Capítulo 20

Derek Samuels se sentó en el borde de su silla a la espera. Pronto. Pronto sería la hora. Todo estaba en su lugar. Los niños, encerrados abajo. Pip. Jude llegaría en poco tiempo, trayendo a Peter y a la chica, Sheila, con él.

Finalmente, Derek desataría su venganza. Había esperado mucho tiempo. Demasiado tiempo.

Pero pronto estaría terminado.

Pronto todo habría terminado.

•••

Unos minutos más tarde Jude y Peter salieron a una sucia calle de Londres, sus cuellos hacia arriba, sus sombreros hacia abajo. Las manos de Jude, metidas en los bolsillos de su pantalón, contradecían la urgencia en su caminar. Desde que se había unido al Subterráneo había conocido que todas las calles llevaban peligro, pero ahora era diferente. Ahora no eran sólo a los Cazadores o la policía de las Autoridades a la que tenía miedo, sino a todo el mundo. Todo. La muerte y el miedo a la muerte habían cambiado todo, habían cambiado a todo el mundo. Ahora estaba cada uno por su lado y la ira estallaba fácilmente, devastadoramente.

La calle estaba casi vacía; Jude pronto se dio cuenta de por qué. En varias puertas yacían cuerpos - algunos vivos, algunos muertos - que no habían sido recogidos todavía, su enfermedad y la carne en descomposición atraía moscas, creando un hedor que obligaba a los transeúntes ir por el otro lado de la carretera. Jude trató de alejar a Peter, pero no lo hizo a tiempo. Observó incómodo como su medio hermano registraba los cuerpos, luego se volvió a mirar hacia otro lado y fingió no notar a Peter vomitando en la alcantarilla.

–Eso fue bastante deprimente, –dijo Peter a los pocos segundos mientras giraban a otra calle lateral.

Jude asintió. –Sí, –admitió–. Así que, mira, te voy a informar de lo que ha estado pasando.

Mientras caminaban, Jude le contó todo - sobre su abuelo, sobre el anillo, acerca de los Desaparecidos, de los ataques; sobre su sospecha de que Sheila le envió el mensaje pidiéndole el anillo. Y Peter le habló de su viaje, sobre la multitud que él había pensado que lo perseguía, pero que lo pisoteo por que corrían hacia su verdadero objetivo, la consulta de un médico. Un distribuidor de drogas saboteadas, habían gritado. Un asesino.

Luego se detuvieron por un momento.

–No deberías haber venido, –dijo Jude –, pero me alegro que lo hayas hecho. Es solitario. Aquí abajo, quiero decir. Aburrido también.

Peter lo miró con sorpresa. – ¿Aburrido? –preguntó–. ¿En serio? –logró una sonrisa triste –. Pensé que tenías toda la diversión.

– ¿Diversión? –Jude alzó una ceja–. Claro. Supongo que podrías llamar a esto diversión. –Captó la expresión de Peter y se encogió de hombros–. Pensé que habías conseguido el buen trato, eso es todo. El favorito de Pip. Héroe del Subterráneo.

–Granjero, quieres decir, –dijo Peter con ironía–. Y me fui para ser pisoteados por una histérica multitud incendiando casas. Gran plan, ¿verdad?

Jude sonrió tímidamente. –Eres un idiota, –dijo–. Pero ahora estás aquí, así que... Por aquí. –Ellos se agacharon y avanzaron hacia un camino más ocupado. Las personas se escurrían a lo largo de camino más rápido que de costumbre, con los rostros ligeramente apretados, sus ojos ausentes, algunos de ellos llevaban máscaras. Jude empujo a Peter hacia la esquina, entonces se precipitaron más allá de una tienda de alimentos saludables con carteles en la ventana promocionando vitaminas que aumentaban el sistema inmunológico, a un pasillo estrecho. En un cartel de la parada del tranvía, alguien había garabateado «Mata a los Asesinos. Destruye el Subterráneo»

De repente apareció una mujer frente a ellos. – ¡Mi marido! –Ella gritó–. Se han llevado a mi marido. Se lo han llevado –Jude alejo a Peter. Ella parecía no haberse dado cuenta de que eran jóvenes, pero pronto lo notaria.

