Mis dedos tantean con avidez lo que les rodea.

Suaves y lujosos placeres. Exploran un sedoso montículo y descubren su cúspide.

Me hago un ovillo satisfecha. ¿Qué es lo que he descubierto? ¿Un pecho?

Lo cubro con la palma de mi mano y siento su suavidad. Juego con su pináculo hasta que se endurece, y luego tengo la buena fortuna de descubrir otro.

Lo hago cobrar vida hasta dejarlo igual que su pareja.

Es la almohada de pechos más suave que cabría imaginar. Y tan receptivos, tan llenos, tan moldeables bajo mi tacto.

Continúo mi juego, mis pellizcos... Me gustan demasiado como para apartarme de ellos.

Otra mano toca suavemente mi pecho.

—Son increíbles, ¿verdad? —dice la voz de Jeremy muy bajito.

Aparto las manos al instante, avergonzada. Creía que estaba sola.

—Oh, no sabía que estuvieras aquí. Lo siento.

—No hay nada que sentir, Alex. Son tuyos y puedes tocarlos cuanto quieras. —Creo percibir la sonrisa en su voz, lo que me recuerda que aún estoy ciega.

Unos fuertes brazos me envuelven, acunándome.

—Y por supuesto aún sigo aquí. Te dije que cuidaría de ti.

Mis pensamientos son confusos y dispersos.

—¿He estado soñando? —Me sonrío a mí misma... Ah, sí, unos sueños y fantasías increíbles, como nada que haya experimentado en mi vida. Mi cuerpo reacciona al instante ante el recuerdo, la intensidad de los sentimientos vibrando a través de todo mi ser.

—¿Te encuentras bien? —pregunta Jeremy ansioso, con un matiz de preocupación.

—Oh, sí... pero no estoy segura... ¿qué ha pasado, Jeremy...?, ¿dónde estamos?

Y al hacer las preguntas siento de pronto un dolor apagado en mi trasero e instintivamente me prohíbo hacer ninguna más.

—Chist, tú solo relájate. Has pasado por demasiadas cosas. —Me acaricia suavemente el pelo.

Aún sumida en la neblina, decido que es mi mejor opción. Y mientras me hundo en su firme y perfecto pecho, levanto una mano hacia mis ojos, confirmando la presencia del antifaz de seda.

—Sí, aún está ahí, cariño. Te lo quitaré dentro de poco. —Me besa las manos, apartándolas de mi cara. Y me echa un cálido edredón por encima.

Puedo oír su voz resonando en su pecho, pero no sus palabras que parecen arrullar y sosegar mis pensamientos como mullidas nubes flotando en un cielo azul. Estoy en un estado de absoluta dicha, satisfecha por estar caliente y segura a su lado. Podría estar leyéndome un cuento, un poema o un artículo del periódico que me daría igual. Soy incapaz de descifrar sus palabras... Escucho los latidos de su corazón con un oído y quizá la lluvia golpeando contra el cristal con el otro y me concentro en esos dos sonidos antes que en lo que Jeremy está diciendo. Vuelvo a prestar atención a su voz a tiempo de oírle decir:

—¿Tienes sed, hambre?

Qué idea tan maravillosa.

—¿Queda un poco más de chocolate caliente? Parece caldearme de dentro hacia fuera.

—Pues claro, haré un poco más.

El colchón se mueve cuando desplaza su peso y de pronto tengo una sensación incómoda, como si fuera a caerme. Aferro ansiosa su brazo.

—No pasa nada, cariño, no voy a dejarte. Solo quiero traerte la bebida. Trata de no moverte demasiado.

—Resulta tan extraño moverse..., como si fuera increíblemente pesada.

Oigo ruido de cacharros. Es como si estuviera en una cocina, lo que resulta un poco extraño tratándose de una habitación de hotel.

Regresa y coloca mis dedos alrededor de la taza. No tengo suficiente fuerza para sostenerla.

—Déjame hacerlo por ti. —Y acerca el líquido caliente a mis labios.

—Ahhh, gracias, haces un chocolate magnífico, Jeremy.

Me imagino aquí sentada, con el antifaz que cubre mi vista, en compañía de Jeremy y tomando tranquilamente un chocolate caliente, después de todo por lo que he pasado. Me digo a mí misma que no hay mejor ciego que el que no quiere ver. Por alguna razón la idea me provoca un súbito ataque de risa. No puedo contener las carcajadas que surgen de mi interior, aliviando en cierto modo toda mi tensión nerviosa.

—¿Qué es tan divertido? —Jeremy me coge la taza antes de que derrame todo.

Apenas consigo coger aire. El estómago empieza a dolerme por los espasmos mientras trato de explicarle a Jeremy qué es lo que me hace tanta gracia. Soy incapaz de pronunciar las palabras debido al nuevo ataque de risa que se desata en mí. Puedo oír cómo también Jeremy se está riendo, probablemente de mí. Pero no me importa, no me había reído así en años; es doloroso, pero sienta de maravilla. Me lloran los ojos. Trato de contener los espasmos que me acometen para conseguir que llegue un poco de aire a mis pulmones. A este paso voy a orinarme encima. Me deslizo hasta el borde de la cama y me desplomo directamente contra el suelo, aún paralizada por las convulsiones.

Al momento Jeremy está a mi lado.

—¡Oh, Dios mío, Alexa! ¿Te has hecho daño? —dice precipitadamente.

—Baa-aa-ño —balbuceo entre jadeos.

