4 - Un entretenimiento hollywoodiense

«Dios creó las estrellas. Yo sólo hago que brillen»134.

SAMUEL GOLDWYN

UN día de verano de 1930 en Montecarlo el gran duque Dimitri presentó a Chanel a Samuel Goldwyn, que quería que Coco diseñara el vestuario de sus estrellas Joan Blondell, Madge Evans y Gloria Swanson. En la cumbre de la depresión económica americana, con trece millones de ciudadanos en paro, Goldwyn ofrecía a Chanel un millón de dólares (cerca de 14 millones de dólares actuales)135 si pasaba unas semanas en Hollywood. La oferta de Goldwyn llegó en un momento en que las revistas de moda americanas, francesas y alemanas festejaban la alta costura de Chanel. La revista Vogue había llegado incluso a contratar hasta cuatro fotógrafos de moda —Cecil Beaton, Edward Steichen, Horst y Hoyninge-Huene— para plasmar sus creaciones.

Era el momento perfecto para que Chanel saliera de París, para que probara algo nuevo. Su competidora más importante, Elsa Schiaparelli, estaba mostrando sus creaciones prácticamente ante las narices de Coco, en la place Vendôme, al doblar la esquina de la calle donde Chanel tenía su taller, en la rue Cambon. «La hechicera italiana estaba empeñada en cortar las alas a Chanel... con su arrebato de fantasía, surrealismo y extravagancia, que marcó la década de 1930»136. El arte y la fotografía eran las influencias más importantes en la moda, y Schiaparelli había hecho una serie de creaciones míticas en colaboración con Salvador Dalí, entre las que destacan el sombrero-zapato y el vestido con estampado de langosta.

Hollywood supondría un reto, pero además un viaje a América sería una ruptura con París y significaría alejarse de la sombra de Schiaparelli. Chanel estaba segura de su propia maestría y de su talento. Era, al fin y al cabo, una estrella consolidada, que marcaba tendencia en la ropa, las joyas y el perfume, «su fragancia [Chanel nº 5] era la más vendida en el mundo». Chanel había liberado a las mujeres de «los vestidos y los sombreros recargados... al transformarlos en ropa deportiva de punto, con detalles náuticos y pijamas para ir a la playa; ideas que afirmaba haber robado del vestuario de Bendor y de otras prendas masculinas»137.

Pero el negocio de la moda estaba perdiendo fuerza, herido de muerte por el impacto de la crisis económica en Europa. Goldwyn ofrecía mucho más que dinero. Era un genio de la publicidad y podría llevar a la casa Chanel a ser una pieza clave del negocio americano del vestir prêt à porter, sin la etiqueta Chanel, por supuesto.

Más tarde Chanel diría: «Hollywood es la capital del mal gusto. Era como una noche en el Folies Bergères. Una vez que todos saben que las chicas están guapas entre sus plumas no hay mucho que añadir; cuando todo es súper: súper sexo, súper producción, súper todo, todo acaba pareciendo lo mismo, y todo resulta vulgar»138. Pero Chanel no podía rehusar la oferta: la friolera de un millón de dólares, junto con la garantía de la experiencia en relaciones públicas del propio Goldwyn.

A pesar de su conocida aversión hacia los judíos Chanel firmó un acuerdo para una prueba con el productor, que, nacido Schmuel Gelbfisz, había vivido en el barrio judío de Varsovia. Un escritor contaba cómo Goldwyn hizo todo lo posible para mantener a los judíos lejos de Chanel. Además, ella se comportó correctamente, pues decía: «Hay grandes judíos, israelitas y también youpins...» (una forma peyorativa de denominar a los judíos en francés)139.

Las películas sonoras fabricadas en serie quedaban anticuadas muy deprisa y ya no estaban en sintonía con las modas tan cambiantes del momento. Los vestidos a media rodilla y la moda unisex pasó a la historia de la noche a la mañana, y los vestidos largos y ajustados los sustituyeron, o al menos eso es lo que parecía. «Lo que resultaba nuevo un año era viejo al siguiente, como las faldas largas de batán o la cintura alta que resultaba elegante y favorecedora»140. Algo tenía que cambiar. Goldwyn, un maestro en la creación de imagen, construyó otra fantasía hollywoodiense. Sus estrellas tenían que ser vestidas por Chanel y las «mujeres (a las que les gusta el cine) podrán ver en nuestras películas la última moda de París»141.

