CAPITULO VII


Durante los días que siguieron, la estación, con sus cuatro hombres y la mujer, continuaron la reconstrucción del cuerpo de Eli en la misma atmósfera de paz apremiada que caracterizaba a una piedrecita rodando por un oculto manantial, mientras el torrente principal con toda su fuerza arrolladora, pasaba a unos pies de distancia. Era, en verdad, un momento revolucionario en la historia, una convulsión de la raza, que jamás había sido posible, porque nunca la gente que habitaba la superficie del globo había sido interconectada e interrelacionada en lo que era, para propósitos prácticos, una sola sociedad.

Las razones para esto eran dos: Primera, el establecimiento de los grupos, con su anunciado propósito de destruir el viejo seccionalismo que había originado tanto conflicto; y había, inevitablemente, tenido mucho más efecto en las mentes de hombres y mujeres del que sus fundadores habían intentado originalmente. Su intención era reemplazar un sistema pasado de moda por otro más práctico y nuevo. Y la realidad era que un tañer de campanas, por todos los sistemas que intentaban dividir la raza arbitrariamente, había sonado.

Un buen término medio de ojos humanos habían sido abiertos al hecho de que el mundo no estaba naturalmente dividido en porciones, que podían ser unidas para formar un todo; sino más bien un todo original que podía ser dividido a placer, de la misma forma que se corta un pastel. Y casi al mismo tiempo la inutilidad de cortarlo se hizo aparente.

Pero a pesar de todo, los Grupos duraron ochenta años, desde el momento en que fueron establecidos y mutuamente reconocidos. Y los rumores de esto, formaron las razones secundarias para e] caos actual. Primero la gente estaba acostumbrada a estar organizada; el temor al extraño todavía era un hábito histórico en un pequeño rincón trasero de muchas mentes y, como la mayoría de hábitos, buscaba su propia justificación, pidiendo una clasificación en la cual los extraños pudiesen ser incluidos. Segunda, aunque las dinámicas del progreso histórico habían ido acelerando con seguridad a través del paso del tiempo; se necesitaban todavía algunos años para un cambio universal, para reunir energías con que sobreponerse a la inercia natural de dejar las cosas tal y como están.

Para el Grupo se tardó ochenta años, lo cual está muy bien, si se compara al período paralelo de la Edad Oscura.

Pero estaba la segunda razón de mayor importancia, y ésta era social y emocional. La sociedad que había emergido del siglo veintiuno, podía ser comparada a una planta que, finalmente, para de crecer y concentra su energía en florecer. Con la aplicación pacífica de la energía atómica y los refinamientos y desarrollos basados en la resistente subestructura de las ciencias, y otros descubrimientos de los siglos precedentes, emergía una existencia cotidiana para las personas que sólo podía ser descrita como fácil y libre.

La población estaba estabilizada, la fuerza era ilimitada, y la necesidad había dejado de ser un factor esencial en la vida.

El resultado fue que una vez la segunda y tercera generaciones se hubieron acostumbrado a la novedad de una utopía práctica, la falta de una necesidad de progreso empezó a ser notada. La gente de la generación de Eli y Tammy s« encontraron aburridos e inciertos, en una época en que las viejas verdades eran anticuadas y las nuevas todavía no habían ocupado su lugar. La incansable energía que había sacudido a la raza del salvajismo primitivo de la prehistoria, buscaba una salida, no encontrándola, se volvió a sí misma, el instinto de la bestia que todavía formaba parte del hombre, reconoció ciegamente su infelicidad y ciegamente buscó una causa física de esa infelicidad, para acusarla y luchar contra ella.

Resultado, el mundo era una bomba y el programa de Sellars contra los Miembros, era el mecanismo que la haría estallar.

Empezando primero en las superpobladas capitales y, extendiéndose como el fuego en la hierba seca, a las pequeñas ciudades y al campo; abanicada por el descontento y malos sentimientos del hombre, la última y la más grande persecución brujeril, envolvió al globo en llamas y violencia. De las primeras acusaciones contra los Miembros, salió una verdadera caja de Pandora de acusaciones y supersticiones. Todos los monstruos tradicionales y de las leyendas, se reencarnaron en los Miembros. Eran brujos, hechiceros, vampiros; eran satánicos, espiritistas, Frankesteins. ¿Acaso tu vecino actúa de una forma extraña? Quizás es un Miembro o un producto de los Miembros. O quizá no sea un hombre, sino una ingeniosa imitación mecánica.

