3. EL DECLIVE DE LA MAGIA

Durante el período europeo más bajo, entre los años 500 y 1000 (algunas veces se le ha denominado las «Edades oscuras»), los europeos occidentales pensaban de los musulmanes únicamente como un pueblo diabólico con una falsa religión.

En 1096, los caballeros de la Europa occidental se lanzaron a las Cruzadas para recuperar Tierra Santa, que llevaba ya bajo el dominio musulmán casi 450 años. Tomaron Jerusalén y la retuvieron durante ochenta años, pero, después de dos siglos de continuas guerras, los cristianos fueron expulsados por completo de Oriente Medio. Desde entonces, la mayor parte del mismo ha sido musulmán, excepto el nuevo Estado de Israel y el parcialmente cristiano Estado del Líbano.

Los cruzados se encontraron con que los musulmanes eran más civilizados y eruditos de lo que habían supuesto. Regresaron con noticias acerca de nuevos productos empleados por los árabes (tales como la seda y el azúcar) y de avances de la Medicina y de la Alquimia que se encontraban más allá de todo lo conocido en Europa.

Estudiosos aventureros europeos comenzaron a buscar el conocimiento musulmán en algunos lugares como España y Sicilia, donde los árabes habían ejercido durante mucho tiempo su dominio. Aprendieron su lengua y, con la ayuda de los estudiosos musulmanes y judíos, empezaron a traducir los libros árabes al latín.

El más importante de esos primitivos traductores fue un italiano, Gerardo de Cremona (1114-1187). Viajó a Toledo, una ciudad española que había sido recientemente conquistada a los musulmanes. Trabajando con los estudiosos del Islam, tradujo algunos de los libros de Alquimia de Yabir y de al-Razi, y los libros médicos de Ibn Sina. También tradujo algunas de las obras de Aristóteles y de los grandes matemáticos griegos Euclides y Tolomeo.

Mientras esto sucedía, el renacimiento del interés por Aristóteles en Europa Occidental fue también estimulado por los dos grandes intérpretes vivos del filósofo griego: un estudioso musulmán, Averroes, que vivía en España, y un estudioso judío, Maimónides, en Egipto,

El nuevamente descubierto saber árabe y los rescatados escritores griegos se esparcieron por toda Europa. Hacia el siglo XIII, Europa Occidental había comenzado a ponerse en cabeza como centro principal del saber, y siguió en liderazgo hasta el siglo XX.

LOS ALQUIMISTAS EUROPEOS

Naturalmente, los estudiosos europeos adoptaron un interés inmediato por la alquimia árabe. El primero en realizar una investigación original en este campo fue un noble alemán, Alberto, conde de Bollstädt (1206-1280), conocido más corrientemente como Alberto Magno. También es conocido como «Doctor Universal» porque estudió los libros de Aristóteles y le pareció a sus estudiantes que lo conocía todo.

Alberto Magno propuso algunas recetas para producir oro y plata. Pero lo más importante (aunque nadie se dio cuenta de ello en aquel tiempo) fue su descripción de un método para preparar arsénico, una sustancia grisácea con algunas propiedades metálicas. Los minerales que contenían arsénico habían sido conocidos por los griegos y los romanos, que los habían empleado como sustancia colorante. No obstante, el arsénico puro era una cosa nueva. Alberto Magno fue el primero en llamar la atención de los estudiosos europeos hacia esta sustancia, y, tradicionalmente, se le concede el mérito de su descubrimiento.

Alberto Magno tuvo dos discípulos particularmente famosos: Tomás de Aquino (1225-1274), en Italia, y Roger Bacon (1214-1292), en Inglaterra. Bacon se convirtió en un activo alquimista. Popularizó la noción de Yabir en lo referente a los principios del «mercurio» y del «azufre». Algunos han atribuido a Bacon la invención de la pólvora, pero, en la actualidad, se considera que el primer europeo que fabricó pólvora fue un alquimista alemán llamado Berthold Schwarz.

Otro de los primeros alquimistas europeos fue el español Arnau de Vilanova. Al igual que otros muchos alquimistas, llevó a cabo un importante descubrimiento mientras perseguía la quimera dé la transmutación. Averiguó que ciertos vapores, al quemar carbón vegetal, eran tóxicos; lo que había descubierto (aunque no lo supo) fue el monóxido de carbono.

También en España, hacia 1366, vivió un alquimista que escribió bajo el seudónimo de «Geber», aparentemente para hacerse pasar por el famoso Yabir. Hubiera sido más prudente que nos hubiese dado su auténtico nombre, puesto que fue un auténtico descubridor cuyo nombre en la actualidad se ha perdido. Fue el primero en describir los ácidos minerales fuertes, como el ácido sulfúrico y el ácido nítrico.

Esos ácidos proporcionaron al alquimista nuevos instrumentos para tratar los materiales. Pudieron disolver sustancias que no habían sido solubles con los ácidos débiles (tales como el vinagre), conocidos ya por los antiguos. El descubrimiento de Geber es, en la actualidad, más valioso que el oro. Los ácidos sulfúrico y nítrico se han convertido en bases de industrias como la de fertilizantes, explosivos, tintes y muchas más. Si todo el oro existente en el mundo desapareciese, difícilmente nos afectaría, pero la pérdida de los ácidos fuertes representaría una auténtica catástrofe.

En aquel tiempo, la Humanidad sólo se sentía atraída por una fórmula mágica que permitiera obtener oro. Y hubo muchos que aseguraron haberlo conseguido. Uno de los más famosos fue un estudioso español llamado Ramón Llull, también conocido como Raimundo Lulio. Se supone que fabricó oro para el rey Eduardo I de Inglaterra. Naturalmente que no hizo nada de esto; en realidad, Llull parece haber sido uno de los alquimistas que no creían que la transmutación fuese posible. Pero, de todos modos, la gente estaba ansiosa por creer esta fábula acerca de su supuesta realización.