Jeremy me levanta del suelo y me lleva hasta el cuarto de baño en una fracción de segundo. Mi vejiga estalla de alivio y agradecimiento. Aprovecho la oportunidad para relajar los músculos de mi estómago e inhalar el aire que tanto necesito, mientras mi vejiga continúa liberándose. Miro directamente a sus ojos consternados y me pregunto por qué parece tan preocupado. Tardo un instante en darme cuenta de que, efectivamente, estoy viendo una difusa imagen del rostro de Jeremy. La excitación recorre mi cuerpo.

—¡Puedo ver! Aún está todo muy oscuro y te veo muy borroso, pero aquí estás, delante de mí —constato de forma obvia—. Cuándo..., cómo..., ¿ya han pasado cuarenta y ocho horas?

—Más o menos. El efecto de las gotas debe de haber desaparecido más rápidamente debido a tu ataque de histeria y el antifaz se te ha soltado cuando te caíste de la cama. O sea que sí, recuperarás totalmente la visión en un par de horas aproximadamente.

Sus palabras me producen un alivio instantáneo, a la vez que una extraña tristeza por saber que nuestro tiempo juntos está llegando a su fin. Resulta raro, como abrir los ojos en mitad de una cueva en la que no puedo ver nada salvo lo que está directamente delante de mí.

Aún sin recobrar del todo la visión para absorber algo más que su borroso rostro, me siento bastante inestable y muy consciente de que estoy sentada en el retrete mirándole mientras me sostiene. Avergonzada por que me vea así, me limpio rápidamente y me levanto para lavarme las manos, profundamente agradecida por mi recién recobrada independencia. Cuando trato de dar un paso hacia el lavabo, mis piernas inmediatamente se paralizan y me desplomo como un saco. ¡Quién me manda hablar de independencia!

—Por eso estoy sujetándote, cariño, todavía no estás bien del todo.

Jeremy pasa sus brazos alrededor de mí y me acerca al lavabo. Algo en su cara me hace sonreírle a través del espejo.

—Estaré bien, en serio, no tienes por qué preocuparte..., solo necesito un momento.

Levanta las manos en un gesto burlón de rendición, lo que interpreto como una señal positiva. Con un supremo esfuerzo, me apoyo sobre el lavabo y me lavo las manos y la cara. Cuando me giro para mirarlo, las piernas me vuelven a fallar, pero esta vez me coge antes de que golpee el suelo.

—¿Qué demonios? No lo entiendo...

—Ya se acabó. Como puedes ver, en este momento no eres capaz de cuidar de ti. Y eso es exactamente por lo que yo estoy aquí —añade muy serio.

Y tras decirlo, me coge en brazos, me saca del cuarto de baño de vuelta al dormitorio y me deposita con cuidado en el centro de una gran cama.

Por alguna extraña razón, mi inutilidad me provoca nuevas carcajadas y ni siquiera consigo levantar la cabeza para protestar. Entonces comprendo que no podré confiar en mis piernas durante un tiempo. La mirada en el rostro de Jeremy me indica que, en cualquier caso, debo quedarme quieta.

—¿Qué voy a hacer contigo? —Al menos tiene una pequeña sonrisa.

—¿Qué me habéis hecho? ¿No te parece que esa es la pregunta que importa? —le digo, advirtiendo que mi mente empieza a despejarse de la niebla.

—Buena puntualización. Supongo que hay mucho que explicar.

—Sí, supongo que sí —asiento.

—¿Por qué no empiezas contándome lo que recuerdas?

Alzo una ceja escéptica. Oh, ya estamos..., sus astutos trucos para hacer que sea yo la que empiece. Y rápidamente añade, como si leyera mis pensamientos:

—Alexa, cariño, ya sabes que siempre he sido sincero contigo.

—Sí, eso es cierto, incluso a veces demasiado sincero.

No logro reunir la energía suficiente para discutir con él, así que dejo que mi mente retroceda a los recuerdos del fin de semana. Tomo conciencia de la peculiaridad de mis recuerdos cuando comprendo que son sentimientos los que surgen en lugar de nítidas imágenes. En algunos casos, tengo la percepción de lo que creo que son mis recuerdos, aunque no aparezcan representados de forma visual sino como una extraordinaria oleada de sensaciones que atraviesan mi cuerpo al revivir esos momentos concretos. Es realmente extraño. Sacudo la cabeza... Mi mente aún no está lista para esta clase de sobrecarga.

—Recuerdo el miedo, la excitación, la vergüenza, luego un extraordinario dolor y placer tan entremezclados que me es imposible distinguir cuál era más irresistible. Y después está la tensión sexual y la excitación, la energía rodeándome, como si una fuerza vital circulara a través de mis venas. Pero ahora, de alguna forma, todo parece confuso.

Imagino que mis mejillas deben de estar sonrojadas mientras suelto esas reflexiones de forma tan caótica. Él me acaricia el pelo comprensivo y sube la colcha para abrigarme. Está siendo muy atento.

—¿Qué le pasa a mi cabeza, Jeremy? No consigo pensar con claridad.

—Es el sedante. Lo habrás eliminado de tu sistema en veinticuatro horas.

—¿Qué? ¿Me has suministrado un sedante?

—Sí, lo justo para permitir que tu cuerpo pudiera recuperarse. Estaba en el primer chocolate que te di antes de venir aquí. Debí recordar lo mucho que te afectan esas cosas, así que supongo que te llevará algo más de tiempo eliminar su efecto.

Siento que la cabeza me da vueltas al oír sus palabras, al tiempo que un recuerdo lejano vuelve a invadir mi mente.

