Capítulo 13
Por desgracia, el Subterráneo no aprecia la santidad de la vida humana, ni tampoco la respetan. Lo que estamos tratando aquí es la maldad sin adulterar. Y lo vamos a aplastar, pueden estar seguros de eso. Las Autoridades y Pincent Pharma no se detendrán hasta que estos terroristas sean detenidos y llevados ante la justicia...
El ladrillo llegó por la ventana a las 9 de la mañana, tres días después de que las Autoridades habían señalado con el dedo de la culpa al Subterráneo. Jude lo escuchó inmediatamente, él había estado escuchando la radio, manejando el teléfono mientras Sheila se ponía al día con un poco de sueño. El accidente lo envió corriendo a la habitación en la que llamó su oficina, temiendo lo peor. El ruido había venido de la sala que albergaba su computadora, la única posesión que él verdaderamente valuaba, pero no era por la computadora que estaba preocupado esta vez - era por los niños, seis de ellos ahora, acurrucados en el suelo. El chico que había rescatado, una niña traída aquí por uno de los guardias del Subterráneo, y cuatro más que habían sido dejados por sus desesperados padres y tutores.
Él llegó para encontrar vidrio sobre suelo, la ventana rota, el ladrillo en el centro de la habitación envuelto en papel. Con cautela lo desenvolvió y extendió el papel, mirando hacia la ventana cada pocos segundos. Esta vez solo fue un ladrillo, la próxima vez sería peor. Si una persona sabe que están aquí, más personas pronto lo harían. Incluso si sólo fuera un golpe de suerte, incluso si sólo fue un acto de violencia al azar, Jude no podía correr el riesgo - ellos tenían que mudarse. Tenían que salir de aquí.
– ¿Qué fue ese sonido? ¿Qué es eso en el suelo? –Él se giró para ver a Sheila quien había aparecido junto a él, su delgado cuerpo apenas parecía lo suficientemente fuerte para soportar su cabeza. Ella estaba mirando el ladrillo preocupada.
–Esto, –susurró–, es una advertencia de que estamos en estado de sitio.
– ¿Nosotros? –Sheila lo miró con cautela.
–El Subterráneo, –dijo Jude en voz baja. Ella se sentó a su lado y cruzó las piernas.
– ¿Nosotros realmente matamos a la gente? ¿Realmente hemos saboteados las drogas de la Longevidad? –preguntó en voz baja. Parecía frágil. Jude envolvió su brazo alrededor de ella, entonces se dio cuenta de que en realidad él también se sentía demasiado frágil, que necesitaba consuelo tanto como ella lo necesitaba.
–No, –negó con la cabeza–. No, no lo hicimos.
– ¿Y dónde está Pip?
Jude miró alrededor sin poder hacer nada. No había visto a Pip por días, se había convencido a sí mismo de que estaba afuera, rescatando Excedentes, desarrollando un plan, haciendo algo importante. Pero si alguna de esas cosas fuera cierta, él habría estado en contacto. Jude no había oído nada. Nadie lo había hecho.
– ¿Qué fue ese ruido?
El guardia de la puerta, un hombre llamado Sam, apareció. – ¿El ruido? –Preguntó de nuevo.
–Un ladrillo, –dijo Jude con tristeza, levantándolo en el aire.
– ¿Un ladrillo? ¿A través de una ventana? –La cara de Sam cambió de repente –. Tenemos que movernos. La gente sabe dónde estamos. No podemos estar por aquí.
–Ya lo sé, –dijo Jude–. Pero Pip no está aquí.
–Pip nos encontrará. Las regulaciones dicen que, cualquier forma de ataque y nos movemos inmediatamente. Tenemos que salir de aquí en una hora.
–Pero ¿dónde podríamos ir? –Exigió Sheila–. ¿Adónde nos mudaríamos?
–Hay lugares, –dijo Sam.
Jude asintió. –Están aquí, –dijo con seriedad, entrando a la oficina de Pip y empujando un cajón para abrirlo–. Aquí. Locaciones, –dijo, mostrándoselas a Sheila–. Estas son todas las posibles sedes alternativas. Pip me las enseñó hace dos semanas. Elegimos dos, le decimos a todos que vamos a uno y luego cambiamos en el día, sólo en caso de que alguien... Bueno, ya saben, por si acaso.
