Una estrella joven

Colin Aspin, del Joint Astronomy Center de Hawai, y sus colegas han descubierto una estrella que puede estar en proceso de formación y ser la estrella más joven que se haya detectado hasta ahora.

Parece extraño pensar en las estrellas como en cuerpos con diferentes edades. Durante siglos, los hombres han estudiado el cielo nocturno y han visto estrellas de todo tipo, brillando noche tras noche y generación tras generación sin cambios aparentes. Parecería que hubieran sido creadas todas a la vez con su brillo específico, pero no es así. Con el tiempo, los astrónomos han llegado a admitir el hecho de que unas estrellas son grandes y otras pequeñas; unas frías y otras calientes. Brillan porque tienen un suministro constante de hidrógeno, que poco a poco se transforma en helio por fusión. Se podría pensar que cuanto mayor sea la estrella y la reserva de hidrógeno más tiempo debería durar, pero ocurre justamente lo contrario. Nuestro Sol es una estrella de tamaño medio y su reserva de hidrógeno debería durar unos 10 000 millones de años. Más o menos la mitad ya ha transcurrido, puesto que el Sol tiene cerca de 5000 millones de años, pero queda mucho tiempo.

Una estrella que sea mucho mayor que el Sol contiene mucho más hidrógeno, pero, puesto que la temperatura de una estrella grande es muy alta, debe consumir hidrógeno en grandes cantidades para mantener el calor. El resultado es que cuanto mayor es la estrella y más hidrógeno tiene con más rapidez se consume el hidrógeno y la estrella no dura mucho.

Una estrella grande y brillante podría durar sólo un par de miles de millones de años y la estrella más grande y más brillante que conocemos podría durar sólo mil millones de años aproximadamente. Esto significa que las estrellas grandes y brillantes que vemos en el cielo no siempre estuvieron allí, sino que empezaron a existir cuando el Sol y la Tierra ya tenían miles de millones de años.

Si hay estrellas que se han formado hace sólo un millón de años, ¿por qué no puede haber estrellas que se estén formando en este mismo momento? La respuesta es que las hay, pero no resulta fácil verlas.

Las estrellas se forman a partir de grandes volúmenes de polvo y gas. Ambos se condensan lentamente y se vuelven más pequeños y más densos. Con el tiempo, se vuelven tan densos en el núcleo que se inicia la fusión del hidrógeno. El centro «se enciende» y se convierte en una estrella. En el pasado nunca se ha observado porque la nube de polvo y gas lo oscurecía. Sin embargo, en la actualidad podemos estudiar el cielo con luz infrarroja y radioondas que pueden atravesar el polvo y el gas. El resultado es que en una nube de polvo y gas llamada NGC 13 333, situada a 1100 años luz de la Tierra, se han visto pequeños glóbulos de luz. Brillan sólo en el infrarrojo, así que todavía no constituyen verdaderas estrellas, sino «protoestrellas». Los astrónomos calculan que las protoestrellas sólo tienen unos pocos miles de años y que pueden pasar 100 000 años antes de que se condensen hasta el punto en que se inicia la fusión del hidrógeno. De los pequeños destellos de luz de la nebulosa, uno -IRAS-4- es el más frío y por tanto el más joven.

Una vez que empieza la fusión del hidrógeno, la estrella emite un viento estelar que elimina el polvo y el gas de los alrededores. Entonces brilla resplandeciente y la observamos como una estrella.

Siempre surgen problemas sobre lo grande que podría ser una estrella así. El tamaño de las estrellas depende de la nube de polvo y gas originaria. Una estrella así puede ser pequeña, oscura y fría, brillando con luz roja (lo que es una enana roja, y la mayoría de las estrellas del cielo son enanas rojas). Estas estrellas pierden su hidrógeno tan despacio que pueden durar hasta 100 000 millones de años.

Después, por supuesto, existen las estrellas de tamaño medio como nuestro Sol, cuyo número es mucho menor que el de enanas rojas. Y hay estrellas grandes y gigantes que duran poco tiempo y que son muy escasas en comparación con las estrellas pequeñas en formación.

Es posible, sin embargo, que haya nubes de polvo y gas tan pequeñas que nunca se condensen hasta el estado de estrella. El centro se vuelve lo bastante denso como para formar un cuerpo que se parezca a un planeta grande, pero no resulta lo bastante grande para iniciar la fusión nuclear y convertirse en una estrella. Tales «subestrellas» brillan en el infrarrojo y son muy difíciles de ver. Los astrónomos llaman a estos cuerpos «enanas marrones» porque no están lo bastante calientes como para brillar en el rojo del espectro y convertirse en enanas rojas.

Puesto que las estrellas menores son más numerosas, es posible que haya más enanas marrones que estrellas ordinarias, y pueden añadir a la galaxia masa que no detectamos porque no somos capaces de distinguir ninguna enana marrón.

Los astrónomos buscan con afán enanas marrones porque la masa añadida respondería a muchos problemas sobre nuestra Galaxia, pero todavía no han tenido suerte. De vez en cuando se anuncia la detección de una enana marrón, pero por desgracia resulta ser una falsa alarma. Sin embargo, la búsqueda continúa y cuando descubrimos una estrella muy joven, por lo que a nosotros respecta, puede tratarse de una enana marrón.

Fronteras II
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