3. Yukio. Haruna. Un junco mecido por el viento

3

HARUNA. UN JUNCO MECIDO

POR EL VIENTO

De vez en cuando, Haruna se preguntaba qué tipo de persona era: «¿Soy una mujer sin escrúpulos? —reflexionaba—. ¿Soy una persona superficial?».

Se lo preguntaba durante la reunión matutina antes de clase, cuando la delegada de turno recogía los deberes para entregar, o mientras seguía con la mirada la silueta de espaldas de una madre cualquiera que salía del aula una vez finalizada la entrevista —en el colegio privado para chicas donde trabajaba Haruna, el importe de la matrícula era relativamente elevado y las madres de las alumnas llevaban ropa que, incluso de espaldas, se notaba que era de buena confección—, o los domingos por la mañana, en uno de los silencios repentinos que surgían mientras mantenía una conversación trivial con su madre.

Haruna Miyamoto. Treinta y cinco años. Eficiente profesora de inglés. Soltera. No era una belleza, pero tenía un rostro armonioso y agradable. Responsable. Atenta y solícita con sus alumnas. Voluntariosa. Ésa era su personalidad, desde el punto de vista de los demás.

Cuando se encontraba en una situación o en un escenario en el que actuaba según aquella descripción, Haruna se preguntaba invariablemente si de verdad era la persona que todos veían en ella.

“¿Soy tan buena persona como dicen? ¿O sólo es un papel que interpreto delante de la gente?”, se repetía melancólicamente, una y otra vez.

Haruna no sabía qué tipo de persona era.

Haruna solía quedar con el marido de Lili. Se llamaba Yukio Nakamura.

Lili y ella eran amigas desde el bachillerato. Se podría decir que eran amigas íntimas. Lili tenía muy pocas amigas. Era como una hermosa flor que crece en un recóndito rincón del bosque. Haruna tampoco tenía muchas amigas, pero no porque la envolviera una misteriosa aura de pureza como a Lili, sino porque prefería pasar el tiempo con hombres y no con mujeres.

Haruna quería mucho a Lili.

Aunque fuera una hermosa flor en un recóndito paraje boscoso, Lili no era tan puritana como para no permitir que los demás se acercaran a ella. Era una mujer normal y corriente. Le gustaban los accesorios bonitos y elegantes, criticaba a los demás de vez en cuando, escogía las tartas que llevaban más mantequilla y nata a pesar de que le gustaba mantener la línea y sabía perfectamente dónde vendían los pañuelos de papel más baratos.

Sin embargo, tenía pocas amigas.

Haruna pensaba que Lili era autosuficiente. Estar sola formaba parte de su personalidad. Se quedaba sola en casa, pasando la aspiradora. Iba sola al supermercado y metía leche, pan y espinacas en el carrito. Salía a pasear sola y se entretenía contemplando las margaritas de un prado perdido.

Aunque estuviera sola, Lili no parecía sentirse insegura. Haruna, en cambio, perdía el equilibrio al quedarse sola, y empezaba a balancearse como un junco mecido por el viento a orillas del río. “Por eso me enamoré de Yukio”, pensaba de vez en cuando.

Haruna se había enamorado de Yukio en el preciso instante en que lo conoció.

Ella lo había seducido. “Debió de tomarme por una de esas mujeres acostumbradas a seducir a los hombres”, pensaba Haruna.

En realidad, a ella le gustaba el cuerpo de los hombres, y quería acostarse con los que la atraían. No le importaba en absoluto que Yukio pudiera haberla considerado una mujer promiscua, más bien al contrario. Le convenía que pensara eso de ella.

Es posible que Yukio le gustara más de lo que ella misma imaginaba, aunque intentaba no darle demasiadas vueltas. Le gustaba tanto que corría el riesgo de abrazarlo en un momento de debilidad y gritar: “¡Ya no puedo vivir sin ti!”.

Su amor por Yukio la superaba.

“¿Hasta qué edad se considera virtuoso exhibir tu amor por la persona amada con toda su desnudez? En una mujer soltera de treinta y cinco años es, sin duda, un acto de inmadurez”. Eso le pesaba. Y la hacía suspirar.

A la mañana siguiente, Haruna tenía una cita con Yukio. Era la segunda en una semana.

“Me siento muy afortunada de poder quedar con él dos veces por semana”, susurró mientras consultaba la agenda.

A Haruna le gustaba esperar en la terraza.

