Capítulo 29.

 

 

Aquella mañana, después de ducharse y arreglarse, bajó a la planta baja y una asistenta le ofreció un desayuno continental. La verdad es que estaba hambrienta después del despertar que había tenido.

Megumi apareció en el salón a las ocho de la mañana perfectamente vestida y arreglada. La hija de Ichimonji le propuso pasear por una de las calles más lujosas de Tokio, Ginza, pues tenía que comprarse un vestido para una de las fiestas que su padre pretendía dar en un par de días.

Cuando se bajaron del coche en aquella amplia avenida, Bec que ya había sido avisada por Nicholas, sentía la presencia de los dos guardaespaldas de Ichimonji en su retaguardia mientras Megumi no paraba de hablar.

El lugar se daba un aire a la quinta avenida, salvando las diferencias en cuanto a la arquitectura de los edificios, le llamó poderosamente la atención que, en lo que a primera vista parecían ser bloques de oficinas o viviendas, en realidad eran mini centros comerciales; cada edificio tenía delante un cartel que indicaba qué comercios y tiendas había en cada planta. Para acceder a ellos entrabas en el edificio como si fuera un bloque de pisos, por escaleras o ascensor. Jamás había visto algo semejante, desde luego que si toda la ciudad era así te podrías pasar la vida entera explorando y nunca lo podrías ver todo.

Mientras ella observaba aquella calle, Megumi le había contado que había estudiado economía en la Sorbona de París y que había hecho prácticas en la empresa Müller en Alemania, durante dos años. Su padre, quería convertirla en su sucesora en los negocios, cosa que no era muy habitual en la sociedad nipona ya que era mujer.

—Bec, ¿puedo preguntarte algo?

—Claro que sí, lo que quieras —le contestó mientras se paraban en un escaparate de Dolce y Gabanna—. Los gritos que oí esta mañana, ¿eran vuestros?

—Lo siento, lo siento muchísimo —le contestó Bec roja como un pimiento, e inclinó el tronco manteniendo la mirada al suelo con los brazos pegados al cuerpo como era costumbre en Japón, para pedir disculpas—. No pensé que nos oirías desde tan lejos.

—No estaba lejos, estaba debajo de vuestra habitación en el gimnasio —le dijo Megumi viendo la turbación de su invitada—. Creo que en este caso, el porte que se gasta Nicholas va en consonancia con todo lo demás, ¿verdad?—la miró expectante Megumi.

—No me puedo creer que acabes de decir eso. Si te oyera tu padre…

—No te preocupes —la cortó Megumi—, mi padre es muy tradicional, pero en la vida se me ocurriría tener una conversación así delante de él. Es simplemente que las relaciones occidentales me llaman mucho la atención puesto que en mi país, las cosas se hacen de otra manera.

—¿Hace mucho que conoces a Nicholas? —le preguntó Bec recordando que Nicholas le había hablado de ella.

—Desde hace cinco años o menos, ahora no me acuerdo. Ha venido a Tokyo para hacer negocios con mi padre, y alguna vez nos lo hemos encontrado por alguna ciudad de Europa —le explicó Megumi—, pero te voy a decir una cosa. Cada vez que lo veo está más bueno, más joven y más guapo.

Las dos jóvenes se rieron mientras seguían caminando por aquella amplia calle. Entraron en Tiffanys, donde Megumi se compró un conjunto de pendientes y gargantilla de diamantes. Cuando Bec vio lo que aquello costaba, pensó en la cantidad de comida que un indigente podría comprar para no pasar hambre el resto de su vida, es más, podría salir de la calle con el valor de aquellas joyas.

Megumi le entregó la bolsa a uno de los guardaespaldas y continuaron andando, entrando en tiendas cada vez más lujosas. Era la una y media de la tarde. El tiempo se había pasado muy rápido, así que Megumi decidió enseñar a Bec uno de sus restaurantes de sushi favorito en Ginza, Sushi Yoshitake, donde pudieron degustar las especialidades típicas del país preparadas delante de ellas por un Sushi Chef con tres estrellas michelín a sus espaldas, por supuesto para poder cenar en este local, Megumi había reservado hacía dos semanas.

—Si no te importa, avisaré a Nicholas de que no iremos a casa a comer —le dijo Bec, antes de entrar en el restaurante.

—Claro, te esperaré dentro —Megumi dio la orden en japonés a uno de aquellos hombres para que la custodiara, mientras ella entraba seguida por su otro protector al restaurante.

Bec sacó de su bolso el móvil y la tarjeta que aquella mañana le había entregado Nicholas. Era sencilla pero muy elegante, con su nombre y el número de teléfono escrito en letras doradas.

—¿Sí? —contestó Nicholas, al segundo tono.

