CAPITULO II


Las oficinas de Submarinas estaban separadas de las salas de los comités, esto, combinado con el hecho de que los debates todavía estaban en pleno apogeo en la sala del consejo, hacían que sólo una secretaria estuviese trabajando en la oficina exterior.

—Que no nos molesten, Kara —dijo Eli atravesando junto con Kurt esta oficina y entrando en la suya.

—Bien, Eli —respondió la muchacha y añadió con una expresión de importancia—, Poby Richards...

—Ya sé —atajó Eli— he hablado con él, Kara.

Y así diciendo, cerró la puerta de su oficina. Pasó por un pequeño cuarto adjunto, equipado con una cama y lavabo, y abriendo una puerta corrediza entró en una oficina impresionante, con una magnífica mesa de despacho, del tipo usado por todos los representantes del consejo. Esa mesa estaba prevista para proveer de todo, excepto tomar medidas para un traje; y durante los siete años de residencia en esta oficina, Eli sólo había hecho uso de una décima parte de estos aditamentos, sin embargo, ahora empezó a pulsar botones sin miramientos.

Un perfume se esparció por el despacho y un rumor de música folklórica se dejó oír en el ambiente; y la mesa, como si fuese un enfermo enseñando pacientemente la lengua a su doctor, sacó por una de sus esquinas un bar, pequeño pero completo.

—¿Quieres beber, Kurt? —preguntó Eli.

—¿Por qué no? —respondió sorprendido éste. Era la primera vez que Eli le había hecho esta invitación—, creí que nunca...

—Ni yo tampoco —suspiró Eli— hubo un tiempo en que siempre estaba sediento, pero es raro, gradualmente perdí la sed; bien —cortó bruscamente—, de todas formas, vamos a beber, la ocasión lo reclama.

—Bonita faena hiciste hoy —rió Kurt entre dientes.

—¿Faena? —repitió Eli.

—A Tony.

—¡Ah, eso! Kurt, tienes que vigilar este asunto. Esto sólo ha sido un varetazo temporal —y alargando un vaso a Kurt añadió—: Estoy adelantándome a mí mismo, aquí tienes, a tu salud.

—¿A mi salud? —se sorprendió Kurt.

—Sí —dijo Eli, bebiendo un sorbo—, ¿te gustaría ser representante de Submarinas?

La expresión de Kurt cambió por completo, dejó su vaso en la mesa y dijo incrédulamente:

—No pensarás retirarte, ¿verdad?

—Eso es, me retiro.

—¿Estás bromeando? —tartamudeó Kurt— ¡claro que sí! Pero si tú eres Submarinas, tú eres la única razón por la que los grupos de coalición están unidos a nosotros.

—Tonterías —repuso Eli, dejando su vaso sobre la mesa— nos aguantan por los beneficios que les reporta.

—¡Pero yo soy incapaz de dirigirlos! —estalló Kurt, con desespero.

—¿Cómo lo sabes si no lo has intentado? Además, si tú quieres, sólo será temporal, hasta que Cúpulas designe a otro para sustituirme; pero creo que te darán la plaza a ti, si tú la quisieras. —Y mirándolo comprensivamente, añadió—: Pero debes probarlo para saber si te interesa o no.

—Pero Eli —protestó estúpidamente Kurt— ¡No comprendo por qué quieres dimitir! ¡Luchaste mucho para conseguir este puesto! ¡Eras un desconocido hace ocho años!

—De repente me he dado cuenta que no lo quiero —dijo Eli mirándole fijamente—, comprobé hace años que me hacía viejo, que cualquier persona a mi edad podía ganar el mundo, ¿y por qué yo no? Busqué lo mejor y lo conseguí.

—¿Y ahora que no hay más allá lo dejas? —dijo acusadoramente Kurt.

—No —respondió Eli dando media vuelta y mirando a la pared—, no; me metí en política porque creí que estaba perdiendo el tiempo no haciendo nada. Ahora creo que estoy perdiendo el tiempo con la política. Toda mi vida he estado buscando lo que quiero hacer, y he decidido seguir buscando... ; o crees que a los cuarenta soy demasiado viejo?

—No —respondió Kurt rápidamente— pero... pero es una cosa egoísta lo que haces.