Una noche que acudí a un bar en Kings Cross con una pandilla de chicas acabé hablando con unos tíos a los que no conocía. Después de una copa, me empecé a sentir rara y mareada, así que mis amigas llamaron a Jeremy, porque estaban seriamente preocupadas por mí. Al parecer los tíos desaparecieron rápidamente en cuanto comprendieron que nuestros amigos estaban de camino, así que imaginamos que debían de haber echado algo en mi bebida. Estaba totalmente grogui, no podía levantarme y no recordaba nada. Resultaba aterrador lo rápido que una cosa así me había hecho efecto.

Al día siguiente, al despertarme en casa de Jeremy, lo encuentro zarandeándome y dándome codazos mientras murmura entre dientes. Sintiéndome más débil de lo normal, me doy la vuelta aturdida y continúo en mi sopor. Cuando vuelvo a abrir los ojos, Jeremy me pasa una taza de té y pienso en lo cariñoso que es. Al sacar el brazo de debajo de las sábanas y alargarlo para coger la taza descubro que mis brazos están cubiertos de marcas azules, rojas y verdes. Intento recordar lo que sucedió la noche anterior, pero mi mente está completamente en blanco, lo que no es una buena señal. Dejo con cuidado la taza de té y echo un vistazo por debajo de las sábanas para encontrar mi cuerpo totalmente desnudo, cubierto por las mismas marcas: líneas, flechas, círculos, todas con un código de colores. Suelto un gruñido de incredulidad, sin querer comprobar si el otro lado está igual, pero inmediatamente comprendo que así es cuando advierto una gran sonrisa en el rostro de Jeremy.

—¿Y bien? —Alzo las cejas mirándole y esperando una explicación.

Parece un cachorro excitado, saltando sobre la cama para ponerse a mi lado.

—Bueno..., Alex..., estaba tan aburrido mientras permanecías inconsciente durante tanto tiempo..., y, por otro lado, no quería dejarte sola. Necesitaba asegurarme de que estabas bien. Así que decidí no perder el tiempo y hacer un estudio.

Mis ojos se clavan en los suyos mientras continúa.

—Y, bueno, como puedes ver, ha valido la pena.

Aparta las mantas de la cama. Me quedo tendida junto a él contemplando lo que parece un feo mapa de carreteras.

—Quiero decir que me ha servido para hacer un buen repaso de anatomía. Me he olvidado de un par de cosas pero he conseguido delinear los músculos, los órganos, las arterias... —Me mira a la cara y continúa precipitadamente mientras desplaza mi cuerpo para ilustrar sus palabras—. Me da rabia haber fallado con tu apéndice por unos centímetros pero, por lo demás, todo ha quedado bastante exacto. El sistema nervioso está igual, el plexo braquial, el plexo lumbar, las principales arterias del sistema circulatorio, los órganos del sistema digestivo, aunque creo que me he desviado un poco con el duodeno, lo que resulta muy molesto. Los principales componentes del sistema linfático..., todo está bien. El aparato reproductor femenino ha sido muy divertido de dibujar. Obviamente he tenido cuidado en no marcar la vagina, los labios menores y el clítoris, pero he conseguido destacar los labios mayores y el ano, por ejemplo... —Su mano revolotea elegante y deliberadamente sobre cada una de esas partes mientras habla—. Lo que no pareció importarte demasiado hasta que llegué a...

—Está bien, está bien. Ya lo he pillado —interrumpo, tratando de apartarlo de mí—. Espero que todo esto se borre.

Empieza a besarme en las partes a las que se estaba refiriendo.

—Y luego está mi favorita, un lugar muy íntimo que no todo el mundo conoce...

Mi cuerpo parece de plomo en comparación con sus besos ligeros y eróticos, tan suaves y, a la vez, tan persistentes, que me devuelven a la vida. No puedo resistirlo. Mi enfado se disipa en el acto mientras mi estudiante de medicina y anatomía se transforma en mi amante y me estudia. Le permito que juegue con mi cuerpo como si fuera un maestro titiritero. Su mágico contacto transforma mi armazón de madera en un ser sexualmente despierto. Como siempre sucede entre nosotros.

Regreso al presente dándome cuenta de que nada absolutamente ha cambiado entre los dos desde aquellos días hasta ahora, a juzgar por el estado en que me encuentro en este preciso instante y su deseo de utilizar mi cuerpo para sus estudios. Sin embargo, lo primero es lo primero.

—¿Durante cuánto tiempo voy a sentirme así? Tengo mi próxima conferencia en... ¿Qué hora es? —Miro ansiosa alrededor de la nebulosa habitación buscando un reloj, pero advierto que estamos prácticamente en una absoluta oscuridad, o al menos yo lo estoy gracias a mi visión aún incompleta. Ni siquiera sé si es de día o de noche.

—No pasa nada. Solo son las ocho de la tarde.

—Oh, Dios, Jeremy, ¿cómo has podido? No lo entiendes. Ni siquiera puedo levantarme y debo hacer una presentación ante el Comité de la Asociación Médica Australiana en doce horas. No consigo pensar con claridad. ¿Es que no comprendes lo importante que esto es para mí, para mi investigación? Son mis principales detractores, ¿y tú vas y me pones en semejante estado? ¿Cómo has podido? Se supone que eres un médico responsable, ¡por amor de Dios!

—Alexa, por favor, cálmate. No tienes de qué preocuparte.

Le interrumpo con vehemencia.