– ¡Miren! –la mujer decía tras ellos–. Mis ampollas. Él las tenía también. Se lo llevaron. ¿Vendrán por mí ahora?

Jude vio a Peter girarse, vio a sus ojos abriéndose cuando observó las costras de la mujer. Las mismas costras que habían cubierto los cadáveres en las puertas, las mismas costras que Jude había visto en los cadáveres en el camión de Pincent. –No mires, –dijo, arrastrando a Peter hacia una rejilla en el pavimento, jadeando para abrirla y saltando hacia abajo. Mientras Peter lo seguía oyeron una camioneta detenerse y un policía saltando fuera, siguiendo los gritos de la mujer mientras era arrastrada.

–Por aquí, –dijo Jude, tirando de Peter a lo largo de un estrecho túnel–. Solía ser una cloaca, –añadió mientras empujaba para abrir una escotilla–. Podemos ir al norte desde aquí.

Peter tragó saliva. – ¿Una alcantarilla?

Jude lo miró con malicia. – ¿Qué te gusta más? ¿La alcantarilla o la policía? Vamos, ni siquiera huele. En realidad no, de todos modos.

–Bien, la alcantarilla, –dijo Peter tristemente, saltando después de él.

Eran las 10 a.m. cuando llegaron a la dirección que Sheila había escrito, deslizándose por el jardín delantero y ocultándose entre la pared y un cerco. Era una casa común adosada a una calle residencial, con un pequeño jardín bien cuidado con parcelas de hortalizas y frutas.

– ¿Seguro que este es el lugar correcto? –preguntó Peter nervioso.

Jude asintió. –Mira, –dijo. A través del reflejo del vidrio doble, una chica se podía ver, su largo cabello rojo que enmarcaba su cara. Era sin lugar a dudas Sheila.

Jude puso de pie. –Voy a entrar, –dijo–. Vuelve a la alcantarilla y espera.

–Voy a esperar aquí, –respondió Peter.

–No, –Jude sacudió la cabeza–. Es demasiado peligroso. Si no salgo, tienes que ir a Pincent Pharma.

Peter lo miró a los ojos y asintió y salió corriendo. Jude se acercó a la puerta principal y tocó el timbre, luego se escabulló hacia atrás y se escondió. Un hombre se acercó a la puerta, y la abrió un poco. Parecía viejo - muy viejo, Jude se dio cuenta con un sobresalto. Su cabello era gris, casi blanco, sus ojos llorosos y pálidos. Tenía una leve inclinación. – ¿Hola?

El hombre miró de izquierda a derecha y luego cerró rápidamente la puerta. Inmediatamente Jude se deslizó y tocó el timbre de nuevo. Esta vez el hombre gritó desde atrás de la puerta entreabierta, – ¿Quién está ahí?

Jude miró a su alrededor y luego se acabó. Agarrando al hombre, sacó sus manos detrás de su espalda y lo empujó hacia la casa antes de cerrar la puerta de nuevo.

–He venido por Sheila.

El hombre no dijo nada, pero Jude no estaba esperando una respuesta. Empujó al hombre por el pasillo hacia las escaleras. –Yo sé que ella está aquí, –dijo, subiendo los escalones en dos a la vez y tirando del hombre con él.

– ¡Espera! –una mujer apareció en la parte inferior de la escalera, pálida pero con las costras demasiado obvias a pesar de que había hecho todo lo posible para disimularlas con el maquillaje. Sus ojos estaban muy abiertos con miedo. No había rastro de algunos de los hombres de Richard Pincent, sin señal de algún Cazador o guardia–. ¿Quién eres? –dijo tras él–. ¿Qué estás haciendo?

– ¿Sheila? –Jude ignoró a la mujer. Soltó al hombre y continuó subiendo las escaleras.

