Capítulo 22

Durante un momento, se contentaron con mirarle. Luego pasó algo inevitable que no resultó absolutamente excepcional. Había ocurrido antes, durante ciertas reuniones, en las que los participantes se organizaban ellos mismos en una trama social alrededor de un punto fuerte constituido por uno de los individuos presentes. De aquel modo, algo era dicho o algo pasaba. Súbitamente, aunque ninguno de los presentes hubiera hecho el menor movimiento, el punto fuerte se desplazaba en aquel momento hacia un nuevo individuo. El modelo se reorientaba a sí mismo y, aunque nada físico sucedía, el efecto emocional de la reorientación era sentido por cada una de las personas presentes en la habitación.

Aquello fue lo que pasó con Paul entonces. Había alcanzado y tocado el modelo y, como una gota que se funde con otra, fue bruscamente convertido en el horno en que se fundían las relaciones emocionales de la habitación, lo mismo que hiciera Blunt un momento antes.

Su mirada se cruzó con los ojos de Blunt a través de la corta distancia que les separaba. Y Blunt se la devolvió sin expresión y sin emitir palabra. Siguió apoyándose en el bastón, como si nada pasase.

Pero Paul sintió la súbita vigilancia maciza del genio de Blunt oscilando y sosteniéndose completamente en él, con un principio de reconocimiento de lo que era Paul.

—¿Nada? —preguntó Jase, rompiendo el silencio. Una súbita alarma por la Hermandad, al romperse lo que Blunt había planificado para ella, resultó tan evidente para Jase como para todos los que rodeaban a Paul.

—Si no hago nada —dijo Paul—, seguiréis caminos separados. La Hermandad continuará y se desarrollará. Los elementos técnicos de la civilización continuarán y se desarrollarán igualmente. Lo mismo ocurrirá con las sociedades caminantes y los grupos de culto. Y —la mirada de Paul, vagando por la habitación, tropezó durante un instante con la de Burton McLeod— lo mismo ocurrirá con los otros elementos.

—¿Deseas que pase eso? —preguntó Tyne, desafiante—. ¿Tú?

—Creo que es necesario —respondió Paul, volviéndose hacia el Ingeniero Mundial—. Ha llegado el momento en que la humanidad debe fragmentarse para que todas sus facetas puedan desarrollarse plenamente sin verse afectadas por las facetas vecinas. Como ya sabrá, el proceso está empezando. —Paul se volvió hacia Blunt—. Un único guía poderoso —dijo— podría detener el proceso temporalmente, pues no habría nadie de su talla capaz de reemplazarle a su muerte... pero, aun deteniéndolo temporalmente, causaría un daño permanente en el desarrollo futuro de los fragmentos que no estuvieran de su parte.

Paul miró a Kirk de nuevo. Había algo parecido al horror en la cara de este último.

—¡Dices que estás en contra de Walt! —balbuceó Kirk—. Has estado en contra suya todo el tiempo.

—Quizá —respondió Paul de no muy buenas maneras— en cierto sentido. Sería mejor decir que nunca he estado a favor de nadie, ni siquiera de Walt.

Kirk le observó durante un momento, con una expresión que iba del horror a algo semejante a la repugnancia.

—Pero, ¿por qué? —explotó finalmente—. ¿Por qué?

—Me temo que sea un tanto difícil de explicar —continuó Paul—. Lo entenderá si tomo la hipnosis como ejemplo. Después de que Walt devolviera la consciencia a mi último cuerpo, hubo un período durante el cual yo no sabía realmente quién era. Pero unas cuantas cosas me desazonaban. Entre ellas, el que no pudiera ser hipnotizado.

—Las Leyes Alternas... —empezó Jase, desde el fondo de la habitación.