Chanel decidió que María Sofía Godebska, su envejecida amiga polaca Misia, tenía que ir con ella a Hollywood aunque sólo fuera para conquistar a Goldwyn con su lengua materna, el polaco. Y Misia necesitaba entonces un cambio. Su problema era que estaba viviendo una sórdida historia en París de desenfreno y libertinaje a finales de la década de 1920. Ella y su marido, José María Sert142, se habían enamorado de una joven y encantadora princesa de 19 años de origen georgiano que hacía sus primeros pinitos en la escultura; se trataba de Roussadana Mdivani, conocida como Roussy. Tremendamente bella y manipuladora, Roussy había llegado con sus padres a París como refugiados, y estaba estudiando arte cuando José María, que tenía 50 años, se enamoró de ella. Entonces Cupido también tocó a Misia con sus flechas. Las malas lenguas de París empezaron a hablar: «Un trío inseparable... un grupo siniestro de tres... la han drogado, se aprovechan de ella». «El encanto tártaro (de Roussy) ha cautivado al matrimonio Sert»143. Chanel había aconsejado a su amiga que dejara de jugar con fuego. En lugar de ello Misia dio a José María la aprobación tácita de compartir cama con Roussy. Los rumores en París propagaban que Misia había tenido relaciones íntimas con Roussy y que Chanel también lo había hecho con Misia. Respecto a esto último los biógrafos de Misia dicen: «Coco y Misia eran vistas muy a menudo juntas y su relación era tan fuerte que se decía que eran amantes»144.

Los affaires homo o heterosexuales eran comunes en la camarilla de Chanel, así como el uso de morfina. Los Sert, Cocteau y su nuevo amante, el actor de cine Jean Marais, Serge Lifar, Étienne de Beaumont, el pintor Christian Bérard, y el artista y editor Paul Iribe abusaban todos ellos de los estupefacientes. Además, hacía 1935 la propia Chanel era drogodependiente del Sedol, compuesto de morfina. Inconstante y caprichosa, pagaba los gastos médicos de desintoxicación de Cocteau, e incluso en una entrevista para una revista lo describió como un «pequeño pederasta esnob que no había hecho nada en su vida más que robar a la gente»145.

A pesar de que ambos eran fervientes católicos146, José María Sert y Misia se divorciaron por el procedimiento civil. José María, ya de mediana edad, se fugó con la joven Roussy de 22 años después de un matrimonio civil en La Haya. Misia estaba desolada.

A la llamada del creador de estrellas de cine, Goldwyn, Chanel se llevó a la desconsolada Misia y a un batallón de modelos, asistentes y costureras al Nuevo Mundo en la primavera de 1931 a bordo del Norddeutsche Lloyd SS Europa. Embarcando desde Calais, el crucero de lujo navegó por la ruta del gran círculo a 27,5 nudos y llegó a Nueva York cinco días más tarde. El manifiesto del buque recogía la fecha de nacimiento de Chanel como el año 1889, en lugar de 1883. De alguna forma se las había arreglado para quitarse seis años de encima; no sería la última vez que mentiría acerca de su edad.

En una suite del hotel Pierre en la Quinta Avenida y con vistas a Central Park, Chanel celebraría una rueda de prensa. En palabras de The New York Times: «No parecía una estrella de cine, sino una astuta mujer de negocios»147. Vestida con un sencillo conjunto de punto de color burdeos148 y una blusa blanca de punto con cuello y puños de piqué blanco, «una menuda y encantadora morena con un corte estilo bob contó a los periodistas (a través de un intérprete) que el pelo largo pronto volvería a estar de moda. Sólo con que algunas jóvenes elegantes lo lleven largo, el resto las seguirá».

Con Ina Claire, cuando Chanel trabajó en Hollywood diseñando el vestuario de las actrices de la Goldwyn, en 1931. |23|

Astuta como siempre, encantadora y muy francesa, intentó sutilmente vender su bisutería: «Llevaba un largo collar de perlas de varias vueltas alrededor del cuello y lucía una pulsera multicolor de piedras semipreciosas. Le gustaba la bisutería, explicó, con gestos muy elocuentes... Le gustaba llevar muchas joyas falsas durante el día, pero creía que las pequeñas joyas debían lucirse con ropa elegante»149.