– ¿Jude? –Sheila salió de atrás de una puerta, con la piel tan transparente como siempre. Ella lo miró por un momento, sus ojos se iluminaron, y luego, fingiendo despreocupación, levantó las cejas–. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

La mujer lo seguía por las escaleras, podía oír su áspera respiración detrás de él. –Vuelve a la cama, cariño, –le dijo a Sheila, sujetando la chaqueta de Jude –. Tienes que irte ahora, –le dijo–. Sheila es nuestra hija. Ha venido a cuidar de nosotros.

Jude miró a Sheila, quien lo miraba triunfalmente, como si hubiera ganado un juego o algo así.

–Estos son mis padres. Mis padres reales. –Ella sonrió a la mujer que estaba tratando de aflojar el agarre de Jude en ella–. Los encontré en tu computadora. Ellos no querían entregarme, Jude. Ellos han estado buscándome durante años. Y estaban muy contentos de verme. –Ella estaba sonriendo, con los ojos llenos de lágrimas, y extendió la mano para tomar la mano de Jude –. No tienes que preocuparte por mí nunca más, –dijo.

–Pero quiero preocuparme por ti, –dijo Jude miserablemente –. Pensé que me necesitabas.

–Lo hago, –susurró Sheila–. Quiero decir, lo hacía. Pero tienes otras cosas, Jude. Y tú no me necesitas. Mis padres sí. Estoy en casa ahora. He vuelto a casa.

–Esta no es tu casa, –dijo Jude con amargura–. El Subterráneo es tu hogar. Yo soy tu casa.

A la mención del Subterráneo, vio los ojos de la mujer oscurecerse. – ¿Subterráneo? ¿Ese grupo de terroristas asesinos?

–Deberías irte, Jude, –dijo Sheila rápidamente –. Mis padres no aprueban el Subterráneo.

–Ellos no son tus padres, –dijo Jude con irritación.

–Si lo somos, –dijo la mujer con desesperación–. Soy la señora Palmer. La mamá de Sheila. Hemos esperado tanto tiempo por ella. ¿No es así, Billy?

–Mucho, –dijo el hombre –. Por nuestra pequeña Sheila.

– ¿Lo hicieron? –Preguntó Jude, entrecerrando los ojos–. ¿Así que tu marido ha Excluido? –Agregó–. Quiero decir, ¿es por eso que es... viejo?

La señora Palmer asintió. –Así es.

–Pero tu no. Quiero decir, tienes la Longevidad.

La señora Palmer asintió de nuevo. –Una vida por una vida. Sólo una vida.

–Sí, –dijo Jude –. Una vida por una vida. –Se sintió como si se estuviera ahogando, su pecho estaba comprimido y le resultaba difícil respirar. No podía perderla. No la perdería. Desesperado, miró a su alrededor por algo, cualquier cosa, que le haría ver la verdad... y entonces lo vio. Una fotografía.

– ¿Ese es tu marido? –preguntó. Los ojos de la señora Palmer siguió a los suyos; la fotografía mostraba al señor Palmer jugando tenis, con una gran sonrisa en su cara.

–Hace mucho tiempo, sí, –dijo ella–. Ahora, por favor, déjame ir. Me estás haciendo daño.

–Es curioso que ninguno de los dos tiene el pelo rojo, –dijo Jude.

La Señora Palmer se aclaró la garganta. – ¿Pelo rojo?

–Como Sheila. Quiero decir, los dos lo tienen oscuro. Un poco inusual tener a un niño pelirrojo, ¿no es así?

Él giró a la Señora Palmer para que lo estuviera mirando. Sus ojos parpadearon un poco.

– ¿Qué edad tiene Sheila? –Jude exigió de repente –. ¿Cuándo nació?

–Jude, tú sabes cuándo nací, –interrumpió Sheila–. Fue –

–Quiero que tu madre me lo diga, –dijo él, poniendo su mano hacia arriba para detenerla.

