CAPITULO PRIMERO
Tenía veintidós años, recién salida del colegio, llena de vida y esperanzas, y todo dispuesto para conquistar el mundo. Colin Fraser resultaba estar de vacaciones en cabo Cod, donde ella estaba disfrutando del verano, asistiendo a más espectáculos de los que él se había propuesto. No había sido difícil conseguir una presentación y antes de que hubiera transcurrido mucho tiempo él y Judy Sanders sabían bastantes cosas uno del otro.
—Naturalmente —le decía ella una tarde en la playa— mi nombre verdadero es Harkness.
El levantó el brazo dejando caer la arena entre sus dedos. La playa era grande y deslumbrante a su alrededor, el mar galopando en sus idas y venidas con seguido rugir y una suave brisa que flotaba sobre sus cabezas.
—¿Qué hay de malo en él? —preguntó él—. Desde el punto de vista profesional, quiero decir.
Ella echóse a reír haciendo mover el largo cabello que caía por encima de sus espaldas.
—Quería vivir bajo el nombre de Sanders —explicó.
—Oh... oh, sí naturalmente —sonrió—. Somos dos almas gemelas.
Fue entonces cuando decidió que ya hacía bastante tiempo que era soltero.
Al llegar el otoño, ella se fue a Nueva York para empezar el ascendente trabajo —sobresaliente, paseos interrumpidos, teatros y papeles en sinceros pavos. Fraser regresó a Boston por algún tiempo, pero su trabajo se resintió, tenía que seguir bosquejando de prisa para poderla ver.
En la primavera la muchacha comenzaba a conseguir plazas; tenía talento y cualquiera se alegra al contemplar una rubia de ojos castaños. Los ofrecimientos semanales estaban empezando también a mostrar cierto progreso real, y él pensó que un mes o dos de asedio continuo podrían poner fin a la campaña. Por esto dejó su trabajo y se fue a Nueva York. Había reservado suficiente dinero, y era bastante bueno en su trabajo, para disponer de él. De todas maneras, era su propio amo, ingeniero consultor, especializado en análisis matemáticos.
Encontró una habitación amueblada en Brooklyn, y llenó el tiempo que tenía libre, cuando se acordaba de ello, con algunos cursos especiales de matemáticas en Columbia. Tenía muchos amigos en la ciudad, de toda clase de profesiones. Junto a Judy, aprendió mucho del físico Sworsky, quien era un compañero entretenido aunque la mayoría de su trabajo era tan absolutamente secreto que ni siquiera podía nombrarlo. Fue un período feliz.
Siempre hay la nota discordante, desde luego. En este caso, era el hecho de que Fraser tenía mucha competencia. No tenía muy buena presencia —un tipo alto de unos veintiocho años, con cara de cuchillo y siempre con los trajes deshilachados. Pero sin embargo, Judy se había sentido inclinada hacia él más que hacia cualquier otro, y comprendía que la muchacha había sido seriamente considerada al aceptar su propuesta y no otra.
La telefoneaba una vez al día.
—Lo siento —respondió la muchacha—. Me gustaría, Colin, pero ya me había comprometido para esta noche. No tienes por qué preocuparte, se trata de Matthew Snyder.
—Hmmm... ¿El industrial?
—Uh-uh. Me lo ha pedido de una manera que me ha sido totalmente imposible rehusar. Pero no creo que debas sentirte celoso, cariño. Adiós ahora.
Fraser encendió su pipa con cierta elegancia, Snyder era varias veces millonario, pero estaba próximo a los sesenta, era viudo y poseía una conversación notablemente obtusa. Judy no... Bueno, no había porqué preocuparse, como ella había dicho. Se dejó caer en el apartamento de Sworsky para pasar la velada jugando al ajedrez o algo por el estilo.
A principios de mayo, cuando el mundo vuelve a recobrar su verdor, Judy llamó por teléfono a Fraser.
—Hola —dijo, vacilando—. ¿Estás atareado esta noche?
—Bueno, espero estarlo, si tú haces lo que yo diga —respondió.
—Mira. Vamos a hacer un trato. He ganado un poco más de dinero y deseo sentirme rica por una noche.
—Ummmm —murmuró a través del teléfono—. No creo que...
