15.

- Gleb Andorin -dijo Hari Seldon con agotamiento, frotándose los ojos.

- ¿Y quién es? -preguntó Dors Venabili, con el estado de ánimo tan negro como lo había sido desde la partida de Raych.

- Hasta hace unos pocos días, jamás había escuchado de él -dijo Seldon-. Ese es el problema de gobernar un mundo con cuarenta mil millones de personas. Jamás conoces a nadie, salvo a los pocos que se hacen notar ante ti. Con toda la información computarizada del mundo, Trantor sigue siendo un planeta de anonimatos. Podemos catalogar a la gente con sus números de serie y sus estadísticas, pero ¿a quién catalogamos? Agrega veinticinco millones de Mundos Exteriores, y te resultará prodigioso que el Imperio Galáctico haya continuado siendo un fenómeno efectivo durante todos estos milenios. Francamente, pienso que ha seguido existiendo por el único motivo de que en su mayor parte se gobierna solo. Y ahora finalmente está quedando sin fuerzas.

- Demasiada filosofía, Hari -dijo Venabili-. ¿Quién es ese Andorin?

- Alguien de quien admito debería haber sabido antes. Me las ingenié para lisonjear a la Guardia Imperial y lograr que estrechen filas a su alrededor. Es miembro de la familia gobernante de Wye; a decir verdad, es el miembro más prominente, tan prominente que la G.I. cree que tiene ambiciones, pero que es demasiado disoluto para hacer algo al respecto.

- ¿Y está relacionado con los joranumitas?

Seldon hizo un gesto de incertidumbre. -Tengo la impresión de que la G.I. no sabe nada de los joranumitas. Lo cual significa que los joranumitas no existen o que, si existen, no tienen importancia. También puede significar que a la G.I. sencillamente no le interesan. Ni hay modo de que pueda obligarlos a que les interesen. Sólo puedo estar agradecido de que me brinden alguna información. Y eso que soy el Primer Ministro.

- ¿Es posible que no seas un muy buen Primer Ministro? -dijo Venabili secamente.

- Es más que posible. No ha habido nadie menos adecuado para el puesto que yo en generaciones. Pero eso no tiene nada que ver con la Guardia Imperial. A pesar de su nombre, son un arma totalmente independiente del gobierno. Dudo que el propio Cleon sepa mucho sobre ellos, aunque, en teoría, se supone que deben reportar directamente al Emperador. Créeme, si conociéramos más a la G.I. ya estaríamos tratando de incluirla en nuestras ecuaciones psicohistóricas.

- ¿Están de nuestro lado, al menos?

- Eso creo, pero no podría jurarlo.

- ¿Y por qué estás tan interesado en este como-se-llame?

- Gleb Andorin. Porque recibí un mensaje de Raych.

Los ojos de Venabili brillaron. -No me lo habías dicho. ¿Está bien?

- Por lo que sé, sí, pero espero que no intente enviar más mensajes. Si lo atrapan comunicándose no estará bien. Como sea, ha hecho contacto con Andorin.

- ¿Y también con los joranumitas?

- No creo. Parecería improbable, puesto que esa relación no tendría sentido. El movimiento joranumita predomina en las clases bajas; es un movimiento proletario, por decirlo así. Y Andorin es un aristócrata de aristócratas. ¿Qué podría estar haciendo con los joranumitas?

- Si es miembro de la familia gobernante de Wye podría aspirar al trono imperial, ¿verdad?

- Hace generaciones que aspiran a él. Supongo que recuerdas a Rashelle. Era su tía.

- Entonces podría estar utilizando a los joranumitas como punto de apoyo, ¿no crees?

- Si existen. Y si es así, y si lo que quiere Andorin es un punto de apoyo, creo que se encontrará jugando un juego peligroso. Los joranumitas, si existen, deben tener sus propios planes y un hombre como Andorin puede descubrir que lo único que logrará es montar un greti…

- ¿Qué es un greti?

- Un animal extinto, muy feroz, creo. Es un proverbio de Helicon. Si montas un greti, después no puedes apearte, porque si lo haces te come. -Seldon hizo una pausa-. Otra cosa. Raych parece haber entablado relación con una mujer que conoce a Andorin, a través de la cual piensa conseguir datos importantes. Te lo digo ahora, para que después no me acuses de ocultarte información.

Venabili frunció el entrecejo. -¿Una mujer?

- Una mujer, entiendo, que conoce a gran cantidad de hombres que hablan con ella a tontas y a locas, a veces en circunstancias íntimas.

- Una de ésas. -Arrugó aún más el ceño-. No me gusta la idea de que Raych…

- Vamos, vamos. Raych tiene treinta años y, sin duda, mucha experiencia. Puedes estar segura de que el buen sentido de Raych manejará a esta mujer, o a cualquier mujer, creo. -Miró a Venabili con una expresión agotada, gastada, mientras decía-: ¿Crees que a mí me agrada? ¿Crees que me agrada todo esto?

Y Venabili no pudo decir nada.