—Para ti es fácil decirlo, doctor Quinn. Tu carrera no depende de ello; está claro que no necesitas más fondos para tu trabajo ya que pareces arreglártelas bastante bien por tu cuenta. —Agito una mano alrededor para indicar la suite, pero mi falta de control muscular hace que el gesto parezca ridículo. Continúo, sin inmutarme por mi absoluta falta de coordinación—. Tú no eres el que tiene que enfrentarse a la Asociación y someterse a la crítica de profesionales altamente cualificados, la mayoría de los cuales preferirían desacreditar mi trabajo antes que respaldarlo. ¡Ni siquiera imaginas lo que se siente, porque todos piensan que eres el mesías de la medicina! —Tiemblo de emoción mientras intento acercarme al borde de la cama. Necesito un poco de agua, café, cualquier cosa que me ayude a espabilarme rápidamente. Me tambaleo con la pesadez de un león marino que ha encallado en la arena y trata inútilmente de atrapar a un veloz pingüino.

—¿Vas a quedarte quieta para que no tenga que volver a atarte? Acabarás por hacerte daño.

Estoy otra vez peligrosamente cerca del borde de la cama, pero sigo decidida a no dejar que me ponga en una posición que arriesgue el futuro de mi carrera. Tiene que entenderlo. Se acerca al borde de la cama, no sé si para prevenir que caiga de nuevo o para impedir que salga, ya no estoy segura de nada. Continúo con mis lentos movimientos de león marino hasta el otro lado.

—Por cierto, ¿dónde está mi ropa? Espero que aún siga en el vestidor.

—¿Quieres parar un momento? ¡Por favor! —Su voz suena tan desesperada como la sensación que me invade a causa de mis torpes movimientos.

—No, Jeremy, no puedo.

Resignada al hecho de que no piensa ayudarme, consigo finalmente llegar a mi destino y, ayudándome con las dos manos, trato de sacar mi pierna, convertida en tronco, fuera de la cama.

—Ahhh. ¡Por qué insistes cuando sabes que no lo vas a conseguir!

Me agarra por el tobillo antes de que alcance el suelo y rápidamente lo engancha a la argolla de mi muñeca. Solo entonces me doy cuenta de que aún llevo las correas de cuero en cada una de mis extremidades. ¡Vaya suerte la mía! Hace la misma operación con mi lado izquierdo, encadenando mi muñeca y el tobillo juntos y arrastra mi cuerpo hasta el centro de la cama, haciendo que me sea imposible moverme y mucho menos andar. Me rodea de almohadas y me deja medio incorporada, lo que resulta ser mi único y leve consuelo, porque estar tumbada en esa posición me habría dejado cuando menos en un precario equilibrio. Menos mal que practico yoga.

—Maldito seas. No puedes mantenerme aquí cautiva, no soy tu maldito juguete. ¿Por qué llevo aún estas ataduras? —le espeto.

—Son geniales, ¿verdad? Ahorran tanto tiempo y energía... Si tan solo hubiera podido tenerlas en la universidad, imagínate lo bien que lo habríamos podido pasar... —y guarda silencio mientras su mente se distrae con otras cosas.

—¡JEREMY! Ahora no tengo tiempo para viajar a tu álbum de recuerdos. —Noto la garganta irritada de tanto gritar.

—Oh, sí —dice, volviendo a acercarse a mí—. Y ahora, ¿puedes calmarte un momento y dejar que te explique?

—Supongo que es una orden y no una pregunta —replico con acidez—. ¡Como si tuviera elección!

—No, no la tienes. —A pesar de que suena molesto, cuando se acomoda a mi lado creo percibir que está muy satisfecho de sí mismo.

Pongo los ojos en blanco y confío en que su explicación sea rápida.

—Para empezar deja que te diga que no vas a ir a ninguna parte. —Hace un gesto con la mano para indicarme que no me moleste en protestar. Le ignoro.

—Tengo que hacerlo, Jeremy. No lo entiendes, ¿verdad?

Empiezo a sentirme desesperada y trato de explicarle la importancia de esa reunión y lo mucho que significa para mí. Totalmente exasperada, lucho inútilmente con mis ataduras y, acalorada, rompo a sudar.

—Jeremy, estamos hablando de mi carrera, aquella por la que tanto he trabajado y estudiado. Tú, mejor que nadie, deberías entenderlo...

Pone sus largas piernas a ambos lados de mi cuerpo atrapándome, mientras su mano me tapa la boca.

—Permíteme que sea perfectamente claro. No vas a abandonar esta habitación hasta que yo lo autorice desde el punto de vista médico o como sea.

Esta vez sus manos se ciernen sobre mi boca antes de que suelte algún improperio. ¿Acaso resulto tan predecible? Supongo que de debo serlo... La habitación empieza a dar vueltas... De repente todo parece muy extraño..., pierde nitidez..., da vueltas..., me siento muy confusa...

* * *

Lo siguiente que sé es que hay una luz brillante enfocando a mi ojo y alguien me está tomando el pulso y la presión sanguínea.

Intento levantar la cabeza. No puedo.

—¿Ha encontrado ya una vena? ¡Necesitamos ponerle la intravenosa ya!

—Aún no, sus venas parecen haberse evaporado —dice una voz de mujer.

—A ver, déjeme a mí.

Siento un pinchazo en el dorso de la mano.

—Hecho. Ponga un esparadrapo. Cariño, ¿puedes oírme? Mírame, soy Jeremy.

—¿Qué... qué ha pasado? ¿Qué es todo esto? —Echo un vistazo alrededor y descubro un gotero, un equipo de monitorización y una enfermera.

—Oh, gracias a Dios. Tienes que tomártelo con calma. ¿Me oyes? ¿Lo entiendes?

—No... No creo que lo entienda, Jeremy. No... entiendo... nada en absoluto.

—Pues claro que no, cariño, porque no me dejaste explicártelo.

—¿Acaso es culpa mía? —digo confusa.

