24 CONFERENCIA FINAL
—El método parece haber sido el mismo en ambos casos; el veneno fue suministrado en un «vehículo» de empleo común, y en un brebaje aparentemente inofensivo, por una tercera persona que por su parte era completamente inocente de lo que llevaba. La confianza de que el veneno no se extraviaría, es decir, que no sería absorbido por otra persona, estaba en los dos casos basada en el proceso rutinario de la casa, del cual el envenenador estaba enterado. En el primer caso, no obstante, ocurrió lo imprevisible, y el veneno tomó una dirección inesperada y terrible para el envenenador. En el segundo, se corrió deliberadamente el mismo riesgo, pero el veneno no se extravió. ¿Tengo razón, inspector?
El orador era sir Graham France, y la ocasión, una segunda conferencia sobre el caso Grayle, que tenía ocasión en Scotland Yard en el despacho del comisario jefe de la Policía Metropolitana. Sir Hugh Fallard en persona estaba sentado a su mesa y se hallaban presentes, además, sir Leward Marradine (subcomisario), sir Johnson Homesdale (subsecretario permanente del Home Office) 11, sir Graham France (director del ministerio fiscal), el mayor Faide (jefe de Policía del Brackenshire), el jefe de Policía de Thurston y el inspector detective Poole. Éste había expuesto el caso para conocimiento de sir Johnson Homesdale, y estaba relatando ahora los acontecimientos que se habían desarrollado desde la tarde precedente. El director del ministerio fiscal había creído oportuno de cuando en cuando «hacer el resumen del caso», con interpelaciones como la que acabamos de citar.
—¿Y qué hay de las cifras de «Benborough» y de la cuenta del Banco de lady Grayle? No nos ha hablado usted todavía de ello, inspector.
Poole no esperaba otra oportunidad para hacerlo.
—He inspeccionado la cuenta corriente de lady Grayle en el «Union and National Bank», de Windon, ayer por la tarde acompañado del superintendente Clewth, de la Policía de Brackenshire y provisto de una orden dictada por la High Court. Las cifras aportadas por «Benborough» representando las cantidades pagadas a lady Grayle por la venta de los muebles, aparecen claramente en su cuenta; no hay el menor indicio de que éstas fuesen posteriormente transferidas a la cuenta de lord Grayle.
—¿El propietario? —preguntó sir Graham.
—Sí, señor.
—¿Está usted convencido de esto?
—Sí, señor; esta mañana a primera hora he visto a míster Steeple, el notario encargado de la sucesión de lord Grayle. Con la posible excepción de uno o dos objetos sin importancia, como regalos de boda y cosas así, ni un solo mueble de «Tassart» pertenece a lady Grayle; una parte de ellos pertenecía particularmente a lord Grayle y ha sido legada al nuevo lord Grayle con la condición de que lady Grayle debe poder disponer durante toda su vida de muebles suficientes para la instalación de una pequeña casa durante su viudez. El resto del amueblamiento, incluyendo las piezas más importantes, cuadros y demás, están vinculados; esta parte incluye la mayoría de los muebles que han sido copiados y vendidos por «Benborough».
—¿Dijo míster Steeple si lady Grayle estaba enterada de esto?
—Dijo que no le cabía la menor duda, pero que no tenía ninguna prueba de que así fuese. La considera una mujer de negocios con muchísima agudeza.
—Entonces hay fraude, indudablemente. ¿Qué hizo con el dinero?
—Se han pagado sumas considerables a modistas y sombrereras, sin duda deudas antiguas, por más que no he tenido tiempo todavía de visitar a las casas implicadas.
—¿Ningún indicio de juego? ¿Corredores de apuestas?
—Sí, pero esto se extiende principalmente durante un largo período; no hay pagos importantes bajo este concepto desde que este dinero estuvo disponible.
—No es probable —dijo el comisario jefe—. No se puede prolongar una deuda con un corredor de apuestas como se puede hacer con una modista de sombreros. Por lo menos —añadió con una sonrisa—, así lo he oído decir.
—¿Y Moode? —preguntó sir Graham—. ¿En qué interviene?
—No hay la prueba absoluta de ello, señor. Lady Grayle no le ha pagado nunca nada por cheque, pero en su cuenta figuran sumas considerables sacadas en efectivo, y el cajero me ha dicho que pedía billetes pequeños, de una libra y de diez chelines; es decir, en billetes cuya numeración generalmente no es conservada. El período durante el cual estas sumas en efectivo, que ascienden a unas trescientas libras en menos de tres meses, fueron retiradas, corresponden aproximadamente al período de la carrera de Moode bajo la personalidad de míster George Mellett, inquilino de mistress Sparks, en Paslow.
—¿Puede usted probar que las recibió?
—No, señor, y, a falta de confesión, no veo la manera de conseguirlo. Ella debió verlo cotidianamente en el cumplimiento normal de su cargo y pudo por consiguiente darle el dinero en cualquier momento, y a menos de que alguien por casualidad la hubiese sorprendido temo que no nos será posible probar nada.
—Respecto a estas deudas en los almacenes, inspector, no comprendo por qué no acudió a ellos antes, incluso si el Banco le negaba el acceso a los libros. Me parece una cosa elemental dentro de la rutina de la investigación.
