2009. Los límites del control (The Limits of Control)
Para mí, un guión es solo un mapa que se crea de antemano y que debe crecer a medida que trabajamos. De algún modo he enfatizado ese concepto en esta película. Lo he llevado más lejos porque tenía menos con lo que empezar. Quería que el film se encontrara a sí mismo. Debía ser muy consciente, mientras trabajaba, de que cualquier cosa podía cambiar y de que llegarían nuevas ideas, que debían ser recibidas y procesadas. El problema era que nuestro plan de rodaje era muy corto. Y eso se convirtió en algo verdaderamente extenuante porque tenía a estos grandes actores que venían al rodaje solo por unos días, y tenía que conseguirles vestuario y ensayar y escribir sus partes mientras rodaba no menos de dieciséis horas al día. Trabajamos duro para rodar rápido, pero también para permitir que las ideas siguieran apareciendo. Afortunadamente, Chris Doyle es extremadamente rápido y centrado cuando trabaja. Sin ello, no sé cómo podría haber hecho la película en seis semanas y media, moviéndonos por toda España61.
A estas alturas, todos hemos tenido tiempo suficiente para decidir si Jim Jarmusch nos gusta o no, y creemos que la mayoría seguimos considerándolo el director independiente más importante del cine norteamericano, como hace unas décadas pudo serlo John Cassavetes. Lo que no podemos esperar es que toda la obra de Jarmusch sea siempre igual; por eso de vez en cuando nos sorprende con una comedia accesible, como Flores rotas, y por eso después nos puede devolver a su universo más cerrado, como sucede con Los límites del control, seguramente una de sus mejores obras y al mismo tiempo una de las más incomprendidas, seguramente porque su grado de artificio es uno de los mayores de la carrera de Jarmusch. Hay quienes han querido ver la película como una versión revisada (o actualizada) de El reportero (Professione: reporter, Michelangelo Antonioni, 1975). También podrían atenerse a lo que verdaderamente es y no buscar comparaciones que quizás no llevan a ninguna parte. Porque podrían recordar que la productora de la película es Point Blank, y que ese es el título original de A quemarropa, la película de John Boorman donde Lee Marvin recorría las calles de Los Ángeles como quien recorre el infierno. En esta película, el personaje principal (a quien interpreta Isaach De Bankolé) recibe instrucciones constantemente que lo mueven en una u otra dirección. Él transporta cajas de cerillas con diamantes, y en cuanto entrega una le dan otra. Todos los personajes con los que se encuentra tienen algo que contarle, alguna reflexión (sobre el sexo, la comida, el dinero...), un comentario, un estado de ánimo. Sin embargo, él nunca participa en las conversaciones. Va de Madrid a Sevilla, deambulando por un paisaje donde la gente se pregunta constantemente qué hace allí y quién es, si habla español. La Rubia (Tilda Swinton) le habla de cine porque es una cinéfila; el Mexicano (Gael García Bernal) le habla de viajes; Guitar (John Hurt) recita una y otra vez la misma poesía («La vida no vale nada»)... Muy pronto va a encontrarse con un americano (Bill Murray), el único que aparece en la historia y que cambiará el destino del protagonista, porque es su destino: el hombre a quien tiene que matar, acaso la encarnación del siniestro político Dick Cheney62. En la película se insiste a menudo en que «aquel que pretenda ser más grande que sus semejantes debería ir al cementerio para comprender qué es la vida después de todo: un puñado de polvo».
Hay límites de hasta dónde puede ser controlada tu imaginación. Y la película, para mí, trata también sobre eso. Tu imaginación no puede ser controlada por alguien que te diga que esto es la realidad. Y ahora nos damos de bruces contra la realidad porque, por ejemplo, podemos decir que no nos gustan los combustibles fósiles, y que no creo en la usura, así que no creo en las tarjetas de crédito. Pero esta es la estructura de este modelo de lo que llamamos realidad. Como cineasta, no puedo dejar de volar en un avión o de conducir mi coche o de usar una tarjeta de crédito. Todo lo hermoso en la historia de la humanidad procede de la imaginación. Y creo que vivimos en un período muy interesante. Casi siento como si viviéramos realmente en la cúspide del apocalipsis del pensamiento, porque todos estos viejos modelos que nos dicen que son la realidad están tambaleándose. El sistema económico mundial es un sistema ridículo, y se está cayendo. Es una ficción. Como también lo es el tipo de energía que usamos. Nuestras imaginaciones son más poderosas. Creo que todas estas cosas están empezando a caer63.
Isaach De Bankolé interpreta al asesino sin nombre.
