CINCO
CINCO
Nuestra gente
Un líder
Punta de lanza
El Puente de la Espíritu Vengativo bullía de actividad, el transporte de tropas y máquinas de guerra desde la superficie de Davin desde su órbita se había completado y ahora se elaboraban los planes para el exterminio de las fuerzas rebeldes de Eugan Temba.
Exterminio. Ésa fue la palabra que usaron, ni sometimiento, ni pacificación: exterminio.
Y la Legión estaba más que lista para llevar a cabo esa tarea.
Elegante y letales las naves de guerra se alejaron de la superficie de Davin bajo la atenta mirada del Maestro de la Flota, Boas Comnenus. Trasladar semejante flota en formación tan siquiera una corta distancia no era una empresa sencilla, pero los capitanes de las naves designados por él conocían su oficio y la retirada de Davin se llevó a cabo con la precisión de un cirujano empuñando un bisturí.
No toda la flota abandonó la órbita de Davin, pero si suficientes siguieron el curso de la Espíritu Vengativo para asegurarse de que nada sería capaz de enfrentarse a la punta de lanza Astartes.
El viaje fue afortunadamente muy corto; la luna de Davin era una mancha amarilla, sucia, a causa del reflejo del halo de luz del sol rojo lejano.
Para Boas Comnenus su destino parecía una pústula horrible, hinchada contra el cielo.
Una febril actividad llenaba la cubierta de embarque. Instaladores, marineros de cubierta y adeptos mechanicum realizaban los últimos controles a las Stormbirds, minutos antes del vuelo. El humo de los motores y efectos de luces estroboscópicas llenaban la cubierta de enormes dimensiones, con un pálido resplandor industrial. Las escotillas se cerraron de golpe, los pernos fueron retirados de las ojivas, y las líneas de combustible se desconectaron al rugir de los motores. Seis de las volantes monstruosidades voladoras se aposentaban al final de sus rieles de lanzamiento, las grúas descolgaban las últimas cargas de artillería, mientras que los servidores de artillería calibraban los cañones que colgaban debajo de la cabina.
Los capitanes y los guerreros elegidos para integrar la punta de lanza del Señor de la Guerra siguieron al personal de tierra alrededor de las Stormbirds, controlando y volviendo a inspeccionar sus máquinas. Sus vidas pronto dependerían de estas naves y nadie quería terminar muerto gracias a algo tan trivial como una falla mecánica. El Mournival, Luc Sedirae, Nero Vipus y Verulam Moy, junto a los escuadrones especializados de sus compañías, viajarían a la luna de Davin para luchar una vez más en nombre del Imperio.
Loken estaba listo. Su mente estaba llena de nuevos y perturbadores pensamientos, pero él los hizo a un lado en preparación para la lucha que se avecinaba. La duda y la incertidumbre nublaban la mente y un Astartes no podía permitirse ninguna de ellas.
—Por el Trono, estoy listo para esto —dijo Torgaddon, disfrutando claramente de la perspectiva de la batalla.
Loken asintió con la cabeza. Algo todavía se sentía terriblemente mal en él, pero también deseaba la pureza de combate real, la oportunidad de probar sus habilidades contra un oponente vivo. Aunque, si su inteligencia era correcta, a lo único que tendrían que hacer frente eran tal vez diez mil soldados del ejército rebelde. No era un número de adversarios suficientes para competir ni con la cuarta parte de esta fuerza de Astartes.
El Señor de la Guerra, sin embargo, había exigido la total destrucción de las fuerzas de Temba y cinco compañías de Astartes, un destacamento de Jenízaros Byzantinos de Varvarus y un grupo de batalla de titanes de la Legio Mortis desatarían su furia ardiente. El Prínceps Esau Turnet había desplegado al mismísimo Dies Irae.
—No había visto una reunión de fuerzas así desde Ullanor —dijo Torgaddon—. Los rebeldes ya pueden dares por muertos.
Rebeldes…
¿Quién hubiera pensado que escucharía una palabra semejante?
Enemigos sí, pero rebeldes… nunca.
El pensamiento agrió su anticipación de la batalla mientras se abrían camino hacia donde Aximand y Abaddon comprobaban el inventario de armas de su Stormbird, discutiendo sobre cuáles serían las municiones más adecuadas para la misión.
—Te digo que los proyectiles subsónicos son mejores —repetía Aximand.
—¿Y si tienen armas como las de aquellos bastardos Interexianos? —replicó Abaddon.
—Entonces usaremos los proyectiles de masa reactiva. ¡Díselo, Loken!