—No —replicó Paul—. Creo que la gente de la Hermandad no tardará en descubrir algo que estará tan relacionado con las Leyes Alternas como la alquimia con la química moderna. No puedo ser hipnotizado porque la más ligera forma de hipnosis requiere el abandono total de una cierta porción de la identidad, lo mismo que la inconsciencia total, y eso me resultaba imposible—. Les miro uno tras otro—. Porque, tras experimentar una identidad compartida con Walt, me era inevitable llegar a la posibilidad de compartir la identidad de cualquier ser humano con quien entrase en contacto.

Todos le miraron. Vio que, a excepción de Blunt, no lo habían entendido completamente.

—Hablo de la comprensión —dijo pacientemente—. He sido capaz de compartir todas vuestras identidades y lo que he descubierto es que cada uno de vosotros proyecta una forma sólida del futuro de la sociedad humana. Pero una forma en la que los otros aparecen también como personalidades desdibujadas, como si estuvieran dispuestas para empezar a vivir. No puedo favorecer a ninguno de esos futuros porque todos ellos deben vivir algún día.

—¿Todos? —preguntaron a la vez Kirk y Jase.

—Usted, Kirk, es consciente de la situación —indicó Paul—. Como me dijo usted mismo, la sociedad avanza hacia una fase necesaria de fragmentación. Es sólo cuestión de tiempo el que se encuentre un fármaco que permita que el Proyecto Trampolín sea un modo práctico de transporte. Cuando las personas se diseminen por las estrellas, la fragmentación continuará.

Se calló para que sus palabras causaran efecto.

—Ninguno de vosotros —continuó— debe perder el tiempo combatiendo a los demás. Debéis ocuparos de encontrar a vuestros semejantes y trabajar con ellos para alcanzar vuestro propio futuro.

Se quedó en silencio, dándoles oportunidad de contestar. Pero nadie parecía dispuesto a hacerlo. La protesta se alzó de quien menos se esperaba.

—No hay razones para creer que eso vaya a ser así —dijo Eaton White con voz espesa y seca, desde la abierta ventana.

—Naturalmente que no —respondió Paul, conciliador—. Si no me cree, tendrá que recurrir al coraje de sus propias convicciones e ignorar cuanto he dicho. —Les miró uno por uno—. Todo lo que deseo es salir de la trama y seguir mi propio camino, y creo que a vosotros os gustaría hacer lo mismo.

Se volvió para encontrarse con la mirada de Blunt.

—Después de todo —dijo—, éste es un período de transición en la historia, lo que Kirk, sin lugar a dudas, habrá dicho a muchas personas además de a mí. Este ha sido un período de fuerza y tensión y, en tales épocas, las cosas se ven de un modo dramático. De hecho, a cada generación le gusta pensar que es el engranaje de la historia, que en su tiempo se tomó la decisión adecuada para seguir el buen o el mal camino. Pero las cosas no son realmente tan importantes. Realmente, el camino de la humanidad es demasiado grande como para solucionarlo en un instante; cambia de dirección a lo largo de una larga curva gradual que alcanza a muchas generaciones.

Paul se volvió hacia el Ingeniero Mundial.

—Kirk —dijo—, como ya he dicho, no quiero convencer a nadie de nada. Pero usted debe darse cuenta de que tengo razón.

Kirk alzó la cabeza con determinación.

—Sí, me doy cuenta. —Miró a Blunt y de nuevo a Paul—. Todo lo que dices está lleno de sentido. Cada uno tiene una persona que le puede marcar. En lo que me concierne, se trata de Walt. —Se volvió hacia Blunt—. Porque siempre te he admirado, Walt. Quería creer en ti. Y, como resultado, fuiste capaz de enseñarme a pensar que el mundo no tenía sentido y estaba listo para ser alterado. Hacía falta alguien con los pies en la tierra, como Paul, para devolverme a la Tierra. Naturalmente, nuestra civilización de varios siglos no era algo que se fuera a derrumbar con el empleo de la magia negra. Pero me hiciste pensar que era posible.

Se adelantó a Paul y extendió la mano. Paul la tomó.

