CAPÍTULO IV

EL RELATO DE SOA

— Soy, seño, la sirviente de un hombre blanco, que es comerciante, y habita en las orillas del Zambezé, a cuatro jornadas de marcha de aquí, en una casa que mandó construir hace años.

— ¿Cómo se llama? -preguntó Leonardo.

— Los negros le llaman Mavum, pero su verdadero nombre es Rodd. Se trata de un buen amo y de una persona inteligente, pero que tiene el defecto de entregarse a la bebida de cuando en cuando. Hace veinte años desposó con una portuguesa, singularmente bella, cuyo padre habitaba en la bahía de Delagoa. Fue entonces cuando mi amo se instaló en las orillas del Zambezé, en la casa que hoy acaba de caer en ruinas; su mujer murió al dar a luz por vez primera, y soy yo quien ha criado a la niña Juana y no cesé de vigilar la hasta el día.

«Desde su viudez Mavum bebía mucho más, y sin embargo, en estado normal era un hombre amable, activo y emprendedor. En varias ocasiones logró reunir gruesas sumas revendiendo plumas, marfil y oro y poseía rebaños de ganado de centenares de cabezas. Entonces mostró su deseo de ir a un país más allá de los mares, a un país que no conozco y de donde vienen los ingleses.

»En esta intención, dos veces se puso en camino, llevándonos a mi y a su hija Juana, que es mi amita y a quien los negros han sobrenombrado la Pastora del Cielo, porque le atribuyen el don de predecir la lluvia. Durante el primer viaje, Mavum se detuvo en Durban, en el Natal, y entregándose a la bebida y al juego perdió todo su dinero en el espacio de un mes. La segunda vez, atravesando un río, la embarcación, en la cual se encontraba, fue echada a pique por un hipopótamo con su cargamento de oro y de marfil. A la tercera tentativa dejó a su hija en Durban, permaneciendo allí tres años hasta aprender todas las cosas que conocen las mujeres blancas; después de su aprendizaje la Pastora vino a la casa de su padre para ya no abandonarle. Hace un mes, cansada de la vida monótona en aquella soledad, manifestó el deseo de visitar el país más allá de los mares. Como Mavum la quería mucho prometió conducirla a condición de que le permitiera hacer un viaje preliminar, río arriba, con objeto de adquirir una provisión de marfil, ya en tratos. La niña no pudo convencerle de que desistiera de su proyecto.

»Marchó al día siguiente, y Juana, mi amita, estuvo mucho tiempo llorando; no es una joven miedosa, pero le desagradaba quedar sola y con más motivo sabiendo que su padre, sin freno alguno, se entregaría a la bebida.

»El tercer día de ausencia de Mavum, en el transcurso de la mañana, mientras que mi ama, según su costumbre se ocupaba en leer el libro sagrado donde están inscritas las leyes del Todopoderoso que ella adora, se oyó de repente un gran estrépito, y mirando por encima del muro del jardín, vi una fuerte tropa compuesta de blancos, de árabes y de mestizos, teniendo a la cabeza a un hombre montado en una mula y detrás la caravana de esclavos.

»Cerca de la finca, aquellos hombres atacaron haciendo disparos contra los criados de Mavum que huyeron en todas direcciones. Algunos habían caído prisioneros, otros heridos en la refriega, pero en su mayor parte lograron ocultarse a tiempo, porque trabajando en el campo a la llegada de la banda los vieron venir de lejos.

»Mientras que trémula de espanto los miraba entregarse al saqueo de la granja, observé a mi ama, con su libro en la mano, que huía en dirección del muro detrás del cual vi toda la escena. Bruscamente el hombre de la mula la detuvo, y fui a esconderme en un macizo de plátanos y desde allí continué en acecho a través de un boquete de la pared de piedra.

»El hombre era grueso y viejo. Tenía los cabellos blancos y la cara lívida llena de arrugas. Le reconocí en el acto, porque es el terror del país y había oído hablar de él muchas veces. Los portugueses le nombran Pereira, los negros le llaman el Diablo Amarillo, y su guarida, se encuentra en un lugar secreto, situado cerca de una de las bocas del Zambezé. Es allí donde amontona los esclavos de que puede apoderarse, y los traficantes de la región acuden dos veces al año con sus dhows para transportarlos al mercado.

»-¡En verdad que hemos hecho una buena captura! — exclamó con maligna sonrisa, mirando a mi amita que jadeante se apoyaba contra el muro -. Debe ser esa Juana de cuya belleza se hacen tantos elogios. ¿Dónde está tu padre, paloma mía? ¿En viaje de negocios, no es cierto? Precisamente por eso he venido aquí. El comercia con el marfil y yo trafico con otra cosa. A cada uno le llega su hora, ¿no es verdad? Por esta vez me siento satisfecho. No cae todos los días un ave rara, y cuento que esta presa me produzca un gran beneficio; los jóvenes han de pagar muy caro tan bellos ojos. Anda tranquila, paloma mía, antes de poco te encontraremos un marido.