Él miró de nuevo hacia la ventana rota y se estremeció ante el frío viento que silbaba a través de ella.
–Vamos a empacar entonces, –dijo Sam con total naturalidad–. No se puede esperar aquí, no si la gente del Exterior sabe dónde estamos. Apaga las computadoras y cierra todo.
–Yo las apagaré, –dijo Sheila rápidamente.
Jude asintió, pero él no estaba realmente escuchando. Estaba mirando algo en el noticiero. Un titular. «Jefe del Subterráneo se entregó por atrocidades terroristas.»
–Sube el volumen a eso, –él ordenó, Sheila, quien estaba a punto de apagarla–. Ahora.
En silencio Sheila subió el volumen del control. Y entonces se quedó sin aliento.
–Sí, Sandra, eso es correcto, –una mujer estaba diciendo a la cámara. Y junto a ella había un hombre - un hombre con el pelo largo y gris y una larga barba gris.
– ¡No! –Jude le gritó a nadie en particular, pero no sirvió de nada. Era Pip, allí mismo en la pantalla. Esposado.
–Puedo confirmar que el hombre que se hace llamar Pip, el esquivo líder del movimiento Subterráneo, está aquí conmigo ahora, –continuó la mujer–. Se acercó al noticiero para anunciar que él se está entregando, que asume la plena responsabilidad por el sabotaje a las drogas de la Longevidad. Él me contó, más temprano, que irrumpió en Pincent Pharma por su propia iniciativa, y que el Subterráneo lo ha marginado por el acto.
–Dime, Vanessa, ¿eso significa que Pip ya no es el líder de la Resistencia?
–Ciertamente es así, Sandra. Ahora, las Autoridades han solicitado que a Pip no se le permita responder las preguntas directamente, pero antes él me dijo que ya no forma parte de la organización, que muchos dentro de la organización estaban infelices con lo que estaba haciendo. ¿Podemos ejecutar el video?
La imagen se desvaneció y fue reemplazada por una de Pip mirando a la cámara. La boca de Jude se abrió y su piel picaba de repente.
– ¿Y por qué has decidido entregarte a ti mismo?
–Estoy cansado de huir, cansado de luchar, –dijo Pip suavemente –. Me di cuenta de que había tomado un camino equivocado y que eso causó una gran cantidad de sufrimiento y que estoy dispuesto a asumir la responsabilidad de mis acciones y hacer las paces. Actué solo en la contaminación de los suministros de la Longevidad, traicioné y defraudé a mis propios seguidores del Subterráneo, que nunca toleraron tal ataque. El Subterráneo merece mejores líderes, líderes que permanezcan fieles a la causa. Ahora cuenta con tales líderes. El hombre no supone vivir para siempre, pero no tenía derecho a acortar la vida de las personas Legales, me doy cuenta de eso ahora.
La imagen se desvaneció y fue reemplazada por la periodista, y Pip a su lado.
– ¿Y qué pasa ahora? ¿Qué va a pasar con Pip? –preguntó una voz.
–Lo que en realidad, Sandra, –dijo la reportera–. Bueno, la policía y Hillary Wright están en camino hacia aquí, junto con Richard Pincent. Qué será de la suerte de Pip, sólo ellos lo sabrán. Pero una cosa podemos estar seguros es que se hará justicia. Pip es un terrorista, y tiene que pagar el precio por ello.
–Gracias. Eso fue Vanessa Hedgecoe reportando desde la oficina central del noticiero en Londres, donde hace sólo unas horas el líder de la Resistencia, un hombre que se refiere a sí mismo como Pip, se entregó a las Autoridades y pidió que hiciera una declaración...
Jude bajó el volumen entonces se volvió hacia Sam y Sheila, quienes estaban mirándolo en shock. –Vamos a empacar, –dijo, con la garganta apretada mientras hablaba–. Vamos a salir de aquí.
