Capítulo 5
Mientras Paul cruzaba la puerta automática del apartamento de Jason Warren, vio a otras personas que estaban en el vestíbulo, parecido en cierta medida a un salón-despacho.
Dos de aquellas tres personas estaban pasando por una puerta interior. Apenas los vio, con un sobresalto, reconoció a una de ellas... la joven del libro con quien se había encontrado en el Directorio de Chicago. La otra era un hombre grueso de mediana edad del que parecía emanar cierta tranquila competencia. También él estaba con la joven y con Blunt el día en que Paul vio la emisión en la mina, un año antes. Paul se preguntó por un instante si Blunt estaría también en la casa. Luego, el pensamiento le abandonó. Se encontró mirando de frente el vivo y sombrío rostro de Jason Warren.
—Paul Formain —dijo Paul—. Le he llamado antes por teléfono.
—Siéntese. —Warren le señaló a Paul una butaca y se sentó frente a él. Le estudió con una mirada tan directa y desprovista de inhibiciones como la de un niño—. ¿Qué puedo hacer por usted?
Paul le miró. Warren se sentaba displicentemente, casi derrumbado en la butaca, pero con el delgado cuerpo en equilibrio, como el de un bailarín o un atleta bien entrenado, de tal modo que un solo movimiento le habría puesto inmediatamente en pie.
—Me gustaría que me creciera un brazo nuevo —explicó Paul.
—Sí —respondió Warren. Señaló con el índice hacia el teléfono—. He conseguido informes por su dossier público desde que llamó —le informó—. Es usted ingeniero.
—Lo era —dijo Paul, un poco sorprendido al notar que lo decía con cierta amargura.
—¿Cree usted en las Leyes Alternas?
—No —respondió Paul—. Sinceramente, no.
—Pero piensa que ellas podrían facilitarle un brazo nuevo.
—Es una oportunidad que hay que probar.
—Sí —replicó Warren—. Un ingeniero. Con la cabeza encima de los hombros, práctico... que no se preocupa por saber cómo van las cosas mientras éstas funcionen.
—No es así exactamente —le dijo Paul.
—En ese caso, ¿para qué preocuparse por las Leyes Alternas? ¿Por qué no se hace, simplemente, injertar un brazo nuevo?
—Lo he intentado —replicó Paul—. Pero el injerto no se adaptó.
Warren se quedó totalmente inmóvil durante dos segundos. No hubo cambio alguno ni en su rostro ni en su actitud, pero Paul tuvo la sensación de que algo semejante a un instrumento delicadamente sensible en el interior del otro había hecho clic y empezaba a grabar.
—Cuénteme toda la historia —pidió Warren, lenta y cuidadosamente.
Paul se la contó. Mientras hablaba, Warren siguió sentado completamente inmóvil. Durante los quince minutos que duró el monólogo de Paul, no realizó ningún movimiento ni demostró ninguna reacción. Y, sin darse cuenta, mientras hablaba, Paul recordó que había observado una concentración parecida anteriormente. Fue en un perro de caza que vio una vez, tan inmóvil como una estatua, con una pata levantada y la cola en línea con el cuerpo, tan inmóvil como si estuviese muerto.
Cuando Paul se calló, Warren no empezó a hablar de inmediato. En lugar de ello, sin mover otros músculos, alzó la mano derecha y señaló a Paul con el índice. La acción parecía poseer la inevitable naturaleza de los movimientos de una máquina, o la lenta inclinación de la copa de un árbol cuando es cortado y empieza a caer. —Míreme el dedo —pidió Warren con voz lenta—. Fíjese en la punta del dedo. Atentamente. En la base de la uña, debajo de ella, puede ver una marca roja. Es una gota de sangre que ha salido bajo la uña. Mire cómo aumenta de volumen. Crece. En un instante, caerá. Y crece, crece...
—No —dijo Paul—. No hay gota de sangre. Está perdiendo el tiempo y haciéndome perder el mío. Warren dejó caer la mano. —Interesante —comentó—. Interesante. —¿Sí? —preguntó Paul.
—Los miembros graduados de la Hermandad del Chantre —explicó Warren— tampoco pueden ser hipnotizados. Pero usted me ha dicho que no creía en las Leyes Alternas.
—Seré algo así como un francotirador —contestó Paul.
Warren se levantó súbitamente con el sencillo movimiento que Paul estaba esperando. Se dirigió, ligero y ágil, hacia el fondo de la sala, dio media vuelta y regresó junto a Paul.