—Hola secretario, ¿cómo estás? —preguntó Bec riéndose.

—Un poco saturado la verdad. Tenía intención de llamarte, pero me di cuenta de que no tenía tu número, ¿es éste Bec? —le preguntó Nicholas saliendo de la sala de reuniones.

—Sí, es mi número, pero dime, ¿para que ibas a llamarme?

—No saldremos de aquí hasta bien entrada la tarde. Nos quedaremos a comer en un restaurante cercano.

—Yo te llamaba por lo mismo. Megumi me ha invitado a comer y quería avisarte por si llegabas a la casa del señor Ichimonji y no me encontrabas.

—Es un detalle que me hayas avisado Bec, pero supongo que los guardaespaldas ya se lo habrán dicho a Ichimonji.

Bec se había dado cuenta de que a veces aquellos dos hombres que las seguían parecía que hablaban solos. Pero claro, seguramente estarían contándole a Ichimonji por donde iban y que hacían.

—¿Sobre qué hora acabareis? —preguntó Bec cambiando de conversación.

—¿Me echas de menos o te has cansado de la verborrea de tu acompañante? —le preguntó Nicholas en tono jocoso—, espero que me hayas hecho esa pregunta porque me echas de menos —se corrigió poniendo voz más seria.

—Te lo tienes un poco creído, Nicky —Estaba disfrutando de aquella conversación, parecía la típica conversación entre novios y no quería colgar el teléfono—. Dime, ¿llegaste a tiempo esta mañana? Porque en el colegio si no llegas a tu hora, te castigan saliendo más tarde y con deberes extra.

—No me importaría volver a llegar tarde —le contestó Nicholas con voz ronca, oyendo la respiración de ella al otro lado del auricular mientras esperaba unos segundos para responder a la pregunta—. No sé a qué hora llegaremos, así que disfruta del día. Perdóname, pero tengo que volver a la reunión.

—De acuerdo, nos veremos después. No trabajes mucho —le dijo sonriendo.

—Hasta luego.

—Por cierto Nicky… me debes una llamada —Y colgó sin esperar respuesta.

Megumi y Bec habían pasado una tarde preciosa. La verdad era que se le recordaba mucho a Shanon porque hablaba por los codos. Megumi le había seguido contando parte de su vida; la muerte de su madre, las amistades que tenía, las parejas que había tenido…Llegaron a la casa, y después de desempaquetar y guardar todo lo que Megumi había comprado, se fueron al salón principal. Sentadas en frente de una gigantesca pantalla lcd, Megumi le propuso ver un anime que tenía grabado y que no había podido ver porque había estado ayudando para la instalación de los huéspedes. Llevaban tres episodios cuando vieron entrar a los hombres que regresaban de la reunión. Ichimonji se acercó a su hija y le pidió que lo siguiera a su despacho.

Nicholas, después de entregarle su chaqueta y su maletín a uno de los sirvientes, se dirigió a Bec que ya estaba de pie para recibirlo.

—¿Te duele la cabeza? —le preguntó viendo cómo se frotaba la frente.

—No te preocupes, es solo cansancio. Estaba deseando verte.

La atrajo hacia él, y cogiéndola de las mejillas, la besó. Como había sido desde el principio no le dio un pico, sino que la besó con ansiedad profundizando cada vez más.

Aunque había sido ella la que había puesto la condición de que solo la besara cuando había público, se vio pérdida en aquel beso y sin importarle quien estuviera mirando, lo abrazó por la cintura atrayéndole más hacia ella y comenzó a abrir la boca.

Nicholas, sorprendido porque ella se hubiera entregado así, le metió la lengua y se vio recompensado cuando ella también introdujo la suya.

Sabía que besarla iba a ser especial pero no quería público. Así que finalizó el beso, y apoyando la frente en la de ella le susurró.

—Si vuelves a besarme así, te llevaré donde nadie pueda vernos y te haré el amor.

Bec, que aún estaba recuperando el aliento, notó la erección de Nicholas. Lo miró a los ojos y le habló en tono desafiante.

—Ten cuidado con lo que dices, al fin y al cabo, el que ha roto parte del pacto eres tú, Nicky.

—Tienes parte de razón, pero entenderás que no iba a desaprovechar la ocasión.

Volvió a frotarse la frente. Tenía un dolor de cabeza de mil demonios. Bec, viendo como fruncía el ceño le dijo que se fuera a acostar un rato y que ella le subiría un calmante, pues no tenía buena cara.

Bec se encontró con Nicholas tirado en la cama con un brazo tapándose los ojos y con las cortinas opacas corridas con lo que no había mucha luz. Encendió la luz de la mesilla de noche y se sentó a su lado.

—Me tienes preocupada, ¿va todo bien?

