IV


Sentado, con los pies apoyados encima de la mesa, la silla ligeramente inclinada hacia atrás y oscilando peligrosamente, con las manos entrecruzadas detrás de la cabeza, y la pipa llenando de espeso humo azulado la habitación. Era su postura habitual para atacar cualquier clase de problema.

Y maldita sea, pensaba cansadamente, aquella era una cuestión de la cual dependía su propia vida. Un ingeniero industrial entró en el despacho. Deseamos esto y aquello... una máquina para un determinado y especial propósito, pongamos. ¿Qué podríamos hacer, Mr. Fraser? Fraser se pasea por la sala, estudia el caso de la industria, y luego se sienta y piensa. Los elementos de los problemas son estos y aquéllos; ¿cómo pueden ser combinados para que de ellos se obtenga la solución?

Por lo general, empleaba los accesos matemáticos, especialmente en el diseño de maquinaria. Los ingenieros más prácticos padecen de un patético medio ambiente matemático... ensucian diez páginas con ecuaciones algebraicas y torpes cálculos para obtener algo que con tres ecuaciones vectoriales hubiera conseguido. Pero antes de poder plantear sus ecuaciones, es necesario tener debidamente ordenadas las bases lógicas.

De acuerdo, ¿cuál es el problema? Conseguir recuperar a Judy. Esto significa obligar a Kennedy a que le devuelva sus reacciones emotivas normales..., no, no desea que la arroje a sus brazos ; lo único que pretende es que ella vuelva a ser la de antes.

¿Cuáles son los elementos del problema? Kennedy actúa fuera de la ley, pero tiene bloqueados todos los caminos oficiales. Incluso tiene contacto al otro lado del Telón de Acero.

Hmmm... ¿llamar al F.B.I.? Kennedy no debe tener control sobre ellos... todavía. Sin embargo, si Fraser trataba de ponerse en contacto con el F.B.I., éstos actuarían cautelosamente, si es que comenzaban a investigar algo. Tendrían que hacerlo muy despacio. Y Kennedy encontraría la manera de remediar aquella situación.

Martínez no podía ayudarle ya. Sworsky tenía contacto demasiado cerrado con Washington. Se había dado perfecta cuenta de que se sentía inclinado a creer todo cuanto él le dijera, pero Sworsky dudaba de que toda aquella historia; como muchos hombres que han sufrido a través de cargos congresionalistas irresponsables, era prácticamente fanático en la cuestión de poseer pruebas antes de acusar a alguien de algo. Además, Kennedy sabía que Sworsky era amigo de Fraser; posiblemente debía mantener bien vigilado al físico para prevenir cualquier intento de ayuda por parte de aquél. Con el respaldo de un hombre como Snyder, Kennedy podía alquilar todos los detectives que quisiera.

En realidad, fuera cual fuere el contraataque, sería necesario actuar con mucha cautela. La amenaza de Kennedy de desembarazarse de Fraser en el caso de que éste siguiera trabajando contra él, no habían sido simples palabras. Podía hacer lo anunciado, y siendo un fanático, lo haría.

Pero Kennedy, como el demonio de la leyenda, debía permitirse un deseo... aunque sólo fuera para justificarse ante su propia conciencia. Sólo que ¿de qué deseo se trataría? ¿Otra mujer? ¿O simplemente reconciliarse, artificialmente, con cualquier otra situación intolerable?

¡Judy, Judy, Judy!

Fraser maldijo de sí mismo. Maldita sea, aquello era un problema de lógica. No debía haber lugar para la emoción. Naturalmente, podía tratarse de un problema sin solución. Hay tantos de éstos.

Miró de soslayo, tratando de evocar el despacho. Pensaba en las pruebas de robo con escalo, de robo... tonterías. Pero un mismo piso del rascacielos, tres de ellos ocupados por despachos sin importancia ocupados a su vez por hombres vulgares. Y...

¡Dios mío!

Fraser permaneció quieto unos instantes, sin moverse apenas. Luego se levantó de pronto, echando a correr, bajando las escaleras y dirigiéndose a la primera cabina telefónica de la calle. Su línea telefónica podía estar intervenida...

—¡Hola, hola, Juan...! Sí. Sí, ya sé que estabas durmiendo, pero no lo siento. Esto es algo sumamente importante... De acuerdo, de acuerdo... Mira, necesito un informe completo de la firma Messenger Advertising Service... ¿Cuándo? Inmediatamente, si no puede ser antes. Y recuerda que he dicho completo... Eso es, Messenger... De acuerdo, estupendo. Te pagaré un trago algún día.