¿Y dónde estaban los hombres sensatos? Estaban allí, había muchos; eran mayoría. ¿Pero cuántas personas se necesitan para causar un pánico, en un incendio en un teatro lleno de gente? ¿Cuántas para hacer que un ejército abandone el campo de batalla? Si un hombre sale a la calle disparando su fusil, ¿cuántos correrán? ¿Cuántos irán también a buscar su fusil?

Sólo en regiones marinas ocultas, como la estación donde estaba Eli, reinaba la paz y entereza. Y mientras París ardía y las masas en Calcuta cortaban a los Miembros en pedazos, Eli era operado otra vez.

La primera operación consistió en reparaciones y la substitución de algunos órganos mayores. Esta otra era relativamente menor, pudiendo ser considerada como un remiendo de las más insignificantes glándulas. No era tan complicada, ni tan difícil —aunque un poco más delicada— que la primera Eli salió de ella encontrándose más cerca de lo normal.

Pasó los días recuperándose en la solar, en compañía de Tammy. Entre ellos dos un acuerdo silencioso de intención, se habla establecido por sí mismo; y Eli se encontró, con regocijo y sorpresa, que se había enamorado literalmente. Encontró también, en esta nueva emoción, a la que se había mostrado incrédulo unos años antes y ahora redescubierto con curiosidad, una excusa para ignorar lo que estaba ocurriendo en el mundo exterior y concentrarse en esas cosas relativamente menores, como su propia recuperación de las operaciones y las reacciones de Mel Bruger.

Este desafortunado joven se había enamorado perdidamente de Tammy en el momento en que ella llegó a la estación, hacía ocho meses. Y a pesar del hecho de que ella se había dedicado entonces, como ahora, a la adoración de Eli, se había torturado a sí mismo permaneciendo en la estación y trabajando estúpidamente para su propio rival. Era una especie de suicidio romántico, arrojándose sobre la punta de la lanza que sólo atraía a un tipo de joven y contristado temperamento; y Eli estaba ligeramente sorprendido al notar que él mismo sentía más comprensión hacia el muchacho, que Tammy, quién siempre se reía de él.

Los otros dos hombres que completaban la estación parecían, al mismo tiempo, darse cuenta y desentenderse de la situación; la reacción de Ntoane era de cortés aceptación y la de Howell de un sombrío regocijo. AI mismo tiempo Eli navegaba entre cuatro puntos de vista concernientes a él mismo, y examinaba y reaccionaba a estos radios emocionales con la misma clase de sensatez con la que anteriormente había mantenido su posición entre las figuras políticas del globo.

Así se entretenía,, mientras su cuerpo mejoraba y cambiaba. Por más profundamente que se enterrase a sí mismo, no le era posible ignorar un conocimiento general del progreso de los asuntos del exterior. Cierta ínfima porción dé su conciencia permanecía rozada sensiblemente por el mundo del que se había retirado y, aunque nunca escuchaba las noticias, no podía evitar el oír los comentarios de los demás e imaginar, contra su voluntad, una imagen vaga de lo que estaba ocurriendo.

Sabía, por ejemplo, que sólo las Cánulas Submarinas, se habían mantenido por encima de la histeria general, evidentemente protegidas por su insularidad submarina; y que actualmente estaban abarrotadas de refugiados procedentes de las ciudades terrestres arrasadas. Sabía que las revueltas estaban siendo dominadas; que los grupos estaban, para todos propósitos prácticos, muertos como organizaciones efectivas; j que la gente controlada por Sellars y usando como punta de lanza los miembros armados de Transporte, bajo la apariencia de organizaciones de socorro y autoridades locales temporales, iban gradualmente apoderándose de las del gobierno en todos los centros importantes. Finalmente estaba claro que las noticias se inclinaban en favor de Sellars, lo que indicaba que Clyde y el grupo de Comunicaciones se habían pasado, ciertamente, al lado vencedor.

