Epílogo

Aquí estoy, sentada en primera clase, otra novedosa e increíble experiencia, mientras esperamos en la pista para despegar. Ni en un millón de años hubiera podido imaginar que esto podría pasarme a mí. Me siento como si poco a poco estuviera convirtiéndome en la persona que siempre quise ser. Estoy muy excitada por volver a ver a Jeremy. Las mariposas de mi estómago aún están ahí, igual que antes de reunirme con él en Sidney, pero esta vez son más grandes y de colores más vivos y agradezco su presencia porque me recuerdan que estoy llena de vida y energía.

Mi mente vuelve a unos días atrás, cuando estaba trabajando en la ciudad y salí a comer algo. Caminaba tranquilamente por la calle cuando pasé por delante de una tienda que vendía sillas de montar y estribos. Entonces por el rabillo del ojo observé una fusta. Una intensa emoción recorrió con tal ferocidad mi cuerpo que, por un momento, me quedé cegada y sin respiración, y tuve que apoyarme contra la fría luna del escaparate de la tienda. ¡La arrolladora sensación erótica me dejó sin aliento! El constante zumbido de mi interior que sentía desde mi regreso, y al que finalmente había conseguido acostumbrarme, resurgió en forma de electrizantes vibraciones elevándose desde mi clítoris hasta los pezones, que se endurecieron de inmediato. Menos mal que ese día llevaba puesto un sujetador con relleno porque me encontré jadeando y tratando de coger aire mientras una inmensa ola ardiente, como oro líquido, arrasaba mis partes íntimas. Una de mis alumnas, que casualmente pasaba por allí, se detuvo a preguntarme si todo iba bien y si necesitaba ayuda. Aunque solo pude asentir indicándole que estaba bien, se quedó mirándome durante un buen rato, con los ojos abiertos como platos, hasta que conseguí rehacerme y pude asegurarle que me encontraba perfectamente y que se fuera tranquila. Dios mío, si ella supiera... Estoy deseando poder hablar con Jeremy de estos arrebatos psicofísicos que se abaten sobre mí con la simple visión de un objeto, sonido o recuerdo de ese fin de semana. Una parte de mí se siente mortificada por que me suceda en público, pero, por otro lado, me fascina la incertidumbre de no saber qué podrá desencadenar otro episodio y espero ansiosa la próxima experiencia.

Mis vuelos transcurren sin novedad; no hay retraso en Singapur, y por fin llego a Londres a la hora prevista.

Cuando salgo por la puerta giratoria de Heathrow, distingo a un chófer esperando con mi nombre en un cartel. ¡Qué agradable es viajar así! Intercambiamos unos respetuosos saludos y él coge mi equipaje.

Cuando nos acercamos al sedán negro con la puerta abierta, hay otro hombre esperándome al lado, vestido con un uniforme similar.

—Buenos días, doctora Blake. Bienvenida a Londres.

—Buenos días. Gracias, es estupendo estar aquí.

Sonrío mientras me sostiene la puerta y el primer hombre se ocupa de guardar mi equipaje. Cuando me acomodo en el asiento trasero y compruebo que llevo todo conmigo, oigo que alguien me llama desde lejos, por detrás de mí. Miro por encima del hombro y me quedo atónita al ver a Jeremy y a Samuel corriendo hacia el coche. ¿Qué demonios están haciendo aquí? Creía que no llegarían hasta última hora de la noche. Sorprendida, les saludo con la mano cuando súbitamente el ayudante del conductor cierra de golpe la puerta y echa los seguros desde el asiento delantero. Puedo ver el pánico en los rostros de Jeremy y Samuel mientras corren hacia nosotros. Justo cuando voy a pedirle al conductor que les espere, el coche arranca a toda velocidad y la inercia me aplasta contra el respaldo del asiento. Les pido que se detengan, explicándoles que les conozco. Jeremy está corriendo al lado del coche, golpeando las ventanillas traseras. Trato de abrir la ventanilla para hablar con él, pero no hay ningún botón. El cristal de la ventanilla se vuelve negro y dejo de ver su rostro. La puerta está cerrada y cuando me doy la vuelta para mirar al conductor, una oscura barrera se alza entre los asientos traseros y delanteros. Grito y golpeo con fuerza la puerta y el cristal. Vamos a toda velocidad. Empiezo a temblar cuando el recuerdo del rostro agónico de Jeremy se posa en mi cerebro. Busco a toda prisa mi móvil en el bolso, solo para comprobar que no hay señal. No entiendo nada. Estoy encerrada en un coche sin cobertura telefónica. ¿Quiénes son los conductores? Aporreo los cristales gritando a los hombres, intentando encontrar un sentido a lo que está pasando. Trato de abrir las puertas, compruebo los dos lados, y golpeo los cristales tintados de las ventanillas con la palma de las manos. ¿De qué va todo esto? De pronto me siento confusa, mareada. Y luego dejo de sentir...