—¿Hola, Jim? ¿Estabas durmiendo también...? Lo siento... Pero mira... ¿querrías hacerme una lista de todos los hombres importantes que conozcas relativamente bien? Lo necesito angustiosamente... No, no vengas. Creo que será mejor que no nos veamos por ahora. Mándamelo por correo... De acuerdo, ya sé que soy un paranoico...

Jerome K. Ferris era un gran hombre, con un sentido de su propia importancia que era todavía mayor. Estaba sentado inclinado ligeramente en la silla, con la cabeza empequeñecida por el casco de aluminio, respirando ligeramente. A su alrededor una serie de tubos de ensayo, luces intermitentes, indicadores, medidores. En la habitación reinaba un suave zumbido, que no interrumpía el silencio que llenaba el ambiente, bloqueando todo contacto con el mundo exterior. Las luces fluorescentes brillaban mudamente.

Fraser estaba sentado observando las trazas verdosas en la amplia pantalla del osciloscopio. Constaba de una intrincada serie de espiras, que parecían más bien un plato de spaghetti, que cualquier otra cosa. Se preguntaba cuántas frecuencias debía envolver. Varios miles, por lo menos.

—Fraser —repitió Kennedy, suavemente en el oído de su hombre hipnotizado—. Colin Fraser. Colin Fraser. —Dio la vuelta a uno de los diales con sumo cuidado—. Colin Fraser. Colin Fraser.

El osciloscopio vaciló al ser reajustado, apareciendo una nueva señal en la pantalla. Kennedy esperó unos instantes, y luego, Robert Kennedy, Sentiment Inc. Robert Kennedy, Sentiment Inc...

Cerró la máquina, que dejó de zumbar en seguida. Enfrentándose a Fraser con una ligera sonrisa, dijo:

—Listos. Encargo cumplido. ¿Estamos en paz?

—Por lo menos lo estaremos, creo yo —dijo Fraser.

—Desearía que confiara en mí —dijo Kennedy, con cierto anhelo—. He realizado el trabajo honestamente; no había necesidad de que estuviera vigilando.

—Es que me sentía poderosamente interesado —explicó Fraser.

—Con franqueza, no llego a comprender qué beneficio podrá reportarle la devoción perruna que sentirá por usted ese Ferris. Es rico, pero demasiado débil y corto de vista para llegar a ser un dirigente. Nunca se me ocurrió pensar en él para mis propósitos.

—Ya se lo he explicado —dijo Fraser, con paciencia—. Ferris es un potente accionista en una serie de corporaciones. Su influencia puede proporcionarme mucho trabajo.

—Sí. Ya lo sé. No le garantizo que sus deseos se cumplan ciegamente, compréndalo. He estudiado a Ferris. Es incapaz de perjudicarme. —Kennedy observó a Fraser con dureza—. Y por si acaso usted tuviera todavía aquellas locas intenciones, le ruego que recuerde que he inculcado en Ferris el respeto supremo hacia mí. Hará mucho para usted, pero no me perjudicará a mí en absoluto.

—Sé comprender cuando he perdido —dijo Fraser fríamente—. Saldré de la ciudad tan pronto haya terminado unos contratos que tengo pendientes de entrega.

Kennedy chasqueó los dedos.

—De acuerdo, Ferris, despierte ya.

Ferris parpadeó.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó.

—No mucho —dijo Kennedy, desconectando los electrodos—. He estado tomando mis anotaciones. Muchísimas gracias por su ayuda, señor. Cuidaré de que le sea abonado lo correspondiente una vez mis experimentos sean publicados.

—Ah... sí. Sí. —Ferris se levantó. Luego, pasando un brazo por los hombros de Fraser, añadió—: Si no está ocupado, tal vez no tenga inconveniente en tomar el almuerzo conmigo.

—Gracias —dijo Fraser—. Me gustaría hablar con usted de algunas cosas.

Se retrasó un poco mientras Ferris salía de la habitación.

—Supongo que esto será el adiós para nosotros —dijo.

—Bien, por lo menos, hasta la vista. Seguramente sabremos uno del otro en alguna otra ocasión. —Kennedy estrechó la mano de Fraser—. ¿Todo en orden? Me ha dado usted mucho trabajo, conseguir gracias a la astucia presentarle a Ferris cuando me dio su nombre, y luego enviar a uno de mis hombres para que le convenciera de venir aquí. Y todo ello precisamente ahora que estoy tan atareado.