•••
Dolía caminar. Dolía tanto que Margaret hizo una mueca de dolor. Pero tenía que seguir adelante, tenía que seguir arrastrando los pies por el pasillo hacia el comedor. Había estado allí quizás una vez en su tiempo en la cárcel y despreciaba el lugar, sólo sentía desprecio por los que comían allí. Algunos desesperados, algunos agresivos, otros derrotados - todos eran recordatorios de lo que ella se había convertido, en quien era ahora.
Pero el desprecio ya no era una excusa; la repugnancia no importaba y tampoco su orgullo. Tenía que encontrar a la mujer que había tomado las cartas. Había sido la casualidad que las unió. Su baño - un "lujo" ofrecido a aquellos cuyas sentencias eran terminales, cuyo medicamento de la Longevidad estaba siendo retenido o reducido - se había bloqueado y Margaret, sufriendo de un malestar estomacal, sufrió la humillación de tener que utilizar las instalaciones comunales a lo largo del pasillo mientras que estaba despejado. Había estado en ese lugar horrible, después de vomitar bilis, cuando se había acercado a Gail. Y la aproximación no había sido agradable - Gail la había abordado, la inmovilizó contra la pared, le dijo que ella era la encarnación del mal por manejar un Establecimiento de Excedentes, por tomar niños robados y someterlos a años de abuso. Margaret no había tenido la energía para luchar y eso le había dado confianza a Gail. Las palabras brotaban. Ella era una orgullosa seguidora del Subterráneo. Era una luchadora, y había más como ella. El padre de Margaret sería revelado finalmente como la terrible plaga de la humanidad que realmente era. –Tu hijo, –había dicho ella, con los ojos brillantes–, tu hijo va a poner de rodillas a Richard Pincent.
Y así, cuando Margaret había escrito su primer carta a Peter, había sido a Gail que había buscado, a Gail que había convencido para entregar la carta a alguien que podría reenviarla. Le había costado algún tiempo, algunas lágrimas, algunas amenazas y algunas promesas de dinero, pero al final Gail estuvo de acuerdo.
Ahora Margaret necesitaba algo más de ella. Necesitaba a Gail para advertir a ese hombre. Pip. El hombre que había cuidado de su hijo. Tenía que advertirle que su padre estaba en camino a Escocia. Tenía que asegurarse de que Pip supiera eso, que podía protegerlo, que podía hacer lo que la misma Margaret no podría - lo que nunca había sido capaz de hacer - cuidar de Peter.
Deteniéndose brevemente para recuperar lo que quedaba de su aliento, Margaret tomó los últimos pasos al comedor. Era un mar de gente, de color, de ruido, se sintió mareada y llevó la mano a la pared para no caerse. Las personas la estaban mirando, pero a ella no le importaba. Lentamente, deliberadamente, empezó a avanzar de nuevo, explorando la habitación. ¿Estaba aquí? Por favor, que ella esté aquí. De pronto la vio con un grupo de mujeres, haciendo fila. Corrió hacia delante, casi cayendo. –Gail. –Su voz era ronca, un susurro–. Gail, yo... –pero Gail no escuchaba, ni siquiera se fijó en ella. Estaba mirando a la pantalla en la pared–. Shhhh, –gritó alguien–. ¡Cállate! –Alguien más gritó. La gente dejó de hablar. El silencio descendió como una ola.
Y entonces lo oyó. El noticiero. Pip, la esperanza del Subterráneo, el protector de Peter, se había entregado a las Autoridades. Mientras escuchaba, Margaret se puso blanca y sintió que su corazón estrellarse en su pecho. Porque había sido su esperanza también, y ahora no tenía ninguna. Ahora todo lo que tenía ante ella era el vacío del olvido.
•••
Julia levantó su tarjeta de identificación y esperó por la luz verde. Le tomó unos segundos - más de lo habitual - pero finalmente apareció la pequeña impresión, las barreras se abrieron, y estaba lista para ir de compras. Ella disfrutaba de sus viajes al Maxi-Mercado, disfrutaba de la rara sensación de la abundancia. Porque aunque sus compras eran restringidas por las lecturas de su tarjeta de identificación, todavía podía ver, tocar y oler el maravilloso espectáculo de los alimentos que se ofrecían. Incluso si no eran reales. Incluso si su viaje hasta aquí había sido estresante, difícil e innecesariamente según su opinión.