Sheila suspiró con fingida irritación, luego miró a la Señora Palmer expectante. –Vamos, dile, –dijo.

–Bueno, tú tienes... catorce años, –dijo la mujer.

– ¿Catorce? Ella no tiene catorce años.

–Quince, quiero decir. Sí, ella tiene quince años. Ella nació, ahora déjame ver, en 2123 - 24. Sí, nació en 2124.

– ¿Y dónde estaba cuando fue llevaba por los Cazadores?

– ¿Dónde? Bueno, aquí, por supuesto. Oh, fue una noche terrible. Terrible. –Ella estaba torciendo su cabeza para mirar a su marido.

– ¿Aquí? –Preguntó Sheila–. ¿Yo estaba aquí?

–Eso es correcto, –dijo la mujer–. Tratamos de detenerlos. Les rogamos –

– ¿Entonces no en lo de sus abuelos? Sólo eso es lo que está en su archivo. –Jude los estaba mirando con enojo ahora.

– ¿Abuelos? Sí, por supuesto. Te acuerdas, querida, –dijo el Señor Palmer, subiendo las escaleras–. Los detalles - se convierten en un borrón. Cuando estás tan molesto. Cuando pierdes –

– ¿Una hija? –Dijo Jude con ira–. Nunca perdió una hija, ¿verdad?

La Señora Palmer puso un brazo protector alrededor de Sheila. –Por supuesto que sí. Lo hicimos, ¿no lo hicimos, Sheila? Pero te tenemos de vuelta ahora. Sana y salva.

–Sí, claro que si, –dijo Sheila, entornando los ojos como si estuviera teniendo problemas para concentrarse –. Vete, Jude. Yo no te necesito más. Tengo a mis padres ahora. Y estoy cansada. Estoy muy cansada.

– ¿Qué han hecho? ¿La drogaron? –Jude miró a la Señora Palmer con enojo. Luego se volvió hacia Sheila–. Ellos no son tus padres.

–Sí lo son, –dijo Sheila, cruzando los brazos, desafiante –. Tu solo no quieres que sea feliz.

– ¿Feliz? –Jude dejo a la Señora Palmer y acerco a Sheila hacia él–. Sheila, lo único que quiero es que seas feliz.

–No, –protestó Sheila–. No me ayudaste a encontrar a mis padres.

–Porque están muertos. –Jude cerró los ojos, acerco más a Sheila–. Están muertos, Sheila, –susurró–. Los busqué y los encontré. Ellos murieron, Sheila. Lo siento mucho.

–No, –dijo Sheila, su cuerpo comenzó a temblar–. No

–Sí, –exclamó Jude –. Vivían en Kent. La casa de tus abuelos estaba a tres calles de distancia - tú te alojaste allí un fin de semana para que tus padres pudieran marcharse por la noche. Un vecino llamó a los Cazadores y tus abuelos no tenían la documentación que mostraba que eras Legal, y...

Él retrocedió un poco para poder mirar a Sheila. –Lo siento mucho, –dijo él, agarrándola con fuerza–. Quería decirte pero Pip pensó que te molestaría. Pero estas personas - no son tus padres. Tenemos que salir de aquí ahora.

Sheila no dijo nada durante unos segundos. Luego sus ojos se estrecharon y se volvió hacia la Señora Palmer. –Dijiste que eras mi madre, –dijo ella–. ¿Por qué?

–Yo... Nosotros... –La señora Palmer no sabía qué decir–. Hemos recibido tu mensaje y hablamos y –

–Siempre quisimos tener un hijo, –dijo el Señor Palmer con firmeza, apareciendo por atrás de su esposa–. Ella quería cuidar de sus padres. ¿Es tan malo?

Los ojos de Jude parpadearon hacia Sheila, quien miraba a su supuesta madre.

– ¿Querían tener un hijo?

–Siempre, –la Señora Palmer asintió, abriendo los brazos–. Como tú, Sheila. Hemos estado esperando por ti toda la vida. Cuando nos llamaste estábamos tan felices. Ven con tu madre, Sheila. Ven aquí.

