CAPÍTULO I

Mis últimos días en la universidad pintaban para ser los más tranquilos y felices de mi vida, pues, finalmente me graduaría y comenzaría una nueva vida. A la primera clase llegué tarde, como un mal hábito que hasta entonces no había siquiera intentado remediar.

Ya había logrado residenciarme en un barrio de Madrid, cercano a donde culminarían mis estudios de periodismo y ya tenía coche, pero ni así fue posible llegar a tiempo. Me quedé dormida luego de una fiesta a la que fui en la noche anterior.

Apenas dejé el coche en el aparcamiento y corrí por todos los pasillos con la esperanza de no perderme gran parte de la clase, pero por la desesperación no daba con la ubicación del salón.

Miré el reloj y tenía 20 minutos de atraso. Luego miré alrededor y me topé con una chica con la cual nunca había coincidido durante la carrera, pero en ese momento estaba en mi misma situación, así que le pregunté si estaba buscando el salón 406 y casualmente, sí, buscaba la misma ubicación.

Ella era Marta, una rubia exuberante con larga melena hasta la cintura y ojos color cielo que llamaban la atención de todos, además, era tan simpática que ni el más irritable se le resistía. Era una tía encantadora y amigable, siempre lo supe, pero apenas fue en ese momento que crucé palabra por primera vez con ella en el que imaginé que  se convertiría en mi compañera inseparable.

Marta y yo teníamos muchas cosas en común, entre ellas, la pasión por la carrera y el amor por las fiestas, así que no fue tan difícil romper el hielo apenas tuvimos tiempo.

Y es que al entrar a la clase comenzamos a hablar de todo un poco, llamando la atención del profesor, quien nos reprendió por el retraso y por no parar de conversar. Realmente compaginamos a segundos de conocernos. Tanto, que en un par de horas ya sabíamos gran parte de nuestras vidas.

Mi nueva amiga era una romántica por excelencia y atesoraba gran cantidad de anécdotas de noviazgos, ligues y desamores a sus 24 años. Por mi parte, apenas le contaba sobre mi mala suerte en el amor. Sólo había tenido dos novios y no guardaba muy buenos recuerdos de esas relaciones, casi pasajeras, pero que me habían hecho mucho daño.

Una de ellas fue con un chico que me dejó por otra y desde entonces, comencé a desconfiar de todos y casi no me interesaba por ligar con nadie más. Me había cerrado a las relaciones. Pero ella insistía en que cuando menos lo pensara, llegaría un hombre que me volvería loca de amor y ya dejaría mis miedos… Al cabo de unos meses le daría toda la razón.

Al salir de la primera clase nos encontramos a Nacho por un pasillo. Un chico tan amigable como Marta al que conocía media universidad. Era muy popular por su sentido del humor y por ser el alma de las fiestas, un plus que nos encantaba, por eso formaba parte de nuestro círculo.

Nacho se sorprendió al vernos juntas, pero aprovechó para invitarnos a una fiesta. Sería en una disco en la que tocarían varios DJ’s reconocidos de la ciudad, incluyendo a un amigo. Prometió que la pasaríamos de lujo, y sí, fue una noche inolvidable.

Recuerdo que llegamos juntos y apenas entramos, ya teníamos trago en mano y el cuerpo brillante, gracias a la pintura neón que nos colocaron. Yo tenía desde los brazos hasta los muslos marcados con spray verde, Marta azul y Nacho naranja. Nos acercamos a la pista y comenzamos a bailar, dejándonos llevar por el ambiente y la multitud.

Todo marchaba bien hasta que nos dispersamos. De pronto estaba sola y perdida. No sabía cuánto tiempo había pasado, así que dejé el baile para conseguir a mis amigos.

Caminando un poco conseguí a Marta. Estaba muy cómoda conversando y compartiendo tragos con un chico.

-¡Amiga, al fin te encuentro!– grité eufórica. Los tragos comenzaban a hacer su efecto.

