21.

Gleb Andorin miró a Namarti con los ojos entornados. Nunca le había gustado este hombre, pero había veces en que le gustaba menos que nunca, y ésta era una de esas veces. ¿Por qué tenía Andorin, Wyano de cuna real, que trabajar con este advenedizo, con este paranoide cuasipsicótico?

Andorin sabía por qué, y tenía que soportarlo, aun cuando Namarti se aprestaba una vez más a contarle la historia de cómo había formado el Partido durante un período de diez años, hasta llevarlo a su actual cima de perfección. ¿Se la contaba a todo el mundo, una y otra vez? ¿O sólo era Andorin el recipiente que Namarti elegía para contenerla?

El rostro de Namarti parecía brillar de gozo conforme decía, con una extraña cadencia, como si fuera algo recitado de memoria:

- … así que año tras año, trabajé en esos lineamientos, superando la desesperanza y la inutilidad, construyendo una organización, socavando la confianza en el gobierno, creando e intensificando la insatisfacción. Cuando la crisis bancaria y la semana de la moratoria, yo… -De repente, hizo una pausa-. Te he contado esto muchas veces y estás harto de oírlo, ¿no es cierto?

Los labios de Andorin se torcieron en una breve y seca sonrisa. Namarti no era tan idiota como para no darse cuenta de lo aburrido que era; no podía evitarlo. Andorin le dijo:

- Me has contado esto muchas veces.

Dejó que el resto de la frase quedara en el aire, sin respuesta. Después de todo, la contestación era obviamente afirmativa. No hacía falta decírselo en la cara.

Un ligero rubor cruzó el rostro cetrino de Namarti. Dijo: -Pero pudo haber continuado para siempre, construir, socavar, sin llegar nunca a ningún sitio, de no haber tenido la herramienta apropiada en las manos. Y sin esfuerzo alguno de mi parte, la herramienta vino a mí.

- Los dioses te trajeron a Planchet -dijo Andorin con tono neutro.

- Tienes razón. Habrá un grupo de jardineros que muy pronto entrarán en los parques del Palacio. -Hizo una pausa y pareció saborear la idea-. Hombres y mujeres. Suficientes para servir de pantalla al puñado de agentes nuestros que los acompañarán. Entre ellos estarás tú… y Planchet. Y lo que los hará poco comunes será que llevarán explosores.

- Seguramente -dijo Andorin, con deliberada malicia detrás de su expresión cortés-nos detendrán en las puertas y nos demorarán con un interrogatorio. Ingresar explosores ilícitamente al Palacio…

- No los detendrán -dijo Namarti, ignorando la malicia-. No los revisarán. Está todo arreglado. Serán todos saludados por algún funcionario del Palacio. No sé quién se encargará habitualmente de esa tarea, tal vez el Tercer Asistente del Chambelán a Cargo del Césped y las Hojas, no lo sé, pero en este caso, se encargará Seldon en persona. El gran matemático saldrá rápidamente a saludar a los nuevos jardineros y a darles la bienvenida.

- Estás muy seguro de eso, supongo.

- Claro que sí. Está todo arreglado. Se enterará, más o menos a último momento, de que su hijo está entre esos nuevos jardineros incorporados, y le resultará imposible contenerse de salir a verlo. Y cuando aparezca Seldon, Planchet levantará el explosor. Nuestra gente comenzará a gritar "Traición". En la confusión y alboroto, Planchet matará a Seldon y tú matarás a Planchet. Luego arrojarás el explosor y huirás. Habrá quien te ayude a hacerlo. Está arreglado.

- ¿Es absolutamente necesario matar a Planchet?

Namarti frunció el ceño.

- ¿Por qué? ¿Tienes objeciones para un asesinato y no para otro? ¿Deseas que Planchet les diga a las autoridades todo lo que sabe de nosotros cuando se recupere? Además, estamos eliminando un feudo familiar. No olvides que Planchet es, en realidad, Raych Seldon. Parecerá como si ambos se hubieran disparado simultáneamente, o como si Seldon hubiera dado órdenes de que si su hijo hacía cualquier movimiento hostil se disparara contra él. Nos encargaremos de que haya mucha publicidad sobre problemas familiares. Será una reminiscencia de los viejos días del Sangriento Emperador Manowell. El pueblo de Trantor, seguramente, sentirá repulsión por la consumada vileza del acto. Eso, sumado a las ineficiencias y los desperfectos que han estado atestiguando y viviendo, los hará bramar por un nuevo gobierno, y nadie podrá negárselos, menos todavía el Emperador. Y es ahí cuando entramos nosotros.

- ¿Así como así?

- No, así como así no. No vivo en un mundo de sueños. Es posible que haya algún gobierno interino, pero fracasará. Nos encargaremos de que fracase, y luego apareceremos abiertamente y resucitaremos los viejos argumentos joranumitas que los trantorianos jamás han olvidado. Y cuando corresponda, en no mucho tiempo, seré Primer Ministro.

- ¿Y yo?

- En algún momento serás Emperador.

Andorin dijo: -Las probabilidades de que todo esto marche bien son pocas. Esto está arreglado. Aquello está arreglado. Y aquello otro también. Todo tiene que armarse y ensamblar perfectamente, o fracasará. En algún lado, habrá alguien que hará las cosas mal. Es un riesgo inaceptable.

- ¿Inaceptable? ¿Para quién? ¿Para ti?

- Por cierto. Esperas que me asegure de que Planchet asesine a su padre, y esperas que luego yo lo asesine a él. ¿Por qué yo? ¿No hay otras herramientas que valgan menos que yo y que puedan correr el riesgo con más facilidad?

- Sí, pero si eligiéramos a cualquier otro el fracaso sería seguro. ¿Quién sino tú arriesga tanto en esta misión como para asegurar que no habrá un ataque de arrepentimiento a último momento?

- El riesgo es enorme.

- ¿No crees que vale la pena? Te estás jugando por el trono Imperial.

- ¿Y cuál es el riesgo que corres tú, Jefe? Permanecerás aquí, muy cómodo, esperando las novedades.

Namarti frunció el labio.

- ¡Qué tonto eres, Andorin! ¡Vaya Emperador serás! ¿Supones que yo no correré riesgos al quedarme aquí? Si el gambito fracasa, si el complot se frustra, si apresan a nuestra gente, ¿crees que no dirán todo lo que saben? ¿Si te atraparan, enfrentarías el tierno tratamiento de la Guardia Imperial sin contarles sobre mí? Y con un intento fallido de asesinato, ¿no supones que registrarán Trantor palmo a palmo para encontrarme? ¿Supones que no lograrán encontrarme? Y cuando me encuentren ¿qué supones que tendré que enfrentar en sus manos? ¿Un riesgo? Yo corro un riesgo peor que cualquiera de ustedes, sentado aquí sin hacer nada. Todo se reduce a esto, Andorin: ¿quieres o no quieres ser Emperador?

Andorin dijo en voz baja:

- Quiero ser Emperador.

Por lo tanto, las cosas se pusieron en movimiento.