Capítulo 19.

 

 

Era las doce menos cinco cuando Bec se despidió de mí en la puerta del Ambrosía. Se acercó a la barra y vio al joven que había conocido la noche anterior como se acercaba a ella y le decía en un susurro, Astray. Desde luego Donovan tenía un sentido del humor bastante retorcido, ya que aquella simple palabra no podía decir más de ella. Perdida.

Estaba bebiendo una cola cuando vio aparecer a Nicholas. Era imposible no verlo: era demasiado alto y con aquel pelo negro y sus ojos verdes no pasaba desapercibido entre las féminas. Llevaba puesto unos vaqueros que se ajustaban a lo que debían ser unas fuertes piernas y un jersey del mismo color de cuello en pico. Todo lo que le había dicho Shanon era verdad, aquel hombre parecía realmente un dios. Decir que era simplemente guapo era quedarse muy corta. Así que cogió aire y se dijo a sí misma: comienza la función.

Bec salió a la pista de baile en busca de Eric y cuando lo encontró, se pusieron a bailar International Love de Pitbull y Chris Brown. Habían bailado esa canción un montón de veces pero en aquella ocasión, Eric quería bailarla como si fuera salsa para que la gente que había en la pista les hiciera espacio y llamar de esa manera la atención de las personas que había en el local.

—¿Es la primera vez que viene señor? —le preguntó el actor/camarero, que se llamaba Sam, a Nicholas.

—Sí. Me han hablado de este local unos colegas y quería ver cómo era —contestó amablemente.

—¿Que le sirvo?

—Whisky Glengoyne de doce años si tiene, por favor.

Nicholas observaba lo que pasaba a su alrededor. Veía parejas enrollándose al fondo de la barra, parejas que se dirigían hacia lo que debían ser habitaciones privadas, gente que simplemente hablaba, cuando algo en la pista de baile llamó su atención.

Había una pareja bailando una canción, un poco atronadora para su gusto, que parecían profesores de baile.

El chico se movía muy bien, pero se quedó fascinado al ver a aquella joven moverse con aquel vestido negro ajustado y aquellos zapatos de tacón. Parecían uno solo al verlos bailar así.

—Da gusto verlos bailar —le dijo Sam dándole su whisky.

—Lo hacen realmente bien. ¿Son pareja?

Comenzaba la actuación de Sam.

—No señor. Ella es demasiado exigente. Ni baila con cualquiera ni se va con cualquiera.

Nicholas siguió mirando a la pareja mientras bailaba, hasta que la música cambió y los bailarines se separaron.

En ese momento comenzó a sonar Sweat de Snoop Dogg, y Bec, que ya no recordaba lo que era sudar con los bailes de Eric, se acercó de manera insinuante a la barra dejando una distancia prudencial con Nicholas.

Tenía mucho calor y notaba como le bajaba el sudor por la espalda. Cuando se dio cuenta de que Sam no miraba, le guiñó un ojo a Nicholas y se llevó un dedo a la boca pidiéndole que permaneciese callado. Se apoyó en la barra y deslizando su vientre, dejó colgando sus piernas y mostrando su trasero cogió unos cubitos de hielo. Se bajó de la barra y comenzó a pasar los cubitos de hielo por su nuca dejando que se derritieran un poco y así poder mojar la espalda.

Nicholas había observado el gesto de la joven con una sonrisa, ya que la expresión de ésta cuando le había pedido que guardara silencio, había sido de una inocencia absoluta. Además, había contemplado sus piernas y su trasero cuando se había subido a la barra y la forma en que se apartaba la melena para ponerse el hielo en la nuca, le había resultado una visión muy erótica. Quizás esa noche podría desfogarse por fin después de un mes sin haber tenido descanso.

—Bailas muy bien —le habló Nicholas.

—Gracias. La verdad, no sé cómo he podido bailar así con estos tacones.