El jefe del ministerio fiscal no desdeñaba poder censurar a un joven agente cuando éste se encontraba en circunstancias que hacían difícil defenderse.
Poole, sin embargo, no tenía necesidad de ello; el mayor Faide habló en su auxilio.
—¿Por qué quería usted que investigásemos nada? —preguntó dando muestras de cierto calor—. ¡Todo el que conoce las circunstancias de su vida sabe y le dirá que la última persona de quien podía sospecharse que hubiese asesinado a lord Grayle era su esposa! Teníamos muchísimas más razones para creer que había sido Moode; el inspector Poole ha seguido esta pista prácticamente día y noche desde el principio. Incluso así, han transcurrido sólo ocho días desde el primer asesinato y, no obstante, todos los hechos prácticamente relacionados con él, así como con el segundo crimen, están en nuestras manos. ¡No creo que esto merezca un reproche oficial!
—No hacía ningún reproche —contestó sir Graham fríamente—. Y, no obstante, pese a lo que todo el mundo sabe, queda el hecho de que lord Grayle fue asesinado por su esposa.
—No diga usted eso, France —interpuso el comisario jefe—. Es responsable, criminalmente hablando, de su muerte, pero evidentemente sin intención. Si este caso sigue adelante, le será a usted difícil persuadir al jurado de que dicte un veredicto de asesinato contra ella.
El fiscal se encogió de hombros.
—No tengo ganas de buscar triquiñuelas —dijo—. Es una asesina y responsable de la muerte de su marido. Y será ahorcada, sí, señor.
El comisario entornó los ojos; abrió la boca para hablar, pero al ver la mirada de sir Johnson Homesdale, se detuvo. El representante del Home Office habló por primera vez, dirigiéndose al mayor Faide.
—¿Cuál es su teoría, entonces, jefe, respecto al móvil del crimen? Me refiero al asesinato del mayordomo, Moode, porque el otro es a todas luces un accidente emanado de la primera tentativa de matar al mayordomo.
—Suponemos que lady Grayle era víctima de un chantaje por parte de Moode —contestó el mayor Faide—. Probablemente descubriría de una u otra forma que hacía copiar y vender los muebles, muebles que no le pertenecían, y vio la manera de sacar ingresos de la situación. Lady Grayle no es mujer de tolerar tranquilamente que la exploten; yo la hubiera creído capaz de explicar la verdad a su marido y aguantar las consecuencias, pero supongo que no pudo soportar la idea de que supiese la sucia labor que estaba haciendo... y optó por el asesinato.
Sir Johnson se inclinó hacia el comisario jefe y susurró algo.
—Estoy de acuerdo —dijo éste—, es, con mucho, el menos grave de los dos. Bien, ¿es esto todo, inspector Poole?
—No, señor. Queda la cuestión de los venenos. He hallado el rastro del ácido cianhídrico, pero no sé de dónde ha sacado la escopolamina.
—¡Ah! ¿Ha hallado usted el rastro del ácido cianhídrico? —dijo el fiscal—. Éste es un punto importante para la Corona. ¿De dónde lo sacó?
—De un veterinario, señor; algo que dijo el doctor Calladine me puso sobre la pista. Cuando le pregunté si tenía esta sustancia, me contestó: «¿Me toma usted por un veterinario?» De momento, la cosa no me dijo nada, pero ayer me acordé de que el día anterior a la muerte de Moode, la secretaria de lady Grayle me dijo que ésta había ido a Melton Mowbray a ver un caballo suyo que estaba allí, al cuidado de un veterinario; tiene sus caballos de caza en Melton Mowbray durante la temporada y uno de ellos se había lastimado y no podía venir a «Tassart» para el verano. La cosa me impresionó como posiblemente relacionada con el crimen y por ello fui allá, ayer por la tarde; está a unas cuarenta millas de Windon. Encontré fácilmente el veterinario y me dijo que, en efecto, le había pedido la sustancia para matar un perro.
—¡Válgame Dios! —exclamó el comisario—. ¡Qué locura! ¡Después de toda la astucia desplegada en el primer caso, venderse así de esta manera!
—Supongo que contaba con que todo el mundo aceptaría la teoría suicidio —dijo el mayor Faide—. O esto, o no le importaba ya lo que pudiera ocurrirle con tal de matar el maldito chantajista... ¡como un perro! ¡Esto era lo que le importaba!
—Bien, para nosotros basta —dijo sir Graham—. Puede usted obtener un auto de detención basado en esto y seguir adelante con la instrucción.
—¿Y la escopolamina? —preguntó sir Leward Marradine, hablando por primera vez—. ¿Le ha dado a usted Lemuel alguna idea de cómo pudo obtenerla?
—Dijo que quizá la robó del armario del médico de la población. Dijo que era muy común su uso en los casos de maternidad y que todos los médicos rurales tienen existencias, pero el doctor Calladine dijo que él no la usaba nunca, y en todo caso, no encontramos en absoluto rastro en su casa.
—¿Los casos de maternidad? —sir Leward se quedó mirando a Poole y de repente se echó a reír. —Pero, mi querido inspector, ¿ha olvidado usted lo que le dije el día que lo mandé a «Tassart»?
Poole palideció intensamente.
—¡Pero, hombre! ¡Le dije a usted que durante la guerra lady Grayle había dedicado «Tassart» a Casa de Maternidad para mujeres solteras!