Capítulo 19
Julia escuchó la puerta principal abrirse, pero no se movió. Ella estaba sentada en el sofá de la ventana de la bahía en la parte delantera de la casa, el sol caía sobre ella a través de las dobles ventanas. Se sentía cálida, se sentía cómoda, se sentía feliz.
Oyó los pasos de su marido en el suelo de madera del pasillo, los mismos pasos que había oído durante décadas, mientras se quitaba su abrigo, dejaba sus llaves, se enderezaba la corbata en el espejo del pasillo. Ella levantó un poco su cabeza, en cualquier momento iba a aparecer en la puerta, como siempre, con su expresión seria, ofreciéndole una copa de jerez, preguntándole a qué hora estaría lista la cena a pesar de que siempre comían a la misma hora. Siempre lo habían hecho.
Y allí estaba él. Ella sonrió. –Hola, cariño.
Él frunció el ceño, porque había pasado mucho tiempo desde que ella había utilizado esa palabra. Había pasado mucho tiempo desde que había dicho un montón de cosas. Un matrimonio duradero y exitoso, lo llamaba la gente, levantando sus cejas y mirándola con asombro. Pocas relaciones habían durado tanto tiempo. La Longevidad había dado a algunos el impulso para empezar de nuevo (muchas, muchas veces), había inculcado en otros el miedo al compromiso – porque una vida de compromisos ahora era muy larga, tan terriblemente larga. Sin niños no hay necesidad de estabilidad, sin familia, no había ninguna unidad familiar, solo individuos con sus propias agendas, su propio viaje en la búsqueda del placer.
Pero Julia no. Tampoco Anthony. Eran anticuados, ella les diría a aquellas personas con las cejas levantadas. Se habían acostumbrado el uno al otro. Y si el romance había muerto hace mucho tiempo, la compañía no. La bondad tampoco, no del todo.
Se gustaban el uno al otro.
Habían recorrido un largo camino.
– ¿Jerez?
Julia sonrió. –Me encantaría uno.
Anthony se acercó al bar y sacó dos vasos y una botella, llenándolos al mismo nivel que siempre los llenaba. Tantas pequeñas rutinas, Julia se encontró pensando. Larga vida, vida corta - ¿importaba cuando cada día era lo mismo, cuando los humanos eran incapaces de vivir por el momento, debido a su necesidad fundamental de orden, de la comodidad de la rutina diaria?
Él le entregó un vaso y ella tomó un sorbo.
– ¿A qué hora es la cena? –preguntó él, ya caminando hacia la puerta.
Ella sonrió. – ¿Acaso importa?
Hubo un silencio, Anthony tomó unos segundos para registrar su respuesta. Poco a poco, se detuvo, y se volvió. Se lo veía cansado. Todo el mundo parecía cansado en estos días. – ¿Qué quieres decir?
–Quiero decir, ¿importa? –dijo Julia. Se puso de pie, caminó hacia su marido, puso su vaso en la repisa de la chimenea y envolvió sus brazos alrededor de su cuello–. Hemos tenido una buena vida, ¿Verdad, Anthony? –preguntó ella–. Hemos tenido nuestras aventuras, nuestras vacaciones. Hemos vivido bien, ¿no?
Anthony asintió. –Vivimos muy bien, –dijo–. Y vamos a seguir haciéndolo. Así que, ¿A qué hora es la cena?
– ¿Por cuánto tiempo? –Julia susurró.
Él frunció el ceño. –Julia, ¿qué te pasa? ¿Qué estás tratando de decir?
– ¿Cuánto tiempo vamos a seguir haciéndolo? –Dijo Julia–. No va a durar, ¿no, Anthony? Nos vamos a morir. Sé que sí.
–No vamos a morir. –Anthony dio un paso atrás, con los ojos brillantes por la ira–. No voy a decirte estas cosas en esta casa. Las Autoridades son claras al respecto. El suministro de Longevidad fue saboteado. El agresor se encuentra detenido e interrogado. No hay ninguna razón para –
–Yo vi la camioneta, –dijo Julia en voz baja–. Se llevaron a mi peluquero. Él no era un agente del Subterráneo. La camioneta estaba llena de personas fallecidas, personas enfermas. –Hubo un destello de algo en los ojos de su marido. ¿Miedo? ¿Reconocimiento?
–Vi el interior, –continuó Julia–. Las Autoridades están mintiendo.
– ¿Mintiendo? –De nuevo la ira, la actitud defensiva–. Las autoridades no mienten. Es rebelión pronunciar esas palabras.
Julia negó con la cabeza, desafiante. Podía sentir las lágrimas punzando sus ojos. –No seré llevada de ese modo, –dijo con voz ronca–. No lo haré. Prefiero dejar de tomar la Longevidad. Prefiero morir aquí contigo, cómodamente, en nuestros propios términos.