Para el reportero de The New York Times Chanel parecía «un poco desconcertada ante los comentarios de los periodistas y de los miembros del comité de recepción que llenaban su suite»150. Pero más que perpleja, estaba enferma. Enfermó de gripe, pero eso no la privó de rociar a los periodistas y a los invitados con un pequeño atomizador de un todavía sin nombre —o mejor dicho sin número— nuevo perfume. Reveló a sus invitados que nunca había ido al cine. Que el perfume real es misterioso y que los hombres que llevan perfume son desagradables. Más tarde sugirió, sin explicación alguna: «Si eres rubia, usa perfume azul»151.

Chanel pronto partió para la Costa Oeste. Goldwyn había hecho todos los preparativos para su llegada triunfal a Hollywood. Un vagón de tren blanco esperaba para llevar a su estrella hasta la soleada California, y en el andén de la estación de Los Ángeles una gala de recepción aguardaba al equipo de Chanel. Greta Garbo estaba allí preparada para besar la mejilla de Chanel, y más tarde estaba programada una soirée en los estudios, donde Chanel conocería a las primeras figuras del Hollywood del momento. A la luz de los flashes Chanel era recibida con cariño por Erich von Stroheim, Claudette Colbert y Katharine Hepburn, que en aquel momento estaba rodando Mujercitas. Al fondo tres mil figurantes observaban desde los gigantescos decorados de rodaje.

Gloria Swanson vestida de Chanel en 1931 en la película Tonight or Never (Esta noche o nunca). |24|

Robert Greig y Gloria Swanson vestida de Chanel en Tonight or Never (Esta noche o nunca). |25|

Paul Iribe (a la derecha) en 1924 trabajando como director de la película Changing Husbands. Iribe y Chanel se enamoraron en 1931 cuando él la ayudó en sus negocios. Era el director del semanario de derechas Le Témoin, que publicó las maravillosas ilustraciones de Chanel. Iribe murió con Coco a su lado en 1935. |26|

Todo era demasiado grandilocuente y aburrido para Chanel, pero los cazadores de reportajes estaban entusiasmados y se mostraban muy efusivos. El biógrafo de Chanel y editor de Paris Match, Pierre Galante, escribió que tomaron champán auténtico y caviar, y que se «quedaron boquiabiertos ante las modelos parisinas y se rieron ante el ingenio francés»152. Los periodistas enviaban a sus respectivas redacciones telegramas muy obsequiosos hablando del séquito de Chanel y de que iban a presentarle a Greta Garbo: «El encuentro de dos reinas»153, proclamaban. Mientras Misia hablaba polaco con el obsequioso Goldwyn, llamando a Sam «Madre», Chanel aprendía las costumbres de Hollywood. Según Galante «las grandes actrices y los actores tenían que ser devotos, dóciles y sonrientes, o de lo contrario eran proscritos». Con miles de americanos sin trabajo los estudios habían impuesto un estricto código de moralidad y buena conducta; el divorcio estaba prohibido y los famosos eran fotografiados en los noticiarios y en las revistas de cine en sus sencillos hogares, asistiendo a su parroquia o hablando con el pastor. El reparto de Hollywood decretó: «Los actores [eran] fuertes como policías, puros como boyscouts y mesurados como cuáqueros; sin embargo, a pesar del “código americano de decencia” que los detectives de los estudios intentaron imponer, tras la velada apariencia, el desenfreno, el abuso de drogas y las orgías eran una forma de vida»154.

Coco, absorta, disfrutaba entre bambalinas con los detalles técnicos de la producción cinematográfica —los amplios estudios de sonido, las técnicas de iluminación y el maquillaje— mientras diseñaba el vestuario y sus ayudantes vestían a las actrices, tal como lo había hecho con los protagonistas de muchas óperas-ballet en París. Sus asistentes se pusieron a crear una exuberante parafernalia a la que los técnicos pudieran sacar partido. Chanel conocía su oficio, pero también sus limitaciones: «Nunca fui una modista, admiro a aquellos que saben coser, yo nunca aprendí, me pincho los dedos»155.