—Te debemos mucho —dijo Kirk, estrechando la mano de Paul—. Yo más que nadie. Quiero que sepas que no tengo dudas de ti. Pondré en marcha los servicios inmediatamente. Eat, ven. —Se volvió hacia Blunt, dudó, sacudió la cabeza y dio media vuelta para dirigirse hacia la puerta. Blunt sonrió siniestramente al ver cómo se alejaba.

Eaton White dejó el puesto que ocupaba junto a la ventana. Mientras pasaba junto a Paul titubeó, se volvió hacia él y abrió la boca como si fuera a decir algo. Pero no dijo nada y, siguiendo a Kirk, salió de la habitación.

—Jim —dijo Paul en voz baja, mirando al agente de seguridad vestido de negro, con el brazo herido en alto—, probablemente tengas algo que hacer.

La cabeza de Butler saltó hacia un lado al oír su nombre, como alguien que sale del sueño. Sus ojos eran dos cañones apuntando a Paul.

—Sí —dijo—. Responsabilidades. Pero no las que piensa. Usted no es para mí más que el instrumento de una revelación... la revelación de la Nueva Jerusalén. El futuro puede ser más grande de lo que muchos piensan.

Dio media vuelta y se alejó, sujetándose el brazo herido. Desapareció.

—Adiós, Walt —dijo una voz. Paul y Kantele volvieron la cabeza y vieron que McLeod se había acercado a Blunt, poniéndole una mano en el hombro. Este último, apoyado en el bastón, volvió la cara hacia la mano.

—¿También tú? —preguntó, un poco secamente.

—Tenías razón, Walt —dijo McLeod—. Lo venía pensando desde hace tiempo.

—Desde las últimas seis semanas... lo sé —respondió Blunt con una sonrisa de lobo—. No, no, vete, Burt. De todos modos, aquí no queda nada que ganar.

Burt se ajustó la capa, miró a Paul compasivamente y se dirigió a la puerta. Los tres que quedaban en la habitación le vieron alejarse en silencio.

Cuando Burt hubo desaparecido, Blunt se balanceó un poco sobre el bastón y miró a Paul sardónicamente.

—¿También yo debo amarte? —preguntó.

—No —dijo Paul—. ¡Claro que no! No pido eso.

—¡Vete al diablo! —exclamó Blunt—. ¡Vete al diablo y púdrete con él hasta el día del Juicio Final!

Paul sonrió tristemente.

—¿No me dirás por qué? —preguntó Blunt.

—Si pudiera, lo haría —contestó Paul—. Pero no es una cuestión de lenguaje. No tengo palabras para decirlo. —Dudó—. Debe confiar en mí.

—Sí —contestó Blunt, súbita y pesadamente, como si se quedase sin fuerzas—. Te creería si fuera mayor.

Se incorporó con viveza y miró a Paul con los ojos llenos de una profunda y penetrante curiosidad.

—Empatia, —dijo—. Lo tendría que haber sospechado antes. ¿De dónde viene ese don?

—De lo que usted planificó acerca de mí —contestó Paul—. He dicho la verdad. Hay un alto muro que separa las partes internas de una identidad del ser interior de otra. Sabiendo que ningún muro existía entre nosotros, pude aprender a romper las murallas que existían entre mí mismo y los demás.

—Pero, ¿por qué? —preguntó Blunt—. ¿Por qué lo querías?

Paul volvió a sonreír.

—En parte —contestó—, porque el poder o la fuerza ilimitada es algo así como un crédito. Al principio, parece que habrá bastante. Pero llega un momento en que uno se da cuenta de que es limitado. Hay zonas en las que no hay ninguna esperanza. ¿Pueden limarse asperezas con un delicado martillo de jade?

Blunt sacudió la cabeza.

—No veo la relación —dijo.

—Sencillamente que tengo algo en común —dijo Paul—. Y Kirk estaba muy cerca de la realidad. No es posible cambiar el futuro sin modificar el presente. Y la única manera de cambiar el presente es volver al pasado y alterarlo.