Tal estado de cosas sólo podía, naturalmente, tener un fin. Se llegó a él una mañana en que Eli entró en el automático para desayunar y encontró a los demás enzarzados en una violenta discusión, una discusión que se cortó bruscamente al entrar él.

—¿Qué es esto? —preguntó Eli.

Miró alternativamente a Howell, Tammy y Mel; durante un momento nadie dijo nada y luego Howell habló.

—Están implantando un Estado Mayor central para substituir la autoridad del Grupo —dijo, un poco sardónicamente—. El Representante Sellars, por la radio, ha invitado a todas las autoridades de Grupo a reunirse en Cable Island y llegar a un acuerdo.

—Ah —dijo Eli, durante un momento guardó silencio, observando a los demás. Luego, volviéndose hacia el dispensador de café, añadió—: Parece que me he salido del empleo a tiempo.

Se llevó su café hacia la mesa y se sentó.

—¿Crees de verdad que te has salido? —preguntó Howell.

—No me voy a molestar contestando a eso —respondió Eli firmemente.

—No ha habido ningún anuncio de las Cúpulas —prosiguió Howell, sin darse por vencido—, quise asegurarme antes, no quiero qua vayas corriendo a Cable Island, todavía.

—Estate tranquilo —dijo Eli bebiendo su café.

—Cuando termines, ven otra vez al laboratorio. Quiero examinarte de nuevo.

Eli asintió y la conversación se reanudó otra vez, mientras iba desayunando, comiendo y escuchando. Se enteró que el anuncio de Sellar» había sido dado a primeras horas de la mañana, calculado para dar la vuelta al globo en las primeras horas del día. La reunión estaba concertada para lo más pronto posible, una vez los representantes requeridos de los ahora grupos no-funcionantes, fuesen congregados.

Eli terminó su desayuno, saludó con un gesto de la cabeza a Ntoane y Mel, sonrió a Tammy y se fue con Howell al laboratorio. Una vez allí, el médico tomó muestras y exploró la superficie de Eli con un epitelioscopio.

—Bueno —dijo al fin, doblando hacia arriba la visera de su pantalla—, ahora no hay duda. Estás regenerando.

—¿Regenerando? —repitió Eli y permaneció quieto mirando al otro lado, hasta que la palabra penetró en su mente—: ¡Ah, regenerando!

Era un momento culminante, un segundo de triunfo para ambos, y sin embargo, la ocasión les había venido tan natural que al principio, no pudieron reaccionar.

—Eso está muy bien —dijo Eli, cogiendo su túnica—, supongo que esto hay que celebrarlo.

—Eso creo —y mirando a Eli, empezó a sonreír. La sonrisa se amplificó cuando Eli también empezó a sonreír, hasta que al final estallaron ambos en una sonora carcajada.

—Lo que nos pasa a nosotros —dijo Howell cuando terminaron de reír—, es que nos estamos haciendo viejos. Vamos a decírselo a los otros que son lo suficientemente jóvenes para apreciarlo.

Y salió del laboratorio. Eli le siguió preguntándose si su edad le había atrofiado tanto como Howell había implicado.

Era la segunda celebración que se centraba alrededor de Eli, en la estación. Difería de la primera principalmente en que Seth no estaba presente y que Eli podía, ahora, beber alcohol.

1Y naturalmente descubrió, como había estado descubriendo la pasada media docena de años, que cuando podía no quería. Bebió unos combinados, sin embargo, para no estropear el espíritu de la fiesta.

Las campanadas sonoras del centro de mensajes de la estación, saliendo del altavoz de la sala, interrumpieron su conversación. Howell se inclinó a través del bar y levantó la palanca de la pantalla de la habitación.

—¿Sí? —dijo.

La voz del mecánico-operador le llegó armoniosamente.

—Personal para Eli Johnstone de Cúpula Uno.

—En seguida voy —dijo Eli, dejando su vaso y sonriendo a Tammy que le miraba con aprensión.

—Volveré en seguida —y salió de la sala.

Una vez las planchas a prueba de sonido, de la entrada, le aislaron de los demás, Eli se dio cuenta que estaba un poco bajo la influencia de las bebidas que se había tomado. Se apoyó un segundo contra la pared para recuperarse y siguió hacia el Centro de mensajes, una salita en el mismo piso, con una pantalla tamaño tres cuartos de largo y ancho.