—Cierto —dijo Fraser—. Absolutamente cierto. No puedo simular estimación hacia usted, sin embargo, por lo que ha hecho, pero reconozco que no es un mal tipo.

—Peor que usted no —dijo Kennedy soltando una carcajada—. Ahora, se ha servido de la máquina para su propio beneficio.

—Sí —respondió Fraser—. Creo que sí.

Sworsky preguntó:

—¿Por qué insistes en telefonearme desde cualquier teléfono público? ¿Y por qué me llamas al despacho? Ya sabes que tengo teléfono en casa.

—Temo que nuestras líneas telefónicas estén intervenidas —dijo Fraser—. Kennedy es un tío muy listo, no lo olvides. Creo que está a punto de olvidarse de mí como algo peligroso, pero desde luego, tú estás vigilado. Formas parte de su lista.

—Desde luego, no hay duda de que estás alimentando un formidable complejo persecutorio. Francamente, Colin, me tienes preocupado.

—Bien, sé indulgente conmigo por un rato. ¿Has conseguido alguna información relativa a Kennedy desde la última vez que te telefoneé?

—Hmm. No. Hablé con Thompson, tal como me dijiste, diciéndole que había oído rumores sobre técnicas revolucionarias encefalográficas, dejándole ver mi interés por ver dicho trabar jo. ¿Por qué querías que hiciera esto?

—Thompson —dijo Fraser— es uno de los hombres de Kennedy. Ahora fíjate bien, Jim, dentro de poco serás invitado a visitar a Kennedy. Te dará un discurso sobre sus investigaciones y te pedirá que le dejes medir las ondas de tu cerebro. Quiero que le digas que sí. Luego deseo saber el tiempo exacto de las tres entrevistas que te concederá a tal efecto, por lo menos de las dos primeras.

—Hmmm..., si Kennedy hace lo que tú dices...

—Jim, es necesario correr el riesgo, pero seré yo quien lo corra. Tú estarás a salvo, te lo prometo. Aunque quizás más tarde leas que han encontrado mi cuerpo flotando en las aguas de un río. Verás, conseguí que Kennedy influenciara a un poderoso accionista para mí. Una de las compañías menos importantes en las cuales tiene plenos poderes es la Messenger. Supongo que Kennedy no debe saberlo. ¡Espero que no!


Sworsky ofrecía un aspecto como si hubiera sido golpeado con sacos de arena. Estaba blanco y la mano que sostenía un vaso de bebida, temblaba.

—Dios —murmuró—: Dios, Colin, tenías razón.

Fraser mostró sus dientes en una mueca.

—Te has dado cuenta, ¿eh?

—Sí. Dejé que me hipnotizara, y luego desperté con una expresión soñolienta, según tú me dijiste. Hace tres horas, se presentó aquí. Me soltó un fenomenal discurso sobre la estupidez de los secretos militares, y cómo lucha la Unión Soviética en pro de la paz y de la justicia. Espero haber actuado como si estuviera realmente sorprendido. No soy muy buen actor.

—No era necesario serlo. De esta manera no te has extralimitado. Para cualquiera de las víctimas de Kennedy, obedecer sus deseos es tan natural que no hace falta ninguna extrañeza aterradora.

—¡Me pidió unos datos! Divisiones de bombardeo. Valores críticos. Niveles de resonancia. Dios mío, si los rusos descubrieran todo esto a través de espías, les habrían ahorrado tres años de investigaciones. Desde luego, esto es un caso para el F.B.I.

—No. Todavía no. —Fraser apoyó su mano en el brazo de Sworsky—. Has ido bastante lejos por mí, Jim. Por favor, sigue un poco más adelante.

—¿Qué quieres que haga?

—Pues... —Fraser se echó a reír—. Dale lo que te ha pedido, naturalmente.

Kennedy levantó la vista de la mesa, murmurando.

—De acuerdo, Fraser —dijo—. Usted ha sido un maldito estorbo, y es, desde luego, un verdadero esfuerzo para mi paciencia soportar de nuevo su presencia. Pero esta es la última vez. ¿Qué diablos quiere?

—Tal vez será la última vez que necesitaré verle —dijo Fraser sin sentarse. Permaneció de pie frente a Kennedy—. Usted se lo ha buscado, amigo. Levántese.