Jarmusch es un director fiel a los detalles, a quien le importa menos la progresión dramática que la atención y el mimo a pequeñas cosas dispersas por los encuadres. Salta a la vista, eso sí, que él puede estar preparando un proyecto durante años, como le sucedió con este, y conseguir un resultado compacto, lleno de equilibrio. En ese sentido, no se le puede emparejar con ninguno de los directores postmodernos del tipo de Quentin Tarantino, que tienen un estilo a menudo inconexo y espasmódico. Jarmusch no es el típico director de cine collage. Tiene una visión compacta y serena, casi clásica, aunque de apariencia anómala. Y aquí esa visión no solo se puede apreciar en los detalles arquitectónicos que definen su visión de España, tan anómalos por otra parte (pues Madrid se encapsula en las Torres Blancas, que puede que sean de los edificios más emblemáticos de la capital pero en ningún caso la definen ni dentro ni fuera de nuestras fronteras, y Andalucía queda encapsulada en una casa de las afueras de Almería que, de hecho, podría definir a cualquier país meridional, no necesariamente a España), sino también en la forma de vestir y comportarse del protagonista, a quien primero vemos con un traje pero al final del film aparece con un chándal propio de un inmigrante africano (lo cierto es que Isaach De Bankolé nació en Costa de Marfil). Uno de los juegos de la película gira en torno a la extraña manera que tenemos de identificar a los demás y de identificar las marcas que definen a otras culturas. Jonathan Rosenbaum hace una brillante apreciación al respecto cuando establece concomitancias entre el protagonista de Los límites del control y los de A quemarropa y El silencio de un hombre, asegurando que por mucho que en la primera película Lee Marvin recorra las calles de Los Ángeles, bien podría estar recorriendo la superficie de Marte, y que por mucho que en la segunda Alain Delon recorra las calles de París, bien podría estar recorriendo las de Tokio, algo que deja claro el grado de extrañamiento que producen los recorridos de Isaach De Bankolé por España en Los límites del control, que bien podrían describir la laberíntica red de calles de cualquier zoco árabe64.
Isaach De Bankolé y John Hurt.
Si Madrid y España en general no podrían haber encontrado una forma más inusual de quedar definidas metonímicamente en la película, los personajes no se quedan atrás en ese sentido. Nadie tiene nombre, ni siquiera una personalidad definida, en Los límites del control, a no ser por las canciones que cantan algunos personajes, por alguna prenda de vestir o por el acento con el que hablan (en especial Gael García Bernal, cuyo acento mexicano está más marcado incluso que en sus colaboraciones con Alejandro González Iñárritu). Al asesino interpretado por Bankolé, por ejemplo, un grupo de chicos sevillanos le preguntan si es un gánster estadounidense, a lo cual él contesta simplemente que no, aunque la duda que deja entrever la pregunta es si al final nuestra idea de los gánsteres y de la mafia en general no ha acabado patentándose a través de las películas y no tanto a través de la realidad. Sin embargo, la pregunta provoca una profunda extrañeza cuando uno repara en el hecho de que Bankolé es un actor de color y que los actores de color no son precisamente característicos del cine negro (aunque existan excepciones, una de ellas, y bastante notoria, Ghost Dog: El camino del samurái).
Hace unos años, al preguntarle un periodista por qué no dirige películas en Hollywood, Jarmusch respondió que porque nadie le llama para hacerlas. Vale la pena retener su respuesta y no confundirlo así con un disidente a quien trabajar en los márgenes de la industria le gusta por el grado de independencia que conlleva. A menudo su manera de decidir si a continuación realiza un cortometraje o un largometraje viene determinada por el azar, por las contingencias, por cuánto dinero puede encontrar para financiar un proyecto, por los metros de película virgen que tiene a mano. Aun así, conviene tener en cuenta que en esta película ha contado con actores de la talla de Bill Murray, Tilda Swinton, Gael García Bernal, Luis Tosar... La lista es impresionante. Y de algún modo viene a demostrar que casi todos los actores comerciales quieren trabajar con cineastas de la talla de Jarmusch porque son los que de verdad les proponen verdaderos retos. Algo así fue lo que también animó a Chris Doyle (conocido por sus maravillosas colaboraciones con Wong Kar-Wai) a encargarse de la fotografía de la película.
Nunca he sido analítico en mis películas. Siempre he puesto cosas en ellas sin analizar por qué. Esta vez quería hacerlo de un modo más radical, de manera que una estructura de producción basada únicamente en veinticinco páginas me garantizaba que no hay otra forma de hacer la película. Tendrás que seguir tus instintos. Fue algo muy liberador. Por ejemplo, al escoger las cuatro pinturas en el museo, yo quería que fuesen de pintores españoles, cuadros que de algún modo me conmovieran y que tuvieran relación con la historia, y los escogí muy rápido. Había muchas pinturas cubistas, y yo escogí aquellas que me hablaban directamente. Aquí va otro buen ejemplo. Luis Tosar habla de la estructura molecular de los instrumentos musicales. Tilda Swinton habla sobre cine. Youki Kudoh habla sobre la reconfiguración molecular y las cosas que en ciencia son posibles porque podemos imaginarlas. John Hurt habla sobre el origen de los bohemios (de Bohemia) y de la palabra bohemio, que es algo particularmente curioso en mi caso, pues mi abuelo fue bohemio (nacido en Bohemia), pero no en el sentido de llevar boina o de tocar los bongos. Gael García Bemal habla de drogas alucinógenas, de reflejos, de la percepción de la realidad y de cómo la conciencia puede ser alterada con el peyote. Y luego Bill Murray habla de cómo nuestra mente está intoxicada por las películas, la música, la ciencia, los bohemios y las drogas alucinógenas. Bueno, yo no tenía esos temas en mente cuando empecé a rodar. Los escribí cuando ya estábamos en España, cuando nos preparábamos para rodar o cuando ya estábamos rodando. Todos estos temas confluyen cuando el personaje de Bill Murray suelta su letanía de todos los temas que han sido abordados, pero esas cosas no estaban todavía en el guión, así que las iba encontrando a medida que avanzábamos65.