Se sentó en la silla del operador y apretó el botón de llamada. La cabeza de Kurt fue reproduciéndose frente a él; el joven representante estaba ojeroso y delgado, sus ojos miraban fijamente.

—¡Eli! —dijo.

—¡Hola, Kurt! —respondió Eli tratando cuidadosamente de conservar la calma—, ¿qué te pasa?

—¡Eli! —gritó Kurt. Había cierto desespero en su voz, que impresionó a Eli—. ¡Eli—. ¡Eli, tienes que volver!

—No —la palabra salió automáticamente de sus labios, una bien pensada respuesta que era la nota victoriosa de las batallas sostenidas consigo mismo.

—¡Eli, no digas «no» de este modo! ¡Escucha!

—De acuerdo, escucho —y apoyó sus codos en la tabla de controles, deseando no haber bebido tanto y que su mente pudiese funcionar con rapidez.

—Sellars está eliminando les Grupos.

—Ya lo sé —asintió Eli.

—.Nosotros nos hemos mantenido aquí en las Cúpulas, porque la gente está esperando que vuelvas.

—Eso es culpa tuya —dijo Eli, con un sabor desagradable y metálico en su boca, debido a las bebidas—. Deberías haber publicado antes mi dimisión.

—¡Pero si no he tenido tiempo! —protestó Kurt—, ha habido una crisis después de otra.

Eli se lo quedó contemplando, recordando lo que Clyde había dicho acerca de su ayudante: todos lo apreciamos..., pero no tiene materia de Representante... no puede ocupar tu lugar, Eli.

—Esto ocurre en política y tú lo sabes, Kurt —dijo—, una crisis después de otra. La única diferencia es el orden de magnitud en las crisis. Tú sabes por qué no publicaste mi dimisión, Kurt, esperabas que yo volviese.

—Sí —respondió Kurt.

—A estas alturas ya deberías saber que cuando yo digo algo, lo mantengo —dijo Eli. Siguió observando el rostro de Kurt, sintiendo pena por él y no sabiendo qué decir—. Mira —siguió—, tú creías que si yo volvía podía sacar un conejo del sombrero para ti, ¿no? Pues no puedo. Se puede hacer lo que se quiera con la historia, menos atrasar el reloj. ¿Te acuerdas que te dije que el mundo se precipitaba de cabeza al infierno? Bien, aquí lo tienes. Sólo que un poco antes de lo que yo esperaba.

—¿Crees tú? —dijo Kurt—. ¿Crees tú?

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Eli.

—¿No sabrías por casualidad, que esto iba a ocurrir? —pidió Kurt tensamente—. ¿No te venderías, por casualidad a Sellars, y ésta es la causa de tu dimisión?

Eli lo miró y suspiró profundamente.

—Kurt, lo siento por ti —y quitó la conexión. Durante un momento siguió contemplando la oscurecida pantalla; entonces el sonido de la campana del operador se volvió a oír y Eli cortó el sonido también, quedando sólo una pequeña luz de señal, que se apagaba y se encendía en la tabla de controles.

Se levantó y decidió volver hacia la fiesta, pero una vez en el ascensor cambió de idea y apretó el botón que le subiría hacia la solar. Dos segundos más tarde salía hacia la paz y silencio del área acristalada.

La llamada de Kurt le había molestado, y normalmente, cuando algo le molestaba, tenía una lucha interna contra eso, que interrumpía el proceso de sus pensamientos. El licor que había bebido le estorbaba, pero no estaba borracho, sino con sus reflejos retardados y encenagados por el deprimente efecto de las bebidas. Quería espacio y aire para librarse de ese efecto.

Llegó hasta la mesa central de la solar y apretó el botón que hacía que las enormes secciones de la cúpula transparente se apartasen a los lados de la estación. Una vez apartados, sintió el aire del mar fresco en su rostro. Inhaló profundamente y empezó a pasear por toda la circunferencia de la solar, como uno que estuviese haciendo ejercicio en un buque trasatlántico.