Abaddon se volvió hacia Loken y Torgaddon, saludando con un cabeceo lacónico.
—Aximand tiene razón —afirmó Loken—. Los proyectiles supersónicos atraviesan limpiamente a un hombre, los otros se aplanarán al abrirse paso por el cuerpo, creando una herida de salida mortal. Podrías atravesar a un objetivo con tres de esos y aún permanecería en pie.
—Ezekyle prefiere esos proyectiles porque los últimos combates han sido contra guerreros armados —dijo Aximand— pero yo le digo que esta batalla se luchará contra los hombres no más blindados que nuestros soldados del Ejército.
—Seamos sinceros —rió disimuladamente Torgaddon—. Ezekyle prefiere cualquier cosa que pueda destruir a un enemigo.
—Voy a acabar contigo, Tarik —dijo Abaddon, su aspecto sombrío finalmente desembocó en una sonrisa. El cabello del Primer Capitán estaba recogido hacia la parte posterior del cuero cabelludo, listo para ponerse el casco, y Loken podía ver que él también estaba esperando ansioso la llegada derramamiento de sangre.
—¿No les molesta algo? —preguntó Loken, incapaz de contenerse por más tiempo.
—¿Qué? —preguntó Aximand.
—Esto —dijo Loken, agitando un brazo alrededor de la cubierta hacia los preparativos para la guerra que se estaban realizando a su alrededor—. ¿No se dan cuenta de lo que vamos a hacer?
—Por supuesto que sí, Garvi —gritó Abaddon—. ¡Vamos a matar a un maldito tonto que insultó al Señor de la Guerra!
—No —dijo Loken—. Es más que eso, ¿no lo ves? Estas personas que vamos a matar, no son de un imperio xenos o un retazo perdido de humanidad que no quiere ser incorporado al Imperio. Son nuestros, es nuestra gente la vamos a estar matando.
—Son traidores —dijo Abaddon, enfatizando la última palabra sin necesidad—. Eso es todo lo que hay que saber. Ellos han dado la espalda al Señor de la Guerra y al Emperador y por esa razón perderán sus vidas.
—Vamos, Garvi —dijo Torgaddon—. Te estás preocupando por nada.
—¿Seguro? ¿Qué hacemos si sucede otra vez?
Los otros miembros de la Mournival se miraron con perplejidad.
—¿Qué es lo que puede ocurrir de nuevo? —preguntó Aximand finalmente.
—¿Y si se rebela otro mundo a nuestro paso, luego otro y otro después de ese? Ahora es el Ejército, pero ¿qué pasa si los rebeldes son Astartes? ¿Lucharíamos contra ellos?
Los tres se rieron y Torgaddon le respondió.
—Posees un fino sentido del humor, mi hermano. Sabes que nunca podría suceder. Es impensable.
—E indecoroso —dijo Aximand, con rostro solemne—. Lo que sugieres puede ser considerado como traición.
—¿Qué?
—Podría informar al Señor de la Guerra de esta sedición.
—Aximand, tú sabes que yo nunca…
Torgaddon fue el primero en tentarse.
—¡Oh, Garvi, eres demasiado crédulo! —dijo, y todos rieron—. Incluso Aximand puede contigo ahora. ¡Por el Trono, estás un tanto confuso últimamente!
Loken forzó una sonrisa y dijo:
—Tienes razón. Lo siento.
—No lo sientas —dijo Abaddon—. Mejor prepárate para matar.
El Primer Capitán tendió la mano hacia el centro del grupo y dijo:
—Mata por los vivos.
—Mata por los muertos —dijo Aximand, poniendo la mano en la parte superior de Abaddon.
—Al diablo con los vivos y los muertos —dijo Torgaddon, siguiendo su ejemplo—. Mata por el Señor de la Guerra.
Loken sintió un gran amor por sus hermanos y asintió con la cabeza, poniendo la mano en el círculo, la cofradía de la Mournival lo llenó de orgullo y tranquilidad.
—Voy a matar por el Maestro de Guerra —prometió.
La escala de todo esto se le quitó el aliento. Su propia nave contaba con tres puentes de embarque, pero eran muy pobre en comparación con esta, capaz de manejar sólo naves pequeñas y lanzaderas.
Ver tanto poder militar desplegado era atemorizante.
Cientos de Astartes los rodeaban, de pie ante sus Stormbirds asignados, monstruosas ballenas con bastidores de misiles colgando debajo de cada ala y anchos cañones giratorios montados en la parte delantera. Los motores gruñeron cuando los ajustes de última hora se llevaron a cabo y cada grupo de guerreros Astartes, enormes y poderosos, comenzaron los controles de armas finales.
