Capítulo 9
LAS ruedas del enorme Boeing tocaron tierra
en el aeropuerto de Heathrow, en Londres. El avión se fue
deteniendo poco a poco hasta llegar a la puerta de desembarque que
le habían asignado.
Kristi atravesó la terminal hasta el puesto
de control donde mostró su pasaporte y luego fue a recoger sus
maletas. Pasó la aduana y salió a la calle.
Tomó un taxi y se sentó en asiento trasero
mientras el conductor metía su equipaje en la maleta. El vehículo
se puso en marcha y comenzó a abrirse paso para colocarse en la
cola de salida del aeropuerto.
Estaba nublado y hacía frío, sobre todo si
se comparaba con la temperatura de Ridyah. Ella fijó su atención en
lo que ocurría más allá del parabrisas.
Todo un cúmulo de emociones se mezclaban en
su cabeza y en su estómago. Por un lado la felicidad y el alivio
que le causaba la liberación de su hermano. Por otro, estaba
Shalef.
La despedida había sido terriblemente dura.
A pesar de su propósito de mantenerse inalterable, aquel
beso intenso y apasionado la había
perturbado. Sin embargo, se habían dicho adiós con la frialdad de
dos comerciantes que acaban de finalizar una reunión de negocios,
no con la emoción de dos amantes.
«¿Qué esperabas?», se dijo a sí misma. «Te
sentías atraída por ese hombre, sucumbiste a su magnetismo sexual y
compartiste algunos días y algunas noches de pasión. No te engañes
con fantasías sobre algo más».
Dentro de una semana estaría de vuelta en
Australia, y aquel romántico idilio en el desierto con un jeque
árabe nacido en Inglaterra se iría desvaneciendo en el aire.
Pero sabía que nunca sería capaz de
olvidarlo, que ningún hombre podría ocupar su lugar.
Amor, deseo y pasión: ¿debían ir siempre
unidos o podían ocurrir por separado? La cruda realidad era que las
mujeres eran mucho más fácilmente víctimas de la emoción que los
hombres.
Kristi observaba distante el transcurrir del
taxi por las calles de la ciudad. Finalmente llegaron al hotel en
que se alojaría.
El portero tomó las maletas y se dirigieron
a la recepción.
Llegó a la habitación y, una vez allí, sacó
del equipaje sólo aquello que le resultaba imprescindible. Se
desvistió, se dio una larga ducha con agua caliente y decidió
dormir un rato. Aunque era medio día, su cuerpo estaba habituado al
horario de Ridyah y no había conseguido dormir durante el
vuelo.
Cuando se levantó era casi de noche. Se puso
un albornoz, se hizo una taza de té y pidió que le sirvieran algo
de comer en la habitación. Después de cenar llamó a sir Alexander y
le informó de la inminente liberación de su hermano.
A las nueve encendió la televisión hasta
pasada la media noche. Luego se acostó unas horas y se levantó muy
temprano.
No quería abandonar el hotel por temor a que
hu-
biera algún mensaje relacionado con la
llegada de Shane, de modo que quedó con Georgina para comer en uno
de los restaurantes del hotel.
—Cuenta —la instó Georgina cuando ya habían
terminado de comer y estaban saboreando un delicioso postre de
frutas y helado.
Kristi levantó los ojos y vio la sonrisa
curiosa de su amiga.
—¿Que te cuente qué?
—La liberación de tu hermano es algo
maravilloso, pero quiero detalles sobre Shalef bin Youssef Al-Sayed
—los ojos de Georgina centellearon intensamente y se inclinó
ligeramente hacia adelante en espera de una respuesta.
—¿Qué detalles?
—Me niego a creer que no te has sentido
atraída por ese hombre.
Le habría resultado muy fácil confiarle a su
amiga todo lo sucedido, pero temía que eso terminaría por causarle
aún más dolor e incluso arrepentimiento.
—Fue un anfitrión muy atento.
—Kristi, eso no es más que una evasiva —la
reprendió Georgina.