»Aterrorizada, la pobre Pastora continuó mirándole con sus grandes ojos desorbitados como si no comprendiera muy bien la significación de sus palabras, pero al cabo de unos instantes, llevó lentamente su mano derecha hasta su cabeza. Entonces advertí que se daba cuenta de haber caído en esclavitud, adoptando por esta causa una resolución desesperada.

»Debo explicarle, señor blanco, que existe cierto veneno mortal del que yo sola poseo el secreto. Hace tiempo lo di a conocer a mi ama, y es tan fulminante que basta colocar una partícula del grueso de una hormiga pequeña, sobre la lengua de un hombre para que sea herido de muerte instantáneamente. Habituada Juana a vivir en la soledad de un país salvaje, donde los peligros son innumerables, lleva siempre una dosis en sus cabellos y así lo tiene á su alcance en un momento desesperado, si le amenaza un destino peor que la misma muerte. Creyendo que nadie en el mundo podía salvarla de ser esclava, quiso tragar el veneno, pero le hablé en voz baja, a través de la grieta del muro en una lengua antigua que yo le había enseñado y que es la de mi pueblo.

»-Detente, Pastora -le dije- mientras conserves la vida hay esperanza de que puedas escapar, pero de la muerte nadie escapa. No uses el veneno hasta el último minuto; tienes tiempo de tragarlo.

»Había escuchado y comprendido mis palabras porque la vi inclinar ligeramente la cabeza, dejando caer su mano a lo largo del cuerpo.

»-Ahora, si estás dispuesta -prosiguió Pereira-, vamos a emprender la marcha porque tenemos ocho días de caminata antes de llegar al nido que he levantado en la costa; ¿se sabe nunca cuando irán los dhows a buscar mis piezas de caza?

»-Estoy en su poder -respondió orgullosamente mi ama- pero no le temo porque tengo el medio de escapar si es necesario. Recuerde usted bien lo que quiero advertir de su crueldad será la causa de su muerte.

»Pronunciando estas palabras miraba uno a uno los cadáveres de, los sirvientes asesinados; a otros infelices a quienes cargaron de cadenas y de haces de leña para conducirlos en cautiverio, y las columnas de humo elevándose de la granja incendiada.

»La primera impresión del portugués pareció de espanto, aunque en seguida se rehizo persignándose como acostumbran a hacerlo las gentes de su país para protegerse contra una maldición.

— » ¿Mi paloma -dijo- se atreve a ser profetisa?¿También amenaza con huir cuando le agrade? Vamos, ya se verá en lo que queda todo eso… Entretanto, vosotros, traedme una mula para la señorita.

»Le llevaron la bestia, en la que fue izada mi ama. Después, los negreros, se pusieron a disparar sus armas, fusilando a los cautivos que les parecían de poco valor; los conductores azotaban a los esclavos con sus sjambochs de cuero de hipopótamo y la caravana se alejó a lo largo de la orilla del río.

»Segura de que todos habían partido, salí de mi escondite, corriendo en busca de los braceros de Mavum escapados a la matanza, suplicándoles que se procuraran armas y siguieran la pista del Diablo Amarillo hasta tener ocasión de libertar a la querida Pastora. Casi todos los capataces quedaron cautivos y el resto de los trabajadores, muy cobardes para comprometerse en una tentativa tan audaz, se limitaron a llorar la pérdida de sus compañeros y de sus kraals.

»-¡Infames! -les increpé- si os negáis a ir, voy a seguirlos yo sola; por lo menos que alguno de vosotros salga al encuentro de Mavum para advertirle de lo que sucede.

»Cuando les hube arrancado esta promesa, me dirigí en las huellas de los raptores, llevando conmigo una manta y provisión de víveres. Durante cuatro días pude seguirles sin descanso, pero al cabo de ese tiempo se agotaron mis energías y mi alimento. En la mañana del quinto día, incapaz de prolongar aquel esfuerzo sobrehumano me arrastré penosamente hasta la cima de un Kopje, con objeto de ver otro poco a los que me arrebataban lo que más quiero en el mundo. En el centro de la larga caravana, serpenteando a través de la llanura, distinguí dos mulas y en una de ellas una mujer. No tuve duda de que mi ama, al hallarse con vida todavía, era respetada.

»Desde lo alto del Kopje divisé a lo lejos, a la derecha, un pequeño kraal, y recurriendo a las últimas fuerzas que me quedaban llegué allí antes de la tarde. Me trataron muy bien al enterarles de que había escapado por milagro a los traficantes de esclavos. Supe entonces que los blancos, procedentes del Natal, vivían en la montaña próxima dedicados a buscar oro, y muy de mañana me puse en camino con la esperanza de que me prestaran ayuda, pues conozco el odio que tienen a los negreros. Ahora, cuando por fin encuentro a usted, deseo rogarle que libre a mi desgraciada amita de las garras del Diablo Amarillo. Señor, escúcheme bien; sé que mi aspecto es pobre y miserable, pero si usted realizado que le pido, prometo darle una gran recompensa. Sí, le revelaré el secreto que he guardado celosamente toda la vida; le enseñaré donde están los tesoros ocultos de mi pueblo «Los Hijos de la Niebla».