El viento le acariciaba el pelo corto. Se sentía muy a gusto cuando el viento le alborotaba el pelo. Era un placer distinto al que sentía cuando se acostaba con Yukio, pero también era placer.

Al oír que alguien pronunciaba su nombre, Haruna levantó la vista. “¿Quién será? ¿Yukio, tal vez? Es demasiado pronto, suele llegar cinco minutos tarde”.

La persona que la había llamado era Lili.

¿Qué estaba haciendo allí? El corazón de Haruna empezó a latir acelerado.

Lili estaba con un chico de aspecto franco y transparente, y de musculatura pronunciada. Tenía la edad en la que la hierba fresca aún no ha perdido su elasticidad. Haruna, con el corazón desbocado, constató a primera vista que el joven tenía unos dedos muy bonitos.

“Seguro que es el amante de Lili”, pensó. Algo le decía que estaba en lo cierto, como una especie de alarma que se había disparado en su interior al ver a Lili con aquel muchacho. “Yukio no debe saberlo —pensó a continuación—. No puedo decirle que Lili está con otro hombre. No quiero que sufra por eso. No quiero provocarle la menor desdicha”.

Haruna se apresuró a enviarle un mensaje a Yukio: “¿Por qué no quedamos en otro sitio? No te muevas, ahora te llamo”.

Pero Yukio apareció. Precisamente ese día fue puntual.

—Perdona que te haya hecho esperar —se disculpó, a pesar de que no se había retrasado. Cuando llegaba más de diez minutos tarde, en cambio, nunca le pedía disculpas. Se limitaba a sentarse delante de ella sin mediar palabra, dejando caer su cuerpo corpulento en la silla con un golpe seco.

A Haruna le gustaba la silueta de Yukio. La ligera laxitud de sus hombros y caderas era demasiado incipiente para considerarse flacidez, pero probablemente lo sería al cabo de unos años. Tenía una constitución robusta. Su temperatura corporal era ligeramente más alta que la de Haruna. Después de hacer el amor, ella apoyaba la mejilla en su pecho y pensaba en las numerosas reacciones químicas que se estarían produciendo en aquellos instantes en el cuerpo de Yukio.

Yukio vio a Lili. Al principio, hizo una mueca indescriptible que reflejaba una extraña mezcla de nerviosismo y aturdimiento.

A Haruna nunca la había afectado que Yukio y Lili estuvieran casados, pero aquel día, cuando vio la expresión del rostro de Yukio al descubrir a Lili, se sintió extraordinariamente celosa. Era probable que ni siquiera él mismo fuera consciente de la expresión de su cara durante los breves instantes en que estuvo mirando a Lili.

—Hola —dijo entonces. Su voz sonó distorsionada, como un casete roto.

—Quiero ir a un hotel ahora mismo —dijo Yukio abruptamente.

—¿Cómo? —preguntó Haruna.

Lili y su amante ya se habían ido. Al final, Haruna y Yukio salieron del restaurante sin haber almorzado.

—Es que esta tarde tengo clase —se excusó ella, levantando la mirada hacia él. A pesar de que no era un día excesivamente caluroso, Yukio estaba empapado en sudor.

—¿Seguro que no puedes? —insistió él, con una voz más dulce que nunca a pesar de que acababa de sorprender a Lili con otro hombre.

Haruna se compadeció de él y sintió ganas de llorar.

—Lo siento, hoy no puedo.

Haruna y Yukio se despidieron. Ella volvió al colegio y él, a la oficina.

Aquella noche, volvieron a verse. Era su tercera cita en una semana. “Qué suerte tengo de poder verlo tantas veces en una semana”, pensó ella.

Fueron a tomar una copa. Aquello no era habitual. Casi siempre que quedaban a solas, iban directamente a un hotel. A veces iban a tomar algo si les sobraba tiempo al salir del hotel, pero Yukio solía tener prisa por volver con Lili.

Yukio parecía muy animado. Vaciaron una botella de vino entre los dos. Él no mencionó a Lili, sino que estuvo hablando del trabajo y de su música favorita —la música étnica sudamericana— con un humor inmejorable. No hizo la menor insinuación de querer ir a un hotel. Era la primera vez que pasaban juntos tanto tiempo. “Parecemos novios”, pensó ella. En ese preciso instante, cierto entusiasmo surgió en un rincón de su mente.

—¿Cocinas bien? —le preguntó él.