Los puestos de control estaban por todas partes ahora y la policía patrullaba las calles. Un viaje sencillo involucraba un millón de preguntas, registros, la horrible intrusión a la vida personal. ¿A dónde vas? ¿Por qué vas allí? ¿Cuándo volverás? Pero a ella no le importaba. El mundo había cambiado y necesitaban estos controles para su propia protección. No sólo de los terroristas del Subterráneo sino de la multitud de personas desquiciadas, y enojadas. El miedo hacía que la gente se olvide de ellos mismos, Julia se encontró pensando. El miedo era una fuerza terriblemente destructiva.
Levantó la vista hacia el edificio y sintió su ánimo subirse un poco. Se acordó de ser joven e ir al supermercado. La gente había sido libre para comprar donde les gustaba en esos días y a nadie se le ocurrió comprar frutas del otro lado del mundo - y mientras que el Maxi-Mercado no era lo mismo, en realidad no, todavía le daba la emoción que tenía entonces - de potencial, de admiración, de deseos que se cumplen.
Desafortunadamente su impresión no permitió a muchos de sus deseos, sobre todo por el abrumador deseo que sentía por el chocolate. Pero le hizo dar la luz verde a la pasta e incluso al pesto que, si no era bueno para las caderas, sin duda era bueno para su estado de ánimo. Tarareando para sí misma, caminó hacia la sección de verduras - donde estaban todas las verduras de raíz en esta época del año, grandes y pesadas y rogando para ser guisadas con carne o salchichas. Pero la carne estaba fuera del menú. La carne de vaca no había estado en el menú durante mucho tiempo - no para Julia, no para nadie. Sintió lástima por las vacas realmente, pero requerían demasiado espacio para pastar, causaban demasiados estragos al medio ambiente, no eran eficientes, y la eficiencia era de lo que se trata, ¿no? Sin embargo, ella iba a comprar una pequeña porción de cordero en su lugar, que aún estaba disponible, aunque caro. Empujó su tarjeta de identificación al lector al lado de las verduras de imitación y esperó.
Batata, 500 gramos, añadido al carro, dijo la voz. Calabacín, 300 gramos, añadido al carro. Quedan dos créditos para vegetales. Gracias.
Se dirigió a la sección de pan, su favorito. La comida en la pantalla puede no ser real, pero los olores lo eran, y ella inhaló profundamente mientras el aroma de panes recién horneados flotaba hacia ella.
Hogaza de pan, 500 gramos, añadido al carro. Prueba el sustituto más reciente de mantequilla en el pasillo quince. Gracias.
– ¿Sólo compras uno?
La voz de una mujer asustó a Julia y se dio la vuelta para ver una vecina que de vez en cuando se había encontrado en fiestas de bebidas. Belinda. No, Brenda – ese era. Julia frunció el ceño. –Sólo necesito uno, –dijo ella, pensando para sus adentros qué extraña cuestión para preguntarle a alguien–. ¿Por qué?
Brenda la miró con desprecio. – ¿No estás ocultando más Excedentes en tu casa? ¿Algún terrorista tratando de matarnos a todos?
El corazón de Julia pareció perder el ritmo y luchó por controlarse. –Yo realmente no sé lo que quieres decir, –dijo, alejándose –. Ahora, si no te importa...
Brenda se acercó. –Me importa. Son personas como tú que han creado este lío. Personas están muriendo y todo por culpa de los liberales como tú. Todo el mundo sabe que fuiste tú quien ayudó a esos Excedentes, Legales ahora. Y ¿qué hicieron para darnos las gracias? Ellos envenenaron nuestra Longevidad. Los Excedentes no son personas, Julia. No son humanos. Son malvados. Deben ser reprimidos al nacer como en otros países.