—Oh, no seas bobo. Nos encontraremos en el vestíbulo de Dixie a las siete. ¿Vale? —Le mandó un beso a través del hilo telefónico y colgó antes de que él pudiera añadir nada más. El muchacho suspiró y se encogió de hombros. ¿Por qué no, si ella lo quería así?
Fueron a un restaurante húngaro, donde una pareja de gitanos húngaros se paseaba a su alrededor tocando sólo para ellos, según parecía, cuando le dirigió una pregunta a Judy.
—¿Te ha tocado la lotería, o qué?
—No —rióse la muchacha por encima del vaso—. Hago de...
—Espero que dejarás esa clase de trabajo antes de casarnos.
—Es un trato curioso —dijo ella pensativamente—. Te interesará. He salido un par de veces con ese Snyder, ya sabes, y si algo puede arrojarme antes a tus brazos, Colin, son sus lecturas políticas.
—Bien, alabado sea el partido republicano. —Puso su mano sobre la de ella, que ésta no retiró, pero frunció ligeramente el entrecejo.
—Colin, tú sabes que deseo conseguir algo antes de casarme, ver un poco de mundo, del mundo teatral, antes de convertirme en una hacendosa mujercita de mi casa. No seas tan... Oh, no tiene importancia, me gustas de todas maneras.
Dio un pequeño sorbo a la bebida que tenía en el vaso y volvió a dejarlo en la mesa.
—Bien, para seguir con la historia. Al final le di el pasaporte definitivo a Comrade Snyder, y debo reconocer que se lo tomó bastante bien. Pero hoy, esta mañana, me ha telefoneado pidiéndome que fuera a almorzar con él, y lo he hecho después que se hubo explicado. Parece ser que tiene un amigo psiquiatra que está haciendo investigaciones, midiendo las variaciones del cerebro o algo por el estilo, y... —¿he dicho variaciones? Ondas, quise decir. De todas maneras, lo que él desea es medir diferentes tipos de gente, tantos como le sea posible, y Snyder me convenció. Se supone que tendré que acudir tres tardes consecutivas, de una duración de dos horas cada vez, y obtendré cien dólares por sesión.
—Ummm —dijo Fraser—. No sabía que las investigaciones psíquicas procuran tanto dinero. ¿Quién es ese loco científico?
—Se Mama Kennedy. Oh, hablando de todo un poco, se supone que yo no debo decir nada de esto a nadie; quieren lanzarlo al mundo por sorpresa o algo así. Pero contigo es distinto, Colin. Estoy excitada. Quería hablar con alguien de esto.
—Claro —dijo él—. ¿Has asistido ya a la primera sesión?
—Sí, la primera ha sido hoy. Es un lugar gracioso para hacer investigaciones o experimentos. Kennedy posee un gran apartamento en la Quinta Avenida precisamente en el distrito de primera. Un despacho maravilloso. El nombre de ese equipo es Sentiment, Inc.
—Hmmm. ¿A santo de qué un equipo de investigación lleva un nombre como ése? Bueno, sigue.
—Oh, no queda mucho por contar. Kennedy ha sido muy amable. Me ha hecho entrar en el laboratorio lleno de toda clase de aparatos medidores, luces intermitentes y os... ¿cómo lo dices? Esas cosas que hacen dibujos moviéndose rápidamente.
—Osciloscopios. Nunca serás una científica, querida mía.
Ella sonrió.
—Pero conozco un científico que me gusta... ¡No importa! Como te iba diciendo, me hizo sentar en una silla y puso unas bandas alrededor de mis muñecas y tobillos, y luego una cosa grande como los secadores que se emplean en los salones de belleza sobre mi cabeza. Entonces estuvo un rato ocupado dándole vueltas a distintos discos, tomando notas. Después comenzó a decirme algunas palabras y mostrarme algunas fotografías. Algunas eran muy bonitas, otras terribles; algunas cómicas; otras estremecedoramente horribles... En resumen, eso fue todo. Después de un par de horas me entregó un cheque por valor de cien dólares y me dijo que mañana volviera a ir.