—No, qué va. Bueno, tal vez un poquito —repuso ella. Era muy extraño que Yukio se interesara por sus aficiones. Aquella noche estaban ocurriendo cosas inusitadas.

—¿Sabes preparar picnics? —insistió él, justo antes de beber un sorbo de vino.

—¿Quieres que te prepare uno? —se ofreció ella.

Él no le respondió. Mantuvo la vista clavada en el techo, como si no la hubiera oído.

La noche ya estaba bien entrada cuando Yukio le propuso que durmieran juntos. A Haruna se le cortó la respiración durante un instante. Puede que, en el fondo de su corazón, lo deseara vagamente. Pero procuraba ocultárselo a sí misma, porque si lo admitía y aquella vaga sensación adoptaba la forma de un pensamiento bien definido, sus deseos se le escaparían de las manos y empezarían a crecer descontroladamente.

Se limitó a responder que sí.

—Sí.

Haruna y Yukio llegaron al hotel sin hablar. Yukio caminaba más deprisa que de costumbre. En vez de alojarse en el hotel por horas que solían frecuentar, Yukio entró en un hotel normal de la ciudad.

—¿Cuántas noches? —les preguntó el recepcionista.

—Una —respondió Yukio—, o dos. Tal vez dos.

“Este hombre me pertenece —pensó Haruna mientras lo observaba—. Es mi hombre”.

El recuerdo de Lili se inmiscuyó brevemente en sus pensamientos. No sintió ningún remordimiento.

“Sé que Lili no ama a Yukio tanto como yo —pensó Haruna, que se sentía extrañamente eufórica—. ¿Qué estará haciendo Lili?”, se preguntó a continuación.

—Vamos —dijo Yukio.

—Sí —respondió ella mientras lo seguía.

—Eres una mujer misteriosa, Haruna —dijo Satoru, el chico al que había conocido hacía poco.

Era siete años menor que ella y trabajaba en una oficina.

—No tengo ningún misterio —protestó ella con cierta frialdad.

—¿Te burlas de mí? —repuso él, riendo.

Haruna también rio.

Era cierto. Haruna solía burlarse de Satoru. “¡Es tan tierno!”, pensó.

—¿Sigues con tu adulterio con ese hombre casado? —le preguntó Satoru mientras le acariciaba el pelo.

—¡No lo digas así! No es adulterio —objetó ella.

—Salir con un hombre casado es adulterio, ¿no?

—Adulterio —repitió Haruna brevemente.

Qué palabra más extraña. Tenía la sensación de que, cuando alguien salía con un hombre casado, como en su caso, y la relación recibía la etiqueta de adulterio, se convertía en un amor de mecanismo muy simple.

Adulterio. Un término que englobaba desequilibrio, cierta melancolía y excitación reprimida, y transmitía la percepción de que todos los adulterios acababan igual.

“En cierto modo, es sencillo —pensó Haruna—. Es tan sencillo que incluso envidio a las personas que viven un simple adulterio”.

—¿Cuál de los dos te gusta más? ¿El adúltero o yo? —le preguntó Satoru.

—No lo sé —respondió ella.

Era la verdad. Yukio le gustaba mucho, pero Satoru también le parecía adorable, aunque de una forma muy distinta. Del mismo modo que Endo. Kenichiro Takagi también, pero lo suyo había terminado recientemente. No podía quedar con él muy a menudo porque trabajaba con Yukio.

Endo llevaba unos tres años saliendo con Haruna. No estaba casado, así que su relación no se podía considerar adúltera. “Jamás me casaré”, solía decir. Sólo tenía treinta y tres años, así que ella nunca se había tomado en serio sus palabras. Aun así, le resultaba muy cómoda aquella relación en la que nunca se aludía al matrimonio.

—¿Lo hacemos otra vez? —le propuso Haruna a Satoru.

—No me lo digas así, que se me quitan las ganas —se quejó él, encogiéndose de hombros.

Sin embargo, justo después empezó a recorrer el cuerpo de Haruna con las manos, de arriba abajo, con la avidez pintada en el rostro.

—¡Me haces cosquillas! —rio ella.

—Tú has dicho que querías hacerlo, así que tómatelo en serio —replicó él, ligeramente airado. Haruna dejó de reír y le rodeó la cintura con los brazos. Satoru le levantó las piernas.