—Nunca soñé que sería así —dijo Petronella, viendo como la puerta gigantesca situada al otro extremo carriles de lanzamiento retumbó al abrirse con un sonido ensordecedor en preparación para el despegue. A través del brillante campo de integridad podía ver el resplandor leproso de la luna de Davin contra de un cúmulo de estrellas, cuando los ennegrecido deflectores de un reactor se elevaron con un silbidos de sus pistones neumáticos.
—¿Esto? —dijo Horus—. Esto no es nada. En Ullanor, seiscientas naves anclaron sobre el planeta de los pielesverde. Toda mi Legión fue a la guerra ese día, niña. Cubrimos la tierra con nuestros soldados: más de dos millones de soldados del Ejército, un centenar de titanes del Mechanicum y todos los esclavos liberados de los campos de trabajo pielesverde.
—Y todo dirigido por el Emperador —dijo Petronella.
—Sí —respondió Horus—. Todos los encabezados por el Emperador…
—¿Alguna otra Legión combatió en Ullanor?
—Guilliman y Khân con sus legiones ayudaron a despejar los sistemas exteriores con ataques de distracción, pero mis guerreros ganaron el día, los mejores de los mejores arrastrándose penosamente a través de sangre y suciedad. Fui yo quien dirigió la punta de lanza Justaerin a la victoria final.
—Debe haber sido increíble.
—Lo fue —estuvo de acuerdo Horus—. Sólo Abaddon y luchamos contra el señor de la guerra piel verde. Era un hijo de puta muy duro, pero yo lo fulminé y luego arrojé su cuerpo de la torre más alta.
—¿Eso fue antes de que el Emperador le concediera el título de Señor de la Guerra? —preguntó Petronella, su mnemo-pluma moviéndose frenéticamente tratando de mantener el ritmo de la rápida charla de Horus.
—Sí.
—Y dirigió la… ¿cómo dijo? ¿Punta de Lanza?
—Sí, punta de lanza. Un ataque de precisión para desgarrar la garganta del enemigo y dejarlo sin líder y a ciegas.
—¿Y la dirigirá de nuevo aquí?
—Así lo haré.
—¿No es eso un poco raro?
—¿Qué cosa?
—Que una persona de tan alto rango se sumerja en el campo de batalla.
—Tuve esa misma argum… discusión con el Mournival —dijo Horus, ignorando su mirada de confusión ante el término—. Yo soy el Señor de la Guerra y ese título no es suficiente para mantenerme lejos de la batalla. Los hombres que me siguen y obedecen mis órdenes, sin dudar como lo hacen los Astartes, deben ver que estoy ahí con ellos, compartiendo el peligro. ¿Cómo puede un guerrero confiar en mí cuando lo envío a la batalla si siente que todo lo que hago es firmar las órdenes, sin apreciar los peligros que deben enfrentar?
—Sin duda, llegará un momento en que la importancia de su rango necesariamente tiene que retirarlo del campo de batalla. Si fuera a caer…
—No lo haré.
—Pero si lo hiciera.
—No lo haré —repitió Horus y ella pudo sentir la fuerza de su convicción en cada sílaba. Sus ojos, siempre tan brillantes y llenos de poder se encontraron con los suyos y sintió que la luz de su fe en él se hinchaba hasta iluminar todo su cuerpo.
—Le creo —dijo.
—Dígame, ¿le gustaría conocer al Mournival?
—¿El qué?
Horus sonrió.
—Te lo mostraré.
—Otro maldito rememorador —se burló Abaddon, moviendo la cabeza al ver Horus y a una mujer enfundada en un vestido verde y rojo, entrando en la cubierta de embarque—. Ya es bastante malo tener una manada de ellos rondando a Loken, pero ¿el Señor de la Guerra? Es una vergüenza.
—¿Por qué no se lo dices tú mismo? —le preguntó Loken.
—Así lo haré, no te preocupes —dijo Abaddon.
Aximand y Torgaddon no dijeron nada, sabiendo cuándo dejar al Primer Capitán con su cólera y cuándo retroceder. Loken, sin embargo, era todavía relativamente nuevo en el contacto regular con Abaddon y su pelea con él en su defensa de Erebus estaba todavía fresca.
—¿No crees que el programa rememorador tiene algún mérito?