-Ven Georgina, él es Augusto, un amigo que acabo de conocer. Viene de Portugal y está de vacaciones aquí en Madrid-, dijo Marta.

Augusto se levantó del enorme sillón donde la pasaban bien con un gran grupo de gente y se me acercó a conocerme.

-¡Mucho gusto, me llamo Augusto! Únete a nosotros para pasarla bien, guapa-, me dijo con su enredado castellano.

-¡Hola! Yo soy Georgina, encantada. ¡Vale! Aquí la pasaremos de lujo-, le respondí.

Me uní a ellos, unos chicos bastante agradables y locos de atar. Un par de mujeres se besaban y acariciaban mientras los hombres las rodeaban y aplaudían para que aumentaran sus muestras de amor… Y borrachera.

Estuve un rato compartiendo con ellos hasta que me dieron ganas de ir al baño. Cuando caminaba entre la multitud, tropecé con un chico que enseguida conecté mirada y nos sonreímos.

Un tío musculoso de mirada dominante. Sus ojos eran color ámbar, parecían fuego. Imposible no contemplarlos y hacían juego de contraste con sus pobladas cejas negras, al igual que con su cabello.

Estaba perdida con su encanto cuando de pronto me tomaron por el hombro. Era Nacho quien tenía rato hablándome, pero el ruido de la música y de la gente no me permitieron percatarme de que lo tenía muy cerca.

-¡¿Dónde estabas, tío?! Tenía un siglo buscándote por toda la pista, hombre. No te me pierdas-, exclamé.

-No lo sé, guapa. Me fui moviendo hasta llegar aquí. Aquí los conozco a todos y me es imposible rechazarles las invitaciones-, respondió mientras se abrazaba con dos chicas por cada lado.

-Oye, conoce a Carlos. Él es el próximo en subir a la tarima para pinchar-, agregó.

En ese instante salió por uno costado la guapura que acaba de ver antes de encontrarme con Nacho y se le une. No lo podía creer, pero me lancé sin miedos.

-Un gusto conocerte, Carlos. Soy Georgina y no dudé en aceptar la invitación de Nacho-, le dije sonriendo.

-Hiciste bien, Georgina. Ya disfrutarás de lo que les tengo preparado… Y el gusto es todo mío-, expresó y me guiñó un ojo.

¡Pero qué encanto de hombre estaba conociendo! Era tremendamente sensual y además, Dj. Como para enamorarme perdidamente.

Carlos enseguida nos pidió que no nos moviéramos del sitio porque trataría de que nos dejaran acompañarlo en la tarima. Sin embargo, le dije que faltaba una compañera e iría a por ella para que se nos uniera.

Rápidamente llegué hasta donde estaba Marta con el portugués que acababa de encontrarse y le comenté de la diversión que nos esperaba junto a Nacho y su amigo en la tarima, y esta no vaciló para coger a su nuevo amigo de la mano y correr hasta donde nos esperaban.

Una vez que nos unimos, subimos con Carlos y desde allí bailábamos, contemplábamos a toda la gente de la fiesta, bebíamos como si no hubiera fin y la pasábamos de puta madre. Eran los mejores momentos que vivía desde que comencé la vida de universitaria.

Entre baile y baile me le fui acercando a Nacho y al oído le pregunté por ese tío.

-Mira, Nacho. ¿De dónde es Carlos?, cuéntamelo todo.

-Guapa, él es mi compañero de habitación. Mi mejor amigo. ¿Te lo quieres ligar?-, respondió Nacho casi que a gritos.

-¡Espérame, tío! Sólo quería saber qué onda con él. No te digo que no me atraiga, pero tampoco como para ligármelo esta noche-, le dije.

-¡Pero cómo que no!... Entonces no me digas nada si lo ves con otra-, aseveró confundido.

Sus palabras me dejaron dudosa, pero de todas formas no quise indagar más o apresurar nada. Sólo quería disfrutar del momento. Ya sabía que en cualquier momento podía buscar salir con él y que Nacho me ayudaría en lo que fuera.