—¿Volver al pasado? —preguntó Blunt—. ¿Alterarlo? —Sus ojos habían perdido la dureza y cobrado vida. Se apoyó en el bastón y miró a Paul a los ojos—. ¿Quién puede cambiar el pasado?

—Quizá —contestó Paul— alguien que tenga intuición.

—¿Intuición?

—Sí —dijo Paul—. Alguien que pueda ver un árbol en un jardín. Y que sepa que si el árbol se corta, a algunos años de tiempo y a años luz de distancia, la vida de otro hombre será cambiada. Un hombre que posea un método intuitivo consciente, alguien que pueda establecer todas las posibilidades finales de una acción para que cuando alguien así pueda retroceder en el tiempo ejecute los cambios sin riesgos de error.

El rostro de Blunt estaba impasible.

—No eres totalmente mío —dijo—. Nunca lo has sido. Creo que eras tú lo que animaba el cuerpo de Paul Formain, no yo. ¿Quién eres?

—En otra época —contestó—, fui soldado profesional.

—¿E intuitivo? —preguntó Blunt—. Y, ahora, ¿empático? —Su voz parecía cascada—. ¿Y luego?

—Una identidad —dijo Paul en voz baja— necesita ser una cantidad dinámica, y no estática. Si es estática, se hace impotente en la trama de su existencia. Esta lección tendrá que aprenderla el hombre. Pero, si es dinámica, puede dirigir su existencia como se dirige una maquinaria minera a través de la fusión, bajo nuevas relaciones imposibles de otro modo entre los elementos rocosos conocidos como realidad. En lugar de ser dominado y aprisionado por ellos, podrá pulverizar y manipular la realidad hasta que se separe en lo que son únicamente partes reales y válidas cuya identidad desea seguir su propio camino.

Blunt inclinó lentamente la cabeza, como un anciano. Le resultaba difícil definir si había comprendido y estaba de acuerdo, o si había abandonado toda tentativa de comprender para contentarse tan sólo con asentir.

—Todos tendrán sus futuros —dijo—. Eso dijiste, ¿verdad? —Dejó de inclinar la cabeza y miró a Paul por primera vez con unos ojos un poco apagados—. Pero no yo.

—Claro que sí —respondió Paul—, Su visión es la más grande y está más lejos de la realización... eso es todo.

Blunt volvió a cabecear.

—No —exclamó—, ¡por todos los cielos! No.

—No sabe cuánto lo siento —continuó Paul—. No.

—Sí —dijo Blunt. Inspiró profundamente y se irguió—. Tengo planes para ti —dijo—. Planes establecidos en la ignorancia. Lo he dispuesto todo para ti. —Miró a Kantele—. Era casi como tener un... —Se interrumpió, echó la cabeza hacia atrás y asió el bastón firmemente—. De todos modos, he decidido retirarme mañana.

Hizo como si fuera a dar media vuelta; pero se inclinó ligeramente. Titubeó y miró a Kantele.

—Supongo que... No —dijo. Se irguió de nuevo, tanto que el bastón apenas rozaba la alfombra. Echó los hombros hacia atrás y, durante un momento, se quedó de pie en la habitación como si hubiera recuperado la juventud.

—Ha sido una lección —dijo, y saludó a Paul con el bastón. Luego, volviéndose, salió. A su espalda, Kantele hizo un ligero gesto con las manos, pero las dejó caer y miró el suelo. Se quedó allí, con la cabeza inclinada, los ojos mirando la alfombra, como una esclava cautiva bajo el arco y la pica del extranjero.

Paul la miró.

—Le amabas —dijo.

—Siempre. Mucho —contestó, casi inaudiblemente, sin alzar los ojos.

—Sería una idiotez que te quedases —continuó Paul.

Kantele no contestó. Pero, tras un momento, habló de nuevo con voz incierta, sin apartar la vista del tapiz.

—Puede que te equivoques en eso —dijo.

—No —contestó Paul. Y ella no vio el dolor secular que se dibujó en sus ojos al decirlo—. Nunca cometo errores.