—De acuerdo —dijo Eli, alegremente. Era la clase de concesión única que le gustaba hacer, que le devolvía su buen humor. De repente notó que la rodilla le dolía y se sentó.

—Si esa es la única razón por la que quieres dimitir... —balbuceó Kurt. Al haber descubierto pies de arcilla en su ídolo, trataba ahora de cubrirlos.

—Otro motivo es, que pienso que el mundo va de cabeza al infierno, pero eso no debe de preocuparte.

—No comprendo —repuso Kurt.

—No hay que comprenderlo. Sin observar profundamente se puede uno dar cuenta que los grupos se están desintegrando como un sistema de gobierno; la única solución es un mundo unido completamente, y, a pesar de dos mil años de experiencia, no estamos preparados todavía. ¿Cómo opinas que será el futuro?

Kurt estaba atónito:

—¿Crees eso de verdad? Vivimos en tensión, lo sé, con todas estas supersticiones acerca de los Miembros...

—¡En tensión! —rió Eli—, en todas épocas ha habido tensión, la gente... —Mientras hablaba habíase vuelto y de repente, se detuvo diciendo—: ¡Poby!

Azorado, el joven correo que estaba de pie junto a la puerta, dio unos pasos hacia el centro de la habitación, bajo la interrogante mirada de sus dos superiores.

—Me dijiste que te esperara aquí, Eli.

—¿Has escuchado todo esto? —preguntó Eli.

—Me quedé dormido en tu cama —el muchacho estaba padeciendo lo suyo y, al notar esto, Eli cambió de tono como si se hubiese establecido una corriente eléctrica entre ambos.

—Bien, en este caso ven a beber con nosotros, ¿qué prefieres?

Poby pareció no comprender lo que se le decía, y de repente estalló:

—¡No, ese no es motivo para beber!

Con la botella en la mano, Eli preguntó, mirando fijamente al muchacho:

—¿Qué motivo?

—Tu dimisión no es motivo de alegría, es... es una tragedia. Millares de personas confían en ti. Si tú les abandonas, ¿en quién van a confiar?

—¡Poby! —cortó secamente Eli— yo no soy el rey Arturo ni tú Sir Bedivere. Sin embargo, gracias por tu buena opinión acerca de mí.

—¡Pero, si es verdad! —casi gimió Poby.

—¡Y si lo fuese, qué! —respondió Eli con facilidad— ¿has oído hablar alguna vez del derecho a la felicidad individual?

¡Oh, tienes respuesta para todo! Porque eres un maestro de jefes de estado, yo no sé hablar. Lo único que puedo hacer es decírtelo.

—Ese es el gran error de la gente —dijo Eli, cansadamente— dejémoslo estar, Poby, antes de que nos enzarcemos en una discusión mutua —se volvió a Kurt—: Todavía es temprano y voy a marcharme. Te voy a dar mi dimisión en cinta magnetofónica y puedes hacerla pública cuando tú creas que sea la hora. Sabes todo lo necesario para hacerte cargo de la situación. Poby —dijo, volviéndose al correo— prepara la aeronave. Quiero que me lleves a un lugar que está a unas dos horas de aquí.

Poby se marchó pensando en todas las razones que le hubiera podido dar a Eli, si le hubiesen venido a la cabeza en el momento adecuado. Eli le vio salir de la habitación, y entonces se dirigió a Kurt:

—Estaré en el destacamento de investigación de la Universidad de Miami, en Galayo Banks Shallow Water.

—No sabía que tuviesen un destacamento —dijo Kurt.

—Y esperemos que nadie más lo sepa —respondió Eli— no des a nadie mi dirección —exploró la oficina con la mirada y añadió—: Creo que eso es todo, sólo falta la dimisión —se acercó a la mesa y buscó el magnetofón.

—Sabes —dijo Kurt siguiéndole— el chico tenía razón.

Alargando la mano para apretar el botón, Eli levantó la mirada y observó a su ayudante extrañamente.


* * *


El sub-aéreo atravesó el espacio y Eli, pensativo, se asomó a la ventanilla observando el azul Mediterráneo que se divisaba millas bajo ellos. Sólo él y Poby viajaban en la diminuta aeronave, a unas mil seiscientas millas por hora y dirigiéndose a cierto punto de las costas de Turquía.