—Bah, es una pérdida de tiempo cuidar a esos niños. ¿No decía Leman Russ que habría que darle a todos ellos un arma? A mí me parece que hay más sensibilidad en eso que escribir poemas tontos o pintar cuadros.
—No se trata de poemas e imágenes, Ezekyle, se trata de capturar el espíritu de la época. Se trata de la historia que estamos escribiendo.
—No estamos aquí para escribir la historia —respondió Abaddon—. Estamos aquí para hacerla.
—Exactamente. Y ellos la escribirán.
—Pues ¿qué nos importa a nosotros?
—Tal vez no es para nosotros —dijo Loken—. ¿Alguna vez pensaste en eso?
—Entonces, ¿para quién es? —inquirió Abaddon.
—Es para las generaciones que vendrán después de nosotros —dijo Loken—. Para el Imperio aún por venir. No te puedes imaginar la cantidad de información que están reuniendo los rememoradores: bibliotecas enteras con las crónicas de nuestros logros, galerías de arte y un sinnúmero de ciudades planificadas para la gloria del Imperio. Dentro de miles de años, la gente mirará hacia atrás en el tiempo y nos conocerá, y comprenderán la nobleza de lo que nos propusimos hacer. La nuestra será una era de iluminación y la gente lamentará el no haber sido parte de ella. Todo lo que hemos logrado hasta ahora se celebrará y la gente recordará a los Hijos de Horus como los fundadores de una nueva era de iluminación y de progreso. Piensa en ello, Ezekyle, la próxima vez que desestimes tan rápidamente a los rememoradores.
Cruzó miradas con Abaddon, desafiándolo a contradecirlo.
El Primer Capitán lo miró a su vez y se echó a reír.
—Tal vez debería tener uno también. No querrán que nadie se olvide de mi nombre en el futuro, ¿eh?
Torgaddon palmeó a los dos en los hombros y dijo:
—¿Quién querría saber de ti, Ezekyle? Es a mí a quien recordarán, al héroe de la Tierra de las Arañas que salvó a los Hijos del Emperador de una muerte segura a manos de los megarácnidos. Ésa es una historia digna de ser contada dos veces, ¿eh, Garvi?
Loken sonrió, aliviado por la intervención de Tarik.
—Será una gran historia, Tarik.
—Me gustaría que tuviéramos que oírla solo dos veces —intervino Aximand—. He perdido la cuenta de cuántas veces escuchamos ese cuento. Puede llegar a ser tan malo como el chiste que cuentas sobre el oso.
—No —advirtió Loken, ya que Torgaddon estaba a punto de lanzarse a una versión del chiste.
—Había un oso, el oso más grande que puedas imaginar —comenzó Torgaddon—. Y un cazador…
Los otros no le dieron la oportunidad de continuar, lanzándose sobre él con gritos y chillidos de risa.
—Éste es el Mournival —dijo una voz potente y su juego cesó de inmediato.
Loken soltó a Torgaddon de una llave que le estaba haciendo y se irguió ante el sonido de la voz del Señor de la Guerra. El resto de la Mournival hizo lo mismo, con aire de culpabilidad, en posición de firmes ante el comandante. La mujer de tez oscura con el pelo negro y traje de fantasía estaba a su lado y, aunque era alta para ser una mortal, solo le llegaba a los bordes inferiores de la placa pectoral. Ella los miraba confusa, sin duda preguntándose lo que acababa de ver.
—¿Están sus compañías preparadas para la batalla? —preguntó Horus.
—Sí señor —corearon.
Horus se volvió hacia la mujer y dijo:
—Ésta es Petronella Vivar de la Casa Carpinus. Ella es mi documentalista y yo, imprudentemente parece, decidí de que era hora de que conociera al Mournival.
La mujer dio un paso hacia ellos y les hizo una elaborada y bastante incómoda reverencia, permaneciendo Horus un poco detrás de ella. Loken captó la diversión oculta detrás de su brusquedad y le dijo:
—Bueno, ¿vas a presentarnos, señor? ¿Acaso no puede documentarte sin tener que recurrir a nosotros?
—No, Garviel —sonrió Horus—. No me gustaría que las crónicas de Horus los excluyera a ustedes. Muy bien, este cachorro insolente es Garviel Loken, recientemente elevado a un puesto en el Mournival. Junto a él se encuentra Tarik Torgaddon, el hombre que trata de convertir todo en una broma, pero mayormente falla. Aximand es el siguiente. «Pequeño Horus» le llamamos, ya que él tiene la suerte de compartir algunas de mis características más guapas. Y, por último, llegamos a Ezekyle Abaddon, el Capitán de mi Primera Compañía.
