Capítulo 2.

 

 

Habíamos llegado a la casa del jefe, aunque más que una casa era un almacén abandonado que había sido utilizado por el ejército en los años cincuenta y que ahora se encontraba totalmente transformado, como si fuese un hotel de una sola planta. Todo en él era lujo; tenía habitaciones individuales que serían utilizadas por diversas personas a modo de suites y de despachos, salón de baile, biblioteca, sala de audiovisuales, gimnasio, piscina…Estaba perfectamente iluminado por halógenos, que le daban un aspecto acogedor y cálido. Era como entrar en un hotel de cinco estrellas, salvo que todo estaba en la misma planta, y en el mismo centro de aquel almacén-hotel el despacho de Donovan: una habitación totalmente circular, las paredes eran todo cristalera, con pantallas de vigilancia, una pantalla lcd de ochenta pulgadas, sillones de cuero negro y en un lateral, la mesa de despacho de madera de roble, con una silla de oficina que indicaba que aquel era el lugar de nuestro jefe.

Donovan que agarraba fuertemente del brazo a aquella joven, al entrar en su despacho la soltó. Parecía un lobo encerrado, que gritaba pero no lloraba, e intentaba esconder su cara dentro de los harapos que vestía.

—¿Quiénes sois? ¿Qué he hecho?, no sé lo que queréis de mí, pero no he hecho nada...

Como era lógico, ella no se explicaba que hacía allí, y también es cierto que nosotros tampoco. Miraba con odio y rabia al hombre que la había sacado del rincón que para ella era su hogar. Se fijó en lo alto que era; un metro ochenta y cinco, pelo negro, ojos negros y nariz aguileña. Debía rondar los sesenta años pero aún tenía un porte que metía miedo.

Donovan que no había dejado de observarla, contemplaba a aquella joven con una media sonrisa, mientras el despacho se llenaba de su gente de confianza. Rompiendo aquel griterío que ella formaba, comenzó a hablar de manera tranquila.

—Sé que te preguntas porqué te he traído aquí, y la verdad es que tenía que ver como habías crecido —continuó con el mismo tono de voz—. Dime, ¿aún te duele el labio por las noches cuando intentas dormir?

—Hijo de Puta —gritó Bec—, déjame salir de aquí, no soy un animal...

—Mi querida Rebeca... —dijo Donovan con cierto aire paternal.

Ella se había quedad de piedra de repente al oír su nombre completo, pues hacía muchos años que nadie la llamaba por su verdadero nombre, de hecho, la única voz que ella recordaba que la llamaba así era la de su madre.

—A lo mejor te preguntas porqué sé cómo te llamas, ¿verdad? —continuó—, conocí bien a tu madre, mi querida niña.

—Es imposible que la conocieras —le contestó—, murió cuando yo era muy joven y…

—La conocí, créeme —prosiguió Donovan—, y la conocí demasiado bien. Por eso estás aquí, pero aún no ha llegado el momento de que te diga para qué te he traído y qué espero de ti.

No dijo más. Con un gesto de cabeza tres mujeres que estaban allí reunidas con nosotros, se llevaron a Bec por la fuerza hasta una de las habitaciones.

Las tres mujeres bañaron a Bec durante casi dos horas, y me refiero solo para el cuerpo. Supongo que cuando una persona lleva toda su vida siendo mendigo, la mierda se incrusta en la piel hasta que acaba siendo parte de ella, y luego el problema es sacarla. El pelo fue el mayor quebradero de cabeza. Aquel cabello tenía, a parte de una longitud interminable, nudos, rastas, porquería… en fin, todo lo que supongo que se puede acumular en él. Bec berreaba y gruñía debido a los tirones de pelo que le daban. Ni el mejor acondicionador era capaz de desenredar aquella maraña, con lo que la única opción fue cortárselo. Pese a la cantidad de pelo que se le cortó, el pelo aún le llegaba por la cintura. Cuando estuvo lista, la vistieron con una muda interior, dándose cuenta de lo malnutrida que aquella muchacha estaba; su pelvis estaba perfectamente marcada, y su torso era como una radiografía viviente, pues se podían contar todas y cada una de las costillas, además de que su esternón estaba tan pronunciado, que parecía que le sobresalía la giba de un camello. Sus piernas eran demasiado delgadas; las rótulas de las rodillas se le marcaban igualmente, pero con una buena alimentación y ejercicio llegaría a tener un cuerpo espectacular.