La noche del día en que Haruna y Yukio habían coincidido con Lili y su amante, Yukio le había hecho el amor a Haruna varias veces. “Estoy cansada”, protestaba ella, pero Yukio no tenía compasión.

Al día siguiente, al despertar, el sol estaba ya muy alto. Haruna había contemplado en silencio el rostro de Yukio, procurando no despertarlo. Una incipiente barba le ensombrecía el rostro. Tenía las pestañas muy largas. Haruna había tratado de acompasar su respiración a la de Yukio. Inspirar. Espirar. Inspirar. Espirar. Yukio respiraba más deprisa de lo que había previsto. Había sentido que se ahogaba intentando respirar a su ritmo.

Yukio había abierto los ojos repentinamente.

“Buenos días”, había susurrado Haruna. Él no le había respondido. Parecía medio dormido. “¿No deberías volver a casa?”, le había preguntado a continuación. No lo decía por Lili, sino para que pudiera cambiarse de ropa. “Da igual”, había contestado Yukio.

Ella se había quedado un rato tumbada a su lado, sin decir nada. Todavía le costaba creer que se hubieran despertado juntos, y no se había atrevido a tocarlo a pesar de que la noche anterior se habían acariciado como si fueran incapaces de despegarse. Aquella mañana, a Haruna le bastaba con estar tumbada a su lado en silencio.

Había cerrado los ojos con fuerza una vez y, acto seguido, se había levantado de la cama. Yukio había permanecido tumbado, observándola distraídamente mientras ella se ponía la ropa interior y se maquillaba.

“No usas mucho maquillaje”, había comentado de repente.

Instintivamente, Haruna había estado a punto de preguntarle si Lili se esmeraba más con el maquillaje, pero se había reprimido a tiempo. No quería que la presencia de Lili enturbiara la primera mañana que compartían a solas.

Una vez vestida, Haruna se había sentado apoyando el trasero en el borde de la cama. Yukio seguía bajo las sábanas.

“¿Qué harás esta noche?”, le había preguntado ella en voz baja. “Dormiré aquí”, había decidido Yukio, tras una breve reflexión. “¿Quieres que venga yo también?”. “Como quieras”. “Vendré. Vendré sin falta”, le había asegurado ella, dando pequeños botes encima de la cama. La vibración se había transmitido al cuerpo de Yukio, que también botaba un poco. “¿Quedamos en el mismo sitio?”, había propuesto Haruna, sin dejar de saltar. Lo había dicho rápidamente, para no darle tiempo a pensar. “Está bien”, había aceptado él.

“Es como un niño —había pensado Haruna—. Cuando está medio dormido, parece tan indefenso que da lástima”. “Luego te enviaré un mensaje”, se había apresurado a decir Haruna. A continuación, se había levantado de la cama. “Hasta luego”, había dicho Yukio con voz apagada, como si aún no estuviera del todo despierto. “Hasta luego”, había respondido ella con alegría, acariciándole suavemente la mejilla con la palma de la mano.

“¿Qué significan los hombres para mí?”, pensaba Haruna, con la misma frecuencia con la que se preguntaba qué tipo de persona era. “¿Por qué tengo relaciones con tantos hombres?”.

Haruna se acostaba con Yukio entre una y cinco veces cada quince días, unas dos veces a la semana con Satoru y aproximadamente una vez a la semana con Endo. Para una mujer soltera en la flor de la vida era un porcentaje estadísticamente alto.

“Me acuesto con muchos hombres. Lo hago por instinto, como el agua que busca su propio cauce. Puedo intimar con cualquier hombre porque todos me parecen agradables y encantadores. ¿Es posible que no pueda vivir sin un cuerpo masculino a mi lado? No, eso no es cierto. Podría vivir sin sexo. De vez en cuando me apetecería, pero si no lo hiciera tan a menudo pronto dejaría de sentir esa dependencia. Entonces, ¿es posible que me guste la sensación de estar enamorada? El corazón desbocado, los encuentros pasionales. Sentirme especial. No lo sé. La verdad es que no tengo ni idea”.

Haruna sólo sabía que Yukio le gustaba mucho y que Satoru también le gustaba, sin que ambos sentimientos fueran incompatibles. Salir con Endo también le resultaba agradable. Eran todos distintos, pero tenían algo en común: deseaban a Haruna.