—¿El mismo Abaddon de la torre en Ullanor? —preguntó Petronella, y Abaddon se envaneció ante su reconocimiento.
—Sí, el mismo —respondió Horus— aunque no lo creas al verlo ahora.
—Y esto es el Mournival.
—Son ellos y, a pesar de sus malditos juegos bruscos, tienen un valor inestimable para mí. Son la voz de la razón en mi oído cuando todo a mi alrededor es confusión. Son tan queridos para mí como mis hermanos primarcas y valoro sus consejos sobre todos los demás. En ellos se mezclan la cólera, la flema, la melancolía y el ansia de sangre, mezclados en la cantidad exacta que necesito para mantenerme del lado de los buenos.
—¿Así que son sus asesores?
—Ése término es no alcanza a describir el lugar que ocupan en mi corazón. Aprende esto, Petronella Vivar, y tu tiempo conmigo no habrá sido en vano: sin el Mournival, el puesto del Señor de la Guerra sería verdaderamente algo sin sentido.
Horus se adelantó y sacó algo de su cinturón, algo con una larga tira de pergamino adosado a ella.
—Mis hijos —dijo Horus, cayendo sobre una rodilla y sosteniendo el pergamino lacrado ante el Mournival—. ¿Escucharán mi juramento inmediato?
Aturdidos por la magnanimidad de tal acto, nadie del Mournival se atrevía a moverse. Los otros Astartes situados en la cubierta de embarque vieron lo que estaba sucediendo y un deferente silencio se esparció por toda la cámara. Incluso el ruido de fondo de la cubierta parecía disminuir a la vista increíble del Señor de la Guerra de rodillas delante de sus hijos escogidos.
Finalmente, Loken estiró un guantelete tembloroso y tomó el sello de la mano del Señor de la Guerra. Miró a Torgaddon y a Aximand a cada lado de él, absolutamente pasmado por la humildad del Comandante.
Aximand asintió con la cabeza y dijo:
—Vamos a escuchar su juramento, Señor de la Guerra.
—Y seremos testigos del mismo —agregó Abaddon, desenvainando su espada y sosteniéndola ante el Señor de la Guerra.
Loken estiró el papel de juramento y leyó las palabras que el comandante había escrito.
—¿Aceptas, Horus, tu papel en todo esto? ¿Vas a tomar su venganza a los que te desafían y se vuelven en contra de la gloria de todo lo que han ayudado a crear? ¿Juras que no dejarás con vida a los que están en contra del futuro de la humanidad y te comprometes a honrar a la Legión XVI?
Horus miró a los ojos de Loken y se quitó el guantelete, apretando el puño desnudo alrededor de la hoja que Abaddon le tendió.
—En este asunto y por esta arma, lo juro —dijo Horus, arrastrando su mano por la hoja de la espada y rasgando la carne de la palma de su mano. Loken asintió con la cabeza y entregó el sello de cera al Señor de la Guerra cuando se puso de pie.
La sangre brotó del corte y Horus mojó el papel de juramento en el líquido rojo antes de fijar el papel juramento a su coraza y sonrió ampliamente hacia todos ellos.
—Gracias, hijos míos —dijo, adelantándose para abrazar a todos ellos, uno por uno.
Loken sintió que su admiración por el Maestro de Guerra llenaba su corazón, todo el dolor por su exclusión de las deliberaciones en el camino a Davin fueron olvidados cuando él los estrechó cerca suyo.
¿Cómo podría alguna vez haber dudado de él?
—Ahora, tenemos una guerra que librar, mis hijos —gritó Horus—. ¿Ustedes que dicen?
—¡Lupercal! —gritó Loken, dando puñetazos al aire.
Los otros se le unieron y gritaron hasta que la cubierta de embarque reverberó con el ensordecedor rugido de los Hijos de Horus.
—¡Lupercal! ¡Lupercal! ¡Lupercal! ¡Lupercal!