Lo que le molestaba y le había estado molestando desde el principio de todo esto, desde que anunció su dimisión a Kurt en Cable Island, era el hecho de que siempre había habido algo oculto en la acción de este proyecto. Algo que él había sido incapaz de descubrir, pero que notaba con la misma certeza con la que hubiese notado cierto dolor vago, pero persistente.

No estaba acostumbrado a cosas elusivas alrededor de él. Una vez que sabía que algo le afectaba, su costumbre normal era averiguar rápidamente qué era y sacarlo al exterior, donde lo pudiese manejar. Pero esta vez...

Se preguntó fríamente, durante un segundo, si Mel tenía razón y había algo en él con lo que estaba rehusando deliberadamente el enfrentarse; y quizás fuese esto lo que le quitaba el control de la situación actual, de sus manos. Golpeó el puño derecho contra la palma de su mano izquierda, maldiciendo en voz baja mientras cojeaba alrededor del círculo de la solar. Cualquier cosa que fuese le convertía en uno de los peones de la situación en vez del dueño, como siempre lo había sido en cualquier situación.

Era como si estuviese siendo usado por otra mente, otra fuerza más poderosa que él. Y eso era intolerable. ¡Intolerable! La misma estructura de su naturaleza se rebelaba contra ello. Él era, y la vida le había hecho reconocer esto, uno de estos pocos que eran incapaces de convertirse en servidores, y mucho menos esclavos, de una persona o cosa. No podía, no podía, del mismo modo que la dinamita no se usaba para hacer petardos. En tiempos de los galeotes, Eli no habría sobrevivido a un remo; hubiera muerto, muerto luchando. Era una cosa sobre la que él sabía que no tenía control, y por esta razón la temía. Era un conocimiento que cualquier enemigo podría usar para forzar a Eli a destruirse a sí mismo; y le asustaba el pensar que, quizás ahora, Anthony Sellara o cualquier otro, lo sabían.

Cortó el círculo de sus paseos y cojeando se acercó al comunicador de la mesa central. Miró hacia la pantalla blanca de la burbuja y se detuvo irresolutamente; había estado a punto de llamar a Hassan. Pero antes de poder apretar el botón, le vino un pensamiento: ¿qué le podría preguntar? No podía formular una pregunta o pedir información. Sólo podía decir: «Estoy intranquilo, averigua porqué». Y a eso, Hassan respondería encogiéndose de hombros. «Y yo no le censuraría», pensó Eli. Se apartó del aparato, derrotado.

Los vapores de las bebidas se habían ido de su cerebro. Las adrenalinas de su cuerpo, habían contratacado la pesadumbre que había sentido después de hablar con Kurt. Recordó súbitamente que abajo la fiesta todavía seguía, y que si no regresaba pronto, empezarían a preguntarse dónde estaba. Y alguno, probablemente Tammy, subiría a averiguar qué era lo que le hacía estar allí.

Dio la vuelta y se marchó hacia el ascensor, pero antes de llegar a él hubo un movimiento en el aire alrededor de él y, saliendo de la nada, un cuerpecito oscuro, con no más peso que una hoja de árbol, en el dedo índice de su mano derecha.

Eli se lo quedó mirando, era uno de los pajaritos de Johann. Echando la cabeza hacia atrás vertió un dulce torrente de sonidos.

Entonces picoteó perezosamente la uña del dedo una vez. Eli notó una picada como si le tocasen con un mondadientes, y se fue volando. Trató de localizarlo en el aire, pero su pequeñez se había perdido en la inmensidad del cielo y del paisaje marino.

Divertido, presionó con sus dedos el anillo que Johann le había dado y la minúscula voz que ya había oído otra vez, le habló.

«La orden para tu muerte ha sido dada. El asesino es alguien que tú conoces. Tienes que morir mañana».

Eli estuvo un momento como petrificado, sus dedos todavía alrededor del anillo. De repente, con un movimiento brusco se fue, entró en la cápsula del ascensor y pulsó el botón de descenso, hacia el nivel donde se estaba celebrando la fiesta.

Tammy fue a su lado en el momento que entró.

—¿Quién era? —preguntó en un susurro.

—Kurt queriendo que regresase —dijo—, le he dicho que no. —Le rodeó la cintura con un brazo—. Vamos a beber algo más.