—No, no quería decir eso. Dios, qué susto me has dado. Te has desmayado.

Y al parecer me vuelve a suceder porque cuando abro de nuevo los ojos la habitación está extrañamente luminosa, lo que me recuerda nuestra conversación antes de que todo este tinglado médico interfiriera.

—¿Es de día? ¡Jeremy! Me he perdido...

—No hay nada que perder. —Intenta serenar su voz—. No hay ninguna presentación en la Asociación Médica Australiana.

La luz disminuye.

—¿La has cancelado en mi nombre? ¿Mi única oportunidad de presentarme? —pregunto incrédula.

—No, cariño, por favor, estate quieta. Trata de calmarte. Estás exhausta. Dios, temo que te he presionado demasiado fuerte..., demasiado lejos. —Hace una pausa—. Nunca hubo una presentación para la Asociación. Lo organicé todo para asegurarme de que pudiéramos pasar juntos el tiempo suficiente.

—¿Qué? ¿No hay reunión?

—Ya no tienes más conferencias durante el resto de la semana. La única que tenías que dar fue la del pasado viernes.

—¿Qué?... ¿Cómo?... No entiendo... —Estoy tan cansada que apenas puedo comprender sus palabras.

—Son demasiadas cosas para que trates de entenderlas ahora mismo. No tienes nada de que preocuparte salvo descansar, que es lo único que necesitas.

—¿No más conferencias?... Todas canceladas... ¿Acaso fue tan mal la primera?... Dijiste que había estado muy bien. —Sorprendentemente la inseguridad se apodera de mí. Me siento realmente débil.

—Fue genial, tú ya lo sabes. Ahora cierra los ojos y descansa. —Posa su mano en mi mejilla a la vez que hace un gesto de asentimiento hacia alguien detrás de mí.

—No, no puedo descansar, Jeremy. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estoy así? Estaré mejor... dentro de poco... para presentar, ya sabes..., será posible... y... ¿por qué tengo puesto un gotero?

La realidad se desvanece.

* * *

Cuando me despierto de nuevo noto que los ojos están adaptándose a su recuperada visión, lo que me hace sonreír. Por un instante me pregunto dónde estoy y mi mente, todavía aturdida, tarda un momento en advertir que Jeremy me está mirando fijamente con cara de ansiedad desde un sillón en un rincón de la habitación. En pocos segundos, está a mi lado.

—Solo quiero comprobar tus constantes —dice antes de que tenga ocasión de pronunciar palabra—. ¿Cómo te sientes? —La luz penetra en mi pupila. Trato inútilmente de mover la cabeza a otro lado.

—Confusa, pero mejor que antes, creo. —Observo que la vía aún sigue en mi mano—. ¿Es necesario? —pregunto con voz ronca.

—Te lo diré en la próxima hora. Primero hay un par de cosas más que necesitamos comprobar. —Me pasa el tensiómetro alrededor del brazo y se concentra en tomarme la presión sanguínea; al sentir cómo me comprime hago una mueca de dolor.

—¿Así que hoy no hay conferencia?

—¡No!

Puedo leer la ansiedad en su rostro mientras continúa con su chequeo médico. Presiento que ahora no es un buen momento para preguntarle por qué demonios no se va a celebrar.

Siempre fue imposible conseguir que Jeremy se distrajera cuando estaba haciendo su trabajo, de modo que no me molesto en hacerlo. Tiene el ceño fruncido mientras examina decidido mi cuerpo.

Levanta las sábanas y por primera vez observo un tubo saliendo de entre mis piernas.

—Oh, Dios, por favor, no —le grito incrédula.

—¿Qué? Oh, es solo un catéter —dice despreocupadamente volviendo a cubrir mis piernas con la sábana para protegerme de la visión—. Te lo retiraré en cuanto te quite el gotero —explica.

De pronto deseo que el gotero me devuelva al estado de inconsciencia en el que estaba.

—Bien. Aún no estás perfecta pero no vas mal —dice más para sí mismo que para mí—. ¿Tienes sed?

—Mmm. —Asiento al notar lo seca que tengo la boca.

—¡Enfermera!

¿Enfermera? ¿Es que aún podría resultar más embarazoso?

Me incorpora muy despacio en la cama y me acerca el vaso de agua a los labios con cuidado, como si temiera que fuera a romperme. Le aseguro que no lo haré..., quiero decir, lo de romperme.

—Si no te importa prefiero ser yo quien lo juzgue.

Genial, aún sigue en modo doctor. Decido que es mejor no discutir con él, porque además no tengo energía para pelearme, y dejo escapar un largo suspiro.

—No me gustan todos estos tubos, Jeremy. Ya sabes que no puedo soportar nada que me recuerde a un hospital.

—Lo sé, cariño, solo aguanta un poco más. Necesito estar seguro de que recibes suficiente líquido y solo nos queda un último análisis que hacer, como medida preventiva. No quiero arriesgarme a correr ningún riesgo cuando se trata de ti.

Mi cabeza da vueltas al oír sus palabras.

—¿Análisis? ¿Riesgo? ¿De desmayarme? —Me pregunto si sueno tan confusa como me siento.

—Nada por lo que tengas que preocuparte. Te cuidaré todo lo que haga falta, lo prometo.

—Jeremy, no solo me estás asustando sino que me tratas como si fuera una niña. ¿De qué estás hablando?

Baja la frente hasta apoyarla en la mía y me besa suavemente los labios.