Las Stormbirds se lanzaron en secuencia; la nave del Señor de la Guerra recorrió velozmente su carril de lanzamiento como un ave de presa. Cada Stormbird despegó a intervalos de siete segundos hasta que las seis fueron lanzadas. Los pilotos se mantuvieron cerca de la Espíritu Vengativo, esperando al resto de las embarcaciones de asalto que despegaban desde las otras cubiertas de embarque. Hasta ahora, no había ningún signo de la Gloria de Terra, buque insignia de Eugan Temba, o de cualquiera de los buques que habían dejado en Davin pero se tomaban todos los recaudos por si hubiera escuadrones o combatientes solitarios al acecho. Otras doce Stormbirds de los Hijos de Horus tomaron posición junto al escuadrón del Señor de la Guerra, así como otras dos pertenecientes a los Portadores de la Palabra. La formación completa de naves Astartes viró drásticamente, alterando el rumbo que les llevaría a la superficie de la luna de Davin. Los flancos poderosos, de la nave insignia del Señor de la Guerra se abrieron y, como enjambres de insectos luminosos, cientos de naves de desembarco del Ejército se separaron de sus naves de transporte, cada uno con un centenar de hombres armados.
Pero los mayores de todos, eran los módulos de aterrizaje del Mechanicum.
Vastas estructuras monolíticas del tamaño de una manzana de una ciudad, asemejaban palanganas equipadas con una gran cantidad de tecnologías resistentes al calor y quemadores empotrados de desaceleración. Campos de amortiguación inercial preparados con cargas explosivas en andamiajes internos anti-movimiento, estaban listos para liberarse al impacto.
Inmediatamente después de los militares se pusieron en marcha fue la logística de una invasión, municiones, tanques de alimentos y de agua, transportes de combustible y una miríada de otros buques de apoyo esencial para el mantenimiento de las operaciones ofensivas.
Tal fue la proliferación de naves encaminándose hacia la superficie que no se pudo hacer un seguimiento de todas ellas, ni siquiera la tripulación del puente de Boas Comnenus, y por lo tanto el pequeño bote de aterrizaje dorado que se lanzó desde la bahía civil de la Espíritu Vengativo pasó desapercibido.
La flota de invasión se reunió en una órbita baja, vientos orbitales y gases atmosféricos, realizaban perezosos giros por debajo de los navíos.
Como siempre, los Astartes lideraban la invasión.
El descenso fue duro. Las perturbaciones atmosféricas y las tormentas sacudían los cielos y las Stormbirds Astartes se movían como hojas en un huracán. Loken sintió la nave vibrar violentamente en torno a él, agradecido por el arnés de sujeción que lo sujetaba a su asiento. Su bólter estaba estibado por encima de él y no había nada que hacer sino esperar hasta que el Stormbird tocara tierra y comenzara el ataque.
Redujo su respiración y aclaró su mente de todas las distracciones, sintiendo una energía caliente impregnar tanto sus miembros como sus armas preparando su metabolismo para la batalla inminente.
Los guerreros de la escuadra Locasta de Nero Vipus y de la Brakespur lo rodeaban inmóviles, representando la cima de la destreza marcial de la humanidad. Él los amaba mucho y sabía que no le defraudarían. Su comportamiento en Murder y Xenobia había sido ejemplar y muchos de los novatos recién habían sido ascendidos en esos sangrientos campos de batalla.
Su compañía de batalla estaba testeada y segura.
—Garviel —dijo Vipus en el enlace entre la armadura—. Hay algo que debes escuchar.
—¿Qué es? —preguntó Loken, detectando un tono de advertencia en la voz de su amigo.
—Cambia al canal 7 —dijo Vipus—. Lo he aislado de los hombres, pero creo que deberías escuchar esto.
Loken cambió los canales internos, no oyendo nada excepto una mezcla de estática, ruidos y siseos. Explosiones y crepitaciones puntuaban el silbido, pero no podía oír nada más.
—No se oye nada.
—Espera. Ya verás —prometió Vipus.
Loken se concentró, tratando de oír lo que Nero estaba escuchando.
Y entonces lo oyó.
Débil, como si viniera de algún imposible lugar lejano, era una voz gorgotenate, como húmeda.
«… los caminos del hombre. Tonta… búsqueda… condena de todas las cosas. En la muerte y el renacimiento la humanidad vivirá para siempre…».
Aunque no estaba diseñado para sentir miedo, Loken, súbita y horriblemente, recordó la subida hacia las Cabezas Susurrantes cuando el aire se había engrosado con el silbido burlón de la cosa llamada Samus.
—¡Oh, no…! —susurró Loken cuando la voz aguada, áspera, llegó de nuevo—. Así renuncio a los caminos del Emperador y su lacayo el Señor de la Guerra por mi propia y libre voluntad. Si se atreve a venir aquí, morirá. Y en la muerte vivirá para siempre. Bendita sea la mano de Nurgh-Leth. Bendito sea. Bendito sea…
Loken golpeó el puño contra el perno de liberación de su asiento en la jaula y se puso de pie, balanceándose ligeramente al sentir un calambre extraño su vientre. Su cuerpo geneaumentado le permitió compensar el movimiento salvaje de la Stormbird y se dirigió con rapidez por la terraza acanalada hacia la cabina de pilotos, seguro de que no quería andar a ciegas con el mismo horror que había estado esperando por ellos en 63-19.