Todas estas acciones fueron supervisadas por Donovan, mientras los demás permanecíamos en el despacho, observando por las pantallas con imagen y sonido, desde aquella habitación se veía y escuchaba lo que pasaba en todas las estancias de aquel lugar. La vistieron con unos tejanos y un jersey suelto para disimular su extrema delgadez. Pero verla limpia, fue ver a una persona completamente nueva, si no fuese porque le faltaba el labio superior y su cara, seguía pareciendo un poco monstruosa.

Cuando las mujeres dieron por cumplido el trabajo de ese día Donovan entró en la habitación.

—No hay salida de esta habitación, si es lo que buscas —dijo Donovan de repente, observando como Bec buscaba ventanas y puertas.

—No sé qué es lo que quiere de mí, pero no creo que tenga nada que le sea de utilidad. De todas formas, gracias por el baño y la sesión de peluquería —respondió Bec irónicamente.

—Mi querida niña... siempre se me olvida que tienes sangre española, pero te advierto que no soy un hombre que presuma de paciencia, así que guarda la ironía si no quieres enfadarme.

—¿Enfadarte?, ¿enfadarte? —le respondió Bec cabreada—, ¿pero quién te crees que eres para tratarme así? No, si encima voy a tener que darle las gracias —Se rió.

Pero no lo vio venir. Cuando se dio cuenta, la mejilla le ardía del bofetón que Donovan le había dado.

—¡Creo haberte avisado de que te guardaras la ironía! —le gritó Donovan.

Bec se quedó clavada en el suelo sin saber qué contestar. Aquel hombre la había abofeteado sin previo aviso, pero cuando intentó reaccionar, vio que dos hombres entraban en la habitación y, como no sabía qué hacer, simplemente se quedó dónde estaba mirándolo con odio.

Donovan comenzó a hablar nuevamente una vez la joven se hubo tranquilizado.

—Antes de explicarte el motivo por el que te he traído aquí, quiero presentarte al doctor Howard y al doctor Andrews. Ellos van a ocuparse de ti, una vez hayas comido y descansado lo suficiente; para lo que tengo planeado tienes que estar perfecta, y lo primero, es arreglarte el labio.

Pero estaba confundida, no sabía qué estaba pasando, porqué la habían llevado allí. Nosotros mirábamos por la cámara que estaba conectada a aquella habitación desde el despacho del jefe. Donovan se retiró del cuarto acompañado de los dos doctores, cuando un joven entró en su habitación a ofrecerle una bandeja con comida. Tenía tanta hambre que sin mediar palabra, cogió la bandeja que aquel joven le entregaba y se sentó en el suelo a comer.

Cuando Donovan entró en su despacho nos preguntó a la gente que quedábamos allí:

—Bien, ¿qué os parece? Blaise responde —me preguntó sin mirarme.

Así era él, despiadado y cruel. Llevaba treinta años a su servicio y sabía perfectamente que en realidad, mi opinión no le importaba nada y que aquella pregunta era retórica.

—¿Es lo que usted estaba buscando señor?

—Sí —contestó Donovan—, cuando acaben de arreglarla, estará perfecta.

En aquel momento, todos respiramos tranquilos, pero Gabriel, un joven de veintiséis años que había sido reclutado para ayudar a la vagabunda en dicción y para poder analizarla, ya que era psicólogo, no pudo contener su lengua como era habitual en él.

—¿Puedo preguntar por qué una vagabunda? Joder, hubiese sido más fácil contratar a una actriz. No sé si se ha dado cuenta señor Donovan, pero esto va a ser más difícil que enseñarle a un melón a pelarse solo.

—¿No crees que sería un reto para ti, Gabriel? —preguntó Donovan—. Sé lo que ella es ahora, pero esto no es lo que tenía que haber sido.

—No comprendo —contestó Gabriel mirando a la pantalla donde se veía a Bec comer.

—Fíjate en ella Gabriel —continuó Donovan—. Está sentada en el suelo comiendo, sin embargo no ha devorado el plato como si fuera un animal —La veía ahí sentada pensando en si sería capaz de notar el sabor de los narcóticos en la comida—. Está utilizando los cubiertos de una manera exquisita, ¿no crees?

De repente nos giramos todos para mirar a aquella pantalla en donde se confirmaban las palabras de Donovan. Era cierto, aquella joven tenía modales, su forma de comer no era propio de una mendiga.

—¿Quién es? —preguntó Roberts, un ex policía que tabajaba como chófer de Donovan.

—La mujer con la que veré por fin cumplida mi venganza.

Perdida
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