Los fraudes florecieron. Gran cantidad de monedas de «oro» (que estaban hechas de latón o de plomo dorado) fueron escamoteadas con la pretensión de que habían sido fabricadas mediante la alquimia. Hubo tantas falsificaciones de esta clase que, en 1313, el Papa Juan XXII prohibió la práctica de la Alquimia por completo, sobre la inteligente base de que esa transmutación resultaba imposible y los alquimistas no hacían más que engañar al pueblo y lesionar la economía.

En Inglaterra, el rey Enrique IV, y los posteriores monarcas ingleses, de forma ocasional otorgaron algunos permisos individuales para trabajar en el problema de la fabricación de oro, con la idea de controlar el oro por sí mismos.

Durante los dos siglos posteriores a Geber, no se realizó ningún trabajo de auténtica importancia en la Alquimia. Casi todo fueron fraudes y galimatías. Algunos de los, practicantes dejaron este «juego de confianza»; unos cuantos fueron perseguidos y castigados severamente (algunos incluso ahorcados). La misma palabra «alquimista» se convirtió en sinónimo de «falsificador».

Hubo algunos honrados, alquimistas, como es natural. Uno de ellos fue Bernardo Trevisano, de Italia (1406-1490). Dedicó su larga vida y su fortuna a perseguir en vano el secreto del oro.

En el siglo XVI, un nuevo espíritu comenzó a animar la filosofía natural e, inevitablemente, ello afectó a la Alquimia. Muy notable, entre la nueva generación de alquimistas, fue un sueco excéntrico llamado Theophrastus Bombastus von Hohenheim (1493-1541). Su padre le enseñó medicina y él mismo estudió minerales en las minas austríacas. Viajó por toda Europa, recogiendo conocimientos por todas partes. Von Hohenheim se dedicó a los estudios alquimistas para encontrar una piedra filosofal que crease medicinas para el tratamiento de la enfermedad, más que para fabricar oro.

Uno de los más famosos escritores romanos sobre temas médicos fue Aulo Cornelio Celso. Von Hohenheim, que rechazaba las nociones de romanos y griegos acerca de la enfermedad, se llamó a sí mismo «Paracelso» (que se encontraba más allá de Celso).

En 1526, como profesor de Medicina en Basilea, Suiza, Paracelso conmocionó a los eruditos de aquel tiempo al quemar en público todos los libros de Medicina escritos por griegos y árabes. Emprendió drásticas acciones para sacar a la Ciencia de su marasmo. Los médicos se pusieron furiosos, pero Paracelso les obligó a poner en tela de juicio las ideas tradicionales y pensar con una nueva perspectiva. Consiguió curar a algunos pacientes que los otros médicos no habían sido capaces de ayudar. Su fama aumentó. No obstante, no por ello dejó de recurrir a algunos engaños; por ejemplo, alegó haber descubierto el secreto de la vida eterna, aunque, como es natural, no vivió para probar su teoría… Falleció a los cincuenta años, al parecer de una fractura de cráneo tras una caída accidental.

Paracelso añadió un tercer principio al «mercurio» y «azufre», lo cual supuestamente proporcionaba propiedades metálicas e inflamabilidad. ¿Pero qué cabía decir de los metaloides que no ardían, como, por ejemplo, la sal? Decidió que un tercer principio debería representar esta propiedad, y tomó la «sal» como su corporeización.

Paracelso fue el primero en describir el cinc. Algunos minerales que contenían este metal habían sido empleados hacía ya tiempo para fabricar latón (una mezcla de cobre y cinc), pero no se conocía el metal en sí, por lo que se concede, comúnmente, la fama a Paracelso de haber sido el descubridor del cinc.

Hasta el día de hoy, el nombre de Paracelso ha sido algo casi sinónimo de alquimia. Pero actualmente no es el alquimista más famoso. Esa distinción corresponde a un hombre que, lo cual es bastante raro, contribuyó muy poco a la Alquimia o a la Ciencia. Fue, simplemente, un hombre, quien en su tiempo (el de Paracelso también) consiguió una gran reputación popular como mago. La leyenda dice que estableció un pacto con el diablo. El nombre del alquimista, inmortalizado por Goethe, fue el de Johann Faust.

A fines del siglo XVI, la Alquimia comenzaba a realizar su transición hacia una verdadera ciencia. En 1597, un alquimista alemán llamado Andreas Libau, generalmente conocido con la versión latinizada de su apellido, Libavius, preparó el terreno para ella al recopilar todo el conocimiento que los alquimistas habían allegado. Su libro, Alquimia, puede ser considerado el primer buen libro de texto sobre el tema. Libavius realizó una importante contribución personal: fue el primero en describir métodos para preparar el ácido clorhídrico. Permítasenos que resumamos, ahora las respuestas que los hombres hasta aquel tiempo habían dado a la pregunta de Tales. ¿De qué está hecho el Universo? Se hallan relacionadas en la tabla 1.

¡Vaya un resultado para dos mil quinientos años de pensamiento! Las nociones del hombre acerca de la naturaleza de la materia estaban muy verdes. Nadie había aislado un solo elemento o hallado ninguna forma racional de combinar los elementos para formar compuestos.

Pero una revolución se había puesto en marcha. El siglo xvii llegó como un estallido, sacudiendo las antiguas ideas y aclarando el aire para un nuevo inicio de la Ciencia.