24
Aquella noche, el Rata no bebió ni una gota de cerveza. Eso nunca presagiaba nada bueno. A cambio, se tomó uno detrás de otro cinco Jim Beam con hielo. Estábamos matando el tiempo con una máquina pinball que había en un rincón oscuro, al fondo del bar. Era un trasto que te ofrecía horas muertas a cambio de cuatro monedas. Pero el Rata se lo tomaba todo muy a pecho. Por eso fue casi un milagro que aquella noche yo consiguiese ganarle dos de las seis partidas.
—Dime qué te pasa.
—Nada —dijo el Rata.
Volvimos a la barra, bebimos cerveza y Jim Beam. Luego, sin hablar apenas, escuchamos distraídamente las canciones que sonaban en la máquina de discos, una tras otra. Everyday People, Woodstock, Spirit in the Sky, Hey There Lonely Girl…
—Tengo que pedirte un favor —dijo el Rata.
—¿Qué favor?
—Quiero que veas a alguien.
—… ¿A una mujer?
Tras dudar un poco, el Rata asintió.
—¿Por qué me lo pides a mí?
—¿Hay alguien más? —Tras decir aquello con celeridad, el Rata tomó el primer sorbo de su sexto whisky y me preguntó—: ¿Tienes traje y corbata?
—Sí. Pero…
—Mañana a las dos —dijo el Rata—. Oye, las mujeres ¿qué crees que comen?
—Suelas de zapatos.
—¡Venga ya! —exclamó el Rata.