—¿Qué quiere decir? —La mano de Kennedy se movió hacia el timbre.

—Óigame bien antes de hacer nada —dijo Fraser, sonriente—. Sé que ha intentado influenciar a Jim Sworsky. Sé que le pidió le facilitara algunos datos sumamente secretos. Hace pocas horas, usted ha entregado los archivos que él le entregó a Bryce, quien, sin duda alguna, debe hallarse en estos momentos en las oficinas de Amtorg. Esto es alta traición, Kennedy. Ejecutan a la gente que hace esto.

El psicólogo se echó hacia atrás.

—No intente que sus sabuesos se desembaracen de mí —dijo Fraser—. Sworsky está sentado al lado del teléfono, esperando para llamar al F.B.I. Sólo yo puedo evitar que lo haga.

—Pero... —Kennedy se pasó la lengua por los resecos labios—. ¡Pero él también ha cometido traición! ¡Me dio los papeles!

Fraser sonrió:

—No creerá que eran los auténticos, ¿verdad? Dudo de que sea ya tan popular en la Unión Soviética, si pretende construir máquinas empleando sus informes.

Kennedy observaba fijamente el suelo.

—¿Cómo lo ha conseguido? —preguntó.

—¿Se acuerda de Ferris? ¿El tipo que influenció para mí? Es propietario de un buen número de acciones de la firma del vecino de al lado, el Messenger Advertising Service. Le soplé los oídos diciéndole que necesitaba un despacho para realizar un trabajo importante, sólo que mi paradero debía ser secreto. La gente del Messenger fueron trasladados sin que nadie lo supiera. Me instalé allí durante una noche, así como un pequeño oscilador eléctrico.

—La encefalografía es un trabajo muy delicado; implica varios millones de amplificaciones, El aparato se porta mal si no se va con cuidado. Naturalmente, su laboratorio y la máquina estaban muy bien protegidos, pero aun así, un emisor de radio situado al lado de la puerta, bastaría para hacerlo saltar. Mi mayor preocupación fue desbaratarlo sólo un poco, de manera que usted no sospechara nada.

»Sólo me serví de ello durante sus sesiones de medición con Sworsky. No tenía que estar aquí cuando usted conectó el rayo sobre él, porque todo sería calculado sobre datos falsos, y quedaría tan lejos de la realidad que no tendría ningún efecto. Usted mismo me habló de la precisión que era necesaria para un perfecto ajuste. De manera, que Sworsky se limitó a interpretar un papel. Ahora poseemos una prueba contra usted, no por entrometerse con las vidas humanas, sino por espía.

Kennedy estaba sentado, sin moverse. Su voz era un entrecortado tartamudeo.

—Iba a cambiar al mundo. Tenía esperanzas para toda la humanidad. Y usted, por culpa de una mujer...

—Nunca he confiado en nadie que tuviera complejos de Mesías. El mundo es demasiado grande para que una sola mano pueda cambiarlo. Usted sólo hubiera conseguido empeorar las cosas. Muchos dictadores han empezado su carrera como reformistas y la han terminado con ejecutores en masa. Usted habría hecho lo mismo.

Fraser se inclinó sobre la mesa.

—Estoy dispuesto a hacer un trato —siguió—: Sworsky, Martínez y yo estamos dispuestos a informar sobre Bryce y dejarle a usted, siempre y cuando haga recobrar a todos sus sujetos su primitivo estado emocional. Vamos a repasar sus archivos y comprobaremos lo que hay que hacer. Uno por uno.

Kennedy se mordía los labios:

—¿Y la máquina...?

—No lo sé. Ya nos ocuparemos más tarde de e9a. Fantástico, Dios mío. Aquí está el número de teléfono de Judy Harkness. Llámela y dígale que venga inmediatamente para un tratamiento especial. En seguida.


Un mes más tarde, los periódicos informaban respecto a una historia concerniente a un maníaco plausible que había trabajado en los laboratorios de la Universidad de Columbia, donde la máquina de Gavotti estaba siendo estudiada, para posteriormente ser destrozada y convertida en ruinas por él mismo, antes de que pudieran detenerle. Llevado a la cárcel, se había suicidado en su celda. Su nombre era Kennedy.

Fraser no pudo evitar cierto sentimiento de pesar, pero no tardó mucho en olvidarse de ello; estaba demasiado atareado haciendo planes para su boda.


FIN