—De acuerdo, ¿qué quieres saber? ¿Que es un
hombre con un tremendo magnetismo y que todas las mujeres caen
rendidas a sus pies? —y no pudo evitar decirse a sí misma «tal y
como has hecho tú».
Habían pasado ya dos días. ¿Habría estado
con sus amigos en Ridyah, con Fayza? ¿Habría cenado con ella y
satisfecho su apetito sexual? Sólo pensar en ello le hacía sentirse
físicamente enferma.
—¿No piensas terminarte el postre?
—No, gracias —dijo Kristi recobrando la
compostura—. ¿Pedimos café?
Por la noche cenó con sir Alexander y con
Georgina. Al volver al hotel se encontró un mensaje en clave
en el que le indicaban que Shane llegaría a
la mañana siguiente.
Apenas pudo dormir. Dio sólo unas
cabezaditas. No sabía la hora exacta de su llegada ni tampoco el
número de vuelo, de modo que lo único que podía hacer era
esperar.
El teléfono sonó antes del mediodía. La voz
de su hermano hizo que se agolparan en su estómago y en su cabeza
todo un caudal de emociones contradictorias que acabaron
convertidas en un mar de lágrimas.
—¿Estás en este mismo hotel? —no se lo
podría creer hasta que no lo tuviera delante, en carne y hueso—.
¿En qué habitación estás?
—Por favor, pide algo de comer al servicio
de habitaciones y que acompañe una botella de champán. Dame veinte
minutos para ducharme y afeitarme —le dijo Shane con su habitual
jovialidad—. En seguida estaré contigo.
A los quince minutos, Shane aparecía por la
puerta. La tomó en brazos con entusiasmo y comenzó a dibujar
círculos con ella por el aire. Luego la dejó en el suelo y la miró
de arriba a abajo.
—¿Qué tal hermanita?
Sus carcajadas sonaban como siempre y su
sonrisa no había variado, pero parecía cansado y había perdido
peso. Era alto, con el pelo algo más oscuro que ella. Tenía unas
facciones bien definidas y una piel algo endurecida por el
Sol.
—¿Qué tal tú? —le preguntó Kristi. Se
dirigieron a la mesa que había al final de la habitación. La comida
acababa de llegar. Ella lo miró intrigada mientras descorchaba la
botella y llenaba dos largas copas con el champán.
—Estoy de vuelta y de una pieza.
—¿Estás bien?
—Ya me ves.
—Creo que a partir de ahora deberías
dedicarte a asuntos que no estén relacionados con ciertos
países
—dijo Kristi con inquietud—. No quiero tener
que volver a pasar por todo esto.
Sus ojos se miraron fijamente durante unos
segundos.
—Está claro, Kristi. Por cierto, qué
influencia utilizaste para conseguir mi liberación.
—La del jeque Shalef bin Youssef
Al-Sayed.
Un expresivo silbido se le escapó a
Shane.
—¿Puedo preguntarte como entraste en
contacto con él?
—Al principio fue a través de sir Alexander
Ha-rrington.
-¿Y?
Ella se encogió de hombros.
—Di mi palabra de no decir nada más.
No era necesario aclarar nada más. Ella
había prometido mantener todo cuanto sabía en secreto y no
importaba que fuera su hermano, no revelaría sus fuentes ni sus
estrategias.
—¿Voy a conocer a Al-Sayed?
—Puede ser. No lo sé —levantó una mano y se
atusó el pelo—. No estoy segura.
Shane notó cierto nerviosismo en su gesto y
en su voz que le hicieron recapacitar unos segundos. Si ella había
resultado dañada en modo alguno, alguien tendría que pagarlo
caro.
—Venga, cuéntame todo lo que pasó —le instó
Kristi.
Shane le contó con todo detalle la historia
desde que fue capturado. Ella reconoció los errores que él había
cometido.
—Esta tarde se enviará una nota informativa
a la prensa —dijo él con resignación—. Habrá una avalancha de
periodistas y tendré que convocar una rueda de prensa. Mañana
tomaré un avión para Sydney.
—¿Tan pronto?