—¿Todavía no llegamos, Poby? —preguntó Eli.

—Casi —dijo Poby al mismo tiempo que de uno de los controles se escapaba una nota aguda. ¡Ya estamos! Aterrizaremos dentro de diez minutos. —Conectó el piloto automático.

El avión iba descendiendo rápidamente y Eli, apartándose de sus pensamientos, volvió a asomarse a la ventanilla y vio la superficie del mundo venir a su encuentro. Momentos más tarde, estaban sobre el agua y deslizándose hacia un malecón de piedra que sobresalía en el océano, por debajo de un refugio que dominaba algunas casas agrupadas en la playa más allá. Un hombre bastante grueso, vestido con una túnica blanca y amplios pantalones azules, les estaba esperando.

El sub-aéreo llegó al malecón y Poby abrió la puerta para que saliese Eli.

—Bien, Hassan —saludó Eli, mientras salía.

—Bien, Eli —respondió Hassan Bendhruck—. Ven a casa, lo tengo todo preparado para que puedas verlo.


* * *


Dos horas más tarde estaban cómodamente sentados y terminando de comer en una galería en la parte superior de la casa.

—Me estoy haciendo demasiado viejo para seguir dirigiendo una organización secreta de policía, y, sin embargo, no me alegro de que la desorganices —y así diciendo, Hassan contempló la negra superficie del café que había en su taza y prosiguió—: Quizás estoy tratando de convencerme que me alegraría de ello.

—Eso me satisface —contestó Eli— ya que todavía hay algunos detalles que quizás hubiese que terminar. Supongo —continuó con una expresión misteriosa que le daba una apariencia satánica—, que te gustaría, a ti solo, hacer un trabajito extra para mí de cuando en cuando.

—¡Hombre! —dijo Hassan, acompañando las palabras con un amplio gesto de las manos—. ¡Cómo no!

—Verás —explicó Eli— el problema es que un hombre que ha llegado a la posición que yo ocupo en el mundo, no puede volver con seguridad a las filas de los ciudadanos anónimos. Sé que estoy acabado para la política, pero puede ser que algunos no lo crean así y no voy a decir quienes...

—Nuestro amigo, el del apellido que empieza por «S» —murmuró Hassan, reposando las manos sobre su estómago.

—U otros —dijo Eli—. Y bien podría suceder que uno o más de esa gente decidiese no arriesgar un cambio de ideas por mi parte. ¿Comprendes?

—Creo —replicó Hassan—, que puedo garantizarte que estoy en condiciones de hacerte saber si hay algo planeado contra ti por lo que nosotros sabemos —hizo una ligera mueca—. Diariamente, la gente llama a mi puerta para venderme noticias. Es una de las tristes desventajas que produce el tener dinero para pagar por ellas. Pero, ¿vas a dimitir de verdad?

—De verdad —respondió Eli— ya te daré mi dirección.

—Ya la tengo —replicó Hassan con un suspiro, sorprendiendo a Eli no muy gratamente—. Lo que vas a necesitar allí es un contacto conmigo, a prueba de tonterías y que no llame mucho la atención.

—Supongo —dijo Eli, irónicamente—, que ya tienes algo preparado.

—La verdad es que sí, y si quieres venir conmigo, te enseñaré lo que quiero decir.

Se levantó y Eli con él, salieron de la galería, atravesaron un césped y por un sendero de grava, salieron hasta la orilla del mar; una vez allí, subieron a una pequeña lancha y Hassan, la puso en marcha y pilotó a lo largo de la costa.

Unas millas más adelante, se encontraron con una costa rocosa, donde las olas se rompían bruscamente, Hassan maniobró la lancha entre las rocas y sobre las olas, con tal aplomo que por un momento Eli creyó que trataba de hundirles a todos; pero entonces con un brusco viraje se metió por una abertura que había en las rocas y siguió por una cueva en la que se veía luz al fondo.

Dieron la vuelta a un recodo y de repente se encontraron en un brillante mundo submarino. Era una enorme caverna, resplandeciente debido a un sol artificial que brillaba sobre sus cabezas, tan brillante que no se le podía mirar fijamente. Por lo demás, la vasta extensión de la cueva, estaba cubierta de hierba y senderos, igual que si fuese un jardín natural.