Chanel diseñó el vestuario para la obra maestra de Jean Renoir Rules of the Game (Las reglas del juego) de 1939, protagonizada por Mila Parély (a la derecha) y Nora Gregor. |27|

Chanel había esperado aplicar sus rigurosos estándares. Sin embargo, el corresponsal en Hollywood del periódico londinense Sunday Express describía los trajes pijama como «de mal gusto; a ninguna mujer le gustaría que la vieran muerta con algo así puesto»156. Incluso en 1931 Tonight or Never (Esta noche o nunca), la tercera película de Hollywood para la que Chanel realizó el vestuario, las primeras escenas muestran a Gloria Swanson con estos pijamas. Chanel y su equipo admiraban los vestuarios de Hollywood a pesar de que a veces podían ser un poco kitsch. Era obvio desde el principio que la aventura de Chanel en Hollywood estaba destinada al fracaso. Contó a su biógrafa Edmonde Charles-Roux: «La atmósfera de Hollywood era infantil; un día nos invitaba un famoso actor que había pintado todos los árboles de su jardín de color azul en nuestro honor... me hacía gracia, pero en cambio a Misia no le gustaba. Erich von Stroheim me impresionó porque estaba tomándose una venganza personal: un prusiano que hostigaba a subalternos judíos, cuando Hollywood era mayoritariamente judío. Aquellos judíos que provenían de Europa central consideraban al actor y director [Von Stroheim] una pesadilla familiar»157.

Al final Chanel se vio a sí misma demasiado refinada para el oropel de los estudios de Hollywood: las ostentosas fachadas, las preferencias de los magnates y los círculos de actores y actrices, así como los conflictos entre los egos de las divas del celuloide. Sus trajes ajustados de punto con cuellos y puños blancos no eran lo suficientemente glamurosos. A su enfoque le faltaba el encanto sexy que demandaban los actores y los directores para dar realce a sus películas. La discreta elegancia de los trajes Chanel resultaba aburrida para las pantallas de cine. Modestamente, Chanel dijo: «Sólo me gustan las películas de policías». En realidad sus creaciones tuvieron muy pocos comentarios y las películas en las que trabajó no cosecharon grandes éxitos.

Antes de volver a casa Chanel pasó por Nueva York. La gran ciudad le encantó. Allí se entrevistó con las dos más famosas editoras de revistas de moda de América: Carmel Snow de Harper’s Bazaar y Margaret Case de Vogue: las mujeres que dictarían lo que las americanas llevarían durante los años venideros.

De izquierda a derecha: Madge Evans, Ina Claire y Joan Blondell en 1932 en la película The Greeks Had a Word for Them (Tres rubias). Chanel diseñó el vestuario de las actrices. |28|

Chanel necesitaba más. Visitó Saks en la Quinta Avenida, Lord & Taylor, Bloomingdale’s y Macy’s. Sin embargo, los almacenes que realmente le fascinaron fueron el buque insignia del prêt à porter, S. Klein On the Square, ubicados en Union Square, Manhattan.

Allí descubrió los métodos del self service de Klein: mujeres de todas las profesiones y orígenes étnicos probándose un vestido tras otro bajo la supervisión de las vendedoras que mascaban chicle; grandes carteles rezaban: «¡NO ROBEN! ¡NUESTROS DETECTIVES LAS ESTÁN VIGILANDO!». «¡NO PEGUEN CHICLE DEBAJO DE LOS LAVABOS DE LOS SERVICIOS!».

Era una América desconocida para Chanel, que iba inspeccionando los miles de vestidos cortados al estilo de la moda francesa, y percibía que lo único que era distinto eran los tejidos. Las fortunas se hacían copiando e invirtiendo grandes cantidades en anuncios y propaganda. Para Chanel aquello fue una lección de por vida sobre el mercado de masas.

Después de casi un mes en América Chanel volvió a casa en el transatlántico SS Paris, junto con un grupo de americanos entre los que se hallaba la madre de Franklin D. Roosevelt. La breve aventura americana de Chanel fue a la vez dulce y amarga. Pudo ingresar una buena suma de dinero en su banco, y la publicidad que le dio todo aquello le otorgó ventaja sobre sus competidores en el mercado americano, incluso a pesar de que su estancia en Hollywood no fuera un éxito. Después de todo aquel bombo y platillo Chanel había vestido a Gloria Swanson para la película de Goldwyn Tonight or Never (Esta noche o nunca), a las chicas de Goldwyn en la comedia musical Palmy Days, y a tres de las grandes actrices del momento: Ina Claire, Joan Blondell y Madge Evans, en The Greeks Had a Word for Them (Tres rubias). Según The New Yorker, Chanel dejó Hollywood a causa de una rabieta. La revista afirmaba que los magnates del cine pensaban que los vestidos de Chanel no eran lo suficientemente esplendorosos. Chanel hacía que una mujer pareciera una dama, pero Hollywood quería que parecieran dos158.