—Si puede resistir la hipnosis —dijo, inmovilizándose al lado de Paul—, usted está utilizando las Leyes Alternas, aunque no las reconozca como tales. La clave de la utilización de las Leyes Alternas es la completa independencia del individuo... la independencia frente a fuerzas físicas o de cualquier otro tipo.
—Y al contrario —completó Paul, sonriendo.
—Y al contrario. —Warren no sonreía. Siguió inmóvil, con la vista fija en Paul—. Tengo que preguntarle nuevamente —continuó— lo que desea de mí.
—Quiero un brazo.
—No tengo posibilidad de dárselo —dijo Warren—. No puedo hacer nada por usted. Las Leyes Alternas son para que las usen aquellos que pueden hacer cosas por sí mismos.
—Entonces, enséñeme a hacerlo.
Warren emitió un suave suspiro. Un suspiro que, a Paul así le pareció, expresaba no sólo un poco de cansancio, sino también cierta irritación.
—No sabe lo que está pidiendo —dijo Warren. Para desarrollar la actitud que parece poseer usted en lo concerniente a las Leyes Alternas, sería necesario que le tomase como aprendiz de nigromancia.
—El libro de Blunt me dio a entender que la Hermandad era ardientemente proselitista.
—Es que lo somos —dijo Warren—. Necesitamos entre nosotros a alguien que sea comparable a Leonardo da Vinci. Nos alegra mucho encontrar entre los nuestros a alguien con las cualificaciones de Milton o Einstein. Naturalmente, lo que nosotros necesitamos de verdad es alguien que posea un don que nadie conozca hasta el presente... algo así como un Genio X. Por eso hacemos publicidad.
—¿Debo entender que no quieren personas normales?
—No he dicho eso —replicó Warren. Le dio la espalda a Paul, cruzó la sala y volvió después junto a su huésped—. Su idea de unirse a la Hermandad ¿es seria?
—En la medida en que pueda procurarme un brazo. —Eso no ocurrirá. Ya le he dicho que nadie más que usted puede hacerlo. Existe una relación entre las Leyes Alternas y el trabajo de la Hermandad, pero no es lo que usted piensa. —¿Me lo aclararía usted? —preguntó Paul. —Muy bien —respondió Warren. Se metió las manos en los bolsillos y se quedó inmóvil, con los hombros ligeramente arqueados, mirando a Paul, que seguía sentado—. Intente comprender esto. Vivimos en un mundo enfermo, Formain. Un mundo enfermo por el exceso de tecnología. Un mundo lleno, sobrecargado de personas que están muy cerca de acabar con sus problemas. —La mirada de sus ojos profundos no dejaba los de Paul—. Las personas que viven hoy en día se parecen a un hombre que pensase que conseguiría cuanto desease del mundo, todo lo que hace la vida más agradable, de un modo automático. Ahora que lo han conseguido —la perfección de una civilización tecnológica en la que a nadie le falta nada en el sentido de comodidad física—, se encuentran en un paraíso falso. Como un motor eléctrico sin freno, la mente humana, sin el peso de la necesidad de ejecución y progreso, empieza a deslizarse hacia la disolución. Cada vez más deprisa, hasta que se separe y destruya el mundo que ha creado. —Se detuvo un segundo y añadió—: ¿Qué me dice de todo eso?
—Que pudiera ser verdad —respondió Paul—. Por mi parte, creo que la situación en que nos encontramos no es esa, pero podría serlo.
—Muy bien —replicó Warren—. Ahora pruebe con esto: en un clima de confusión, uno de los modos más seguros de confundir al enemigo es decirle toda la verdad. Y el Maestre de la Hermandad ha dicho toda la verdad en su libro. La Hermandad del Chantre no está interesada en la difusión del empleo de las Leyes Alternas. Simplemente, desea entrenar y utilizar a los que ya pueden utilizar esas Leyes para sus propios fines. Y esos fines consisten en precipitar el fin que se acerca irremediablemente para acarrear la destrucción de la actual civilización.
Warren se calló. Parecía esperar que Paul dijera algo. Pero también Paul estaba esperando.
—Somos —continuó Warren— un cuerpo revolucionario pero poderoso cuyo objetivo es conducir este mundo enfermo a la locura y al completo derrumbe. Las Leyes Alternas son reales, pero la mayor parte de nuestra estructura está completamente alterada. Si se une a nosotros como aprendiz mío, formará parte de ese trabajo que consiste en destruir el mundo.
—¿Esa es la única manera que tengo de emplear las Leyes Alternas? —indagó Paul.
—¿Aceptando la filosofía y el fin de la Hermandad? Sí —explicó Warren—. ¿De otro modo? No.