—¿Puedo invitarte a algo de beber? —Nicholas le había hecho la pregunta con una sonrisa de lo más provocadora.

—Poder, puedes invitarme, otra cosa es que yo acepte tú invitación.

A Nicholas le hizo gracia su respuesta. Le recordaba la respuesta que le había dado aquella chica con la que había hablado por teléfono hace unos días preguntando por su secretaria.

—Me llamo Nicholas y porque puedo, voy a invitarte a algo.

—Gracias Nicky, pero a lo mejor dentro de un rato.

Apareció un hombre joven que le dijo algo al oído a Bec, y ella cogiéndolo de la mano lo llevó a la zona de los baños.

      Ese “Gracias, Nicky” que lo había hecho enfadar días atrás era el mismo con el que aquella muchacha se había despedido de él. Pero no podía ser. Era el diminutivo más común para su nombre, pero se quedó pensando en ello. Estaba concentrado en sus pensamientos cuando Sam apareció en escena.

—¿Le sirvo otra señor? —preguntó de forma rutinaria.

—Sí, gracias. ¿Quién es esa joven, la que estaba bailando en la pista?

—Es difícil no fijarse en ella, ¿verdad? —Sam continuó—. Aunque no lo parezca es una trabajadora nata. Ha levantado su negocio junto a su socio de la nada. Pero cuando viene por aquí, todos quieren ser el elegido.

—¿El elegido? —preguntó incrédulo Nicholas.

—Ella elige y por lo que se oye, es una fiera —Rió Sam—, espero que tenga suerte.

Veinte minutos más tarde aparecía Alan, el joven con el que se había ido Bec, y apoyándose en la barra llamó a Sam.

—Ponme algo fuerte. No puedo con las piernas.

Nicholas que no había perdido de vista los baños, se quedó contemplando al joven. Sam lo miró y le guiñó un ojo para hacerle entender que ya se lo había dicho.

Bec no tardó en aparecer. Había estado aquellos veinte minutos con Alan repasando otras partes de la función que allí se llevaba a cabo. Pero Alan notaba que ella no estaba bien. Su cabeza estaba en otra parte.

—Ahora salgo yo y en dos minutos sales tu Bec. ¿Estás bien?

—Sí —contestó ella con una sonrisa en la boca.

Cuando Alan la vio apoyarse nuevamente en la barra desapareció de escena. Bec pidió un vodka con lima, pero no lo tocó.

Nicholas quería comprobar si realmente era ella la chica con la que había estado hablando por teléfono y comprobar si era la fiera que decían que era. Desde luego no iba a esperar a ser el elegido, pues siempre había sido él quien elegía sus compañías femeninas.

—¿Puedo invitarte ahora?

—Claro, ¿porque no?

—¿Porque me has llamado Nicky? —le preguntó Nicholas queriendo comprobar si era ella.

—Vaya, lo siento si te he ofendido. Es el diminutivo de tu nombre ¿no?

—Dime —Nicholas quería pasárselo bien—, ¿el café te gusta con leche desnatada y sin azúcar?

—Sí, ¿cómo lo sabes? —le preguntó Bec haciéndose la sorprendida, pues sabía perfectamente a qué venía aquella pregunta—. Espera, espera... ¿cómo te apellidas?

—Eres muy rápida, mucho —se rió Nicholas—, ¡así que eres Bec!

Ambos comenzaron a reírse y a recordar aquella absurda conversación donde ella lo había llamado secretario. Sam no los perdía de vista, ya que al finalizar la noche tendría que informar a Donovan.

Nicholas se aproximó a ella, le dio un beso en la mejilla y cogiéndola de la mano se la llevó hacia la zona de los baños. Se habían estado mirando con necesidad, y aunque se habían reído mucho, ambos sabían que eran adultos y lo que pasaba cuando ibas a un local así.