—Has estado increíble, perfecta. Los resultados de nuestro experimento, tu conexión neuronal, bueno, digamos solamente que nos has abierto una nueva vía de investigación en relación con el sistema límbico. —Desliza lentamente los dedos entre mis pechos, trazando delicados círculos alrededor de mi ombligo y continuando hacia abajo. Después introduce suavemente su mano entre mis piernas, sin tocar el tubo, y masajea ligera y mágicamente mis partes secretas.

Su contacto, sus palabras, provocan un profundo zumbido en mi interior. El placer se intensifica a medida que se acerca a su objetivo desatando implacables olas. Mi mente lucha para seguir en el presente mientras divago arrastrada por los deliciosos estremecimientos que recorren mi cuerpo. Es como si él tuviera un mando por control remoto para mi clítoris. No puedo entender por qué reacciono tan instantáneamente a su contacto. Me olvido completamente de preguntarle qué está pasando. El gotero, el catéter, la enfermera..., todo lo que me rodea y a lo que no consigo encontrar sentido.

Vuelvo a la realidad cuando retira sus manos y entrega a la enfermera una pequeña muestra de algo que ella rápidamente saca de la habitación. Súbitamente siento ganas de renunciar a todo. Ya no quiero seguir luchando; que Jeremy haga conmigo lo que quiera. El alivio de mi rendición resulta abrumador. Trato de apartar la vista ante la intensidad de su mirada y finalmente cierro los ojos cuando siento que unas gruesas y húmedas lágrimas se deslizan por mis mejillas.

—Estás muy sensible. Alex, lo siento. Has pasado por demasiado. Demasiado en varios sentidos. Y ahora te está pasando factura. Prometo que te lo explicaré todo detenidamente. Solo necesitas descansar durante un tiempo. Deja que cuide de ti.

No consigo decir nada. Cuando cierro los ojos, abrazando de nuevo la oscuridad contra la que he luchado hace apenas unas horas, las lágrimas vuelven a deslizarse silenciosas, caprichosas. Siento los ojos de Jeremy tratando de buscar una explicación, intentando descubrir la vulnerabilidad que yace bajo la superficie de mi cuerpo y mi mente. No tengo adonde ir, ni más capas tras las que esconderme y sé que ya no quiero esconderme más de él, nunca. Me encanta la idea de que intime con mis lugares secretos, especialmente ahora que están tan crudamente expuestos. Quiero estar disponible para que me explore, experimente como desee y cuanto desee. Nunca me he sentido más poderosa y, al mismo tiempo, tan necesitada del poder que ejerce sobre mí. Me siento sorprendentemente orgullosa de que, por la razón que sea, me haya elegido para llevarme en este viaje mientras estoy aquí desnuda, totalmente descubierta, junto a él.

Jeremy pasa sus brazos alrededor de mis hombros, evitando tocar el gotero de mi mano, y me acuna, estrechándome contra su pecho. No quiero estar en ninguna otra parte más que en sus brazos. Mientras rodea mi cuerpo me siento como una niña pequeña totalmente dependiente. Estoy paralizada, incapaz de hacer nada. Mis lágrimas continúan cayendo. Las retira cariñoso de mi rostro, besando lenta y suavemente mis pestañas hasta que las lágrimas remiten.

Es ahora cuando realmente me siento exhausta, mucho más que tras un largo parto. Nunca imaginé que ver sus ojos, su rostro, me resultaría tan emotivo. Dijo que iba a abrirme como los pétalos de una floreciente rosa y asegurarse de que experimentara mucho más de lo que nunca había sentido, y lo ha conseguido. Ha visto partes de mí —tanto físicas como emocionales— que puede que yo nunca haya visto ni explorado. Ya no queda nada, ningún deseo de actuar contra él, ninguna necesidad de entenderle más allá, ninguna necesidad de temerle. Ahora sé y comprendo que, aunque me ha hecho traspasar todas las barreras que me había creado a mí misma, me cuidará de corazón mientras esté a su cargo. Siempre lo ha hecho y siempre lo hará. Me entrego completamente a él. Porque, por alguna razón, en el fondo de mi psique sé que todo lo que ha pasado y todo lo que pasará escapa fuera de mi control y, por extraño que parezca, siento una poderosa sensación de libertad al comprenderlo, justo como él me dijo que sentiría.

Soy incapaz de decir cuántas veces me adormecí y volví a despertar ni por cuánto tiempo. Recuerdo vagamente a Jeremy entrando y saliendo, haciendo una comprobación tras otra. No recuerdo cuándo me quitaron el gotero y el catéter, lo que es una suerte. No tengo ni idea de si es de día o de noche y, en consecuencia, he perdido la noción del tiempo. Aún sigo sintiéndome increíblemente fatigada, pero, cada vez que recupero la consciencia, mi cabeza parece estar más despejada, lo que resulta un gran alivio.

* * *

Abro los ojos y le sonrío al verle tumbado a mi lado.

—Estás despierta, bienvenida. —Me sonríe—. Necesito darte la vuelta, cariño, y ocuparme de tu hermoso trasero. —Enciende una pequeña lámpara en la, por lo demás, oscura habitación.

—Oh, no, otra vez en modo doctor no, por favor —gruño en protesta.

—Quédate quieta. Esto quizá te duela un poco, pero se curará muy pronto.

—¿Acaso tengo elección? —digo, alzando las cejas.

—Ninguna. Estoy encantado de que por fin lo hayas comprendido.

La sensación no es tan dolorosa como tierna y no puedo evitar pensar que ha exagerado un poco. Mientras estoy tumbada dejando que cuide de mi trasero, escucho los gruñidos de mi estómago por debajo de mí. Entonces, caigo en la cuenta de que estoy absolutamente hambrienta, lo que parece un buen síntoma.

