saber-, preguntó con picardía.

-Ehhh… Fui al parque un rato. Luego salí a comer helado-, respondí dudosa.

-Uhmm… ¿sola?-, preguntó nuevamente.

-…No. Salí con Augusto- respondí entre dudas y risas.

-¡Lo sé, picarona! Él vino a buscarte-, me comentó.

-Sí, y también sé que le dijiste que estaba en el parque. ¿Por qué lo hiciste?-, insistí.

-Pues, porque no veo nada de malo que fuese detrás de ti-, respondió.

-¿Y no te parece mala idea?-

-No estoy seguro, Gio. Pero lo noto muy interesado, como si le gustaras de verdad. Así, que no veo por qué no darle un voto de confianza. Pero de igual forma, debes estar atenta-,  explicó.

-Sabes que siempre me he mantenido al margen con él. No le creo mucho pero ayer me confesó que viene loco por mí. Hoy insistió en que aceptara la invitación y bueno, terminé aceptando-, le dije.

-Si te sentiste bien, no hay problemas. Pero si las dudas no te permiten avanzar mejor olvídalo. Eso sí, ya sabes que si te lanzas con él, puede que Martita reaccione. Ya sabes lo egoísta y sin escrúpulos que es-, aseveró.

Nacho tenía razón, pero tampoco estaba muy interesada en él. Como en un principio, sólo aprovechaba sus invitaciones para distraerme un poco. Yo seguía enamorada de Carlos y eso no cambiaría por nada ni nadie.

Con esa situación y la noticia de que Carlos me estaba buscando comencé a recordar aquellas noches de pasión que vivimos, lo que ocasionó todo esto que ahora nos mantenía en la distancia. No sólo mi corazón lo quería de vuelta, sino mi cuerpo, mi piel. Cómo olvidar que con tan sólo el roce de sus labios me erizaba la piel. El calor me invadía al tenerlo cerca.

Era tan encantador que me hacía perder la cabeza. Imaginaba que lo tenía allí conmigo, frente a frente, mirando sus hechizantes ojos, tocándome a placer y yo sintiendo como lo hacía crecer y endurecer. Eso me hizo humedecer y en segundos ya me estaba masturbando.

Apretaba mis rosados pezones como él lo hacía para excitarme más. Lamía mis dedos para lubricar y enterrarlos hasta lo más profundo de mí. ¡Ay, cómo deseaba tenerlo a él así!

Recordaba sus jadeos, sus movimientos y ese cosquilleo en mi estómago cuando me penetraba. Cada vez aumentaba la velocidad con la que me tocaba hasta hacerme correr. Así me consolaba después de un buen rato sin tener sexo.

Al día siguiente, cuando salía de clases volví a ver a Marta, quien estuvo ausente unas semanas, supongo que por algún problema con el embarazo. Al tenerme tan cerca no perdió oportunidad para dirigirse hacia mi persona.

-Tiempo sin verte, querida-, exclamó. –Sé qué no me extrañabas, como tampoco te extraña Carlos. ¿Ya te enteraste que nos casaremos?-, me preguntó.

-¡Pero qué fastidiosa que eres, tía! – le dije. – Que puedes casarte o hacer con él lo que quieras, no me importa. La que se engaña eres tú creyendo que con patrañas se va a enamorar de ti, pero en todo caso, ¡Enhorabuena!- respondí contundente y me marché de inmediato.

Pero alcancé a verle la cara de estupefacta. Mis palabras le molestaron enormemente. Quise dejarle claro que sabía lo mentirosa que era y ni así lograría que Carlos me olvidara. También que no pensaba hacer nada al respecto.

Por si no era suficiente, cuando me acerqué a mi coche me di cuenta que había alguien esperando junto a la puerta de copiloto. A lo lejos no lograba distinguir, pero me asusté un poco.

Era un hombre vestido de chaqueta de cuero negro y capucha. Apenas y podía verse algo de su rostro, pero dudé en acercarme, así que me desvié por el pasillo que quedaba en frente a espera de que se moviera.

También pensé en buscar a alguien de seguridad para que se fijara, pero desde ese ángulo podía mirar mejor y entre los muros me percaté de que se trataba de Carlos. ¡Ay, no! No quería verlo. Y mucho menos con Marta por allí. Entonces esperé un rato hasta que se cansó y se fue.

No puedo negar que al verlo nuevamente se me removió todo, pero tampoco que no quería tenerle cerca ni un centímetro. Su presencia me hacía daño, pero me causaba curiosidad saber por qué ahora me buscaba. Aunque también sabía que no podía caer otra vez en ese juego. Lo mejor era continuar evitando para no empeorar la situación hasta volverla tóxica.

Justo al salir de la universidad recibí una llamada de Augusto, quien me estaba esperando en mi restaurante favorito para comer pizzas. Me sorprendió, pues, no esperaba que tuviera tan buena memoria o fuera tan detallista. ¡Vaya que echaba de menos unos cuantos slices de pizza!

-¡Heeey! No tardaste nada, nena. Siéntate por favor-, dijo apenas llegué.

-¡Ja, ja, ja! Una buena pizza no se puede hacer esperar y con el hambre que traigo, tío, volé-, respondí tan emocionada.

-Lo noto, querida. Pero no se diga más y disfruta-, me alentó.

Realmente parecía una pequeña niña hambrienta de dulces y golosinas. Disfruté cada mordisco como si estuviera sedienta y Augusto disfrutaba verme comer.

-Me encanta verte así de contenta. Es que alegre te ves más bonita-, sentenció Augusto mientras me admiraba.

-¡Gracias! La pizza me pone feliz-, le respondí con la boca llena.

-Pues, no se diga más. Compraré montones de pizza si es necesario para verte así-, sentenció.

Ya se pasaba de atento, pero ni así podía cambiar mi actitud o sentimientos hacia él. Me sentía agradecida, sí, pero es que no, no despertaba nada en mí. De poco lo lanzaba a la friendzone, porque a pesar de todo, era un tipo al que podrías hablarle de todo y siempre tenía una respuesta certera de vuelta.

No evité comentarle lo de Carlos y para mi mayor sorpresa, me aconsejó que le respondiera y que dijera lo que dijera, me mantuviera firme a mis convicciones. Sólo así  entendería que ya no quiero nada… Y lo hice.

A los días Carlos me llamó para pedirme vernos, pero le pedí que aprovechara la oportunidad para decirme lo que quisiera, que estaba muy ocupada con las últimas pruebas de la carrera como para salir y se lo creyó. Su empeño de contactarme era para decirme lo que ya sabía y Marta me había dicho.

Se casarían, pero más por compromiso que por cualquier otra cosa. “Es que mi hijo necesita a su padre al lado”, mencionó, pero que aun así, me quería y nunca me olvidaría. Aunque me doliera en lo más profundo del alma, sólo le desee éxitos y paciencia para soportar lo que le venía antes de cortar la llamada y ahora sí que no volví a saber más de su vida hasta un buen tiempo.