Abrió la escotilla, donde los oficiales de vuelo y los pilotos interconectados luchaban para llevarlos a través de las nubes de remolineantes nubes amarillas de tormenta. Podía oír la misma frase, repitiéndose por los altavoces internos.
—¿De dónde viene? —preguntó.
El oficial de vuelo más cercano se volvió y dijo:
—Es un vox, así de simple, pero…
—¿Pero?
—Proviene del vox de una nave —dijo el hombre, señalando a una onda oscilante verde en la pantalla cascada delante de él—. Por el patrón es una de los nuestras. Y de un poderoso transmisor diseñado para la comunicación interflota.
—¿Es una transmisión vox real? —inquirió Loken, aliviado. No era una charla de fantasmas como la voz de odio de Samus.
—Parece ser, pero la unidad vox de una nave de ese tamaño no debería transmitir desde algún lugar tan cercano a la superficie de un planeta. Los buques de ese tamaño no vienen hasta aquí abajo en la atmósfera. Al menos si quieren seguir volando, no lo hacen.
—¿Puede interferirla?
—Podemos intentarlo, pero como he dicho, es una señal de gran alcance, que podría pasar a través de nuestra interferencia con bastante rapidez.
—¿Puede identificar dónde se viene?
El oficial de vuelo asintió con la cabeza.
—Sí, no será ningún problema. Una señal tan potente deberíamos poder rastrearla desde la órbita.
—¿Entonces por qué no lo hiciste?
—No estaba allí antes —protestó el funcionario—. Sólo comenzó una vez que golpeamos la ionosfera.
Loken asintió con la cabeza.
—Interfiérala lo mejor que pueda. Y encuentre la fuente.
Se volvió hacia el compartimento de la tripulación, incómodo por las extrañas similitudes entre esto y el camino hacia las Cabezas Susurrantes.
Demasiado similar para ser accidental, pensó.
Abrió un canal a los demás miembros del Mournival, recibiendo la confirmación de que la señal estaba siendo escuchada en toda la punta de lanza.
—No es nada, Loken —se oyó la voz del Señor de la Guerra desde la Stormbird a la vanguardia de la punta de lanza—. Propaganda.
—Con todo respeto, señor, eso es lo que pensamos las Cabezas Susurrantes.
—Entonces, ¿qué está sugiriendo, Capitán Loken? ¿Dar la vuelta y regresar a Davin? ¿Que no haga caso de esta afrenta a mi honor?
—No, señor —contestó Loken—. Sólo que debemos tener cuidado.
—¿Cuidado? —rió Abaddon, su risa demoníaca se elevaba incluso sobre el vox—. Somos Astartes. Otros deben tener cuidado de nosotros.
—El Primer Capitán está en lo cierto —dijo Horus—. Vamos a bloquear esa señal y destruirla.
—Señor, eso podría ser exactamente lo que nuestros enemigos quieren que hagamos.
—Entonces, pronto se darán cuenta de su error —le espetó Horus, cerrando la conexión.
Momentos más tarde, Loken oyó las órdenes del Señor de la Guerra llegadas a través del vox y sintió el cambio de la cubierta debajo de él cuando las Stormbirds cambiaron de rumbo como una manada de aves de caza.
Hizo su camino de regreso a la jaula de su asiento jaula y se sujetó otra vez, seguro de repente de que se encaminaban hacia una trampa.
—¿Qué está pasando, Garvi? —preguntó Vipus.
—Vamos a destruir esa voz —dijo Loken, repitiendo las órdenes del Señor de la Guerra—. No es nada, sólo una transmisión de vox. Propaganda.
—Espero que solo sea eso.
Yo también, pensó Loken.
La Stormbird aterrizó con un duro golpe, dando tumbos cuando sus patines golpearon la tierra suave y lucharon para estabilizarse. Las restricciones del arnés se desengancharon y los guerreros de la Locasta se levantaron de sus asientos de la jaula y se volvieron para recuperar su armamento cuando la rampa cayó de la parte trasera de la Stormbird.