—Solo es cansancio —le contestó Nicholas mientras tomaba la medicación que ella le ofrecía disuelta en un vaso de agua.

—Sé que la que se cierra como una almeja soy yo —le dijo esbozando una sonrisa intentando que él también sonriera—, pero si necesitas contarme algo, aquí estoy.

—No soy hombre de compartir preocupaciones —le dijo secamente, mientras dejaba el vaso vacío en la mesilla.

—Muy bien. Te dejaré solo con tus pensamientos —Bec se levantó de la cama con intención de dejarlo descansar.

Cuando estaba abriendo la puerta, se encontró con un cuerpo que la aprisionaba contra la puerta, mientras ésta se cerraba con un golpe. Tenía a Nicholas detrás.

—Por favor, no te vayas —le dijo en la oreja—, es solo que estoy acostumbrado a tragarme la mierda solo.

Bec se giró quedándose frente a él y asintió. Nicholas dejó que entrara un poco de luz en la habitación, y llamó por el teléfono que había en la pared al servicio de la casa pidiendo que subieran, café, leche entera y desnatada, azúcar y algo dulce para comer.

Mientras esperaban al servicio, Bec se sentó en una mesa de cristal que había en la habitación, con dos sillas, frotando los pies descalzos contra la suave alfombra. No se dio cuenta que Nicholas sacaba algo del maletín que previamente había dejado el criado en la habitación, se quedó anonadada cuando lo vio con unas gafas puestas. No sabía que utilizara gafas, pero si ese hombre ya era guapo sin nada en la cara, con aquellas gafas con monturas al aire y patillas eran negras como su cabello, podría ser chico de anuncio de cualquier óptica.

El personal de servicio no tardó nada en subir y depositó en la mesa de cristal lo que se le había encargado. Cuando aquel hombre pequeño abandonó la habitación, Nicholas se sentó frente a ella y comenzó a prepararle el café como a ella le gustaba.

—Con las gafas tienes más pinta de secretario que de presidente de una empresa —le comentó con mirada traviesa mientras él se preparaba su café—. No sabía que las utilizaras.

—Aún no sabes muchas cosas de mí. Soy bastante coqueto y no quiero que la gente me confunda con un secretario —Le devolvió la sonrisa.

—Te alivian el dolor de cabeza, ¿verdad? —le dijo ella en tono más serio—. ¿Cuándo te ha empezado?

Nicholas no estaba acostumbrado a dar explicaciones, pero había salido disparado de la cama cuando vio que ella pretendía dejarlo solo. Así que no pudo más que ceder y explicarse.

—La reunión de esta mañana no ha ido como esperaba. Todos están impresionados con los avances que mi empresa ha logrado con la cirugía estética. Pero Villalobos es un hueso muy duro de roer y nos está poniendo las cosas un poco difíciles.

—¿Puedes contarme de que trata la reunión? Quizá pueda darte otro punto de vista —le dijo interesada.

—Tendrás que disculparme, pero no puedo comentar nada ni siquiera a ti—hizo un gesto con la cabeza y volvió a sorber el café.

—De acuerdo, pues…dime qué le pasa a Villalobos —insistió ella.

—Lo que le pasa es que no cree en el proyecto y no hace más que poner trabas —dijo en tono enfadado—. Podrían demostrarle como convertir el agua en vino y seguiría pensando que es solo una ilusión.

—Bueno… ese ejemplo no es muy bueno, ¿no crees? Hoy por hoy, hay muchos ilusionistas que lo hacen —le dijo ella intentando que se explicara mejor.

—El problema es que lo que yo ofrezco no es una ilusión. Es algo real y tangible pero aún me queda un cartucho por quemar —dijo un poco para sí mismo, intentando guardar su mayor secreto.

—¿Qué ocurre si Villalobos no está de acuerdo?

—Se le echará de la reunión y se buscará otro inversor —contestó secamente.

—Pues échalo, ¿cuál es el problema? —dijo convencida.

—No es tan sencillo. Ha sido invitado por Ichimonji, y en este país, solo puede echarlo él.

Bec se dio cuenta de que Nicholas no iba a querer hablar más de todo aquello. Así que acabaron el café y se prepararon otro mientras lo acompañaban de unas galletas de jengibre.

Cuando terminaron, Nicholas le dijo a Bec que iba a trabajar un poco hasta la hora de la cena, pero le pidió que se quedara con él en la habitación.

Bec se quedó sentada en un sofá que había cerca de la pantalla lcd, y comenzó a ver las noticias mientras Nicholas trabajaba en su portátil con las gafas puestas, pensando en no tener que llegar al extremo de enseñar, con una prueba más que viviente, lo que su empresa podía llegar a conseguir en el campo de la cirugía

 

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