Oyendo las últimas palabras, Leonardo, que había escuchado con atención el relato de Soa sin interrumpirla, levantó la cabeza mirándola fijamente y preguntándose si el dolor la hizo perder la razón.

— ¿Estás en tu sano juicio, buena mujer? -le preguntó-. ¿No ves que estoy solo con un criado? Mis tres compañeros, de los que oíste hablar en el kraal, han muerto de fiebre; yo también me siento enfermo, y me pides que vaya a rescatar a tu ama del poder de los negreros, cuando ni siquiera sabes donde se encuentran. Ante todo, ¿quién me prueba que tu historia es verdadera?,

— Mi historia es cierta, señor; exacta en todos sus detalles y mi cabeza todavía no se ha trastornado. ¡Oh! yo sé que pido mucho… pero tampoco ignoro que los ingleses son capaces de realizar grandes proezas a condición de que se les indemnice espléndidamente. Sobre esto, viva tranquilo que tendrá usted una buena recompensa.

— Créame que enfermo como estoy, por el momento, me preocupa muy poco las recompensas -contestó con viveza Leonardo, a quien había picado el tono sarcástico de la mujer-. No hay más que una que me pudiera interesar y esta sería el curarme.

— ¿Sólo eso le detiene? -dijo Soa con calma-. Mañana estará usted curado…

— ¡Más vale así! -exclamó con sonrisa incrédula-. De cualquier forma; ¿cómo lograré encontrar a tu ama si tu misma ignoras donde está la guarida del portugués.

— Nadie conoce su refugio; tendrá usted que descubrirlo.

Leonardo reflexionó un instante y de pronto, golpeándose la frente como si una idea súbita le asaltara, y mirando al enano, que había asistido a toda la conversación sin tomar parte en ella, le dijo en holandés:

— ¿No has sido llevado una vez en esclavitud?

— Sí, baas, hace diez años.

— ¿De qué manera sucedió, Nutria?

— Fue después que me expulsaron de mi pueblo, a causa de ser yo muy feo para ocupar el puesto de jefe, como me correspondía por derecho de nacimiento. Cazaba cerca del Zambezé, acompañado de los guerreros de una tribu que me acogieron en mi destierro, cuando inesperadamente el Diablo Amarillo de que habla esta mujer se precipitó sobre nosotros con una banda de árabes y nos hizo prisioneros. Fuimos conducidos a su campamento, debiendo esperar allí a los dhows, pero el día en que éstos llegaron me salvé a nado. A todos los supervivientes se les trasladó en los barcos a Zanzíbar.

— ¿Y sabrías encontrar su campamento?

— Sí, baas, aunque es una empresa muy difícil; hay que pasar una senda que atraviesa inmensos pantanos, y luego el campamento está protegido por un foso lleno de agua. Para más seguridad nos vendaron los ojos durante nuestra última jornada de marcha, únicamente yo conseguí levantar la venda con mi nariz — ¡ah! aquel día me fue de un gran auxilio el tener una nariz muy larga- y pude observar el camino. Nutria no olvida los sitios que ha pisado una vez.

— ¿Te atreverías a conducirnos partiendo de aquí?

— Sí, baas. Rodearé primero las montañas, y dentro de diez a doce días de viaje llegaremos a la embocadura al sur del Zambezé, más abajo de Luabo, Hay que seguir el río una jornada, y después andar dos días a través de los pantanos, se encuentra el campamento. Te prevengo, baas, que está fuertemente defendido; cuenta con muchos hombres armados de fusiles, ¡y hasta con un cañón!

Leonardo reflexionó un instante preguntando a Soa:

— ¿Entiendes el holandés? ¿No?… Entonces te anuncio que mi criado acaba de explicarme el itinerario que se ha de seguir para encontrar el campamento del portugués. Por lo que conozco de los usos en vigor entre los traficantes de esclavos de la costa, los dhows, a causa de la siega no irán a buscar sus cargamentos humanos, hasta de aquí un mes. Tenemos tiempo por delante… pero no te hagas ilusiones; todavía estoy indeciso en acceder a tu pretensión. Es necesario primero que pese el pro y el contra.

— No me inquietan sus preocupaciones, señor blanco,- respondió Soa tranquilamente-; sé por anticipado que usted aceptará cuando, conozca la recompensa que le reservo. De eso pienso hablarle mañana, después que le cure de la fiebre. Ahora, ¡oh, negro!, muéstrame un sitio donde pueda tenderme para dormir, porque estoy rendida.