—Los medios australianos querrán su parte de
acción en vivo y en directo —dijo con cierta ironía—. Después
quiero descansar algún tiempo.
—Tal vez yo pueda tomar el mismo vuelo —dijo
ella pensativamente. Le parecía que habían pasado años desde que
había salido de Australia. Necesitaba dar un repaso a los
acontecimientos desde su casa. ¿Cuánto hacía que había tomado el
primer avión de camino a Inglaterra? Sólo cinco semanas que
parecían media vida.
—No, no sería recomendable que fuéramos
juntos. Deja pasar unos días antes de volver.
Lo miró con detenimiento. Se le notaba
cansado y algo tenso.
—Debes descansar, dormir todo lo que puedas
— le dijo ella en tono preocupado.
—Lo haré. Tengo que hacer una serie de
llamadas, pero a lo mejor lo dejo para mañana por la mañana.
Él se levantó con intención de irse a su
habitación. Se encaminó hacia la puerta, le dio un efusivo abrazo a
su hermana y salió de la habitación.
Kristi lo vio alejarse por el pasillo. El
suplicio había terminado.
A las pocas horas, Kristi hizo una reserva
de avión a Sydney y compró su billete. Empezaba a creer que se
marcharía de allí, que volvería a casa y que la rutina diaria se
encauzaría de nuevo.
Los días transcurrieron rápidamente.
Georgina se encargó de que así fuera. El primer día se la llevó de
compras, a cenar y al teatro. A la mañana siguiente se fueron a un
salón de belleza donde les dieron un masaje, les hicieron una
limpieza de cutis, la manicura y la pedicura. Luego comieron y se
marcharon al cine.
—Esta noche es para mí —le dijo Kristi a
Georgina al salir del cine—. Me voy al hotel a cenar en mi
habitación y a acostarme pronto. Y no quiero que me convenzas para
salir esta noche, que te conozco y eres muy capaz de lograrlo si te
lo propones.
—Y lo voy a intentar —respondió Georgina con
una sonrisa picara.
—Mañana tengo que estar muy temprano en el
aeropuerto.
—Pues duermes en el avión —Georgina se dejó
llevar por el entusiasmo—. Esta noche nos vamos a una
discoteca.
—¿Y llegar a casa a las tres de la mañana?
Ni hablar.
—¡Es tu última noche en Londres y no puedes
pasarla sola! —protestó Georgina.
—Ven y lo verás.
—¿Me vas a obligar a que llame a Jeremy para
que me acompañe esta noche?
—Que le diviertas —le dijo Krisli con un
guiño de ojo que le provocó a Georgina una carcajada.
—Lo haré, no te quepa duda.
Georgina le dio dos besos a Kr-isti y se
despidió.
—Estás al lado del hotel. Yo tomo un taxi
aquí. Nos vemos mañana en el aeropuerto. ¿De acuerdo?
Eran casi las seis cuando Kristi llegó al
hotel. Tomó el ascensor y entró en su habitación. No había ningún
mensaje para ella. Pidió algo de comida al servicio de
habitaciones. Luego se quitó la ropa y se puso una bata.
La comida llegó y picó un poco. No tenía
apetito. La televisión no ofrecía nada demasiado interesante, así
es que a las diez se preparó para meterse en la cama. Se quitó los
restos de maquillaje, se lavó los dientes y se metió en la
cama.
Pero no podía conciliar el sueño. Yacía en
la cama con la mirada fija en el techo. Para eso habría sido
preferible irse de copas con Georgina. Por lo menos las luces y la
música la habrían sacado de ese estado de abatimiento en el que se
encontraba. Se sentía triste.
Debió de quedarse dormida porque se despertó
al
día siguiente bastante tarde. Se dio una
ducha que la ayudó a despejarse y ver la vida con mucho más
optimismo. Pidió que le trajeran el desayuno y comenzó a hacer el
equipaje.
Llamaron a la puerta. Debía de ser el
camarero con el desayuno. Cruzó la habitación y abrió sin
mirar.
—Pase.
Pero aquel hombre alto y moreno, vestido con
un traje impecable no era un camarero.