Epílogo
Epílogo
Seis meses después
Después de la gran victoria en Urszebya, las luchas en Kislev persistieron. Hacía tiempo que había pasado la época en que las guerras se resolvían en una gran batalla, y se libraron muchas escaramuzas y matanzas antes de que se decidiera el resultado final de la contienda en un lugar legendario.
Los relatos de esas batallas pertenecen ya a los anales de la historia: la batalla de la Puerta de Hierro, la liberación de Zavstra, la defensa de Bolgasgrad, el asedio de Kislev, el saqueo de Erengrado, y muchísimas más. Pero son relatos de otra época, y hubo héroes forjados en aquellos tiempos que pervivieron en las epopeyas durante centenares de años.
Fue un tiempo de héroes y un tiempo de gran dolor.
Fue llamado con muchísima razón el Año que Nadie Olvida.
* * *
Vassily Chekatilo detuvo la caravana de carros en lo alto de una elevación herbosa de la ladera que bajaba hacia la bulliciosa ciudad de Marienburgo, con vastos muelles, casas mercantiles desparramadas por doquier y animados barrios comerciales. Los grandes bosques del Imperio se extendían a sus espaldas, y ante él se abría el resplandeciente azul de la superficie del Mar de las Garras. Barcos altos de velas hinchadas al viento cruzaban el mar, fletados hacia puertos exóticos y extraños destinos. Marienburgo era un lamentable panal de malhechores y villanos, y la aparición de Chekatilo obligaría a que los delincuentes locales anduvieran con mucho cuidado.
El viaje a través del Imperio había estado plagado de peligros y riesgos, pero la documentación que había obtenido extorsionando a Von Velten, junto con el soporte del centenar de soldados que había conseguido apropiarse gracias al sello del embajador, le habían permitido superar lo peor.
La mayoría de aquellos soldados habían regresado al Imperio; para Chekatilo era un acto de ciego patriotismo que él no podía entender y que los volvería a llevar a una guerra en la que, sin duda, muchos de ellos encontrarían una dolorosa muerte. No obstante, no se preocupó: disponía de suficientes monedas para pagarse soldados mercenarios que lo protegieran razonablemente bien a cambio de dinero.
El burbujeante río Reik bajaba por la colina hacia la ciudad, cuyos tejados de tejas de arcilla roja parecían darle la bienvenida, y Chekatilo tenía la corazonada de que ante él se abrían grandes posibilidades. Animó a los caballos con las riendas y condujo su comitiva de carros colina abajo, hacia su nuevo y brillante futuro.
Pero no se había dado cuenta del polizón que se había escondido en el carro de cola del convoy, oculto debajo de una oleosa lona impermeabilizada; era una rata albina, hinchada, con un extraña marca triangular en el lomo.
Sus desconocidos amos habían destinado a aquel ser semihumano para la muerte, y tales designios nunca pueden desobedecerse ni olvidarse. Afortunadamente, la rata percibía la presencia de muchas compañeras en el subsuelo de la ciudad que se alzaba ante ellos.
Aquel ser esperaba…