—No me lo creo —dijo Paul—. Si las Fuerzas Alternas existen, trabajarán tanto para mí solo como para toda la Hermandad.
Warren se dejó caer en una silla y miró a Paul durante un buen rato.
—Arrogante —dijo. Totalmente arrogante. Vamos a ver... —Se puso en pie con ligereza, cruzó la habitación y tocó un punto de la pared.
La pared se borró, descubriendo una zona que parecía ser en parte un laboratorio moderno y en parte el antro de un alquimista. Sobre una mesa situada en su centro había unos recipientes de tierra cocida, algunas jarras metálicas y una enorme garrafa llena de un líquido rojo oscuro.
Warren abrió uno de los cajones de la mesa y sacó algo que su cuerpo ocultó a la vista de Paul. Cerró el cajón, dio media vuelta y volvió llevando en la mano una concha de aspecto decrépito, manchada de algo de color marrón y pulida por el tiempo e innumerables manipulaciones.
Dejó el objeto en una mesa auxiliar, a un metro de la silla de Paul.
—¿Qué se supone que es eso? —preguntó Paul, mirando la concha con curiosidad.
—Para mí —dijo Warren— es muchas cosas que a usted no le valen de nada. Digamos, simplemente, que es algo que está sensibilizado a la acción de las Leyes Alternas. Vamos a ver lo que su arrogancia puede hacer con ello.
Paul frunció el ceño y miró la concha. Durante un segundo, la situación fue ridícula. Luego, pareció que la atravesaba un hilo de claridad. Paul tuvo una súbita sensación sobrenatural, como si resonase un gong en su interior. Luego, en lo más profundo de su ser, un carrusel de recuerdo olvidados mucho tiempo atrás se lanzaron y empezaron a llamar a una puerta cerrada... que llevaba cerrada tanto tiempo que ya no recordaba exactamente cuánto.
La concha se movió. Rodó, encontró un punto de equilibrio y se volvió a quedar inmóvil. La brillante luz del día penetraba en la habitación a través de una lejana ventana, y el sonido sordo de alguna música ligera resonaba en el apartamento vecino. Una voz tenue, débil pero clara, nacía de la concha.
De la mayor oscuridad a la más débil luz. Y una vez más, a la mayor oscuridad.
Las llamadas en la puerta cerrada de la mente de Paul fueron decreciendo hasta convertirse en silencio. La concha perdió el equilibrio y cayó, inmóvil, sobre un costado. Frente a Paul, Warren inspiró profundamente y la recogió.
—Podría ser usted un natural —dijo. —¿Un natural? —Paul alzó la vista y le miró. —Hay ciertas posibilidades de que los Poderes Alternos puedan ser poseídos por aquellos que nada saben de la verdadera naturaleza de esos Poderes. Por ejemplo, la lectura del pensamiento. O la inspiración artística.
—¡Oh! —exclamó Paul—. ¿Cómo explican la diferencia entre los que poseen los dones y los conocedores del Poder Alterno?
—Es muy sencillo —respondió Warren. Pero el tono de su voz, el modo en que sujetaba la concha mientras miraba a Paul no implicaban sencillez—. En tales personas, las posibilidades actúan espasmódicamente y de un modo irregular. Para nosotros, actúan de modo permanente.
—Por ejemplo, ¿la lectura del pensamiento? —Soy Nigromante —dijo Warren, un poco seco—. No profeta. Sin embargo, empleo términos comunes, reconocibles. Me han dicho que las mentes no eran tanto leídas como experimentadas.
—Cuando penetra en la mente de alguien, ¿pierde usted su propio punto de vista?
—Sí —respondió Warren—, debe ser usted un natural. —Volvió a llevar la concha al estudio y la guardó. Dio media vuelta y habló desde el lugar en que se encontraba.
—Usted tiene algo —dijo—. Quizá se trate de una aptitud válida, quizá no. Pero quiero que sea aprendiz en pruebas. Si, pasado un tiempo, encuentro en usted algo prometedor, será admitido en la Hermandad en período de aprendizaje. Si llegase ese caso, tendrá que transferir a la Hermandad todo lo que posee y todo lo que pueda poseer en el futuro. Pero, si las cosas llegan a ese nivel, no tendrá que preocuparse por los detalles materiales. —Los labios de Warren se torcieron levemente—. La Hermandad se ocupará de usted. Estudie y aprenda, así podrá recuperar el brazo algún día.
—¿No me lo garantiza? —preguntó Paul.
—Naturalmente —contestó Warren. No se movió de donde se encontraba, mirando a Paul fijamente a través del laboratorio y del apartamento con ojos inmóviles.