Los ojos de Anthony se abrieron. –Estás hablando como una loca, –dijo con incertidumbre, tomando su jerez de un trago. Se puso de pie, caminó de vuelta al bar y se sirvió otro–. ¿Qué se ha metido en ti?
–Nada ha entrado en mí, –dijo Julia, parpadeando una lágrima perdida–. Solo... –Ella caminó hacia su marido–. Hemos tenido una buena carrera. Hemos sido felices. ¿No?
–Por supuesto que sí, –dijo, irritado–. Julia, por favor deja este divague. ¿Estás borracha?
Ella se apoyó en su pecho, recordó lo pequeña que solía sentirse cuando él envolvía sus brazos alrededor de ella en los primeros días. Era un hombre alto y ella amaba eso de él - amaba la sensación de que siempre cuidaría de ella. Ahora quería cuidar de él.
–Ya he dejado de tomar mi Longevidad, –dijo en voz baja–. No tomé ninguna hoy. No después de lo que vi... Quiero que también la dejes. Quiero que nos quedemos aquí. No quiero ir al Exterior.
– ¿Tu qué? –Él la miró con incredulidad–. ¿Qué estás pensando?
–Estoy pensando, –dijo con cuidado–, que siempre he estado en una posición para tomar decisiones. Hemos tenido suerte en ese sentido. Y ahora estoy tomando esta decisión. Ellos no me van a llevar en una camioneta. No te van a llevar a ti. Quiero envejecer juntos. Incluso si sólo envejecemos por un par de semanas, incluso días.
– ¿Morir? ¿Envejecer? –Anthony sacudió la cabeza–. Julia, ¿puedes escucharme? Te lo dije, las Autoridades han dejado claro que –
Él estaba temblando. –Te equivocas, Julia. Las Autoridades han dejado claro que todo está bajo control.
– ¿Y tú les crees? ¿Tú crees lo que te han dicho? –Exigió Julia, con sus ojos cautivando a los de él, con su voz temblando de emoción–. ¿En serio?
Él tragó saliva, miró hacia otro lado. –La línea de las Autoridades es que –
–Hay cuerpos acumulándose, Anthony, –Julia lo interrumpió–. Yo los vi con mis propios ojos. Cuando salí de la peluquería, caminé y caminé. No pueden recoger todos los cuerpos, ¿no? Dime la verdad, Anthony.
–No es mi trabajo saber la verdad, –dijo su marido con vacilación–. Mi trabajo consiste en seguir las reglas, gestionar de manera eficiente, asegurar que el protocolo sea cumplido…
– ¿Y que si eso ya no importa más? –Dijo Julia–. ¿Entonces qué?
–Yo... Yo... –La miró sin poder hacer nada–. No lo sé, –dijo. Ella lo condujo a una silla, donde se sentó, dejó que su cabeza colgara hacia delante. Luego se levantó de nuevo, con los ojos muy abiertos. Miró a Julia con tristeza, de repente parecía muy cansado–. Están excavando la tierra, –dijo, con una voz apenas audible –. El archivo indica que es para el cultivo de hortalizas. Pero ellos están cavando zanjas de dos metros de profundidad. Cuatro, en algunos lugares. Las hortalizas no se plantan cuatro metros bajo la tierra.
–No, no lo hacen, –dijo Julia, acariciándole su cabeza.
–Y tanta gente recogida por actividades revolucionarias, –continuó desesperadamente–. Cientos de miles de nombres. Pero no hay muchos lugares en las prisiones. Pregunté dónde han sido llevados pero nadie me respondió. Acaban... Desapareciendo.
Anthony se incorporó, la atrajo hacia él, de esa manera estaba sentaba en sus rodillas. No había estado allí desde hace décadas. –Te amo, Julia, –dijo él, hundiendo su cara en su cuello–. Siempre te he amado.
–Yo también te amo. –Julia sonrió con lágrimas en los ojos–. Te quiero mucho, Anthony.
Se sentaron en silencio durante unos minutos.
– ¿Cuántos días? –Preguntó finalmente.
–Dicen que pueden ser semanas, –dijo Julia, sonriendo a través de sus lágrimas.
–Tómate algunas hoy, entonces, –dijo su esposo, mirándola con fervor–. Vamos a dejarlas juntos. Espérame. Nos detendremos juntos, nos iremos al mismo tiempo. Vamos a cerrar la puerta. Lo haremos a nuestra manera.
–Sí. –Julia asintió con alegría, con lágrimas ahora en cascada por sus mejillas–. Lo haremos a nuestra manera. Juntos. Es hora de empezar a decir adiós.