—No te muevas. Solo necesito hacer un último análisis de sangre y entonces podrás comer.

—¿Un último? ¿Cuántos has hecho?

—Este va a ser el cuarto.

Alarga el brazo hacia el carrito con el instrumental médico y lo prepara todo antes de anudar el compresor a la parte alta de mi brazo e inspeccionar las venas con los dedos. Apenas siento el ligero pinchazo en mi vena, pero de todas formas aparto la vista mientras él sigue hablando.

—¿Sabes, Alexa, que tienes una sangre muy especial? Biológicamente el tipo AB es el más complejo de todos los grupos sanguíneos. Tiene menos de mil años de antigüedad y su evolución continúa siendo un misterio. Solo alrededor de un tres por ciento de la población mundial tiene el grupo AB, lo que te hace increíblemente única, pero, por supuesto, yo siempre he sabido que lo eras. Y te he valorado aún más por ello —añade haciéndome un guiño antes de continuar—. Hace poco asistí a una conferencia sobre sus específicas características, un hecho que tiene intrigados tanto a médicos como a científicos, dada su compleja y desconcertante naturaleza. Es todo un enigma.

Parece perdido en sus pensamientos.

—Hmm, qué suerte tengo, un enigma y además un nombre que coincide con mi tipo de sangre, qué casualidad.

Afortunadamente me quita la aguja antes de que empiece a agobiarme, su monólogo sobre mi tipo de sangre me proporciona la distracción justa para que no piense en lo que está haciendo. Coloca rápidamente un algodón con alcohol en el punto donde me ha pinchado y me dobla el brazo para que haga presión sobre él. Sacudo la cabeza derrotada.

—¿Así que ahora estás embotellando mi sangre debido a su «singularidad»? —pregunto mirando todos los tubos que ha rellenado. No me extraña que me sintiera tan débil. La enfermera coge los viales y sale de la habitación.

—Una parte de la investigación que estamos llevando a cabo Ed y yo implica la «novedad» del tipo de sangre AB en la raza humana y sus particulares características; por el momento hemos desarrollado algunas hipótesis interesantes. Tu participación en el experimento nos ha permitido confirmar que la sangre AB tiene fascinantes resultados cuando la mujer es anglosajona, como reflejo de las sociedades en las que la depresión es endémica; resultados que son aún más acusados cuando la mujer ha completado el círculo de maternidad y está en fase premenopáusica, como es tu caso. Esa es la razón por la que necesitamos monitorizar tus niveles hormonales y relacionarlos con los fluidos segregados por tus orgasmos.

Justo cuando pienso que es imposible sentirse más asombrada ante tal torrente de información, vuelve a sorprenderme. ¿Se trata de ciencia ficción o de realidad?

—¿Y eso es lo que acabas de darle a la enfermera?

—Exactamente. Nuestros resultados del fin de semana han sido mucho más concluyentes de lo que esperábamos, así que estamos un paso más cerca de obtener la fórmula a la que aspiramos. Hemos estado analizando la liberación de hormonas en tu corriente sanguínea, estableciendo una correlación con las secreciones de tu glándula prostática durante el orgasmo. Todo ello ha confirmado que la producción de serotonina inducida naturalmente estimula tu sistema nervioso, mucho más aún de lo que habíamos anticipado. Ahora que vamos a continuar monitorizando tus niveles hormonales y tu actividad sexual cada vez que suceda, podremos comprobar y ultimar la fórmula que se nos había estado resistiendo hasta este momento.

Dada mi implicación directa en el descubrimiento, la revelación me resulta intrigante y, de alguna forma, perturbadora. ¡Nadie es capaz de llevar una investigación médica tan al límite como Jeremy! Hace una pausa para que pueda absorber sus palabras, y súbitamente la luz se hace en mi mente.

—Te he proporcionado tu gran deseo, Jeremy. Soy oficialmente tu cobaya humana. —No sé por qué me sorprendo después de todos estos años, aunque mirándolo en retrospectiva resulte tan obvio.

—Cariño, sabes que eres mucho más que eso.

—Desde que nos conocimos he sido tu cobaya, tu paciente en prácticas..., análisis de sangre, inyecciones, vendajes y escayolas. ¿Qué ha cambiado? Nada. Aún sigues haciéndolo, excepto que ya somos mayores, tenemos más responsabilidades y tú ahora tienes claramente más dinero, poder y acceso a recursos del que nunca tuvimos en la universidad. Todo eso te permite subir las apuestas sobre los riesgos que estás dispuesto a asumir y, Dios me ayude, yo también, al haber considerado unirme a tu proyecto. ¡Soy madre, por amor de Dios!

Es extraño que todo esto no se me haya ocurrido hasta ahora.

—Oh, vamos, Alex, reconoce que te encanta, siempre te ha gustado. —Se acurruca a mi lado con ojos de cachorro desamparado y me besa. Trato de apartarlo sin mover demasiado el brazo, no vaya a ser que mi sangre acabe manchando las sábanas blancas.

—Y además, ¿desde cuándo la maternidad te ha dado permiso para renegar de tu sexualidad?

Jeremy y sus preguntas trampa: ¿cómo demonios respondo ahora a eso? Intento discurrir una réplica perspicaz mientras mi estómago ruge estrepitosamente. La excusa perfecta para cambiar de tema.

—Creo que sería capaz de comerme una hamburguesa con todos los extras y una buena ración de patatas fritas. ¿Podrías hacer alguno de tus trucos de magia y conseguírmela?

—Estoy seguro de que podría hacerse, pero tenemos una deliciosa sopa de verduras que ya está casi lista.