Sheila la miró tímidamente.

–No, Sheila, –dijo Jude, pero no estaba escuchando. Ella se movió hacia la Señora Palmer, cuyos brazos extendidos la envolvieron. Jude notó los ojos de la mujer guiñar a los de su marido. Algo no estaba bien, pero Jude no sabía lo que era.

–Sheila, –dijo–. Tenemos que irnos. Tenemos que irnos ahora.

–No, Jude, –dijo–. Me voy a quedar aquí. Es cálido aquí. Ellos me necesitan. Me voy a quedar...

– ¿Has oído eso? Ella se queda. Tú eres el que se va, –dijo el Señor Palmer, avanzando hacia Jude. Tenía los ojos llorosos, Jude podía ver su reflejo en ellos. Y entonces vio algo más. Sus ojos se abrieron, el Señor Palmer se dio cuenta y se congeló.

–Agárrala bien a ella, –le ordenó a su esposa–. Voy a conseguir a éste. Dos de ellos nos van a pagar mucho más.

La Señora Palmer asintió y apretó su agarre alrededor de Sheila, quien miró a Jude con incertidumbre.

Jude miró por la ventana a los hombres salir de la inconfundible camioneta de las Autoridades. Luego se abalanzó sobre el Sr. Palmer y lo empujó por las escaleras. Agarrando a Sheila, la bajó por las escaleras hasta la cocina mientras la puerta principal se abría y entraron dos hombres llevando uniformes protectores con máscaras, guantes y capuchas. Se quedaron inmóviles, sin aliento, pero los hombres se dirigieron directamente más allá de la puerta de la cocina y subieron las escaleras, donde se apoderaron del Señor y la Señora Palmer.

– ¡No! –La mujer gritó cuando la arrastraban por las escaleras. Era un grito de terror extremo, de miedo tan profundo que hizo temblar a Jude –. ¡No, déjanos en paz! Tenemos Excedentes. Llamamos a la línea directa. Tómenlos a ellos, no a nosotros. Están en la cocina. Están –

El hombre parecía no escuchar, continuó arrastrando a la Señora Palmer a través de la puerta principal. Inmediatamente Jude sacó a Sheila por la puerta trasera a través del jardín, hacia un callejón, y corrieron de regreso a la alcantarilla donde Peter estaba esperando, pálido.

–Pensé que los habían agarrado, –suspiró.

–Yo también, –Jude dijo sombríamente.

– ¿Así que ella tiene el anillo? –preguntó Peter mientras Jude se agachaba para recuperar el aliento. Sheila seguía con los ojos vidriosos, pero su rostro estaba enrojecido por la corrida.

Jude tomó la mano de Sheila. – ¿Tomaste el anillo de Peter, Sheila?

Sheila asintió y metió la mano en su bolsillo, sacándolo.

Peter lo arrebató, mirándolo y dándole vueltas entre sus manos.

– ¿Está bien, Pincent Pharma? –preguntó.

Jude asintió con incertidumbre. –Sheila ha sido drogada, –dijo–. Apenas puede caminar.

–Entonces déjala aquí, –dijo Peter–. Vamos a alcanzarla después. Tenemos que sacar a Pip con seguridad. Él es nuestra prioridad.

–Pip, –susurró Sheila–. Sí, salvar a Pip.

Jude miró a su piel traslúcida, a sus ojos desenfocados, y sintió un nudo en el estómago. Él había salvado a Sheila una vez antes y lo haría de nuevo, como tantas veces fuera necesario. Si ella estaba rota, la arreglaría. Si ella estaba triste, haría todo lo posible para hacerla feliz. –Pip es una prioridad, –dijo en voz baja–, pero también lo es Sheila. Sheila es mi prioridad, –añadió, en voz baja–. No está segura aquí.

