XXVIII
A ATENEA
Comienzo cantando a Palas Atenea, deidad gloriosa, de ojos de lechuza, sapientísima, de corazón implacable, virgen veneranda, protectora de ciudades, robusta, Tritogenia, a quien el próvido Zeus engendró por sí solo en su augusta cabeza, dándola a luz revestida de armas guerreras, áureas, resplandecientes: un sentimiento de admiración se apoderó de todos los inmortales que lo contemplaron. Delante de Zeus, que lleva la égida, saltó aquélla impetuosamente desde la cabeza inmortal, blandiendo el agudo dardo; y el vasto Olimpo se estremeció terriblemente por la fuerza de la de ojos de lechuza, la tierra resonó horrendamente a su alrededor, y el ponto se conmovió revolviendo sus olas purpúreas. Pero de repente se calmó el agua salobre y el preclaro hijo de Hiperión detuvo largo tiempo los corceles de pies ligeros, hasta que la virgen Palas Atenea se hubo quitado de sus hombros inmortales las divinas armas; y alegróse el próvido Zeus.
Y así, salve, hija de Zeus que lleva la égida; mas yo me acordaré de ti y de otro canto.