—No, no lo entiendes. Necesito desesperadamente comer grasas saturadas, en serio.

Empieza a recoger sus instrumentos médicos.

—En todo caso, es buena señal que hayas recuperado tu apetito. Ya iba siendo hora.

—Jeremy, no es justo, después de todo por lo que me has hecho pasar.

Mis ojos buscan desesperadamente un teléfono, pero como no veo ninguno trato de deslizarme hasta el borde de la cama.

Me coge de los tobillos devolviéndome a mi sitio.

—De ninguna manera, AB, tienes que quedarte aquí. Lo digo en serio; no quiero que salgas de la cama. Si intentas moverte te juro que te ataré.

Advierto que aún llevo las correas en las muñecas y los tobillos; por lo que el riesgo de que lleve a cabo su amenaza, como ya hizo anteriormente, es bastante probable.

—¿Vas a decirme que tienes algún derecho legal para atarme a la cama?

La mirada de su rostro me recuerda a una de esas películas de psicópatas donde el desequilibrado psiquiatra puede encerrar a pacientes inocentes supuestamente para su propio beneficio. Dios, no puede ser cierto, ¿verdad? ¿Realmente damos a los médicos semejante poder? Me sonríe para dejar claro que está bromeando, al menos en este momento.

—Está bien, está bien, me quedaré quieta, pero ¿cuándo vas a quitarme esto?

—Después de que te hayas tomado la sopa.

—¡No soy ninguna niña, Jeremy!

—Te aseguro que soy muy consciente de eso, Alexandra. Tu cuerpo necesita nutrirse bien para poder recuperarse por completo.

Me tomo obedientemente toda la sopa hasta que no queda ni una gota.

—¿Y bien? —pregunto, cuando he terminado.

—Veré lo que puedo hacer.

* * *

Contenta, saciada y más despejada de lo que he estado desde que llegué el viernes por la tarde, apoyo la cabeza contra el pecho de Jeremy. También él parece más tranquilo, más cómodo de lo que ha estado hasta ahora. Automáticamente me acaricia el pelo y la cara. Siempre ha sido una persona muy táctil, una cualidad que me gusta mucho de él.

—Es un alivio no haber tenido que presentarme ante la Asociación. No creo que hubiera podido hacerlo.

—Hmm, debo admitir que tienes mucho que agradecerme —dice bromeando—. En serio, Alex, me has tenido muy preocupado. Vas a necesitar algunos días más para recuperarte, así que no irás a ninguna parte hasta finales de semana.

—Sabes que no puedo quedarme, por mucho que disfrutes teniéndome prisionera. Tengo otros compromisos al margen de tus planes.

—Cariño, esta semana no tienes ninguna obligación más que dejar que yo te cuide. Y ya sabes que me tomo mi trabajo muy en serio.

Alzo la barbilla para mirarle a los ojos y tratar de descifrar sus palabras y cuánto de verdad hay en ellas.

—No estás bromeando.

—En absoluto. Hasta que te meta de vuelta en el vuelo a Hobart eres única y exclusivamente responsabilidad mía.

—¡Pero no puedes hacerlo! Y qué pasa con mis conferencias. Lo de la AMA ha estado bien, pero las otras...

—Puedo y lo he hecho. Eres mía durante toda la semana y punto. Te prometo que de ningún modo afectará a tu trabajo. Además ahora una parte de tu trabajo me pertenece. —Parece muy satisfecho consigo mismo cuando añade—: Todo este asunto ha sido cuidadosamente orquestado a muchos niveles, gracias a haber podido contar con fondos ilimitados. ¿Entiendes lo que estoy tratando de decirte? Nuestra cita del viernes por la noche no sucedió por casualidad, Alex. Todo el plan estaba meticulosamente trazado desde hace meses. Nosotros fuimos quienes proporcionamos los fondos para la excursión de tus hijos a conocer al tigre de Tasmania cuando el viaje estuvo a punto de cancelarse, y también quienes subvencionamos tus recientes investigaciones y la supuesta serie de conferencias de esta semana.

Solo ahora empiezo a comprender que todo este fin de semana escondía muchas más cosas de lo que podría parecer a simple vista. Soy un simple peón en el gran juego de la vida de Jeremy.

—Pero ¿por qué?

—Mi mundo ya no está completo si tú no estás en él.

Sus palabras se clavan en mi corazón como la flecha de Cupido, dejándome boquiabierta.

—Trae el brazo, creo que ya puedo quitarte las correas. Han cumplido su misión. —Coge una especie de barra magnética de la mesilla y la desliza cuidadosamente a lo largo de la costura de las correas de cuero, soltándolas. No me extraña que no consiguiera quitármelas. Debo de tener una expresión perpleja porque empieza a darme explicaciones—. Están cerradas magnéticamente, se necesita este instrumento para soltarlas, aunque también han servido para tener tu pulso monitorizado todo el tiempo.

Ahora sí que tiene un gesto engreído.

—¿Invento tuyo?

—Me temo que no, pero, como bien sabes, trabajo con gente muy inteligente.

¿Qué oportunidad hubiera podido tener? Curiosamente, su ausencia de mis muñecas y tobillos me hace sentir desconectada, como si me faltara algo importante.

—Me alegra que empieces a encontrarte mejor, pero es importante que te quedes en la cama y descanses. Ya tendremos tiempo de discutir todo esto más adelante.

Aunque sus palabras suenan amables, siento que son inflexibles y no admiten la menor negociación. Se asegura de que estoy bien remetida bajo las sábanas, me da un beso en la frente y sale de la habitación que, una vez más, está a oscuras, cerrando la puerta tras él. En pocos minutos me quedo dormida.