Loken condujo a sus hombres fuera del transporte, vapor caliente y humos tóxicos empañaron el aire y los motores de la Stormbird azul llenaron el aire con su ruido. Dio un paso desde metal duro de la rampa y aterrizó sobre la superficie pantanosa de la luna de Davin. Su cuerpo blindado se hundió hasta mitad de la pantorrilla, un hedor abominable se elevó de la tierra bajo los pies mojados.
Los Astartes de la Locasta y la Brakespur se dispersaron de la Stormbird con la eficiencia esperada, formando un perímetro y estableciendo vínculos con otros escuadrones de los Hijos de Horus.
El ruido de las Stormbirds disminuyó a medida que sus motores se apagaban y el resplandor azul desaparecía de debajo de sus alas. Las nubes de vapor se levantaron y empezaron a dispersarse; Loken tuvo su primera visión de la luna de Davin.
Desoladas colinas se extendían tan lejos como el ojo podía ver, lo cual no era muy lejano gracias a la rodadura de los bancos de niebla amarilla, baja y húmeda que reducía la visibilidad a menos de unos cientos de metros. Los Hijos de Horus se estaban formando en torno a la magnífica figura del Señor de la Guerra, listo para salir, y los puntos de luz en el cielo amarillo anunciaban la inminente llegada de las cápsulas de desembarco del Ejército.
—Nero, lleva algunos hombres adelante para explorar los bordes de la niebla —ordenó Loken—. No quiero nada se acerque a nosotros sin previo aviso.
Vipus asintió con la cabeza y se dedicó a establecer las partidas de exploración mientras Loken abría un canal hacia Verulam Moy. El capitán de la 19a Compañía le había ofrecido algunos de sus escuadrones de armas pesadas y Loken sabía que podía confiar en su pulso firme y cabeza fría.
—¿Verulam? Asegúrese de que sus Devastadores estén listos y tengan buenos campos de fuego. No tendrán advertencias a través de esta niebla.
—De hecho, Capitán Loken —respondió Moy— se están desplegando en estos momentos.
—Buen trabajo, Verulam —dijo, cerrando el vox y estudiando el paisaje con más detalle. Ciénagas y pantanos salpicaban el paisaje con un verde uniforme, amarronado y lodoso, con algún árbol ocasional marchito y negruzco recortada contra el cielo. Nubes de insectos zumbantes flotaban en enjambres espesos sobre las aguas negras.
Loken degustó la atmósfera a través de los sentidos externos de su armadura, asqueado por el hedor de los excrementos y la carne podrida. Los sensores en el casco de su armadura lo filtraron rápidamente pero la bocanada que había tomado le dijo que la atmósfera estaba contaminada con el residuo de materia en descomposición, como si el suelo debajo de él estuviera pudriendo poco a poco. Dio unos pocos pasos desgarbados a través de los terrenos pantanosos; cada paso que hacía provocaba una onda expansiva de eructos y siseos de gases nocivos.
A medida que el ruido de las Stormbirds se desvaneció, el silencio de la luna se hizo evidente. Los únicos sonidos eran el chapoteo de las Astartes a través de las turberas pantanosas y el zumbido insistente de los insectos.
Torgaddon chapoteó hacia él con su armadura manchada de barro y lodo de los pantanos y, aunque su casco ocultaba sus rasgos, Loken podía sentir las molestias de su amigo en este lugar deprimente.
—Éste lugar huele peor que las letrinas de Ullanor —dijo.
Loken estuvo de acuerdo con él, la inspiración que había tomado antes de que su armadura le hubiera aislado de la atmósfera todavía permanecía en la parte posterior de la garganta.
—¿Qué pasó aquí? —preguntó Loken. Los informes no decían nada acerca de que la luna iba a ser así.
—¿Qué decían?
—¿No los has leído?
Torgaddon se encogió de hombros.
—Yo imaginé que vería qué tipo de lugar era una vez que aterrizara.
Loken negó con la cabeza, diciendo:
—Nunca serás un Ultramarine, Tarik.
—No hay peligro de eso —respondió Torgaddon—. Prefiero formar planes a medida que avanzo y mucho de lo planificado por Guilliman parece más almidonado que tú. Pero dejando mi actitud arrogante a un costado ¿Cómo se suponía que debía parecer este lugar según los informes?
—Se suponía que, climatológicamente, era similar a Davin, caliente y seco. Dónde estamos ahora debería estar cubierto de bosques.
—Entonces, ¿qué pasó?
—Algo malo —dijo Loken, mirando hacia el fondo brumoso del paisaje pantanoso de la luna—. Algo muy malo.