“Es como si tuvieras varias facetas”, le había dicho Endo una vez. “Sí. Tengo la faceta de profesora perfecta, la de chica obediente y otra faceta bastante lujuriosa”, había bromeado Haruna. Endo había ladeado la cabeza, pensativo. “No es exactamente eso. No sabría cómo definirlo”. “¿Ah, no? —había exclamado Haruna—. ¿Qué es entonces?”.

Endo había estado un buen rato reflexionando y, al final, había dicho: “Tus facetas corresponden a los diferentes roles sociales que interpretas en cada escenario de tu vida”. “¿Cómo quieres que te entienda si me hablas con esas palabras tan complicadas?”, había reído ella.

Haruna y Endo estaban en un bar. Lo habían elegido juntos y era el local perfecto para ambos, con un ambiente sofisticado y hogareño al mismo tiempo. Pero Haruna sabía que, si fuera a ese mismo bar con Yukio, se sentiría incómoda, puesto que era el lugar ideal para la pareja que formaba con Endo.

“Tu estado de ánimo es inalterable —había proseguido Endo, inclinando lentamente su copa de ron—. No eres de esas mujeres que tan pronto se enfadan como se excitan o se sienten eufóricas”, había añadido. “Ya —le había respondido Haruna—. ¿Y qué relación tiene mi estado de ánimo equilibrado con mis múltiples facetas?”. “Cuando estás conmigo, modificas tu estado de ánimo para adaptarte a mí. Y lo mismo haces cuando estás con otras personas”.

Haruna había soltado una carcajada forzada. A Endo no le había dicho que salía con otros hombres, así que su comentario la había dejado atónita. Se preguntó si Endo le estaría reprochando su promiscuidad.

“Tienes una capacidad de autocontrol increíble”, había proseguido Endo, en un tono de voz monótono que no permitía adivinar si había percibido o no la confusión de Haruna. “¿Eso crees? En realidad, no tengo autocontrol. Lo que pasa es que vivo como me gusta, eso es todo”, le había respondido ella en voz baja, algo insegura.

Endo se había quedado pensativo tras oír su respuesta. Había abierto la boca como si quisiera decir algo, pero había permanecido en silencio. En vez de hablar, había esbozado una leve sonrisa. Una sonrisa de hombre adulto.

“En fin, no importa”, había concluido. Luego había apurado de un trago el ron que le quedaba en la copa. Haruna también había terminado su cóctel anaranjado. Era más refrescante de lo que parecía por el color, pero tenía un sabor ligeramente amargo. Endo le había pedido al barman que le sirviera a Haruna un cóctel según lo que ella le inspirase. “Ya no sé nada —había pensado Haruna—. No sé nada de mí, ni de los hombres con los que salgo, ni de Lili, ni del mundo”. “El cóctel estaba delicioso”, había dicho entonces. A continuación, había inclinado la cabeza para despedirse del barman y de Endo y se había levantado con gesto tranquilo.

Al final, Yukio regresó a su casa tres días más tarde.

Mientras estuvieron juntos, Haruna y Yukio no mencionaron a Lili ni una sola vez.

Había transcurrido la primera mitad de las vacaciones de verano. A finales de agosto, Haruna tenía programada una salida escolar para el Mito con el grupo de segundo de bachillerato, del que era tutora. Mito era la abreviatura de “trabajo de campo”. Hasta que no empezó a dar clases, Haruna desconocía las numerosas palabras propias del mundo escolar, como por ejemplo catwalk (el espacio estrecho situado en la parte superior de un gimnasio), grupo lectivo (que se refería a cualquier concepto relacionado con el tutor y los responsables de un curso lectivo) o jornada formativa (un día no lectivo a la semana, aparte del domingo. A pesar de su denominación, no era un día dedicado a la formación del profesorado).

—La semana que viene tengo que ir a Kansai —le dijo Haruna a Yukio, sin levantarse de la cama.

Yukio inclinó lánguidamente la cabeza, que reposaba sobre sus brazos cruzados.

—Kansai es muy calurosa en verano —observó.

—Algún día me gustaría ir contigo a Kioto —dijo Haruna, con un hilo de voz.

Yukio no le respondió. Desde aquel desafortunado encuentro, Haruna y Yukio habían vuelto a la rutina habitual (o, por lo menos, eso parecía a simple vista). Quedaban, hacían el amor precipitadamente y, al terminar, Yukio regresaba con Lili a toda prisa.

—Me gustó mucho dormir contigo aquellas dos noches —le dijo Haruna en un tono neutro, ni demasiado grave ni demasiado ligero.