Al cabo de una media hora estábamos pasaditos de copas, sobre todo Marta. Se dejaba llevar por el ritmo de la música y el sabor del alcohol hasta fue perdiendo cualquier tipo de pudor.

Sin pensar en las consecuencias, se sacó la blusa y quedó en brassier, acaparando la atención del público, de Augusto y en especial, de Carlos. Esos senos gigantes de diosa chocaban y rebotaban, dejándolos boquiabiertos a todos y por si fuera poco, Nacho, le puso más picante a la situación cuando le arrojó en el pecho unos chupitos que se iban deslizando a placer de los espectadores.

-¡Vamos tía, saca la puta que llevas dentro!-, gritaba Nacho a Marta.

-¡Qué rico, Puerto Rico!-, le respondía ella mientras se regaba el licor por el cuerpo.

-¿Quieres más?-, preguntó Nacho.

-Todo lo que quieras. Esta es mi noche y me siento triunfadora-, respondió toda borracha.

Yo no paraba de reírme. Sí que están locos mis amigos, pero no era lo mismo que pensaba el portugués. Este no aguantó el relajo de Marta y sin mediar palabra alguna, la cogió de un brazo intentando bajarla de la plataforma, pero esta no quería dejar de disfrutar su momento, por lo que sin duda alguna le arrojó un trago en la cara y se armó el tremendo lío.

Además del trago, Marta se le fue encima con insultos y éste no se los tragó. Le dijo un padre nuestro al derecho y al revés en groserías y respondió ante una fuerte cachetada que Marta le propinó. Intentó golpearla, pero apenas pudo empujarla, ya que, tanto sus amigos como los nuestros, incluyendo a Carlos, intervinieron.

Sí, Carlos dejó la música a medias y se metió en el pleito. Yo estaba estupefacta, pero traté de sacar a Marta de la plataforma, pues, la pelea crecía y lo que fue una gran fiesta se tornó en una guerra de tragos, insultos y golpes.

Como pudimos, logramos salir del local. Estábamos hechas un desastre, bañadas en cualquier tipo de licor, cabellos enredados, maquillaje chorreado y la ropa rasgada. Ni hablar de los chicos. Salieron sin camisas, pero al menos salieron ilesos de la situación. Mientras comentábamos lo sucedido, Nacho fue a por su coche y nos embarcó para llevarnos hasta su casa, donde terminamos de pasar la noche.

Al llegar, nos pusimos cómodo en el sitio y comentamos lo sucedido, pero Marta, con toda y su borrachera estaba avergonzada. Se sentía culpable por provocar que Augusto acabara con la fiesta. Sin embargo, entre Nacho, Carlos y yo la consolamos para que no se sintiera tan mal, porque además tenía una borrachera de los mil demonios.

Pero esto no fue barrera para que sacara a relucir sus dotes de encanto y comenzar a coquetear con Carlos, aunque este sólo se lo tomara a relajo. Al notar la situación, Nacho volteó a mirarme con gesto de lamento. En realidad no me molestó. No podía negar que el tío me atraía, pero si estaba interesado en Marta, no me opondría. No era para tanto.

La noche continuaba y en un par de horas ya todos nos fuimos a dormir… O eso creí, pues al otro día cuando despertamos Nacho y yo, nos dimos cuenta de que Carlos y Marta se habían quedado en la sala, no sabemos a qué, pero yo prefería pensar que a conversar hasta que el cansancio los hizo caer del sueño.

Cuando escucharon nuestro ruido se despertaron, nos dieron los buenos días y Marta, por supuesto, con una resaca más grande que ella. Tanto, que no quería despegarse del sofá hasta que tomó fuerzas y nos fuimos cada a una a sus destinos.

Ese día no quise salir de mi residencia. Estaba muy cansada. Sólo quería estar enrollada entre las sábanas comiendo helado y viendo películas. Me habría encantado estar acompañada, pero no tenía opciones.