Hassan amarró la lancha a un pequeño malecón y desembarcaron. Saliendo de detrás de un abeto enano, un hombre de baja estatura, encorvado y usando unas gafas pasadas de moda, vino a recibirles.

—Este es Johann Schonner, Eli —dijo Hassan.

—Muy honrado —saludó Eli. Reconociéndole, Johann Schonner, inclinó la cabeza en ademán de saludo, pero miró con alarma a Hassan.

—Pero si todavía no estoy preparado, sabes que no he terminado. Te lo dije ayer, era imposible.

—Bueno, bueno —dijo Hassan, con un humor no exento de exasperación— todavía no los necesitamos, sólo quiero enseñárselos a Eli.

—Ah, bien, en ese caso... —se volvió hacia el abeto y mirando hacia atrás dijo—: Por aquí, vamos Johnstone.

Eli le siguió, y Hassan también, por entre árboles enanos y entraron en una sección de la cueva que había sido, dividida en compartimentos, por altas barreras de luz. Cuando pasaron a través de una de estas barreras, se encontraron rodeados por minúsculos y veloces pajaritos, tan pequeños que podían formar nido en la palma de las manos.

—¿Te has convertido en un amante de los pájaros? —dijo Eli sonriendo, pero Hassan negó con la cabeza, muy seriamente.

—Enséñaselo —le dijo a Johann.

Johann, metiendo una mano por un extraño bolsillo que colgaba de su túnica, sacó una bolsa de piel de ante y, abriéndola, sacó de ella un pequeño anillo de un metal blanco, que dio a Eli.

—Póntelo, póntelo —dijo.

Eli lo deslizó en el anular de su mano derecha, resultando venirle a la medida. De repente, con un silencioso aleteo, uno de los pajaritos —de color parduzco y tamaño no mayor que una mandarina— se posó sobre el anillo. Eli se lo quedó mirando y el pajarito hecho hacia atrás su cabecita y, sin otro aviso, vertió unas cadenciosas notas, sorprendiendo por su elevado tono en un ser tan pequeño.

—Ahora —susurró Hassan en el oído de Eli—, aprieta el anillo.

Así lo hizo y del anillo salió un sonido. Habló como un ser humano, diciendo:

«Encantado de conocerte, Eli».

Eli se quedó mirando a Hassan y Johann y dijo secamente:

—Es una idea.

—Usa ese anillo —dijo Hassan— estos pájaros, si es necesario, pueden dar media vuelta al mundo. Sin embargo, en tu caso, no será necesario; tendremos unos cuantos situados en el continente, no más de cien millas de donde tú estés. Usa este anillo y sal, al menos una vez al día, a cielo abierto.

—¿Habéis entrenado a los pájaros a venir a este anillo? —dijo Eli, mirándolo curiosamente.

—Entrenados no, sensibilizados —dijo con gravedad Johann— un proceso parecido a los instintos que les hacen emigrar.

—¿Y sus trinos pueden llevar cualquier mensaje?

—Cualquiera —respondió Johann— incluso de considerable longitud. Mira, el traductor que hay en tu anillo, calcula frecuencia, modulación, entonación y otras cosas que hay en cada nota, extrayendo la información. Es bastante complicado, te doy mi palabra. —Y se frotó las manos y ajustó las gafas con un gesto de obvia satisfacción.

—Ya veo —dijo Eli.

—Entonces —terminó Hassan— guarda el anillo, Eli. Hemos de regresar. Volveré para hablar contigo acerca de esto, Johann.

Johann cogió delicadamente el pájaro que todavía estaba sobre el dedo de Eli, y se lo llevó a través de otra barrera de luz.

Hassan condujo a Eli hacia la lancha y regresaron a casa. Y mientras estaban bebiendo café tranquilamente, Eli habló, un poco amargado y más bien para él mismo que a Hassan.

—¡Y yo que creía que me iba a librar de todo esto! —dijo mirando hacia el mar.

—Esto tú ya lo sabías, Eli —éste se volvió y vio que Hassan estaba hablando seriamente.

—Tenemos la obligación de saberlo. Por ejemplo, he tenido noticias, desde que dimitiste, que algo se está preparando contra ti.

Eli siguió hablando a Hassan un largo rato v lentamente, cansadamente, asintió:

—Tenía que ser así.