—Sí —asintió Yukio.

Haruna tenía muchas ganas de preguntarle por Lili, pero hacía esfuerzos desesperados por morderse la lengua. No había vuelto a hablar con Lili desde aquella mañana, y tampoco había tenido noticias de ella, naturalmente.

Aquel día, Yukio también se marchó pronto. Volvía con Lili, dejando atrás los momentos compartidos con Haruna.

En cualquier otra ocasión, Haruna habría regresado a su casa de inmediato, pero aquel día estaba demasiado alterada. Marcó el número de Satoru, deseando que no le respondiera.

Satoru descolgó enseguida.

—Hola, Haruna. Precisamente ahora estoy libre. ¿Vamos a tomar algo?

Satoru acudió diligentemente al lugar donde se habían citado. Era un chico adorable.

Tomaron una copa mientras picaban algo. Como no había comido nada durante su cita anterior con Yukio, a Haruna pronto le subió el alcohol a la cabeza.

—Haruna, tengo ganas de hacerlo —le dijo Satoru.

Para entonces, Haruna ya estaba borracha.

—Hagámoslo —accedió.

Abrazados, fueron a un hotel. Haruna no se había duchado después de acostarse con Yukio. Nunca lo hacía cuando había estado con él, así conseguía llevarse su presencia a casa y conservarla hasta que se disipaba por completo.

Cuando Satoru la tocó, Haruna se sorprendió momentáneamente. Era la primera vez que se acostaba con dos hombres en el mismo día. “No sé si me gusta”, pensó, sin saber exactamente a qué se refería.

Satoru se mostró más apasionado que de costumbre. Haruna reaccionó con idéntico fervor. Cuando se acostaba con un hombre, siempre le venía a la cabeza la expresión darlo todo. Mientras se arrimaba a Satoru dispuesta a darlo todo, Haruna se preguntaba qué tendría Yukio para que le gustara tanto.

“Gracias, Satoru —musitó para sus adentros—. Soy una mala mujer —pensó a continuación—. Aunque suene incluso arrogante”.

Cuando terminaron, Satoru le rodeó la cabeza con los brazos.

—Me parece que te quiero —le dijo.

Haruna no respondió.

«Tuvo miedo. Y también sintió una ligera, ligerísima alegría. Cuando Yukio no me responde, puede que se sienta como yo me siento ahora», pensó entonces. Satoru añadió algo más.

—¿Cómo? —preguntó Haruna.

—Que deberías dejar a tu amante adúltero —repitió.

Ella no le contestó.

Cuando Haruna regresó a Tokio de su viaje a Kansai, el verano ya daba los últimos coletazos, a pesar de que aquel año había empezado más tarde de lo habitual.

Aunque todavía estaba de vacaciones, Haruna iba al colegio todos los días. Como no tenía un horario fijo, podía ir por la mañana o por la tarde, pero normalmente se quedaba todo el día. No sabía qué hacer con su tiempo libre.

Desde su última cita, Satoru le escribía y la llamaba con frecuencia. Haruna intentó recordar si antes también era así. Tenía la sensación de que, hasta entonces, era ella la que solía llamarle más a menudo, pero no lo recordaba bien.

—Profesora Miyamoto —la llamó Saito, la jefa de estudios.

Saito tenía unos cincuenta años y era profesora de ciencias sociales. Siempre llevaba chaleco, tanto en invierno como en verano. En verano lo llevaba de lino y en invierno, de lana. Al parecer, eran los chalecos que habían pertenecido a su padre.

—Disculpe la indiscreción, profesora Miyamoto, pero me gustaría preguntarle si tiene previsto casarse —la abordó Saito.

A pesar de que era la coordinadora, siempre mantenía un trato respetuoso con sus compañeras de trabajo y les hablaba de usted.

—No —respondió Haruna con rotundidad.

—¿Ni siquiera tiene la intención de entrevistarse con posibles pretendientes? —insistió Saito.

—Veo que le gusta ir directa al grano —observó Haruna riendo—. No, no me lo había planteado.

—Usted tampoco se anda con rodeos —comentó Saito riendo a su vez.

—La verdad es que, ahora mismo, tengo algún que otro problema amoroso —le confesó Haruna.

Saito volvió a reír.

—Así que problemas amorosos…

Saito y Haruna estuvieron hablando un rato de Kansai: «El templo de Kosanji me gustó mucho, pero a las alumnas les pareció demasiado sobrio. Yo prefiero el templo de Todaiji. La estatua del Gran Buda es enorme, y muy bonita».