Nicholas abrió una de las puertas y se encontró con un cubículo, como los baños normales, salvo que solo había una mesita en la que había preservativos, lubricantes y kleenex. Nunca lo había hecho en un sitio así, pero ya tendría tiempo de conocer las habitaciones privadas.

Le cogió con las dos manos la cara para besarla pero ella se apartó.

—No me gusta besar en la boca Nicholas —dijo de forma tajante Bec.

—Bien. No haré nada que tú no quieras —Se quedó extrañado por aquella petición, pues él tenía fama de que besaba muy bien, pero como tan solo quería divertirse un poco lo dejó correr.

—Pero puedo darte mucho placer con ella.

Bec estaba de los nervios. Había llegado el momento pero no se veía capaz. Cuando intentó besarla, todos los recuerdos de Gabriel besándola y poseyéndola le vinieron a la cabeza. No quería que aquel hombre, que aunque se había mostrado simpático con ella y era guapo por todos los poros de su piel, la penetrara. No, todavía no. Tenía que resolver las cosas con Gabriel. Así que no se lo pensó. Comenzó a desabrocharle el pantalón y sacó su erección.

Haciendo de tripas corazón, comenzó a hacerle una mamada, recordando todo lo que el hombre que ocupaba su mente le había enseñado.

El miembro de Nicholas era más largo y grueso pero no le importó. Comenzó a lamerlo, a bombearlo dentro su boca con un ritmo constante. Oía los gemidos de Nicholas y sabía que iba bien. Le cogió el pene con una mano, y mientras lo chupaba, comenzó a masturbarlo.

Nicholas estaba en la gloria. Hacía tiempo que una mujer no se la chupaba así. Quizás porque sus últimas conquistas veían aquel acto como algo barriobajero, pero aquella chica se la estaba chupando de lujo.

Cuando ella comenzó a lamerle los testículos mientras lo masturbaba, notó que el orgasmo estaba cerca. Le recogió el pelo con las dos manos haciéndole una coleta y comenzó a embestirla.

Le estaba follando la boca con embestidas fuertes pero ella no se apartaba. Volvió a embestir tres, cuatro veces y se dejó ir. Se corrió en su boca con un bufido y se apoyó en la pared. Había sido una de las mejores mamadas de su vida.

—Tienes una boca increíble Bec, pero creo que hemos venido a divertirnos los dos —le dijo Nicholas recuperando poco a poco el aliento.

—Me debes un orgasmo, y ten por seguro que me lo cobraré.

Bec salió del baño dejando a Nicholas sin palabras mientras ella salía del local temblando como una hoja. Vale que estuviera más que satisfecho, pero nunca dejaba a una mujer a medias. Cuando se recompuso, se acercó de nuevo a la barra para ver si la veía pero no la encontró. Llamó al camarero que lo había estado sirviendo aquella noche y le preguntó por ella.

—¿La has visto?

—¿A quién señor? —preguntó Sam, mirando a un lado y a otro.

—A Bec, la chica que bailaba en la pista.

—La última vez la vi con usted —Sam que se estaba poniendo nervioso porque veía que Nicholas miraba por todo el local a ver si la veía, se arriesgó y le preguntó—. ¿No le habrá hecho nada, verdad?

Nicholas, extrañado por la pregunta del joven le contestó enfadado.

—Cuando la veas, dile de mi parte, que nunca se deja a un hombre a medias.

Dicho lo cual, Nicholas se marchó del local. Eran las cuatro y media de la madrugada.

Sam, que se había quedado blanco frente a esa respuesta, hizo lo que tenía que hacer. Me llamó y me contó lo que había pasado.

Cuando me personé en el local intenté localizarla, pero fue imposible. La llamé al móvil pero lo tenía apagado. ¿Dónde estaba? Hasta que de repente se me ocurrió. Salí del local por una puerta trasera y la encontré apoyada con la espalda en el contenedor de basura, llorando. Jamás la había visto llorar.

 

Perdida
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