Julia podía sentir su piel calentándose y punzante. Parecía hace mucho tiempo, ese día fatídico cuando la Excedente Anna había aparecido en su cobertizo con el chico, escondiéndose de los Cazadores. Ella no tenía la intención de ayudarlos a escapar, pero habían estado tan frágiles, tan indefensos, y solo eran niños. Por supuesto que ahora entiende que era ella la que había sido vulnerable, la que había sido débil, explotada por sus manipuladoras mentes. Su terapeuta le había explicado todo a ella. Su marido también. Él se había culpado de haber estado ausente por tanto tiempo, había prometido que iban a pasar más tiempo juntos.
Pero nadie lo sabía. Ellos habían prometido el secreto. ¿No?
Ella tragó con incomodidad. –No he creado nada, Brenda. Debes haber visto las noticias. Fue Pip, el líder del Subterráneo, que se infiltró en Pincent Pharma, no los Excedentes. Ahora, por favor perdóname. Tengo que seguir adelante.
–Son liberales como tú, que han permitido este asesinato, sabes. Los Excedentes no deben mantenerse con vida. Esos establecimientos son criaderos de terroristas. Todos ellos deben ser cerrados en mi opinión. Llenos de maldad.
Una imagen de Anna cruzó por la mente de Julia - dulce pequeña Anna escuchando las historias de Julia con una expresión de asombro en su rostro, el mismo rostro que meses más tarde le decía a Julia sobre la crueldad del Grange Hall, el miedo grabado en las líneas de expresión sobre la frente, la determinación de que no iban a volver, no podían. Pero eso fue antes de que el Subterráneo hubiera causado tal devastación. ¿Podría una persona como Anna realmente ser un terrorista?
–Son niños, –dijo Julia con fuerza–. Los terroristas del Subterráneo son los culpables, no los Excedentes. Pero de verdad, tengo que seguir adelante.
–Haz lo que quieras. –Brenda se movió, dejando pasar a Julia. Pero momentos después estaba junto a ella otra vez–. Sin embargo si yo fuera tú me abastecería, –dijo con frialdad.
Julia no dijo nada, ella miró hacia adelante con dureza.
–Se dice que no fue a la Longevidad que sabotearon, –continuó Brenda pesar de todo–. Fue el aire que respiramos. Nos están envenenando con la enfermedad. Si sólo fuera un lote, ¿por qué hay gente que sigue Desapareciendo? No todos son terroristas. Mi tía se fue. Odiaba al Subterráneo. Los odiaba.
–Tal vez eso era una fachada, –dijo Julia con vacilación, su estómago se apretó por la ira–. Tal vez ella sólo pretendía odiarlos.
Los ojos de Brenda se abrieron con indignación. – ¡Cómo te atreves! –Dijo–. Mi tía no era un terrorista. ¡Ella no lo era! No como tú. Todos sabemos de ti, Julia. –Ella parecía tan enojada, tan desesperada. Julia rápidamente dio media vuelta y comenzó a caminar. No iba a escuchar otra palabra. El aire no estaba envenenado. No podía estarlo, ¿verdad? No. Las Autoridades habrían dicho a todos de permanecer en el interior si así fuera. No, la tía de Brenda estuvo obviamente involucrada con el Subterráneo después de todo.
Aunque, pensó Julia con un ruido sordo, ella misma había estado involucrada con el Subterráneo. Había escondido a la Excedente Anna. ¿Las Autoridades también vendrían por ella?
Corriendo ahora, Julia terminó sus compras y salió del Maxi-Mercado aun sintiéndose insegura. Estaba convencida de que todo el mundo la estaba mirando. ¿Quién más sabía de los Excedentes? ¿Quién le había contado a Brenda? ¿Ella realmente no sabe nada aún o había sido sólo una suposición? Pero a medida que el empleado llenaba su coche con los productos que había comprado, Julia empezó a relajarse. Brenda solo estaba agitada. Ella se disculparía pronto. Pip había sido capturado, nadie más desaparecería, y pronto todo volvería a la normalidad. Julia tomó una respiración profunda y luego exhaló, sintiendo que sus hombros se relajaban un poco, con la frente lisa.
Luego, dando las gracias al empleado, subió a su coche y se dirigió a casa.