En el momento oportuno, pusieron fin a la charla y ambas retomaron sus quehaceres. Había sido una conversación típica de adultos. Haruna pensó en la sugerencia de entrevistarse con posibles pretendientes. Aquella noche, cuando quedó con Satoru, sacó el tema de las entrevistas de matrimonio concertadas.

—Yo tuve una —admitió Satoru.

—¿Cuándo? —quiso saber ella, atónita.

—Hace dos meses —le respondió él, sin alterarse.

Haruna se sorprendió aún más.

—No sabía que estuvieras a punto de casarte —observó entonces, con cara de extrañeza.

Satoru se echó a reír.

—¿A punto? ¡Qué va!

La conversación sobre entrevistas de matrimonio fue el detonante para que, aquella noche, Satoru le hablara de sus amores del pasado. De su primer amor. De su primera cita (que no fue con su primer amor). De las novias que lo habían dejado sin contemplaciones. De la incómoda entrevista de matrimonio que había tenido dos meses antes.

«Son historias que pueden salir a la luz sin tener que ocultarlas —pensaba Haruna—. Son tan puras y convencionales, que podrían aparecer en las páginas familiares de un periódico. Ultimamente, Satoru habla mucho de sí mismo. Yukio siempre habla de sus cosas, pero Satoru no lo hacía nunca».

—¿Cuántos hermanos tienes? —le preguntó Haruna de repente.

—Ya te lo dije. Tengo un hermano menor que se llama Akira.

—¿Ah, sí? —dijo ella.

—Sí. Ya tiene veintiséis años, pero se pasa el día perdiendo el tiempo, sin trabajar. ¡Me da una envidia! —exclamó Satoru, que parecía verdaderamente celoso—. Por cierto, ¿te gustaría ir conmigo a Kioto algún día? —le propuso a continuación.

—Claro —accedió Haruna.

«Últimamente estoy un poco distanciada de Endo —pensó entonces—. Será porque no hago más que quedar con Satoru. Por mí, podemos seguir distanciados. Seguiré quedando sólo con Satoru. Y si tampoco veo a Yukio, mejor».

En cuanto la asaltó aquel último pensamiento, Haruna notó que todo su cuerpo se estremecía.

Dejar de ver a Yukio.

Aquellas palabras resonaban en su cabeza. Sintió una especie de burbujeo en la piel. El oxígeno dejó de llegarle al cerebro. Su campo de visión se nubló.

—¿Qué te pasa? —se interesó Satoru.

—Nada —respondió ella, despacio.

—¿Te apetece otra copa? —le ofreció él.

—Vale —aceptó Haruna, y le dedicó una sonrisa. Satoru se la devolvió.

—¿Te gustaría conocer a mi hermano? Es demasiado pronto para presentarte a mis padres, pero había pensado que podríamos empezar con Akira —sugirió él, mientras levantaba el brazo para avisar al camarero.

—Vale —accedió Haruna de nuevo.

«¿Qué será de mí de ahora en adelante? —pensó distraídamente—. Tengo la sensación de ir a la deriva».

Pronunció el nombre de Lili para sus adentros, como si estuviera alargando el brazo para agarrarse a un bote salvavidas.

«Mañana tengo que ir a recoger las fotos del Mito. Iré al baño y llamaré a Yukio. Tengo que acordarme de comprar caramelos para la reunión. ¿Cómo era el templo de Kosanji? No me acuerdo muy bien. Mañana iré a trabajar por la tarde. Sería un poco incómodo encontrarme con la profesora Saito a primera hora. Creo que le voy a enviar a Lili una postal de verano».

Estos pensamientos dispersos revoloteaban en la cabeza de Haruna como pequeños fragmentos de papel.

—¿Tienes tiempo de ir a tomar algo a otro sitio? —le preguntó Satoru.

—Sí —respondió ella.

La noche estaba muy avanzada.

«Me hundo en la noche como un pececillo en el agua», pensó Haruna, embriagada.

—Pues vamos. —Satoru se levantó.

—Sí —repitió Haruna, agarrándole el brazo con fuerza, como si se estuviera apoyando en él.

Bajó las escaleras del local tambaleándose. La noche era cada vez más densa.

Soportando el peso de la noche sobre su cuerpo, Haruna volvió a llamar a Lili en silencio.