–Tal vez debería haberlo pensado antes de que me robara el anillo, –dijo Peter con amargura–. Tal vez deberías haber pensado en eso antes de dejarla enviar mensajes a mí y a mi abuelo.

–No me critiques, –dijo Jude con ira–. Has estado en Escocia jugando a las familias felices mientras yo he estado aquí viviendo en sótanos, rastreando camiones llenos de gente muerta, viendo a todo derrumbarse.

–Y yo todavía estaría allí con Anna y los niños si Sheila no me habría engañado para venir a Londres, –dijo Peter igualmente enfadado. Se miraron el uno al otro durante unos segundos, cada uno desafiando al otro a responder. En su lugar, Sheila abrió los ojos.

– ¿Richard Pincent? –Preguntó con ansiedad–. ¿Está aquí? ¿Ha venido por mí?

–No, Sheila. Nadie te va a llevar, –dijo Jude rápidamente.

–Está bien, –cedió Peter–. Vamos a llevarla. Ella podría estar mejor para cuando lleguemos. ¿De acuerdo?

Jude asintió. –OK. –Luego le tendió la mano–. Y lo siento, –dijo en voz baja–. No fue mi intención –

–Sé que no. –Peter miró hacia abajo–. Yo tampoco. –Tomó la mano de Jude; ellos se abrazaron en una comunicación sin palabras, y luego se fueron.

–Escucha, ¿cuál es el plan cuando lleguemos a Pincent Pharma? –Peter le preguntó a la ligera–. ¿Simplemente paseamos y demandamos la liberación de Pip?

–Algo así, –dijo Jude con un encogimiento de hombros y una sonrisa a medias. Entonces le dio una palmada en la espalda a Peter–. No te preocupes. Tengo un plan. Te pondré al tanto en el camino.

– ¿Un plan? –Dijo Peter con curiosidad–. ¿Uno que implica más túneles, supongo?

Jude sonrió. –Me conoces muy bien. –Luego miró a Peter con cuidado–. Oh, y creo que deberías darme el anillo.

– ¿A ti? ¿Por qué?

Jude levantó una ceja. –Es el anillo de Peter Pincent. Creo que la mayoría de las personas espera que esté con Peter Pincent, ¿verdad?

–Supongo que sí, –dijo Peter con incertidumbre.

–Así está más seguro conmigo, –dijo Jude serio–. Puedes confiar en mí, sabes.

–Lo sé. –Peter vaciló un instante y luego se quitó el anillo y se lo entregó a su medio hermano–. Por lo tanto, nos vamos entonces, –dijo él, inclinándose para recoger a Sheila.

–Está bien, la tengo, –dijo Jude rápidamente, levantándola en sus brazos.

–Gracias, –susurró Sheila mientras caminaba lentamente detrás de Peter–. ¿Soy realmente tu prioridad?

–Mi única prioridad, –susurró Jude en respuesta, sus ojos punzando con lágrimas–. Te necesito, Sheila. Te necesito tanto como tú me necesitas. Te amo.

–También te amo, –dijo Sheila con felicidad, apretando su agarre alrededor de su cuello–. Y lo siento por tomar el anillo.

–Lo sé, –dijo Jude, viendo mientras sus ojos se cerraban.

–Yo no quería que lo tomaras, Jude.

Jude miró a Peter. Estaba sólo a un par de metros de distancia.

– ¿Yo? –Susurró de nuevo con incertidumbre –. Yo no tenía la intención de tomarlo.

–Sí, que la tenías. Vi el mensaje que enviaste a Peter. Vi a los que enviaste a Richard Pincent también, –dijo ella adormilada–. No deberías hablar con ese hombre, Jude. No es muy agradable. No es muy agradable en absoluto.

– ¿Qué fue eso? –preguntó Peter, volviéndose –. ¿Qué acaba de decir Sheila acerca de mi abuelo?

Jude miró hacia abajo a Sheila, pero ya estaba dormida. –Nada, –dijo cuidadosamente –. Ella no dijo nada. Vamos, vamos a movernos. No tenemos mucho tiempo.