—Hmmm. —Fraser se acariciaba pensativamente la barbilla—. Aparentemente estaba midiendo los ritmos eléctricos correspondientes al placer o desagrado. No tenía la menor idea de que nadie pudiera haber hecho un encefalógrafo tan perfecto.
—Bien —dijo Judy—. Ya te he contado el motivo de esta celebración. Ahora vamos, la orquesta está tocando. Vamos a bailar.
Pasaron una noche naturalmente maravillosa. Más tarde Fraser permaneció despierto mucho rato, no queriendo romper el hechizo de su felicidad con el sueño. Consideraba que dormir era desperdiciar lastimosamente el tiempo; suponiendo que viviera noventa años, habría malgastado treinta años en la inconsciencia del sueño.
Judy estaba ocupada durante las dos veladas siguientes y Fraser también estaba invitado a cenar con Sworsky a la noche siguiente a su entrevista con Judy. Por eso no fue hasta el final de semana que la llamó de nuevo.
—Hola, cielo —le dijo, dichoso—. ¿Cómo van las cosas? Me refiero a tus entrevistas, naturalmente.
—Oh... Colin —su voz era débil y parecía temblarle.
—Oye, tengo dos entradas para el Delantal al servicio de S. M. De modo que ponte tu delantal y espérame que voy a buscarte.
—Colin... lo siento, Colin. No puedo.
—¿Huh? —se dio cuenta de que la voz de la chica le sonaba de una manera extraña, sintiéndose repentinamente alarmado—. ¿Te encuentras bien, verdad?
—Colin..., yo... ¡voy a casarme!
—¿Qué?
—Sí. Estoy enamorada ahora; verdaderamente enamorada. Me casaré dentro de un par de meses.
—Pero... pero...
—No quería lastimarte. —Oyó que empezaba a llorar.
—Pero quién..., cómo...
—Es Matthew —murmuró ella, entre sollozos—. Matthew Snyder.
Fraser permaneció callado unos momentos, hasta que ella le preguntó si seguía al teléfono.
—Sí... —respondió sin entonación—. Sí, sigo aquí, en cierto modo. —Se estremeció—. Oye, tengo que verte. Quiero hablar contigo.
—No puedo.
—Por mil diablos, sí que podrás —le dijo duramente.
Se encontraron en un pequeño bar. Tranquilo, en el cual se habían citado otras muchas veces anteriormente. Judy le observaba con ojos asustados mientras pedía dos martinis.
—Bien —dijo él al final—. ¿Qué es toda esa historia?
—Yo... —apenas podía oír su voz—. No se trata de ninguna historia. De pronto me he dado cuenta de que estoy enamorada de Matt. Eso es todo.
—¡Snyder! —Soltó una palabrota—. ¿Recuerdas lo que me dijiste de él hace unos días?
—Entonces pensaba de aquella manera, pero ahora siento de distinta forma —murmuró ella—. Es un hombre maravilloso cuando uno llega a conocerle.
Y rico. Frenó las palabras y el pensamiento.
—¿Específicamente, en qué es tan maravilloso? —le preguntó.
—El... —De pronto, el rostro de la muchacha expresó éxtasis. Fraser la había visto así cuando le miraba a él, de aquella manera, a cada momento.
—Sigue —insistió, ceñudamente—. Enumera todas las cualidades de Mr. Snyder. Haz una lista. Es cortés, culto, inteligente, joven, atractivo, divertido... ¡Cuernos! ¿Por qué, Judy?
—No lo sé —respondió en un tono alto, casi miedoso. Sólo sé que le amo. Nada más. —Se inclinó sobre la mesa y acarició la mejilla de Fraser.
—Me gustas mucho, te aprecio, Colin. Trata de encontrar una chica bonita y sé feliz.
Fraser apretó la boca hasta que ésta pareció una simple raya.
—Eso me parece muy extraño —dijo—. ¿Es un chantaje?
—¡No! —La muchacha se puso de pie derramando el contenido de su vaso, y el brillo de su genio le demostró a Fraser lo sobreexcitada que estaba la chica—. Sucede únicamente que él es el hombre a quien quiero. Esto debe ser suficiente para usted, adiós, Mr. Fraser.
Permaneció sentado viéndola alejarse. Mientras cogió su vaso y bebió de un trago su contenido, pidiendo otro.