La única oportunidad me la perdí con confiada y ya no quería lamentarme más, pero la verdad es que no dejaba de pensar en Carlos. Me llenaba de deseo al recordarlo, así que me masturbé pensándolo y vaya qué corrida de mí. Fue delicioso imaginar sus besos y caricias, aunque ni la más mínima idea de cómo en realidad sería estar con él.

Justo al terminar de darme placer, recibí una llamada de Marta.

-Gio, amiga. Siento que estoy enamorada. Carlos, el amigo de Nacho me encanta. ¡Oh, Dios mío!-, mencionó emocionada apenas contesté.

- Cuéntamelo todo-, respondí fingiendo alegría.

-Nada del otro mundo, por ahora. Apenas hablamos un poco antes de dormirnos en casa de Nacho, pero me flechó y lo conquistaré-, agregó.

-Pero, ¿qué te dijo o qué hizo que andas flechada, Martita? Dame detalles-, no dudé en preguntar.

-Gio, es un romántico empedernido. Fiestero, sí. Pero nada que ver con estos tíos que sólo van por la vida porque tienen que andar. Este hombre está lleno de amor, tiene los pies puestos en la tierra y una visión de futuro que a cualquiera le gustaría tenerlo de compañero por el resto de su vida. ¡Me encanta, me encanta!-, dijo con más euforia.

-Interesante, amiga. Entonces es un buen tipo y saldrás con él. Me parece fabuloso-, le comenté antes de que me colgara porque iba manejando. Marta era así de emocional.

Lo que me acababa de decir me dejó dos sensaciones: Una muy buena, porque a pesar de la atracción sexual que sentía, saber que era un buen tipo me aumentaba el interés por él, pero la otra sensación que me dejó la conversación es que sería un imposible. Marta estaba entusiasmada con él, vi interés mutuo y no quería convertirme en la manzana de la discordia.

También pensé que podrían ser exageraciones de Marta, quien se enamoraba muy fácil de quien fuera. De pronto vuelve a sonar el teléfono. Como si los hubiese invocado, era un mensaje de Nacho invitándome a tomar unas malteadas junto a Carlos en una fuente de soda cercano a donde vivían… Y acepté.

Fui a recogerlos y en el camino comentamos lo sucedido la noche anterior. Nacho no paraba de hablar mal del conocido de Marta, e incluso de ella, por ligar con hombres desconocidos y problemáticos, por lo que en un momento, cuando la conversación se puso intensa, Carlos salió a defenderla, pidiéndole a Nacho que no se expresara así de una mujer, que nada justificaba la mala actitud del portugués, provocando un silencio hasta que llegamos al sitio.

No mencionamos más el tema para evitar disgustos, pero entonces el momento se convirtió en el más idóneo para conocer mejor a Carlos y confirmar las razones por las cuales Marta me había asegurado que era un hombre encantador que la traía loca.

Carlos además de Dj era diseñador gráfico. De ahí la amistad con Nacho, quien también estaba en el último año de su carrera, pero ya ejercía. Tenía 26 años y comenzaba con el proyecto de crear su propia agencia de publicidad.

Pretendía ser un gran empresario en esa rama y hasta extenderla a la organización de eventos donde también pudiera practicar su hobbie, pero lo que más me marcó fue cuando mencionó que entre sus sueños estaba conocer a la mujer que lo acompañara a cumplir sus metas y conformar una familia. A mis 21 años jamás me había sentido tan atraída por alguien y con ganas de pensar en formar un hogar.

Nacho por su parte, notaba mi cara de tonta enamorada y hacía chistecitos de humor negro al respecto y Carlos no era tan ingenuo como para no darse cuenta que me estaban dejando en evidencia. Además, que me interesaba demasiado por hacerle más preguntas con el fin de que se extendiera hablando de sus planes de vida. Sí que era encantador… Y casi prohibido.